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General: Mi Gabo particular
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Respuesta  Mensaje 1 de 5 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 19/04/2014 18:31

Mi Gabo particular

19 abril 2014 | +
Gabo con su hijo Rodrigo. En la pared, la familia completa. Foto: Rogelio Cuéllar/ La Jornada.

Gabo con su hijo Rodrigo. En la pared, la familia completa. Foto: Rogelio Cuéllar/ La Jornada.

Fue en uno de los tres últimos días de julio, o de los tres primeros de agosto de 1978, y ha sido en La Habana. Yo había llegado en la madrugada del 27 y me quedaría en la isla por unos dos meses, para trabajar en un libro sobre la revolución. García Márquez era uno de los huéspedes más luminosos del Riviera, que en la época era el mejor de Cuba, y decidí ir verlo sin previo aviso. Quería conversar sobre la isla. A mis 30 años recién-estrenados yo todavía era capaz de esa clase de osadía. Y así nos conocimos.

Un año después de aquellos encuentros fugaces en La Habana me mudé de Madrid a la ciudad de México. Volvimos a encontrarnos, y entonces ha sido para siempre. Fueron décadas de desasosiego y de esperanza, de temporales y bonanzas, hasta que cambió el mundo y nosotros dos, no. No en la esencia. No en la memoria y en el afecto.

Recuerdo bien cómo fue escrita El amor en los tiempos del cólera, cómo apuntes sueltos y borradores veloces se transformaron en los Doce cuentos peregrinos, de la cuidadosa arquitectura de El general en su laberinto, de la alegría irrefrenable de cuando terminó Noticia de un secuestro.

Recuerdo eso y mucho más: de la sensación de alivio y soledad que lo acometía cuando terminaba de escribir, y muy en especial de cuando escribió El rastro de tu sangre en la nieve, que sigo creyendo el más bello de los Doce cuentos peregrinos.

Pocas veces he visto a alguien tan desolado. Cuando salía del caserón blanco, de esa dirección improbable –esquina de Fuego con Agua– le pregunté qué le pasaba. Gabo contestó: ‘‘Es que he escrito un cuento de un amor muy, muy bello, y muy triste, y me siento vacío de todo”.

En Cartagena de Indias, en el invierno tropical de 1984, Gabo me condujo por los escenarios de El amor en los tiempos del cólera. Me enseñó la ventana donde Fermina Daza, espléndidamente juvenil, hacía con que Florentino Ariza se derritiera por sus amores imposibles. Y también el caserón con un enorme mango en el patio, y ha sido en ese mango que se instaló el loro del doctor Juvenal Urbino, que a propósito murió al intentar alcanzar el pájaro travieso en las ramas más altas. Hablaba de ellos como si hablase de los amigos con quien habíamos cenado la noche anterior.

Llevo por la vida un enorme y formidable baúl de recuerdos. Y cuando pienso en el Gabo , confirmo la certeza de una generosidad sin límites, una solidaridad silenciosa y absoluta, una lealtad sin fronteras. De alguien que en ningún único instante de su vida se dejó mover por otra fuerza que la de la amistad y el afecto.

Hasta el final mantuvo la misma sonrisa cálida con que me recibió aquella lejana tarde del verano de La Habana, y que más tarde me di cuenta que ocultaba una melancolía de puesta de sol, una insuperable nostalgia de la infancia.

Los últimos años fueron pasados en la casona de San Ángel, quieto en su rincón, navegando las mansas aguas de la memoria callada.

Cierto fin de tarde de abril de 2009 oí de él una frase apenas susurrada: ‘‘Ya no cuido de nada, no me inquieto por nada, no me preocupo con nada”. Y luego de un silencio fugaz, fulminó: ‘‘Y eso es lo que me preocupa”. Y rio aquella risa que distribuía luz pero no opacaba el relámpago de suave melancolía que jamás abandonó sus ojos. Como siempre, sabía con qué preocuparse. Eso fue lo que me dijo. Sabía.

Todos sus libros son libros de la soledad y la nostalgia, y también de la búsqueda angustiada por aquella segunda oportunidad sobre esta tierra, que él reivindicaba para todos los Buendía que sobrevivieron a cien años de soledad. Para todos nosotros.

