Las silenciosas y regias columnas que en La Habana se suceden, han visto demasiado: a sus pies, aconteció y acontece el paso de habitantes del tiempo, de viajeros ávidos de la sombra de los portales, esa cobija salvadora que existe porque ellas, las columnas, sostienen el peso de los inalcanzables techos.
Ante esas damas de piedra -algunas más redondeadas y sensuales que otras; unas acicaladas por capiteles difíciles de olvidar; otras más delgadas y sobrias-, solemos pasar de prisa, sin reparar en que ellas, calladamente, sostienen el alma de la ciudad.
Como Liborio Noval es un artífice que juega con el paso del tiempo y la luz para crear sus imágenes, ha preferido detenerse y hacer, con la maestría de su lente, un homenaje a esas notas permanentes de nuestra arquitectura, para recordarnos que, si el frescor y la cobija existen en una urbe donde el sol y las torrenciales lluvias caen sin piedad, es porque ahí están ellas, las columnas, conformando un universo que no por sobrio y medio dormido entre telones de polvo, deja de ser imponente.
Las fotografías de Liborio nos hacen pensar en ese magnífico texto, titulado «La ciudad de las columnas», escrito por Alejo Carpentier, donde se habla de cómo esas señoras altas marcan el mismísimo inicio y sello de lo que somos:
«En un principio -nos dejó dicho para la posteridad el excepcional novelista-, en casas de sólida traza, un tanto toscas en su aspecto exterior, como la que se encuentra en la Catedral de La Habana, pareció la columna cosa de refinamiento íntimo, destinada a sostener las arcadas de soportales interiores. Y era lógico que así fuera -salvo en lo que se refería a la misma Plaza de la Catedral, a la Plaza Vieja, a la plaza donde se alzaban los edificios destinados a la administración de la isla- en ciudad cuyas calles eran tenidas en voluntaria angostura, propiciadora de sombras, donde ni los crepúsculos ni los amaneceres enceguecían a los transeúntes, arrojándoles demasiado sol en la cara. Así, en muchos viejos palacios habaneros, en algunas ricas mansiones que aún han conservado su traza original, la columna es elemento de decoración interior, lujo y adorno, antes de los días del siglo XIX, en que la columna se arrojara a la calle y creara -aun en días de decadencia arquitectónica evidente- una de las más singulares constantes del estilo habanero: la increíble profusión de columnas, en una ciudad que es emporio de columnas, selva de columnas, columnata infinita, última urbe en tener columnas en tal demasía; columnas que, por lo demás, al haber salido de los patios originales, han ido trazando una historia de la decadencia de la columna a través de las edades».