- Presentándose como militante tercermundista, Lakhdar Brahimi fue la última persona que recibió al vicepresidente de la Tricontinental, Mehdi Ben Barka, antes del misterioso secuestro y posterior asesinato de ese líder marroquí. Desde la proclamación de la independencia de Argelia, Lakhdar Brahimi fue sucesivamente secretario general del ministerio de Relaciones Exteriores, embajador en Egipto y alto representante de la Liga Árabe y de la ONU a través del mundo. Posteriormente fue ministro argelino de Relaciones Exteriores de 1991 a 1992.
- © ONU/Jean-Marc Ferré
La conferencia Ginebra 2 fracasó, por un lado, porque Estados Unidos decidió apoyar la posición de Arabia Saudita en vez de cumplir el compromiso que había contraído cuando firmó el comunicado de Ginebra 1. Pero también fracasó porque estuvo presidida por Lakhdar Brahimi, personaje que además de no ser imparcial tampoco está al servicio de la paz sino al servicio de Washington.
Por consejo de Rusia, Siria había aceptado que el enviado especial de Ban Ki-moon presidiera los encuentros. En aquel momento, Moscú creía que Washington respetaría su palabra y Damasco recordaba que en Taif –hace 25 años– Brahimi no había sido un adversario para Siria. Pero esta vez, la aprobación del financiamiento de al-Qaeda en una sesión secreta del Congreso estadounidense [1], la falta de representatividad y de autoridad de la delegación de la oposición siria, la anulación de la invitación de Irán justo antes de la conferencia y el discurso introductorio del secretario de Estado John Kerry acusando a Siria de ser responsable de todos los males [2], sin hablar de que la Unión Europea intentó incluso impedir físicamente la llegada de la delegación siria a Suiza [3], mostraron que Moscú estaba equivocado o había sido engañado.
El encuentro de Montreux estuvo concebido únicamente para poner a Siria en el banquillo de los acusados y esta cayó en una trampa. En efecto, Estados Unidos había redactado la intervención de la oposición y orquestado la publicación –sólo dos días antes del encuentro– de un informe supuestamente independiente, en realidad se trataba de desinformación financiada por Qatar, que comparaba las prisiones sirias con el campo de concentración nazi de Auschwitz [4]. Mientras el ministro sirio de Relaciones Exteriores Walid al-Muallem se dirigía razonablemente a la opinión pública de su país, John Kerry y sus aliados hablaban para el resto del mundo imponiéndole su propaganda.
Las conversaciones de Ginebra 2 fueron, para Lakhdar Brahimi, una oportunidad de poner de relieve la intransigencia de Siria y de hacerla responsable de la guerra que se le impone. A los ojos del mundo, las víctimas se convierten así en verdugos. Brahimi admitió que se hablara del terrorismo mientras exigía que se hablase del gobierno de transición. Después acusó a Siria de no contribuir a establecer el diálogo, cuando en realidad la discusión sobre el terrorismo había arrojado como resultado un claro respaldo de la delegación de la «oposición» a las fechorías de los yihadistas.
A partir del cambio de rumbo estadounidense, Lakhdar Brahimi se ha transformado en permanente acusador de Siria. El 14 de marzo, al presentarse ante la Asamblea General de la ONU, Brahimi acusó a ese país de haber rechazado la ayuda humanitaria internacional y de hambrear a su propio pueblo [5]. Presentó además la situación del campo de refugiados palestinos de Yarmuk como resultado del deseo de Siria de hacer morir de hambre a los palestinos, sin mencionar el hecho que la Autoridad Palestina respalda a Siria y que ha expresado a ese país su reconocimiento por lo que está haciendo por auxiliar a la población de Yarmuk.
Lo más importante es que Brahimi ha repetido y repite constantemente que en Siria existe un conflicto entre el gobierno y una parte de la población y que la solución no puede ser de orden militar. Tal afirmación es una forma de escamotear los 10 años de preparativos de esta guerra por parte de las potencias occidentales y la manera como provocaron su inicio, enviando francotiradores a Deraa y divulgando mentiras sobre torturas contra niños. También se esconde así la presencia en Siria de numerosos combatientes extranjeros, a pesar de que el propio Brahimi admitía anteriormente que hay en ese país al menos 40 000 elementos armados provenientes del exterior. Esta última cifra, a pesar de ser tres veces inferior a la realidad, basta para comprender que Siria no está viviendo una guerra civil sino una guerra de agresión comparable a la que Nicaragua tuvo que enfrentar durante los años 1980.