Todo lo que Gabo escribió es revelador de la infinita capacidad de poesía contenida en la vida humana. Supo, como nadie, demostrar que en América Latina la realidad es más delirante que la más delirante imaginación.

El eje de lo que escribió es siempre el mismo, alrededor del cual giramos todos: la soledad, la inmensa soledad y la búsqueda desesperada, la esperanza perenne de encontrar algún antídoto contra esa condena.

Recuerdo, en fin, que hace tiempos y tiempos Gabo estaba en Zürich, en la tormentosa calma suiza, cuando lo atrapó una súbita tempestad de nieve. Para protegerse, entró en un bar de fin de tarde. Y alguna vez contó a uno de sus hermanos: ‘‘Todo estaba en penumbra. Un hombre tocaba el piano para unas pocas parejas de enamorados. Y entonces entendí lo que quería ser: quise ser aquel hombre que tocaba el piano sin que nadie le viera la cara. Tocaba solo para que los enamorados se amaran más”.

Así Gabo vivió la vida que le fue dada vivir: buscando protegerse en la penumbra mientras ayudaba a la gente para que la gente se quisiese más.

Así pasó sus últimos tiempos: anclado en la memoria de una viva pródiga y prodigiosa, luminosa. Viviendo en la esquina de Agua y Fuego.

Llevaré conmigo para siempre la imagen de su caminar de bailarín caribeño, su sonrisa de fulgores, su entrega a la vida. Su soledad rota apenas por el afecto de los amigos, por un sol llamado Mercedes. Y el Gabo queriendo ser aquel pianista de fondo de bar, el mundo como un inmenso piano que él tocó de manera incesante, para que los enamorados se amaran más.

Ese es el vacío que llevaré para siempre. Un vacío infinito, del tamaño de mi dolor.

(Tomado de La Jornada, México)



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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 19/04/2014 20:26

Los premios que recibió Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez recibiendo el Premio Nobel
Un recuento de los importantes premios que obtuvo 'Gabo' a lo largo de su vida.
Caracol | Abril 3 de 2014
En 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas.

Después, en 1961, ganó el Premio de la Novela ESSO por La mala hora.

Recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Columbia en Nueva York en 1971.

Un año después, 1972, ganó el Premio Rómulo Gallegos por Cien años de soledad.

Recibió la Medalla de la legión de honor francés en París en 1981.

Además obtuvo la condecoración Águila Azteca en México en 1982.
 
Premio Nobel
García Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982, según la laudatoria de la Academia Sueca, «por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continente».

Premio cuarenta años del Círculo de Periodistas de Bogotá lo recibió en  1985.

Además fue miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo en Bogotá en 1993.

En 1994 fue consagrado con el doctorado honoris causa de la Universidad de Cádiz.

Un museo a su nombre: el 25 de marzo de 2010 el Gobierno colombiano terminó de reconstruir la casa en que nació García Márquez en Aracataca, pues había sido demolida 40 años atrás, e inauguró en ella un museo dedicado a su memoria con más de 14 ambientes que recrean los espacios en los que transcurrió su niñez.

Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 20/04/2014 12:07

Silvio Rodríguez sobre Gabriel García Márquez: “No recuerdo…”

20 abril 2014 | +
Gabriel García Márquez fotografiado en 2010 por Daniel Mordzinski.

Gabriel García Márquez fotografiado en 2010 por Daniel Mordzinski.

No recuerdo dónde lo conocí. Puede haber sido gracias a Haydee Santamaría. Acaso coincidimos en alguna comida en casa de la amiga común, quizá en aquella en que fui embromado con una tortilla de plátanos maduros. Lo que sí tengo claro es que en septiembre de 1969, entre la treintena de libros que embarqué en el Playa Girón, había un Cien años de soledad que ya había leído un par veces.

Lo veo a flashazos, en distintos momentos. Un 31 de diciembre me invitó a una fiesta en la que estaban su amigo Fidel Castro y el actor norteamericano Gregory Peck. Hubo un momento, cercano a las 12 de la noche, en que me vi conversando con aquellos gigantes y me sentí desubicado.

