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General: Leonardo Padura y la caja de Pandora
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 23/05/2014 02:16 |
Leonardo Padura y la caja de Pandora
por Jorge Ángel Hernández Pérez
Miércoles, 21 de Mayo de 2014 03:36
La caja de Pandora destapada revela, eso sí, hasta qué punto, quienes nos proclamamos rotundos defensores de la libre expresión, y del ejercicio crítico, estamos dispuestos a entender las ramificaciones transversales de esa crítica libre.
Es difícil hallar una obra más orgánicamente crítica con la realidad del proceso revolucionario cubano que la de Leonardo Padura, antes y después de esa “verdadera paduramanía” que, según la periodista Astrid Pikielnik, se ha desatado tanto dentro como fuera de la Isla. Lo hallamos en su narrativa, en su periodismo y, además, en su casi siempre relegada ensayística. Y es Padura, también, uno de los pocos escritores cubanos que se ha sostenido ante los veleidosos embates del mercado sin sacrificar su calidad literaria. De ahí, pienso, que fuese precisamente él —o sea, su obra— quien marcara el hito del cambio de generación en el Premio Nacional de Literatura de Cuba.
Es lógico, por tanto, que aseveraciones tan fuertes y arriesgadas por parte de un autor de tal repercusión y prestigio, desaten diversos modos de respuesta y llamen a la necesaria polémica. Entre las numerosas reacciones desatadas, todas atendibles por una u otra causa, buena parte insiste en reincidir en ciertos patrones absolutamente dependientes de las codificadas conductas de la Guerra Fría.
Así, por un lado, hay quien lo acusa de socavar el proceso revolucionario cubano, al tiempo que le exigen incluir factores clave de las circunstancias de Cuba que se hallan fuera de su propia capacidad de decisión. En tanto, otros ven en las críticas, o en las no coincidencias con las ideas de Padura, una coherente y bien articulada reacción. Juan Carlos Tabío, por ejemplo, se pregunta si “la bronca” es personal, en tanto Arturo Arango, dando una vuelta decisiva a la rosca de la especulación, considera que se trata de una especie de venganza, desarrollada a través de una organizada conspiración contra Padura, por haber concedido el Premio Nacional de Literatura posterior al suyo (el correspondiente al 2013) a Reina María Rodríguez. Paradójicamente, el propio Arango acepta como de total limpieza y merecimiento, tanto el Premio Pablo Neruda como el Nacional de Literatura, que a la misma autora recién se les otorgaran. O sea, que se trata de una opinión dependiente del prejuicio de sospecha que defiende como ecuménico, e incuestionable, el juicio de valor personal.
El llamado de Atilio Borón a Leonardo Padura se centra, no obstante, en unir a esa fuerza crítica —que el Diario La Nación intenta presentar como “tolerada” y no como asumida por la propia dinámica de transformación del proceso revolucionario cubano— circunstancias insoslayables ajenas a ese mismo proceso, como el bloqueo estadounidense, condenado por sucesivas sesiones de la Asamblea de Naciones Unidas, en aplastante mayoría aun en las más difíciles circunstancias de las relaciones internacionales cubanas y, sin embargo, nunca eliminado. ¿Decir esto es ser oficialista y significa además dejarse tragar por las orientaciones del Partido? Callarlo, ¿no significa otorgar patente de corso a un poder hegemónico global, de concreta, objetiva —y no abstracta— imperialista expansión?
Como puede apreciarse con la simple lectura del breve texto del sociólogo argentino «Padura en Buenos Aires», su llamado al silencio —tan polémico como el modo de Padura de extender el desencanto a toda su generación—, se fundamenta en el condicional reconocimiento de lo que, desde el poder multiplicado, se invisibiliza y se desvirtúa, no en permitir que se use el bloqueo como tapadera de la ineficiencia burocrática. El comentario es explícito al respecto. Y es parte además del escenario de la lucha librada por Atilio Borón durante toda su existencia, aun arriesgando su carrera intelectual cuando defendió ideas que fueron prudentemente desterradas del canon de consenso intelectual global.
Rodríguez Rivera, por su parte, defiende la posibilidad de elección ideológica del intelectual, sin que se le descarte, justo, por una etiqueta militante. También él ha enfrentado posturas oficialistas que se pretendían representación revolucionaria canónica, con absoluta valentía y, más importante, en el dominio público. Se trata de un intelectual coherente con cuyas ideas, en efecto, no tienen todos que coincidir ciento por ciento. ¿Es por ello Rodríguez Rivera el ariete de una conspiración fraguada contra Leonardo Padura y, más allá, contra Reina María Rodríguez? ¿No es, entonces, un acto de reacción intelectual el hecho de considerar a estos autores punta de lanza de una conspiración articulada y coherente? ¿No pretende, clara y públicamente, Arturo Arango, que sea unánime, y hasta parametrado por el Premio Neruda, el criterio de considerar a Reina María Rodríguez la indiscutible Premio Nacional de Literatura de 2013?
Otros, demuestran la evidente ecuación que equipara el regreso a la normalidad de Cuba, deseada por Padura en la conclusión de la entrevista a La Nación, aunque, justo es decirlo, con reticencia, con el retorno a un capitalismo imprescindiblemente dependiente. ¿No es parte de la aceptación de los poderes globales asumir la alienación capitalista como un estado natural? ¿Por qué podría ser más aceptable la dominación de la ideología del mercado, que la dominación de un proceso de transformación revolucionaria marxista? De ahí que, del mismo modo que Padura elige, otros puedan hacerlo, incluso ajenos a supuestos mandatos de partidos políticos.
Hay, pues, y lo digo con las letras que considero analíticamente precisas, una profunda contradicción ideológica en este cruce reactivo de bombas y petardos. Y hablo de ideología como una parte imprescindible de la cultura, no como un patrón de propaganda doctrinaria. Lo aclaro para cuando venga la andanada que de oficialista me acuse. Y llamo, de paso, a asumir un poco más de seriedad intelectual a la hora de confundir obra con persona. Para seguir aclarando, y disponerme al cierre de este comentario que ya se va extendiendo demasiado, pienso que siguen sin aparecer las verdaderas aristas a profundizar, aunque algo se esboce por algunos, como lo hace García Borrero en su epístola de respuesta —pública— a Tabío y Arango, y, en ese mismo post, con meridiana lucidez, el comentarista Carlos Olmedo.
La caja de Pandora destapada revela, eso sí, hasta qué punto, quienes nos proclamamos rotundos defensores de la libre expresión, y del ejercicio crítico, estamos dispuestos a entender las ramificaciones transversales de esa crítica libre. No es difícil comprender hasta qué punto insistimos en hacer coincidir nuestros propios límites con los límites de extensión de la opinión pública y, sobre todo, de los cánones de percepción ideológica. Y ello, a partir de la más libre elección personal, sin que medien orientaciones espurias de ninguna índole.
