El fin de la confrontación aún está lejano, la fase más peligrosa todavía está por llegar: los acontecimientos en torno a las elecciones presidenciales, previstas para el 25 de mayo. Es importante comprender en qué posición se encuentran los protagonistas y si están claras las líneas de actuación.

En Ucrania la situación está estancada. El gobierno es incapaz de acabar con los desórdenes y de resolver los problemas económicos.

Las repúblicas populares orientales no pueden posicionarse como una fuerza solvente apoyándose en la mayoría de la población local. Los actores que se encuentran en escena y los que se hallan entre bastidores no logran dar con una vía para normalizar la situación. Y no es una cuestión de la profunda hostilidad mutua que se profesan ambas partes. Se necesita un marco general.

Desde el momento en que se produjeron los trágicos acontecimientos en Kiev durante la segunda mitad de febrero, el marco jurídico saltó por los aires y cada paso nuevo no hace sino empeorar la situación. La legislación primero cayó bajo la presión revolucionaria, luego fue sustituida por el principio del boomerang: "si vosotros podéis, nosotros también". En el contexto de un país heterogéneo, separado por diferencias de índole histórica y cultural, este panorama conduce a una vertiginosa polarización.

A los Maidán responden los Antimaidán, los grupos nacionalistas engendran formaciones “antifascistas”, el intento de monopolizar el poder central por parte de un grupo conduce a la alienación de otros, el derecho a la autodeterminación del pueblo ucraniano se refleja en acciones parejas en Crimea, etc. El procedimiento democrático (las elecciones), llamado a devolver la situación creada al marco legítimo, se realiza, sin embargo, fuera de él; por eso, no resolverá el problema sino que lo empeorará.

Para Rusia la anexión de Crimea constituye un acontecimiento único, que tiene una motivación histórico-psicológica singular y, a tenor de todos los indicios, Moscú no tiene más aspiraciones en cuanto a anexionar otros territorios. El objetivo último es la reorganización de Ucrania para privarla de la posibilidad de llegar a ser un estado antirruso consolidado.

El hecho de brindar apoyo a las acciones de los activistas en el Este entra dentro de la lógica general que impera en la política exterior rusa. A pesar de que se haya afirmado que en el sudeste de Ucrania están presentes numerosas dotaciones de “agentes” rusos, no se han ofrecido pruebas convincentes de ello.

Sin embargo, no se oculta la determinación a no permitir que se derrote a las “fuerzas de autodefensa”. Su fracaso se interpretaría como una derrota del Kremlin, puesto que Rusia no puede distanciarse de estos grupos. El movimiento antikievita del sudeste de Ucrania en Moscú cuenta con la garantía de que en el proceso de reconstrucción del esqueleto estatal hay que tener en cuenta los intereses tanto de los habitantes de esa parte del país como los de Rusia.

El marco del gran juego

Por lo demás, la confrontación en Ucrania es sólo un nivel más de un gran juego. Moscú se ha topado con la rigurosa animadversión en Occidente hacia sus acciones, y el enfrentamiento es irreversible: el punto en el que se halla la relación entre Rusia y Occidente es similar en términos psicológicos al de la Guerra Fría. Se ignora en qué medida ha tenido en cuenta el Kremlin las consecuencias económicas, pero la respuesta de Occidente se valoró y se estimó que el daño era asumible.

El objetivo de Moscú es marcar drásticamente una “línea roja” que ponga fin al periodo postsoviético. Y también mejorar ostentosamente su estatus en vísperas de la formación de un nuevo orden mundial.

 

La Unión Europa muestra su desconcierto. No encuentra su lugar natural en el conflicto en torno a Ucrania. La política de mano dura no entra dentro de su perfil. Y aunque lógicamente la Unión Europa debe hacer esfuerzos activos para la resolución de la crisis ucraniana, ha perdido la oportunidad de llevar la iniciativa. Europa no está preparada para un giro argumental tan brusco. Después de la Guerra Fría, el Viejo Continente se instaló en una zona de confort en que no temían especialmente a Rusia, no permitían las confrontaciones y se aprovechaban de las ventajas de la cooperación. Las acciones del Kremlin han sorprendido a Europa y han despertado todas las fobias históricas: el miedo a que se repitan las pesadillas de la historia europea del siglo XX, a las guerras mundiales y al reajuste de fronteras, incluso a la ruptura del sistema con la amenaza del uso de armas nucleares.

Los Estados Unidos, para los que hasta principios de año la política ucraniana era un tema de poco fuste, están obligados a involucrarse de lleno. La razón, por supuesto, no es la propia Ucrania, sino que por primera vez en muchos años los Estados Unidos han visto que se plantaba una resistencia dura e implacable a sus acciones.

Washington no se esperaba una respuesta tan firme por parte de Moscú. Como resultado, se asiste a un cambio de percepción. Antes de los acontecimientos en Ucrania, en Estados Unidos consideraban a Rusia un quebradero de cabeza, pero no un problema fundamental. Ahora ven en Rusia si no a un rival de pleno valor sí a un pretendiente a desempeñar este papel: el de uno que plantea desafíos.

Washington no tiene intención de examinar detenidamente cuál es la composición química de ese espeso sedimento que constituye la política interna ucraniana, por eso sus acciones no se han hecho esperar. Por medio de sanciones a Moscú, Estados Unidos prevé hacer cambiar el curso de los acontecimientos. La posibilidad de que lo logren es mínima, tiene que aumentar la presión y pasar a una represión cada vez más compleja. Y, dado que el problema no es Ucrania, en principio las fricciones se extenderán.

Las sanciones a Rusia pueden tener efecto a largo plazo. Quizá por primera vez los Estados Unidos muestren abiertamente hasta qué punto son realmente los principales dirigentes del sistema económico mundial. Los sistemas de pago Visa y MasterCard se “desconectan” en los establecimientos financieros a los que los Estados Unidos imponen sanciones. Las empresas de tecnología globales están dispuestas a romper su relación con clientes “indeseables”.

Mirando la dimensión que ha adquirido este conflicto, incluso resulta extraño recordar qué insignificancia originó todo. ¿Podía imaginar Yanukóvich qué truenos dejaba salir de la caja al aplazar medio año atrás la firma del acuerdo de asociación con la Unión Europea?

Fiódor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa.

Artículo publicado originalmente en ruso en Gazeta.ru.