La primera vez que estuve en su casa de México fui con Raúl Roa Kourí y mi hermana María, casados por entonces. Estaban de tránsito, camino a New York, donde estarían 6 años sirviendo a Cuba ante las Naciones Unidas. Fuimos por la mañana y pasamos algunas horas en el despacho del escritor, donde estaban algunos de sus libros, su máquina de escribir. Allí constaté que, tal y como se decía, sobre su mesa de trabajo había un un florero con una rosa amarilla. Creo que fue la primera vez que vi una rosa que parecía un sol. O la primera que reparaba en ella, iluminada por la mitología en torno al genio literario.

Hablamos de música. Uno de sus hijos estudiaba flauta. En algún lugar yo había leído que él escribía escuchando a Bach; pero aquella mañana nos dijo que entre sus partituras preferidas estaba el concierto para violín y orquesta de Sibelius. Revisó sus discos (con la ayuda de Mercedes) y me regaló una versión, que tenía repetida, dirigida por Von Karajan e interpretada por Christian Ferras. Antes de dármelo rotuló su nombre en la carátula, con plumón azul Prusia. Después me obsequió su novela más famosa, que yo casi me sabía de memoria. Hablamos también de cumbias y vallenatos, tema del que era experto. Concluyó la clase magistral con ejemplos en los que su nombre era mentado y, con cierta ternura, nos hizo escuchar una cumbia que lo increpaba por algo que no recuerdo. Finalmente me obsequió dos casetes, con selecciones personales. Aquellas cintas no me duraron mucho, porque le comenté a una periodista que las tenía y se las llevó, jurando muchas veces que sólo las quería para copiarlas y que enseguida me las devolvería. Ojos que te vieron. O más bien: oídos que te escucharon…

No recuerdo por qué un día me tocó llevarlo al centro campestre de Río Cristal, donde se iba a celebrar un almuerzo relacionado con el premio literario Casa de las Américas. Por el camino traté de hablar lo menos posible, para no meter la pata, pero acabamos comentando la separación de un matrimonio. Yo, sagitario imprudente, sentencié que era una desavenencia pasajera. Él me miró de una forma en la que pude reconocer, en el breve vistazo que le dirigí puesto que iba manejando, que sentía más congoja por mi optimismo que por la pareja distanciada. Puede que en el fondo yo pensara como él, y que sólo siguiera la costumbre totémica de expresar mis deseos y no lo que realmente sucedía. A veces me he equivocado, de diente para afuera, aunque de diente para adentro sepa que ejecuto un ritual que significa lo contrario. En aquel caso, en pocos días comprobé que su mirada de piedad tenía más peso que todas mis palabras. Y, además, comprendí que él no era adicto a mis ceremonias primitivas y que conocía mucho mejor que yo a personas que yo veía más a menudo.

Hace poco conté, a propósito de una canción de mi ultimo disco, la especial circunstancia de haber tomado un vuelo en el que sólo iba otro pasajero. Era hasta México, con escala en Cancún. Aquella tarde los cielos estaban cargados de oscuridades y nuestra soledad compartida, entre tantos asientos vacíos, propició el acercamiento. En aquel avión, que daba tumbos y bajones, el escritor me iba explicando –con una serenidad inconcebible– que a veces se le ocurrían ideas que no daban para novelas o cuentos, y que posiblemente eran canciones. En todo momento fui consciente de la fatalidad de que aquel encuentro ocurriera en circunstancias tan adversas, porque los incesantes sobresaltos no me permitían estar todo lo atento que deseaba. Luego, en Cancún, se llenó el avión, los cielos se aplacaron y el viaje dejó el misterio atrás, siendo menos propicio, aunque yo me despedí diciendo que iba a tratar de darle taller a algunas de las ideas –a veces relampagueantes– que tuve la suerte de escuchar. En un terrible hotel de Panamá hice un primer acercamiento que se perdió en la bruma, y sólo hace muy poco logré organizar algo cantable.

Cierta vez estuve una noche en su casa del DF y, a la hora de irnos, comprobamos que faltaba el carro en que habíamos llegado. Buena parte de aquella madrugada la pasó con nosotros en la comisaría, prestando declaraciones y tratando de ayudarnos. Otra noche, hace no mucho, fuimos al bar de una señora llamada Margarita, lleno de caricaturas, donde Sabina hacía gala de los tantos corridos y rancheras que se sabe. La última vez que fuimos a su casa cargó a Malva en la puerta de despedida.