He recogido el Dossier de la polémica en Ogun guerrero, para que puedan confrontarse todos los trabajos. (Tomado de Ogún Guerrero) ( Ese dossier se incluye a continuación)
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Jorge Ángel Hernández Los cubanos somos apasionados por naturaleza, lo que otros consideran delirante, para nosotros es pura rutina. No se trata de una especie de excepcionalidad provocada luego del triunfo revolucionario de 1959, sino de algo que se halla en la naturaleza misma del comportamiento. Cuando los libros de Leonardo Padura aparecen a la venta, las colas son masivas y parece que es carne de res a precios ganga lo que se está vendiendo. Un tiempo atrás, en Casa de las Américas, hubo disgustos de la población porque no todos alcanzaron a comprar sus libros. Ahora, de golpe y porrazo, se ha desatado una polémica a partir de señalamientos concretos del sociólogo argentino Atilio Borón sobre su entrevista al Diario argentino La Nación, y de un llamado que sobre el mismo texto hiciera el intelectual cubano Guillermo Rodríguez Rivera. Los paduramaníacos más apasionados se han lanzado al ruedo, con aristas diversas de reacción, en tanto los defensores de la Revolución cubana también han considerado prudente intervenir. Así, el Dossier se hace extenso y un tanto intransitable. He hurgado con paciencia, entresacando los trabajos, tanto de la andanada de correos, como de las varias direcciones a las que remiten los diversos textos, para ver si al menos se ordena la cosa y, entre tanta referencia no referenciada, sabemos de qué se habla en realidad y porqué, en verdad, se reacciona. Este es el índice de lo que a continuación arrastro: 1. Leonardo Padura: “La realidad cubana es demasiado peculiar para explicarla con prejuicios a favor o en contra”, La Nación, Domingo 04 de mayo de 2014 2. Padura en Buenos Aires x Atilio Borón, Rebelión, 06-05-2014 3. Padura, la literatura, el compromiso x Guillermo Rodríguez Rivera, Rebelión, 12-05-2014 4. JUAN CARLOS TABÍO Y ARTURO ARANGO A PROPÓSITO DE LOS RECIENTES CUESTIONAMIENTOS A LEONARDO PADURA, Blog Cine cubano la pupila insomne, mayo 17 de 2014 5. Respuesta de Guillermo Rodríguez Rivera, Segunda cita, 15 de mayo de 2014 6. A los vigilantes del dogma x Juan Antonio García Borrero, Blog Cine Cubano la pupila insomne, 18 de mayo de 2014. 7. Padura: Ser o no ser, esa es la cuestión x Orestes H., Rebelión, 13-05-2014 8. “Aquí es donde más me preguntan por Cuba”, entrevista a Leonardo Padura x Guillermo E. Pintos, Miradas al Sur, Año 7. Edición número 312. Domingo 11 de Mayo de 2014.
La Nación, Domingo 04 de mayo de 2014 | Publicado en edición impresa Entrevista con Leonardo Padura: “La realidad cubana es demasiado peculiar para explicarla con prejuicios a favor o en contra” En vísperas de su llegada al país, el escritor y periodista cubano matiza las miradas elogiosas y críticas sobre su país, y afirma que la apertura está cambiando la vida social en la isla Por Astrid Pikielny | Para LA NACION Dice que la escritura fue su tabla de salvación, que lo rescató de la locura y la desesperación en los años noventa cuando la crisis de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) arrasó las promesas y los sueños de la utopía socialista y sumergió a Cuba, su patria, el país en el que vive y al que vuelve después de sus múltiples viajes al exterior, en una crisis inimaginable. Leonardo Padura, el periodista y escritor que cautiva a miles de lectores en todo el mundo y que ha desatado una verdadera “Paduramanía”, que escribe en Cuba sobre Cuba y que no ahorra críticas demoledoras a esa utopía trunca en sus múltiples novelas y trabajos periodísticos escritos para una agencia de noticias internacional, lo dice pausada y cálidamente, desde la isla, en una conversación telefónica pautada en vísperas de su llegada a la Argentina. El sábado próximo presentará, en la Feria del Libro de Buenos Aires, El viaje más largo (Capital Intelectual- Futuro Anterior), un libro que compila crónicas periodísticas escritas en los años ochenta y noventa, que conforman una travesía por la identidad cubana a través de algunos momentos, hitos y personajes. Esos trabajos, escritos en un momento singular para el periodismo cubano -que dio lugar a la experimentación y al vuelo literario-, hoy sorprenden por su vigencia y la calidad de la escritura. “Los escribí pensando en textos que no murieran con su publicación y que tuvieran una existencia un poco más dilatada. Me agrada mucho que esos trabajos escritos hace tantos años se publiquen, se editen y se estudien en las escuelas de periodismo como una forma de utilización de las técnicas narrativas, del lenguaje, del oficio literario”, relata. Después de ese paréntesis creativo en la historia del periodismo cubano, en los años 80, Padura explica que hubo un retorno a una prensa “politizada y utilitaria” que presenta “una imagen edulcorada del país”. Autor de El hombre que amaba a los perros – una novela sobre Trotsky y su asesino, Ramón Mercader- y una saga de novelas policiales que tienen por protagonista al ya célebre detective Mario Conde, Padura reconoce en Conde una suerte de alter ego, atravesado por la nostalgia, el desencanto y la desilusión de esa revolución que no fue y de ese futuro prometido que no llegó como lo esperaban. -De todas las herramientas de trabajo usted ha elegido la palabra. ¿Por qué? -Seguramente porque fui incapaz de ser un buen jugador de béisbol, y porque habría sido un desastre si hubiera intentado hacer alguna labor manual, la que sea, o porque no tengo vocación para el espectáculo y por lo tanto no podría ser actor ni político. En fin, porque es lo mejor que sé hacer, creo que lo único que sé hacer, y la palabra es la reina de la comunicación: existió antes que la literatura y va a existir después de la era digital. Y la palabra me dio esa posibilidad de satisfacer lo que se convirtió en una necesidad: comunicar algo. -¿Comunicar qué? -Las más disímiles actitudes, realidades, sentimientos. Cuando uno escribe literatura o periodismo tiene que preguntar para qué lo escribe. Y muchas veces la respuesta a esa pregunta está en un pequeño detalle de la vida cotidiana o en un gran acontecimiento. Depende de muchas razones que no siempre son las mismas. A veces veo a una persona y eso me da pie para crear un personaje literario o escribir una crónica periodística, pero siempre tratando de que eso tenga una dimensión dentro de la sociedad que yo vivo y me permita comunicar una historia de esa sociedad y le permita al lector, identificarla. -De todas maneras, su caso es atípico: vive en Cuba, escribe sobre Cuba y sus textos periodísticos y literarios no se publican en Cuba, sino en otros países. -Es cierto. Es una situación extraña: hacer periodismo sobre una realidad y que dentro de esa realidad no tenga un efecto o una relación directa con las personas que la conforman. Pero hay una relación indirecta; de una forma u otra, muchos de esos textos circulan y se leen bastante en Cuba. Tanto que con muchísima frecuencia me encuentro con personas que me hablan de un texto mío que escribí hace dos años como si lo hubiera escrito la semana anterior, porque fue entonces que lo leyeron. Y tanto circulan en ese medio alternativo que últimamente me ha ocurrido algo que no es extraño pero tampoco es agradable, y es que determinadas personas han puesto a circular textos como si los hubiera escrito yo, pero que no son míos. -¿Cómo se combaten las propias limitaciones, los propios obstáculos a la hora de escribir? -El mío es trabajar mucho. Escribo varias versiones de mis novelas. La escribo, la reviso, la doy a leer, la vuelvo a escribir, la vuelvo a revisar, la vuelvo a dar a leer, la vuelvo a reescribir y así hasta llegar a un punto en que esté conforme con lo que he escrito. El resultado de mi trabajo es un empecinamiento, una lucha por tratar de decir del mejor modo posible lo que quiero decir. Y esa es también mi actitud con respecto al periodismo. Ahora mismo estoy escribiendo un reportaje que explique qué cosa es la vida en Cuba. Lo he comenzado cuatro veces y todavía no estoy conforme. -Pero escribe en Cuba sobre Cuba. ¿Eso no facilita la escritura? -El problema no es