Un hombre bueno y sencillo, noble y caritativo, preocupado por los más pobres y decidido a usar su poder e influencia para ayudar y proteger a los más desamparados. Su pensamiento es más acorde con nuestro tiempo, y hasta ahora sus actos son nada menos que revolucionarios en la institución que él dirige. Sin embargo, la presencia de este papa no habla bien de la Iglesia católica. Paradójicamente, habla mal.
La razón es el contraste. Cuando se estudian las creencias y las banderas de la religión católica, y se analizan las normas que rigen a la Iglesia (la entidad que representa esa religión), la conducta normal de los papas, a lo largo de la historia, debió de haber sido similar a la de Francisco. No obstante, el solo hecho de que muy pocos (por decir alguno) hayan obrado de esta manera, refleja lo cuestionablemente que lo hicieron esos papas del pasado. Es decir, si Franciso sobresale de manera espectacular por hacer las cosas bien, y parece una rareza por encarnar lo mejor de la filosofía cristiana y por limitarse a practicar lo que la Iglesia predica, esa disparidad significa que la larga lista de sus antecesores se caracterizó por hacer lo contrario: por no encarnar lo mejor de la religión y por no ser coherentes con lo que predicaron. El contraste entre este papa y la inmensa mayoría de los anteriores, en suma, salta a la vista.
Por ejemplo, en menos de un año este papa ha denunciado a los católicos corruptos y les ha lavado los pies a los presos (incluso los de un musulmán); ha bautizado al hijo de padres casados por lo civil y está decidido a limpiar las finanzas del Vaticano; se ha definido como un pecador y practica la modestia y la caridad; tiene un auténtico espíritu reformador y afirma que él no es nadie para juzgar a un homosexual; no parece obsesionado con el aborto y ha fustigado el capitalismo salvaje, señalando que ese modelo económico ha creado dramáticas desigualdades. ¿De cuántos papas se puede decir todo esto? ¿Acaso alguno antes de Bergoglio hizo algo similar? Sin embargo, ¿no deberíamos esperar de cualquier papa que hiciera justamente todo aquello?
Lo cierto es que estamos tan mal acostumbrados en cuanto a los líderes de la Iglesia que lo más básico y coherente nos parece admirable (y lo es). Es como el político que se proclama, como algo fuera de lo común (y lo es), una persona honesta. Llevamos años viendo a los papas predicando las virtudes de la pobreza, pero viviendo como millonarios; pontificando sobre la ayuda a los indefensos, pero protegiendo a curas pederastas que violaron a menores y trasladándolos de parroquia (en vez de entregarlos a la justicia) en donde esos criminales volvieron a cometer más atrocidades sin sanción alguna; hablando del amor al prójimo, pero legitimando dictaduras brutales que asesinaron a miles y miles de personas; excomulgando a mujeres humildes, pero sin hacer lo mismo con nazis, asesinos en serie, narcotraficantes o cualquier otro tipo de criminal atroz. Esa incoherencia, sin duda, es la raíz más profunda del malestar de miles de creyentes y es la causa del éxodo masivo de tanta gente que ha huido de la Iglesia católica. ¿Será capaz este papa de corregir ese error histórico? Quizás. Los milagros, dicen, existen.