Dejo constancia que la única vez que visité la hermosa Cartagena de Indias fue gracias a él, que me recomendó al Festival de Cine como jurado. Ni antes ni después he vuelto a entrar a un Casino. Aquel era propiedad de un amigo, señor que amablemente nos regaló unas fichas para que probáramos suerte en la ruleta. Yo le seguía las manos al dealer, a ver si las ocultaba bajo la mesa para apretar algún botón. Pero el hombre daba un respetuoso paso atrás, cada vez que la rueda de la fortuna empezaba a detenerse, quizá leyéndome la mente. Viendo lo rápido que dilapidé mi capital, el escritor, de un blanco impecable, se partía de la risa.

Voy a conservarlo así, sonriente, gozando de la vida, a lo mejor en la voluta de una idea que la insondable alquimia de su talento dejará en una ínfima reseña, algo que ni siquiera llegará a ser canción: acaso un insecto posado en un mantel, la pintura vahída de un bote surcando el río Magdalena, la nota disonante de un triste amolador de tijeras. Seguro así me sentiré alguito menos huérfano.

(Tomado del blog Segunda Cita)


Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 20/04/2014 14:14

Tras los pasos de 100 Años de Soledad

20 abril 2014 | +
 
 
 

texto 100 años de soledadPor Winston Manrique

Él, que durante 67 años, seis meses y cuatro días, sembró de sus recuerdos los recuerdos de medio mundo, murió olvidando los suyos. Pero su fallecimiento el 17 de abril desató, al contrario de la peste del olvido que asoló Macondo, la peste de los recuerdos. Sobre él, Gabriel García Márquez, sobre sus libros y, en sus lectores, sobre su obra más famosa,Cien años de soledad: que si Macondo, que si Aureliano, que si Úrsula, que si Remedios la Bella; que si ¿mejor los aurelianos que los arcadios?, y qué decir de Amaranta, Petra Cotes, y, claro, Melquiades, y, y, y… Pero pocos saben la intrahistoria de la génesis y escritura de una de las novelas más universales y leídas por más de 60 o 70 millones de personas.

Los Buendía estarán riéndose por el boroló que se ha creado al no ser esta una peste como la vivida por ellos, sino una cuya mutación sentimental hace querer recordar más y averiguar más para recordar más aún. Una prueba es que usted vaya en esta línea y quiera saber lo que sigue sobre algunos de los secretos de gestación de la obra prometidos palabras arriba. Y será así por cortesía de dos de los principales memoriosos: Dasso Saldívar y Gerald Martin gracias a sus biografías,Viaje a la semilla (Alfaguara) y Una vida (Debate), además del propio libro de García Márquez Vivir para contarla (Literatura Random House), cuyo asomo a ellas permite un paseo con las siguientes estaciones en su universo, muchos años después de su creación:

Génesis

La vida en Aracataca durante sus primeros diez años en la casa de sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Ricardo Márquez y Tranquilina Iguarán Cotes. Es su Edén literario: la travesía por la Guerra de los Mil Días en palabras de su abuelo, el duelo de este, la explotación americana de las bananeras y las perpetuas procesiones de historias de difuntos y ánimas de su abuela, y la manera como contaba ella las cosas con cara de palo que hacía verosímil cualquier cosa. Los esquemas económico, social y cultural de la aristocracia cataquera en que se movían los Márquez Iguarán serán llevados a la obra.

Hielo

Un día, cuando tenía cinco años, el niño llegó a casa asombrado diciendo que había visto unos pargos durísimos como piedras. El abuelo Nicolás le explicó que eran así porque estaban congelados. El niño le preguntó qué era eso y el abuelo respondió que metidos en hielo. “¿Qué es hielo?”. Entonces lo tomó de la mano y lo llevó donde estaban los pargos para enseñarle el hielo.

Falofabulaciones

De niño escucha con sus otros amiguitos las historias, o mejor, los cuentos, de un fabricante de camas donde el protagonista siempre era su falo o tenían que ver con él. Estas falofabulaciones son la primera gran influencia rabelesiana de García Márquez, mucho antes de que leyera Gargantúa y Pantagruel, que lo influiría también en la concepción de la exuberancia fálica de los Buendía, recuerda Saldívar.