tener la experiencia. Muchas personas tienen la experiencia, pero no tienen la capacidad de comunicar esa experiencia y de hacerlo de la mejor forma posible. Y eso se logra únicamente con mucho trabajo. -¿Cuánto hay del desencanto, del escepticismo, de la desilusión de su personaje el detective Mario Conde en Leonardo Padura? -Hay mucho. Hay una relación muy estrecha entre el personaje y yo. Mario Conde en la novela es mi forma de expresar la realidad cubana. Son los ojos míos para ver la realidad. Mario Conde es un hombre típico de mi generación que arrastra la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas, las ilusiones todavía existentes de mi generación y a través de él yo he conseguido poder expresar mis propias relaciones con la realidad que se ha vivido y se vive en Cuba. -A cincuenta años de la revolución cubana, se advierte hoy esa promesa que no fue, ese anhelo trunco. -Sí, tiene que ver con las promesas no realizadas. Yo recuerdo que se hablaba mucho del futuro, de un futuro que llegaría en algún momento y cuando ese futuro llegó, no trajo esas promesas que nos habían hecho. Más bien por el contrario, fue esa década del noventa en que mi generación está su momento de primera madurez y apogeo y nos sorprende una crisis que paraliza al país y que fundamentalmente paraliza a las personas. No hubo muchas posibilidades de desarrollo. Yo tuve la suerte de que mis posibilidades de expresión estaban en la literatura y que en esos años la literatura me salvó de la desesperación y de la locura. Escribí y publiqué muchísimo, y esa fue mi tabla de salvación en una situación material muy complicada para la vida de las personas y para el país en general. -Usted participó de esa “primavera” del periodismo. ¿Se podría hablar de un interregno? -Fue un paréntesis muy especial en el desarrollo del periodismo cubano, en el que hubo una serie de condiciones, como se dice habitualmente, objetivas y subjetivas que permitieron hacer un periodismo diferente. Y como en casi todo, lo importante es estar en el lugar correcto, en el momento adecuado. Y a mí me sorprendió en el lugar correcto, en el momento adecuado y pude hacer ese tipo de periodismo. -Después de ese paréntesis se volvió a una prensa “politizada y utilitaria”, como usted mismo la definió. ¿Qué lugar ocupa ese tipo de prensa? ¿Se lee? -Tiene un lugar preponderante en la sociedad cubana en la medida en la que es la única prensa que circula de manera oficial. Lo que ocurre es que la credibilidad de esa prensa es mucho menor de la que debería tener. Hay un chiste un poco macabro en Cuba que dice “cuando quieras conseguir comida, o leche o lo que sea, búscalo en el periódico o en el noticiero de televisión”. Ese periodismo es una imagen edulcorada del país y la gente la asume con esa distancia. -¿Por qué cree que después de la década del 80 el periodismo cubano no volvió a experimentar innovaciones como aquellas de las que usted fue parte? -Porque en la década del 90 prácticamente desaparecieron los periódicos y revistas cuando dejó de llegar el papel que enviaba la URSS. Sin ese soporte, era imposible hacer periodismo, y sólo quedó espacio para la propaganda oficial, salvo alguna que otra excepción en las publicaciones culturales que con mucho esfuerzo sobrevivieron. Después, a finales de la década del 90, comenzó a haber una recuperación de espacios físicos, pero se mantuvo la evidente regresión en los espacios de creación, información y análisis, por lo que fue imposible soñar siquiera con aquel periodismo literario de los años 80. Se utilizó la prensa como mecanismo de propaganda estatal y no hubo ese espacio de libertad. Hoy, con espacios alternativos -revistas, blogs- existe un periodismo diferente, pero muy poco divulgado, y por lo tanto, con efectividad limitada. Lo mejor de la prensa cubana de hoy está en los análisis, en los artículos periodísticos, los fuera de la prensa más oficial. -¿Se puede hacer “periodismo militante”? ¿En qué medida el militante se traga al periodista? -Se lo traga completo. El militante obedece al Partido. El Partido decide y manda. El periodista entonces desaparece. -¿Qué errores o distorsiones se cometen cuando se mira a Cuba desde afuera? Me refiero a los que tienen una mirada idealizada de Cuba o a los que ven en ella a una dictadura feroz. -Conocer una realidad como la cubana es un desafío. Resulta demasiado peculiar, singular, sin paralelos como para poder entenderla por comparación u oposición, o para intentar explicarla a partir de un par de prejuicios, a favor o en contra. La realidad cubana muchas veces toca el absurdo, diría que es una realidad que en ocasiones se convierte en irreal. Por eso la premisa más importante para intentar una interpretación de la realidad y la vida cubana es vivirla, pues sólo así se puede empezar a entender algo, aunque nunca se entenderá todo. Yo vivo en Cuba y escribo sobre lo que veo, conozco, sé, experimento. Nunca intento hacer suposiciones y por eso me molesta tanto que me pregunten mis predicciones sobre el futuro de Cuba. Hablo de la realidad concreta, tal y como yo la veo, pero sin deformar esa realidad. Por eso creo que puedo escribir sobre Cuba viviendo en Cuba y dar una imagen que si no es la realidad, sí se parece bastante a ella. -¿Cómo definiría su posición dentro de Cuba? ¿Un crítico tolerado? ¿Cómo ha construido y defendido ese espacio de autonomía e independencia que tiene usted allí? -Soy un escritor independiente y un periodista que no vive de ese oficio, pero que no deja de practicarlo, aun cuando mi trabajo de los últimos casi 20 años se haya publicado más fuera de Cuba que en Cuba. No sé si soy tolerado, si alguien lo pensó y me dio esa categoría, lo que sí sé es que he podido hacer mi trabajo reciente sin que nadie me moleste. Aunque, claro, pago el precio de que mi periodismo no se divulgue en Cuba, que la gente tenga que leerlo de manera aleatoria, cuando alguien reenvía por correo electrónico alguna de mis crónicas. Pero es un precio que pago con agrado, a cambio de libertad. -¿Cuán profunda es la “apertura” económica, política y social que se está difundiendo fuera de Cuba últimamente? -No sé si es profunda, creo que no, pero es una apertura con algunos elementos interesantes que están moviendo aspectos de la vida económica y social cubana, aunque sea de manera muy tímida. Hoy son más las personas que viven en el país sin depender del Estado, son más las que viajan al extranjero y se quedan o regresan, más los que obtienen mejores dividendos por su trabajo, y eso es importante, da movilidad a la estructura social y, a la larga, dará movilidad a la estructura política. En la vida intelectual, por ejemplo, la relación de los independientes con el Estado es ahora sobre todo fiscal, pero no hay que pedir permiso para viajar a un sitio, publicar, exponer o actuar, hacer una obra personal comprometida con el arte y no con las instituciones. Aunque falta mucho por ganar, sobre todo en el mundo de los medios. -Me gustaría una definición suya sobre el régimen cubano. -Sucede en este caso lo mismo que en otros, en los que se trata de explicar a Cuba a partir de modelos establecidos (o pre-establecidos) que no consiguen expresar la peculiaridad del caso cubano. Cuba es un país donde existe una trinidad de poder: el Estado-Gobierno-Partido (único) ejerce el poder a través de la misma persona y confunde sus atribuciones, las mezcla, las une. Incluso, se identifica esa trinidad con otro binomio, el de patria-nación, y el resultado es un quinteto de elementos reales y abstractos reunidos en un solo poder. Cuba es verdaderamente socialista, al estilo siglo XX, y su estructura política es típica del sistema, con elecciones y legislaciones que responden a esa estructura. Cuba es simplemente un país donde gobierna un partido único con un líder máximo que es a la vez presidente del consejo de Estado y del consejo de ministros, o sea el gobierno. -Usted habló de un futuro que no llegó como lo esperaban. ¿Cómo le gustaría que fuera Cuba en un futuro? ¿Qué país anhela? -¡Esta es la pregunta que nunca me deberían hacer! Todavía no tengo la bola mágica. Y como anhelo. pues anhelo la normalidad. Un país que sea normal, no excepcional.