Retrospectivamente, resulta que Siria no debió haber seguido los consejos rusos ni confiar en Lakhdar Brahimi. La nominación misma de este personaje ya era un indicio de la preparación del fracaso. Su predecesor, Kofi Annan, había demitido señalando que la división reinante en el Consejo de Seguridad de la ONU hacía imposible su misión, la misma que Brahimi aceptó con una sonrisa.
A su papel de enviado especial del secretario general de la ONU aceptó agregar después el de enviado especial del secretario general de la Liga Árabe, que ya había decretado la exclusión de Siria. Brahimi era, por lo tanto, juez y parte.
En el momento de su nominación –agosto de 2013– escribí un artículo sobre su pasado y lo presenté a un importante diario sirio –aún no tenía, en aquel momento, el privilegio de escribir para Al-Watan. En aquel trabajo, mencionaba yo la presencia de Brahimi –en 1992– entre los 10 miembros del Alto Consejo de Seguridad de Argelia [6]. El supuesto defensor de la democracia anuló en aquel entonces el resultado de las elecciones democráticas, forzó al presidente Chadly Benjedid a renunciar y puso en el poder a los generales de enero abriendo así una terrible década de guerra civil, cuyas secuelas aún se hacen sentir en el pueblo argelino y que sólo fue provechosa para Estados Unidos.
En aquella época, el jefe de los islamistas argelinos, Abbasi Madani, tomó como consejero político al seudo laico sirio Bourhan Ghalium –futuro presidente del Consejo Nacional Sirio. La facción islamista armada GSPC –rebautizada en 2007 con el nombre de al-Qaeda en el Maghred Islámico (AQMI)– se entrenó en el manejo de las armas con el Grupo Islámico Combatiente en Libia, que desde 1997 pasó a llamarse al-Qaeda en Libia. En este momento, la mayoría de los combatientes de ambos grupos forman parte de las facciones armadas que operan en Libia.
Muy inquietos por las posibles consecuencias que podían tener estas revelaciones sobre la actividad pasada de Brahimi, algunos funcionarios sirios se opusieron a su publicación. Estimaban que la difusión de mi artículo sería interpretada, incluso en Rusia, como expresión de una voluntad de ruptura por parte de Siria. Así que mi artículo fue publicado en Argelia, país natal del señor Brahimi, por el diario El-Ekhbar, el segundo cotidiano más importante de ese país [7], desatando una verdadera tempestad contra este personaje.
Veamos el legado actual de Lakhdar Brahimi:
Antes de participar en el desencadenamiento de la guerra civil en Argelia, Brahimi negoció en nombre de la Liga Árabe los acuerdos de Taif (1989), que dividieron la población libanesa en una serie de comunidades confesionales de tal manera que hoy en día el Líbano es cualquier cosa menos un Estado soberano.
El señor Brahimi fue también el negociador de los acuerdos de Bonn (2002), que llevaron al poder al clan Karzai en Kabul, conforme a los intereses de la OTAN.
Finalmente, en cuanto al célebre informe, al que dio su propio nombre, de la comisión de la ONU que presidió Brahimi sobre las operaciones de paz de las Naciones Unidas [8], hay que decir que ese documento consagra la «injerencia humanitaria», nueva apelación del colonialismo. Lo más importante es que ese informe avala la deriva de la ONU que inventó las tropas de interposición para imponer la paz de las grandes potencias en lugar de los observadores encargados de verificar la aplicación de una paz negociada entre las partes en conflicto. Brahimi aconsejaba en ese informe la consolidación de esa forma de gobierno mundial mediante la adopción de una doctrina de intervención y un servicio de inteligencia con carácter supranacional denominado servicio «de apoyo a la decisión», que Ban Ki-moon puso en manos de… la OTAN [9].
En el conflicto sirio, el señor Brahimi nunca ha sido «negociador» ni «mediador». Su mandato, concedido por Ban Ki-moon, especifica que debe utilizar «su talento y su experiencia extraordinarios» (sic) para llevar a Siria hacia «una transición política, conforme a las aspiraciones legítimas del pueblo sirio» [10]. Pero en este caso el término «transición» no significa pasar de la guerra a la paz sino pasar de una Siria soberana a una Siria sometida sin Bachar al-Assad.
Lakhdar Brahimi se presenta como un viejo militante tercermundista. Pero nunca fue un servidor de los intereses de los pueblos del Tercer Mundo –ni siquiera de los de su propio pueblo, el de Argelia– ni rompió nunca con las grandes potencias. No merece el respeto que le habíamos concedido.