Salida

En 1947 logra publicar su primer cuento en El Espectador, de Bogotá:La tercera resignación. Desde los 20 años empezó a buscar una salida literaria al mundo de miedos de su infancia en los cuentos de Ojos de perro azul, en un proyecto novelístico titulado La casa y en varias versiones de La hojarasca.

Cambio

A su vuelta a Cartagena, a mediados de 1948, empezó la que pretendía ser su primera novela: La casa. Su acercamiento había sido de temas kafkianos, pero el descubrimiento de los escritores anglosajones lo reorientó (Faulkner, Woolf, Dos Passos, Steinbeck…). Supo que lo vivido con sus abuelos merecía ser contado. Así es que no paraba de escribir esa novela.

Esbozo

A finales de 1949 había publicado en El Espectador media docena de cuentos y terminado la segunda versión de La hojarasca. Allí ya se filtran las primeras luces de Macondo.

Advenimiento

Su primer reportaje novelado lo escribió a finales de los cuarenta en El Espectador: Un país en la Costa Atlántica, basado en la leyenda de La Marquesita de La Sierpe. Dejaría ver su veta narrativa que lo llevaría aLos funerales de la Mama Grande, a la perspectiva mítico-legendaria del incipiente Macondo de La hojarasca y a anunciar el advenimiento deCien años de soledad.

Borrador

Para entonces ya manejaba diversas fuentes e inspiraciones, además de sus abuelos: las figuras casi míticas de los generales Uribe Uribe y Benjamín Herrera, las leyendas de los coroneles Aureliano Naudín, Francisco Buendía y Ramón Buendía. Empezó a reencontrarse con su infancia y su cultura caribe. Ahora el problema no era sobre qué escribir, sino cómo hacerlo, y, como él mismo reconocería, iba a necesitar 15 años para descubrirlo.

Semilla

El 18 de febrero de 1950 completó su trabajo de campo de manera inesperada. Fue cuando viajó con su madre, Luisa Santiaga, a Aracataca a vender la casa de sus abuelos. Pasado y futuro casi cristalizados. Ese viaje, diría el Nobel en Vivir para contarlo, sería la experiencia más decisiva en su vida literaria. Tanto que con ese pasaje empieza sus memorias.

Macondo

El nombre inmortal de su espacio literario se le reveló en aquel mismo viaje a Aracataca. Era el nombre de una finca bananera en letras blancas sobre un fondo azul. El que debió ver muchas veces de niño cuando pasaba por allí en ese diablo al que llamaban tren.

Vallenato-novela

Los ritmos vallenatos interpretados por acordeoneros y cantado por juglares costeños eran la música de su entorno. En 1953 terminó de recorrer con uno de ellos, su amigo Rafael Escalona, la región caribe. Su interés surgió en 1948 al descubrir que esta música, además de ritmo pegadizo guardaba sabiduría en sus historias y contaba pasajes de la vida, sobre todo amorosos. No era solo un repertorio artístico sino cultural y moral de las regiones de Valledupar y la Guajira, las mismas de sus abuelos y sus padres. Ritmo y baile esenciales para concebir sus libros, sobre todo Cien años de soledad, que debía ser, como lo confesaría, un vallenato en versión novela.

Voz

La manera como su abuela Tranquilina y su Tía Mamá, Francisca, para arrostrar las historias y las situaciones más insólitas es lo que García Márquez llamaría “cara de palo” se convertirá en su recurso literario más prodigioso, una de sus claves esenciales de su arte de narrar, de hechizar a los lectores.

Periodismo

Tras su paso por los diarios El Universal de Cartagena de Indias y El Heraldo de Barranquilla, llegó en 1954 a El Espectador. Allí, en febreró de 1955 empezó a publicar la serie de reportajes que lo haría popular,Relato de un náufrago. La experiencia del periodismo le calienta la mano y despierta aún más su olfato para los titulares y los primeros y ultimos párrafos. Un arte que le serviría para dar a sus libros comienzos memorables y titulares repetidos e imitados hasta el infinito por sus colegas periodistas de medio mundo. Mientras, él sigue escribiendo y escribiendo su proyecto de La casa.