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Padura en Buenos Aires Atilio Borón Rebelión, 06-05-2014
¿Cómo es posible que los fracasos o distorsiones de la revolución, que según Padura provocan “la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas” de una sociedad puedan ser señaladas sin decir una palabra sobre el imperialismo norteamericano y su criminal bloqueo de 55 años a Cuba?
Tengo un gran respeto por Leonardo Padura, que ha escrito algunos textos notables (y polémicos)como “El hombre que amaba a los perros.” En los próximos días presentará en la Feria del Libro de Buenos Aires su más reciente obra: “El viaje más largo”, una crónica sobre la Cuba de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Hoy, Domingo 4 de Mayo, el diario La Nación de Buenos Aires publica una larga entrevista con este autor y en la cual ofrece un balance muy negativo sobre la Revolución Cubana. Obviamente, cualquier proceso histórico tiene aciertos y errores, logros y fracasos. El problema con Padura es que los primeros no aparecen en su diagnóstico sobre aquellos años, durísimos sin duda, del “período especial”. ¿Pero será que no hubo ninguno en la Cuba revolucionaria, que todo estuvo mal? ¿Es posible olvidarse de conquistas históricas tales como la alfabetización universal y la enorme expansión del sistema educacional, los avances en materia de salud, la tasa de mortalidad infantil más reducida de las Américas, el acceso universal a la cultura en todas sus expresiones, la seguridad social, el internacionalismo como expresión de la solidaridad a escala mundial, para no citar sino las más evidentes? Se podría decir que estos logros ya no bastan pero, ¿cómo es posible que los fracasos o distorsiones de la revolución, que según Padura provocan “la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas” de una sociedad puedan ser señaladas sin decir una palabra sobre el imperialismo norteamericano y su criminal bloqueo de 55 años a Cuba? Sin esa imprescindible referencia cualquier crítica a un proceso político concreto se desliza al terreno de la denuncia abstracta y, por lo tanto, insanablemente equivocada producto de su miope unilateralismo. Así la Revolución habría fracasado por la ineptitud de su dirigencia, a Allende lo derrocaron por los errores de su política económica, a Arbenz por su imprudencia al pretender atacar el saqueo que perpetraba la United Fruit, Juan Bosch fue depuesto por su terca intransigencia frente al imperio, la Revolución Bolivariana está amenazada por su incompetencia y así sucesivamente. Desaparecen el proceso histórico y el entramado internacional en el cual éste se desenvuelve y que, en el caso de Cuba, revela la antiquísima obsesión norteamericana por apoderarse de la Isla; se esfuma la lucha de clases en el plano internacional y el sobresaliente papel que le tocó jugar a Cuba para, por ejemplo, hacer posible la derrota del apartheid en Sudáfrica y de los imperialistas en Angola; y se hace caso omiso del hecho de que la mayor potencia económica y militar de la historia se ha empecinado, hasta el día de hoy y con todas sus fuerzas, en hostigar y sabotear a la Revolución Cubana. Va de suyo que no se puede ni se deben ignorar los factores endógenos causantes -en parte y sólo en parte- de los problemas denunciados por Padura. Pero un diagnóstico riguroso debe recrear, en el plano del análisis, la totalidad del momento histórico en donde los factores internos y externos se encuentran dialécticamente entrelazados. El inventario de los errores y las insuficiencias de la Revolución es incomprensible, un galimatías infernal, en ausencia de una adecuada contextualización. Creo, modestamente, que quien no esté dispuesto a hablar del imperialismo norteamericano debería llamarse a un prudente silencio a la hora de emitir una opinión sobre la realidad cubana.
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Padura, la literatura, el compromiso Guillermo Rodríguez Rivera Rebelión, 12-05-2014 Segunda Cita
Cuando impugné el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura y afirmé que Eduardo Heras León debió recibirlo antes que él, creía –y creo– que la cuentística del Chino representaba un momento de la épica de la Revolución Cubana comenzante: pasarla por alto para premiar en su lugar una obra mucho más reciente implicaba olvidarnos de un momento esencial de nuestra literatura e incluso, de nuestra historia misma. Escribí entonces –lo repito ahora–, que ello no implicaba desconocimiento o subvaloración de la obra narrativa de Padura ni, mucho menos, algún conflicto personal con el novelista.
Conocí a Padura en las aulas de la Escuela de Letras de la Universidad de la Habana –tal vez en los años en que se llamaba Facultad de Filología–, y si bien no fuimos amigos cercanos, hemos tenido siempre buenas relaciones. Lo recuerdo visitándome junto a Rigoberto López cuando ambos planeaban ese muy buen documental que se llamó “Yo soy del son a la salsa”, ganador del premio principal en una de la ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Ambos querían escuchar conmigo los iniciales sones cubanos, los del Sexteto Habanero y el Trío Matamoros, que yo empezaba a atesorar en viejas cintas y, sobre todo, charlar sobre ellos, que era hacerlo sobre nuestra música. Después, estuvimos implicados Padura y yo en un proyecto que no llegó a materializarse: hacer una suerte de curso sobre la música popular cubana, que se llevaría a cabo en Palma de Mallorca, con el auspicio de la Universidad de las Islas Baleares y la gestión del común amigo Gonçal López Nadal. Alguna vez estuvimos Gonçal y yo, en el ámbito del hogar de Padura, en Mantilla.
Ocurre que soy poeta, ensayista y, como sabe quien me conozca, profesor de literatura desde hace más de cuatro décadas. En esos años, entre otras cosas, me ha correspondido enseñar la gran poesía contemporánea de la lengua española, tanto la de la península como la de América y, hace ya más de 10 años, me ha dado enorme gusto trabajar, en la Fundación Nicolás Guillén, la obra de ese cubano que es uno de los grandes poetas del español, en el siglo XX. En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama “jugar a hacer política desde el arte” lo que, a su juicio no se debe hacer, porque “los artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre –o casi– marionetas de ese poder”. Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución consideran “oficialistas” a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.
En el complejo entorno del mundo actual, el hombre inevitablemente contrae compromisos. Uno puede ganar su salario en una institución, sin que ello lo obligue a la esclavitud ideológica, a ser esa marioneta que mencionaba Padura. El escritor independiente depende de lo que escribe, y debe conseguir que esos textos satisfagan las aspiraciones de la editorial que los publica. Absolutamente independiente era Diógenes el Cínico (cínico porque llevaba una vida de perros) que dormía en una barrica y se dice que iba al mercado a mirar con satisfacción, cuántos objetos había que él no necesitaba.