Comienzo

La publicación de La hojarasca en mayo de 1955 fue el verdadero comienzo de la primera opción estética que a través de Un día después del sábado y Los funerales de la Mamá Grande, lo conducirían a Cien años de soledad.

Promesa

En 1958, a los 31 años, poco después de la luna de miel con su esposa Mercedes Barcha, mientras volaban de Caracas a Barranquilla le dijo, que escribiría una novela llamada La casa.

México

Tras su vida como corresponsal por Europa y ayudar en la formación de la agencia de información cubana Prensa Latina, el lunes 26 de junio de 1961 llegó con su familia a Ciudad de México, donde escribiría cuatro años más tarde su más reconocida obra. Lo esperaba su amigo Álvaro Mutis.

Rulfo

Cuando Gabo le preguntó a Mutis qué obras mexicanas debía leer, este le trajo dos libros y le dijo: “Léase esa vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe”. Eran Pedro Páramo y El llano en llamas. El hechizo de su más alto grado de seducción volvía a repetirse desde el día en que a los nueve años leyera Las mil y una noches, a los 20 en Bogotá La metamorfosis y a los 22 en Cartagena la obra de Sófocles.

Preludio

En 1965 mientras conducía su Opel blanco con su familia desde Ciudad de México hacia Acapulco, vio claro cómo debía escribir La casa, embrión de su obra más famosa. Un día se sentó “frente a la máquina de escribir, como todos los días, pero esta vez no volví a levantarme sino al cabo de 18 meses”.

Escritura

Vivía en Ciudad de México, en el barrio San Ángel Inn, en arriendo en una casa de dos plantas, en la calle de la Loma 19, bordeando la campiña. Al fondo del salón había tapiado con madera su estudio: La Cueva de la Mafia. Era un espacio mínimo pero bien iluminado, de unos tres metros de largo por dos y medio de ancho, con un bañito, una puerta y una ventana al patio, un diván, una estantería con libros y una mesa de madera con una máquina Olivetti.

Inicio

Sería entre julio y septiembre de 1965. Se refugió en La Cueva de la Mafía con la enciclopedia británica, libros de toda índole, papel y una máquina Olivetti, que añadía su frenético tac-tac a los Preludios de Debussy y Qué noche la de aquel día de los Beatles que sonaban todo el tiempo. Cuando logró redondear la primera frase: “Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, se preguntó “qué carajo vendría después”. Solo hasta el hallazgo del galeón en la selva (al final del primer capítulo) no creyó “de verdad que aquel libro pudiera llevar a ninguna parte. Pero a partir de allí todo fue una especie de frenesí, por lo demás, muy divertido”.

Horario

A las ocho y media de la mañana, después de dejar a sus dos hijos en el colegio, se encerraba en La Cueva de la Mafia hasta las dos y media de la tarde, cuando llegaban para almorzar. Luego una siesta, un paseo por el barrio y volvía a escribir hasta las ocho y media cuando llegaban sus amigos.

Apuros

5.000 dólares le entregó a su esposa para el sostenimiento del hogar y así poder encerrarse tranquilo a escribir la novela “durante seis meses”. Ella se las ingenió para alargarlos en ese periodo pero cuando se acabaron, y vio que la novela apenas iba por la mitad, le dijo que no había nada que hacer. Gabo tomó su Opel blanco, comprado con el premio de La mala hora, se fue al Monte de Piedad y lo empeñó. Ese dinero tampoco duró. Después, Mercedes empezó a empeñar algunas joyas, el televisor, la radio, hasta quedarse solo con las “tres últimas posiciones militares”: su secador de pelo, la batidora con la que le preparaba el alimento a los niños y el calentador que le servía a su marido para escribir en las frías mañanas y noches de la ciudad.

Testigos

Mercedes, su esposa, Carmen Miracle y Álvaro Mutis y María Luisa Elío y Jomí García Ascot solían visitarlo después de las ocho de la noche. La conversación solía girar alrededor de la novela. Otro testigo fue el crítico Emmanuel Carballo, a quien Gabo le entregaba cada capítulo terminado.

Augurio

“Estoy loco de felicidad. Después de cinco años de esterilidad absoluta, este libro está saliendo como un chorro, sin problemas de palabras”, le escribió García Márquez en noviembre de 1965 a Luis Harss, que lo había entrevistado para el libro Los nuestros, junto a otros grandes de América Latina como Borges, Rulfo, Asturias, Cortázar…

Muerte

Había aplazado la muerte del coronel Aureliano Buendía, hasta que optó por la más sencilla: orinando al pie del castaño. Puso el punto y aparte, subió al dormitorio de su esposa, se lo contó, se acostó a su lado y se puso a llorar. Era el personaje inspirado en su abuelo Nicolás Ricardo Márquez.

Avances

El primero de mayo de 1966 los lectores de El Espectador leyeron el primer capítulo del libro. Carlos Fuentes leyó los tres primeros en junio y escribió un comentario muy elogioso. Después le pasó esas 80 cuartillas a Julio Cortázar.

Título

Al parecer se le ocurrió a mediados de 1966, cuando terminaba la novela, porque los capítulos que le pasaba al crítico Carballo estaban sin título.

Editorial

También a mediados de 1966 recibió la carta de Francisco Porrúa, editor de Sudamericana de Buenos Aires, que quería editar sus libros. Lo contactó por intermedio de Luis Harss, el del libro Los nuestros. Porrúa leyó lo publicado por García Márquez hasta entonces, El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y La hojarasca, y le gustó. En vista del interés de Porrúa por editar un libro suyo Gabo le ofreció la obra que estaba terminando. Le envió unas páginas del comienzo. “Desde el principio de la lectura comprendí que era una cosa nueva y admirable. No había duda. Entonces, como adelanto, Sudamericana le envió un sobre con 500 dólares”. Y en septiembre de 1966 firmó el contrato que le habían enviado.

Claves

La guerra civil de los mil días, el duelo de su abuelo Nicolás, la casa da Aracataca donde vivió su infancia, su viaje a los 16 años a Zipaquirá a continuar el bachillerato, donde se afiebró por la lectura y 1948, cuando leyó La metamorfosis, de Kafka, porque le ayuda a encontrar el hilo narrativo de su abuela Tranquilina.

Inspiración

La lectura de un párrafo del principio de Mrs. Dalloway le “transformó por completo” su “sentido del tiempo y le permitió vislumbrar en un instante todo el proceso de descomposición de Macondo y su destino final”, recuerda Saldívar. Pero es solo una verdad parcial, porque en realidad fue la relectura del párrafo unida a la experiencia de los viajes por Valledupar y la Guajira, más el regreso a Aracataca, lo que desencadenó en él una visión dinámica y corrosiva del tiempo estancado que venía manejando en La casa.

Fin

Según Dasso Saldívar, el momento de mayor desconcierto lo padeció cuando la novela tocó a su fin. Un día de septiembre de 1966 sintió que la historia de Macondo y los Buendía llegaba a su fin. “Las cosas se precipitaron a las 11 de la mañana. Estaba solo en la casa, no encontró a ninguno de sus cómplices para contárselo y no supo qué hacer con el tiempo libre. Después diría que tras la escritura del libro se había sentido vacío ‘como si hubieran muerto mis amigos”.

“¿Será mala?”

Fue con su esposa a la oficina de correos a enviar el libro a Buenos Aires. El agente de correos les dijo que el envío del paquete valía 82 pesos mexicanos. Solo tenían 50. Dividieron las 590 folios de 28 líneas cada uno y cada línea de 60 matrices o golpes por la mitad y enviaron los 10 primeros capítulos. Regresaron a la casa, cogieron aquellas “tres últimas posiciones militares” y volvieron al Monte de Piedad. Las empeñaron por unos 50 pesos. Al salir de la oficina de correos (recuerda Saldívar), Mercedes, que no había leído el libro le soltó: “Oye, Gabo, ahora lo único que falta es que esta novela sea mala”.