El periodista del rotativo bonaerense ha entrevistado a Padura a través de un cuestionario trasmitido por correo electrónico, por lo que las afirmaciones recogidas en el viejo diario argentino –Bartolomé Mitre lo fundó en 1870, pero ya es otro periódico bien diferente a aquél en el que colaborara José Martí en las últimas décadas del siglo XIX–, deben ser textuales, fieles, exactas.
A la inversa de lo que se deduce de las opiniones de Padura, no creo que el compromiso del artista derive de su militancia: casi siempre el flujo, en los casos de real significación, ha sido a la inversa. Son las grandes conmociones históricas las que han impulsado a grandes artistas a eso que Padura llama (minimizándolo) “jugar con la política desde el arte”. En aquel poema que Pablo Neruda tituló “Explico algunas cosas” y que colocó al frente de España en el corazón (1937), su primer poemario comprometido, exponía en un verso el por qué sus poemas de Madrid olvidaban los grandes volcanes chilenos: venid a ver la sangre por las calles, decía. Eran los tiempos de la Guerra Civil española. El caos hondamente conmovedor que Picasso llamó “Guernica”, se pintó después que los cazas alemanes bombardearan la aldea vasca que inmortalizaron al destruirla. ¿Voy a dudar de la honestidad de César Vallejo, de su plena integridad al escribir “España, aparta de mí este cáliz” y sumarse al Partido Comunista, como también lo hizo Nicolás Guillén? Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua –y me precio de tenerla bien mala– rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas. Yo, que no he sido militante de ningún partido y ya no lo seré nunca, no seré tampoco quien sostenga que para defender sus ideas, el escritor, el artista esté obligado a figurar en la membresía de alguno. Pero tan intolerante como resultaría exigir esa militancia, me parece que lo es el hecho de descalificar al escritor porque su conciencia lo haya llevado a ello. Yo estoy persuadido de que la novelística policial de Leonardo Padura tiene un claro maestro: el español Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Pepe Carvalho es un primo español (en su escepticismo, en su estar de regreso de casi todo) del habanero Mario Conde. Vázquez Montalbán murió perteneciendo al partido comunista de Cataluña, el PSUC. Estando en España tras la extinción de la Unión Soviética, escuché en la radio una entrevista al autor de Los mares del sur, en la que una periodista con voluntad de incordiar, le preguntaba por qué militaba en un partido cuya ideología se había derrumbado. El poeta y narrador respondió que se había derrumbado una “lectura” del comunismo, una aplicación de la teoría marxista, pero que en el mundo había un número de pobres que crecía diariamente y cada vez menos ricos que atesoraban casi todos los bienes de la tierra. “Esa situación no se puede mantener”, concluyó. “En un momento del futuro, vendrá el triunfo del sistema comunista”. En un artículo que publica “Rebelión”, el politólogo argentino Atilio Borón enjuicia la entrevista con Padura aparecida en “La Nación”, y subraya la que llama la “unilateralidad” del enfoque de Padura al valorar la Revolución Cubana. En sus últimas novelas se insiste en “el desencanto, las ilusiones perdidas” de una generación cubana que, obviamente es la del propio autor. En la excelente trama policial que tiene “La neblina del ayer, el narrador omnisciente y a veces conductista, que describe el ambiente de las calles cubanas de un barrio popular, presenta a unos jóvenes aburridos, poblando las aceras y son, en su punto de vista, la resultante de la “frustración histórica” de Cuba. Pero Cuba no ha sufrido una frustración histórica. Cuba zanjó –está zanjando–su diferendo histórico con los Estados Unidos, la gran potencia que la convirtió en 1902, en un protectorado suyo y luego en una neocolonia y ahora, tras bloquearla por más de 50 años, hace lo único que tiene a mano: incluirla en una espuria lista de “países promotores del terrorismo” para desacreditar lo que no ha conseguido vencer. El fin del socialismo del siglo XX determinó otra crisis que vino a sumarse a la que representaba el bloqueo norteamericano. Ahí se generó no una frustración histórica, sino una abrumadora frustración material. Pero Cuba se mantuvo, cuando parecía que no podía ser: no pudo regresar la ultraderecha de Miami para hacerse del poder y llevar adelante eso que uno de ellos ha llamado el “destriunfo” de la Revolución. América Latina no es ya la sumisa región que cohonestaba el derrocamiento por la CIA del régimen democrático de Jacobo Árbenz, la invasión de la República Dominicana por los marines, o las tiranías de Augusto Pinochet y Rafael Videla. Es la región de la Revolución Sandinista en Nicaragua; del proyecto bolivariano que comenzó la Venezuela de Chávez; de la refundación plurinacional e inclusiva de Bolivia; de la revolución ciudadana de Rafael Correa en Ecuador; del Brasil emergente de Lula y de Dilma Roussef; de la argentina antimilitarista y progresista de los Kirchner; del Uruguay del tupamaro Pepe Mujica, y hasta del FMLN del mínimo Salvador, por el que dio la vida el poeta Roque Dalton. El punto inicial de ese proceso fue la aislada Cuba, la de Fidel y el Che, que generó ideas que volaron sobre el continente, y se quedó atrás, con un viejo modelo económico improductivo del que se ha propuesto deshacerse no tímida, pero si lentamente. Leí con mucho interés “El hombre que amaba los perros”, a pesar de que Padura se enamoró de su investigación histórica y a veces hizo crecer demasiado la novela con páginas que no le hacen bien. Únicamente le reprocho el personaje de Iván, el cubano que azarosamente encuentra al fanático Mercader, e interactúa con él. La periodista, de “La Nación”, y que tiene el inesperado nombre de Hinde Pomeraniec (desciende de rusos y ucranianos) lo caracteriza velozmente: un cubano sombrío, que pudo haber sido un gran escritor pero a quien el sistema hizo a un lado por haberse resistido a la obediencia irrestricta . Ese es un personaje de ficción, seguramente procedente de la reprimida literatura soviética de los estalinistas de los años treinta, y para nada representativo de la realidad cubana. Cuba tuvo un período de represión cultural, el llamado Quinquenio Gris (1971—1976) que Leonardo Padura no pudo vivir, porque era casi un niño entonces. Muchos artistas y sobre todo escritores –después de todo manejan el mismo peligroso instrumento del pensamiento, que es el lenguaje– fueron puestos a un lado por no trabajar dentro de los “parámetros” que la burocracia cultural del momento consideraba pertinentes. Ese fue también el tiempo de un intenso auge de la homofobia. Pero fue un período que acabó y esos artistas y escritores recuperaron su lugar en la cultura del país. El Instituto Cubano de Radio y Televisión, no difundía las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y Haydee Santamaría, la heroína cubana que dirigía Casa de las Américas, le pidió a Alfredo Guevara, el director del Instituto del Cine, que le creara un lugar de trabajo a “estos muchachos”. Así apareció el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que dirigió el gran músico Leo Brouwer, y que empezó a difundir por el mundo la música y la poesía de Pablo y Silvio. Y ya está bien. A pesar de que me satisface la divulgación de la obra del buen narrador cubano que es Padura, me sentía incómodo con la muy parcial entrevista ofrecida por él a “La Nación”, que Pomeraniec se encarga de matizar con sus observaciones. Ojalá el viejo diario donde colaboró Martí, edite otros trabajos que le permitan a sus lectores conocer mejor la realidad de Cuba, incluyendo la realidad de su cultura.
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Padura, la literatura, el compromiso Guillermo Rodríguez Rivera Rebelión, 12-05-2014 Segunda Cita
Cuando impugné el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura y afirmé que Eduardo Heras León debió recibirlo antes que él, creía –y creo– que la cuentística del Chino representaba un momento de la épica de la Revolución Cubana comenzante: pasarla por alto para premiar en su lugar una obra mucho más reciente implicaba olvidarnos de un momento esencial de nuestra literatura e incluso, de nuestra historia misma. Escribí entonces –lo repito ahora–, que ello no implicaba desconocimiento o subvaloración de la obra narrativa de Padura ni, mucho menos, algún conflicto personal con el novelista.
Conocí a Padura en las aulas de la Escuela de Letras de la Universidad de la Habana –tal vez en los años en que se llamaba Facultad de Filología–, y si bien no fuimos amigos cercanos, hemos tenido siempre buenas relaciones. Lo recuerdo visitándome junto a Rigoberto López cuando ambos planeaban ese muy buen documental que se llamó “Yo soy del son a la salsa”, ganador del premio principal en una de la ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Ambos querían escuchar conmigo los iniciales sones cubanos, los del Sexteto Habanero y el Trío Matamoros, que yo empezaba a atesorar en viejas cintas y, sobre todo, charlar sobre ellos, que era hacerlo sobre nuestra música. Después, estuvimos implicados Padura y yo en un proyecto que no llegó a materializarse: hacer una suerte de curso sobre la música popular cubana, que se llevaría a cabo en Palma de Mallorca, con el auspicio de la Universidad de las Islas Baleares y la gestión del común amigo Gonçal López Nadal. Alguna vez estuvimos Gonçal y yo, en el ámbito del hogar de Padura, en Mantilla.
Ocurre que soy poeta, ensayista y, como sabe quien me conozca, profesor de literatura desde hace más de cuatro décadas. En esos años, entre otras cosas, me ha correspondido enseñar la gran poesía contemporánea de la lengua española, tanto la de la península como la de América y, hace ya más de 10 años, me ha dado enorme gusto trabajar, en la Fundación Nicolás Guillén, la obra de ese cubano que es uno de los grandes poetas del español, en el siglo XX. En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama “jugar a hacer política desde el arte” lo que, a su juicio no se debe hacer, porque “los artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre –o casi– marionetas de ese poder”. Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución consideran “oficialistas” a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.
En el complejo entorno del mundo actual, el hombre inevitablemente contrae compromisos. Uno puede ganar su salario en una institución, sin que ello lo obligue a la esclavitud ideológica, a ser esa marioneta que mencionaba Padura. El escritor independiente depende de lo que escribe, y debe conseguir que esos textos satisfagan las aspiraciones de la editorial que los publica. Absolutamente independiente era Diógenes el Cínico (cínico porque llevaba una vida de perros) que dormía en una barrica y se dice que iba al mercado a mirar con satisfacción, cuántos objetos había que él no necesitaba.
El periodista del rotativo bonaerense ha entrevistado a Padura a través de un cuestionario trasmitido por correo electrónico, por lo que las afirmaciones recogidas en el viejo diario argentino –Bartolomé Mitre lo fundó en 1870, pero ya es otro periódico bien diferente a aquél en el que colaborara José Martí en las últimas décadas del siglo XIX–, deben ser textuales, fieles, exactas.
A la inversa de lo que se deduce de las opiniones de Padura, no creo que el compromiso del artista derive de su militancia: casi siempre el flujo, en los casos de real significación, ha sido a la inversa. Son las grandes conmociones históricas las que han impulsado a grandes artistas a eso que Padura llama (minimizándolo) “jugar con la política desde el arte”. En aquel poema que Pablo Neruda tituló “Explico algunas cosas” y que colocó al frente de España en el corazón (1937), su primer poemario comprometido, exponía en un verso el por qué sus poemas de Madrid olvidaban los grandes volcanes chilenos: venid a ver la sangre por las calles, decía. Eran los tiempos de la Guerra Civil española. El caos hondamente conmovedor que Picasso llamó “Guernica”, se pintó después que los cazas alemanes bombardearan la aldea vasca que inmortalizaron al destruirla. ¿Voy a dudar de la honestidad de César Vallejo, de su plena integridad al escribir “España, aparta de mí este cáliz” y sumarse al Partido Comunista, como también lo hizo Nicolás Guillén? Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua –y me precio de tenerla bien mala– rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas. Yo, que no he sido militante de ningún partido y ya no lo seré nunca, no seré tampoco quien sostenga que para defender sus ideas, el escritor, el artista esté obligado a figurar en la membresía de alguno. Pero tan intolerante como resultaría exigir esa militancia, me parece que lo es el hecho de descalificar al escritor porque su conciencia lo haya llevado a ello. Yo estoy persuadido de que la novelística policial de Leonardo Padura tiene un claro maestro: el español Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Pepe Carvalho es un primo español (en su escepticismo, en su estar de regreso de casi todo) del habanero Mario Conde. Vázquez Montalbán murió perteneciendo al partido comunista de Cataluña, el PSUC. Estando en España tras la extinción de la Unión Soviética, escuché en la radio una entrevista al autor de Los mares del sur, en la que una periodista con voluntad de incordiar, le preguntaba por qué militaba en un partido cuya ideología se había derrumbado. El poeta y narrador respondió que se había derrumbado una “lectura” del comunismo, una aplicación de la teoría marxista, pero que en el mundo había un número de pobres que crecía diariamente y cada vez menos ricos que atesoraban casi todos los bienes de la tierra. “Esa situación no se puede mantener”, concluyó. “En un momento del futuro, vendrá el triunfo del sistema comunista”. En un artículo que publica “Rebelión”, el politólogo argentino Atilio Borón enjuicia la entrevista con Padura aparecida en “La Nación”, y subraya la que llama la “unilateralidad” del enfoque de Padura al valorar la Revolución Cubana. En sus últimas novelas se insiste en “el desencanto, las ilusiones perdidas” de una generación cubana que, obviamente es la del propio autor. En la excelente trama policial que tiene “La neblina del ayer, el narrador omnisciente y a veces conductista, que describe el ambiente de las calles cubanas de un barrio popular, presenta a unos jóvenes aburridos, poblando las aceras y son, en su punto de vista, la resultante de la “frustración histórica” de Cuba. Pero Cuba no ha sufrido una frustración histórica. Cuba zanjó –está zanjando–su diferendo histórico con los Estados Unidos, la gran potencia que la convirtió en 1902, en un protectorado suyo y luego en una neocolonia y ahora, tras bloquearla por más de 50 años, hace lo único que tiene a mano: incluirla en una espuria lista de “países promotores del terrorismo” para desacreditar lo que no ha conseguido vencer. El fin del socialismo del siglo XX determinó otra crisis que vino a sumarse a la que representaba el bloqueo norteamericano. Ahí se generó no una frustración histórica, sino una abrumadora frustración material. Pero Cuba se mantuvo, cuando parecía que no podía