Lanzamiento

El 5 de junio de 1967 llegó a las librerías de Buenos Aires la primera edición de Cien años de soledad. Ocho mil ejemplares que volaron. Se publicó con una portada improvisada de su editor Francisco Porrúa, la de un galeón en medio de la selva, porque la encargada al artista mexicano Vicente Rojo no llegó a tiempo. En la segunda edición, la novela se publicó con la portada de Rojo. La de un mosaico de sellos que resumen elementos de la historia. Según el editor: “Ha sido una carátula insuperable”.

46 años, diez meses y 12 días después de aquel lanzamiento murió Gabriel García Márquez. Tres días después apenas empieza la peste feliz de sus recuerdos. Así es que ni imaginar si un día a Santa Sofía de la Piedad, única sobreviviente de Cien años de soledad, se le ocurre aparecer y empieza a hablar como un perdido, porque “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

(Tomado de El País)


Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 25/04/2014 10:22
García Márquez ingresa a la inmortalidad
Por: Gloria Inés Ramírez, senadora de la República

El pasado 17 de abril murió en su residencia en ciudad de México el insigne escritor y periodista colombiano, Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.

Este infausto suceso ha dado lugar a las manifestaciones más diversas, que van desde quienes lamentan su desaparición como una gran pérdida para nuestro país y le rinden un sincero homenaje, hasta los que no son capaces de disimular la alegría que les produce su muerte, pasando por la variada gama de los aduladores, los hipócritas y los oportunistas.

Como escritor, García Márquez ascendió a las más elevadas cumbres de las letras, de lo cual es prueba irrefutable el Premio Nobel de Literatura, lo mismo que la opinión autorizada de los más grandes literatos de nuestro tiempo a lo largo y ancho del mundo.

Fue dueño de un pensamiento avanzado y, a diferencia de algunos escritores de su época que terminaron en las toldas de la derecha, mantuvo durante toda su vida una posición progresista coherente y jamás permitió que la oligarquía colombiana lo utilizara para ponerlo al servicio de sus intereses.

Fue amigo de Cuba y se desempeñó como corresponsal de la agencia cubana de noticias Prensa Latina en Nueva York, de donde tuvo que salir hacia México por amenazas de los contrarrevolucionarios radicados en Estados Unidos.

Acompañó al general Omar Torrijos en la lucha por la recuperación de la soberanía de Panamá sobre la zona del Canal. Estuvo al lado de los pueblos en las luchas contra las dictaduras militares que por largo tiempo asolaron a América Latina y El Caribe con el apoyo de los gobiernos de Estados Unidos.

En Colombia, fundó con algunos intelectuales la Revista Alternativa, que se convirtió en una tribuna del pensamiento progresista y de izquierda, y fue siempre un demócrata integral y un luchador consecuente por la paz.

Todas estas posiciones le granjearon el odio, a veces mal disimulado, de los sectores más derechistas de la oligarquía.

A comienzos de los años 80 del siglo pasado, el reaccionario gobierno de Turbay Ayala expidió el llamado “Estatuto de Seguridad” a cuyo amparo se desató una oleada de allanamientos, detenciones y torturas que provocaron un escándalo mundial-

y que hicieron blanco de la persecución a destacadas figuras del arte y la cultura, entre ellas, la escultora Feliza Bursztyn, el poeta nacional Luís Vidales y García Márquez, a quien los extremistas de la derecha y los militares acusaban calumniosamente de tener vínculos con el M-19.

El fantasma del Ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels, reencarnado en el militarismo colombiano volvía a repetir “Cada vez que oigo la palabra cultura, desenfundo mi pistola”.

Son estas las verdaderas razones que llevaron a nuestro más grande escritor a buscar refugio en México, hecho que él mismo explicó en su momento diciendo “Ahora se sabe por qué me buscaban, por qué tuve que irme y por qué tendré que seguir viviendo fuera de Colombia, quién sabe hasta cuándo, contra mi voluntad”.

Son las razones que esconden cuidadosamente los fascistas, a quienes ni siquiera la muerte de García Márquez les produce un poco de respeto.

Gabriel García Márquez es, sin ninguna duda, uno de los más grandes colombianos de todos los tiempos, por lo que expresamos nuestra admiración por su vida y obra, nos inclinamos respetuosos y adoloridos ante su tumba y le rendimos nuestro modesto pero sentido homenaje. Fotos: Latam y Notimundo.


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