ser: no pudo regresar la ultraderecha de Miami para hacerse del poder y llevar adelante eso que uno de ellos ha llamado el “destriunfo” de la Revolución. América Latina no es ya la sumisa región que cohonestaba el derrocamiento por la CIA del régimen democrático de Jacobo Árbenz, la invasión de la República Dominicana por los marines, o las tiranías de Augusto Pinochet y Rafael Videla. Es la región de la Revolución Sandinista en Nicaragua; del proyecto bolivariano que comenzó la Venezuela de Chávez; de la refundación plurinacional e inclusiva de Bolivia; de la revolución ciudadana de Rafael Correa en Ecuador; del Brasil emergente de Lula y de Dilma Roussef; de la argentina antimilitarista y progresista de los Kirchner; del Uruguay del tupamaro Pepe Mujica, y hasta del FMLN del mínimo Salvador, por el que dio la vida el poeta Roque Dalton. El punto inicial de ese proceso fue la aislada Cuba, la de Fidel y el Che, que generó ideas que volaron sobre el continente, y se quedó atrás, con un viejo modelo económico improductivo del que se ha propuesto deshacerse no tímida, pero si lentamente. Leí con mucho interés “El hombre que amaba los perros”, a pesar de que Padura se enamoró de su investigación histórica y a veces hizo crecer demasiado la novela con páginas que no le hacen bien. Únicamente le reprocho el personaje de Iván, el cubano que azarosamente encuentra al fanático Mercader, e interactúa con él. La periodista, de “La Nación”, y que tiene el inesperado nombre de Hinde Pomeraniec (desciende de rusos y ucranianos) lo caracteriza velozmente: un cubano sombrío, que pudo haber sido un gran escritor pero a quien el sistema hizo a un lado por haberse resistido a la obediencia irrestricta . Ese es un personaje de ficción, seguramente procedente de la reprimida literatura soviética de los estalinistas de los años treinta, y para nada representativo de la realidad cubana. Cuba tuvo un período de represión cultural, el llamado Quinquenio Gris (1971—1976) que Leonardo Padura no pudo vivir, porque era casi un niño entonces. Muchos artistas y sobre todo escritores –después de todo manejan el mismo peligroso instrumento del pensamiento, que es el lenguaje– fueron puestos a un lado por no trabajar dentro de los “parámetros” que la burocracia cultural del momento consideraba pertinentes. Ese fue también el tiempo de un intenso auge de la homofobia. Pero fue un período que acabó y esos artistas y escritores recuperaron su lugar en la cultura del país. El Instituto Cubano de Radio y Televisión, no difundía las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y Haydee Santamaría, la heroína cubana que dirigía Casa de las Américas, le pidió a Alfredo Guevara, el director del Instituto del Cine, que le creara un lugar de trabajo a “estos muchachos”. Así apareció el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que dirigió el gran músico Leo Brouwer, y que empezó a difundir por el mundo la música y la poesía de Pablo y Silvio. Y ya está bien. A pesar de que me satisface la divulgación de la obra del buen narrador cubano que es Padura, me sentía incómodo con la muy parcial entrevista ofrecida por él a “La Nación”, que Pomeraniec se encarga de matizar con sus observaciones. Ojalá el viejo diario donde colaboró Martí, edite otros trabajos que le permitan a sus lectores conocer mejor la realidad de Cuba, incluyendo la realidad de su cultura.
JUAN CARLOS TABÍO Y ARTURO ARANGO A PROPÓSITO DE LOS RECIENTES CUESTIONAMIENTOS A LEONARDO PADURA Publicado en Blog Cine cubano la pupila insomne, mayo 17 de 2014 Llegaron a mi buzón estos mensajes que han intercambiado el cineasta Juan Carlos Tabío y el escritor y guionista Arturo Arango, a raíz de la polémica originada por ciertas declaraciones de Leonardo Padura. Es posible, si encuentro el tiempo, que sume un par de ideas a este debate que me parece valioso. JAGB MENSAJE DE JUAN CARLOS TABÍO Estimado Eduardo: Una vez más te agradezco que me hayas incluido en tu larga lista de destinatarios a los que envías multitud de artículos sobre los más diversos temas publicados en la prensa y blogs cubanos y extranjeros. Artículos que de otra manera, al menos yo, no hubiera podido conocer. Entre los últimos correos electrónico que me has enviado, aparecen varios, en los que distintas personas, y sin que nada indique que se han puesto de acuerdo entre sí, han respondido, cuestionado y/o descalificado las palabras de Padura vertidas en distintas entrevistas, y sorprendentemente, en distintos momentos. Unas, recientemente, hace unos pocos días, otras, en el 2012. De esas personas solamente conozco a dos: al politólogo argentino Atilio Borón, que lo conozco de nombre, y a mi gran amigo desde hace mucho años, Guillermo Rodríguez Rivera. Los autores de los otros artículos apabullando a Padura que me has hecho llegar, están tan entreverados de suspicacias, especulaciones y descalificaciones, que, verdaderamente, no me tomo el trabajo de responder. En su artículo “Padura en Buenos Aires”, Atilio Borón comienza diciendo: “¿Cómo es posible que los fracasos o distorsiones de la revolución, que según Padura provocan “la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas” de una sociedad puedan ser señaladas sin decir una palabra sobre el imperialismo norteamericano y su criminal bloqueo de 55 años a Cuba?” Estoy totalmente de acuerdo con el señor Borón, en que cuando alguien emprenda un análisis global, histórico sobre la realidad cubana en estos 55 años, está en la obligación de situar el bloqueo (embargo le dicen por allá afuera) como el elemento clave que ha marcado todo este tiempo nuestro y que ha tenido siempre como finalidad crear el hambre y la desesperación en el pueblo cubano (eso, dicho en inglés, suena aún peor). Ahora, yo pienso que “la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas” de Mario Conde, como la de otros muchos personajes de nuestra narrativa, teatro y cine contemporáneo, que reflejan la de muchos cubanos y cubanas de carne y hueso que, aunque tengan garantizadas la educación y la asistencia médica para ellos y sus hijos, no les alcanza el salario, no ya para terminar el mes, sino para comenzarlo, y no ven (no vemos) la luz al final del túnel. Esta nostalgia, este desencanto, y estas ilusiones perdidas ¿las provoca el Imperialismo y el Bloqueo o el inmovilismo y las absurdas restricciones que nuestra querida burocracia ha impuesto verticalmente durante todos estos años, y que lejos de subvertir o paliar el bloqueo, han provocado todo lo contrario. ¿No es por esta razón que resulta dramáticamente necesaria la impostergable introducción y puesta en marcha (para algunos a regañadientes) de los Cambios Estructurales planteados por el Presidente Raúl Castro? ¿Es que cada vez que en un artículo periodístico, en una novela o en una película, se aborda de manera reflexiva, de manera crítica, algún aspecto de nuestra realidad actual, donde aparecen los problemas y las contradicciones generadas por esta propia realidad actual, habría que comenzar con la coletilla previa del Imperialismo y del Bloqueo? Todas las sociedades del mundo generan contradicciones, por supuesto que en otros países ocurren situaciones más dramáticas que en el nuestro. Pero nuestro arte y nuestra literatura, tiene, como una de sus funciones medulares, abordar estos problemas críticamente, para de esa forma interactuar con nuestra realidad (sobre todo porque nuestro periodismo oficialista no lo ha hecho nunca). ¿Qué palabras decir sobre el bloqueo y sobre el Imperialismo cuando se aborda (para citar un solo ejemplo), la realidad de esos millones de hectáreas de tierra en propiedad del Gobierno, que durante décadas han sido dejadas de la mano de Dios (y eso que nuestro Gobierno es ateo) creando marabú y haciendo que los pocos dólares que tenemos sean gastados importando el 80% de nuestros alimentos? ¿Qué decir sobre el bloqueo y el Imperialismo como no sea lo que dijo Raúl en un acto oficial cuando expresó (cito de memoria, pero su idea la tengo muy bien grabada en mi recuerdo): Basta ya de decir, ; , ahí está la tierra, vamos a ver si somos capaces de hacerla producir? A tenor del artículo de Borón, apareció simultáneamente este otro de Guillermo Rodríguez Rivera Padura, la literatura y el compromiso. En este artículo, Guillermo critica las respuestas de Padura en una entrevista publicada el 14 de julio de 2012. Cito: “En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama jugar a hacer política desde el arte lo que, a su juicio no se debe hacer, porque los artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre o casi marionetas de ese poder. Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución consideran oficialistas a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes”. Guillermo, cuando tú escribiste aquel memorable, chispeante y exacto poema, más en serio que en broma, o más serio por ser en broma, (abordando la escasez de alimentos en los años 90), en el que hablaste de los boniatos de Cracovia que ya no venían por la debacle del Campo Socialista, y que solamente se podían encontrar en la prensa y en la tele (poema en el que, por supuesto, no hiciste la más leve alusión al Imperialismo y al Bloqueo, como pediría Atilio Borón), ¿eras un periodista-poeta independiente que se burlaba de la prensa revolucionaria, o eras un periodista-poeta revolucionario que se burlaba de la prensa oficialista. ¿Revolucionario y oficialista no son antítesis? Si nuestra prensa militante, oficialista, hubiera sido consecuente con su verdadera función social, tú no habrías sentido la necesidad de escribir tu necesario poema sobre los boniatos de Cracovia. Más adelante en tu artículo, dices: “Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua y me precio de tenerla bien mala rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas”. Guillermo, por favor, ninguno de estos inmensos artistas que citas así como tampoco el Neruda de Explico algunas cosas; ni el Picasso del Guernica, a los que has aludido anteriormente- han sido militantes desde posiciones de poder. Ninguno, salvo Maiacovski, quien al final de su vida sí fue un poeta oficialista, y que como todos sabemos, se suicidó de un balazo. En un contexto como el de Cuba, donde todos los medios de difusión están bajo el control directo del Partido, es necesario que existan también periodistas independientes, independientes de verdad. Y por favor, Guillermo, en este cuento no pintan nada aquellos que, como tú dices “dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes”. Los artistas y los escritores, por definición, siempre tendrán que ser independientes, si no se convierten en oficialistas, que es decir funcionarios. Padura no es ni remotamente el único escritor, el único artista que aborda nuestra realidad de manera crítica, entonces, ¿Por qué esta andanada de comentarios enjuiciando su obra y sus palabras en entrevistas concedidas por él recientemente y desempolvando otras de hace varios años?; ¿La bronca es personal con Padura, o con todos los que no somos oficialistas? No sé, será que con la edad me estoy convirtiendo en un hombre sabio, porque cada vez tengo más incertidumbres que certezas. Un fuerte abrazo. Juan Carlos Tabío. |
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MENSAJE DE ARTURO ARANGO Juanca: Vi caer las primeras bombas contra Padura mientras yo estaba enredadísimo en un taller de guiones. Decidí que, en cuanto me liberara de aquello, escribiría algo para polemizar con Atilio Borón y Guillermo Rodríguez Rivera, quienes son, como bien dices, los únicos a quienes vale la pena responder con ideas. Veo lo que has escrito y me parece excelente: es casi todo lo que yo tendría que decir. Sin embargo, haré como una segunda base: recibo la bola, piso la almohadilla y tiro para primera algunas cositas más: Ante todo, como a ti, me llama la atención la coincidencia, lo articulado del bombardeo, aún más cuando la mayoría de las ideas con las que ambos polemizan ya han sido dichas por Leo, y por muchos de nosotros, durante estas décadas. Aunque la narrativa cubana no sea su especialidad, Borón podría informarse, por ejemplo, de que Jorge Fornet ha calificado a una zona de la narrativa cubana (a la que pertenecemos Padura y yo, entre otros) como “del desencanto”. Jorge coloca bajo ese rótulo a obras escritas desde los años 90 en adelante. ¿Dónde está lo nuevo, la sorpresa? En política, sabemos, no se puede ser ingenuo. Vale la pena que nos preguntemos ¿por qué ahora? ¿Por qué Padura? La escalada es interesante. Cuando Leonardo ganó el Premio Nacional de Literatura, nadie, que yo recuerde, se atrevió a cuestionarlo. Al obtenerlo Reina María, algo hizo clic y saltaron contra los dos (y no solo Guillermo fue al ataque). ¿Qué puede enlazar a Padura con Reina, además de la amistad generacional? Lo más visible, a mi juicio, es que ambos han escrito obras inconformes, adoloridas, críticas, centradas en la Cuba que han vivido. Es una cualidad que comparten con la mayoría de los escritores cubanos.Ellos dos, sin embargo, han ganado con justeza un enorme reconocimiento internacional. Por fortuna, el otorgamiento a Reina del Premio Internacional “Pablo Neruda”, en Chile, llegó a tiempo para acallar los ataques contra ella. Parecería que entonces la artillería recibió la orden de disparar sobre Leo. Y de verdad que no me gusta ser paranoico, pero las coincidencias son excesivas. Paso a otro punto, que vale la pena tener en cuenta. Para responder a las ideas vertidas por Padura en la entrevista del 14 de julio, Rodríguez Rivera opone la figura de Nicolás Guillén. El ejemplo de que nuestro Leonardo lleva la razón puede leerse en la página 180 del utilísimo libro de Jorge Fornet El 71. Anatomía de una crisis. El ensayista cita allí algunos discursos de Nicolás, todos de ese año. En uno de ellos, de enero de 1971, Guillén asegura que “no concebir que un escritor de hoy ‘sobre todo si pertenece a un pueblo subdesarrollado en rebeldía viva de espaldas a esa lucha, a ese pueblo, entregado a puros juegos de imaginación, a verbalismos intrascendentes, a ociosas policromías, a entretenidos crucigramas, a oscuridades deliberadas’”. Dos meses después, dice Fornet, Nicolás “insistirá en devaluar las obras de Gide, Proust y Joyce”. Vale la pena revisar ese capítulo de El 71, titulado “El arte ha de ser tarea de todo el pueblo”, para verificar cómo importantes intelectuales se plegaron a las exigencias el Partido y el Gobierno cubano para imponer en la Isla una idea de la cultura cercana a la política estalinista y ajena por completo a la tendencia que comprende al arte y la literatura como fundamentos para la emancipación de las personas. Lo he escrito en otras oportunidades: fue ese contexto ideológico el que nos hizo, generacionalmente, rechazar los usos instrumentales del arte y la literatura. Como me gusta asociar, no tengo más remedio que leer estos ataques a Leo junto a un desafortunado, y falso, artículo aparecido días atrás, primero en el blog de Manuel H. Lagarde y luego el boletín Por Cuba, de la red Cubarte. Dice la autora, llamada Rocío Martín: “Ninguna acción emprendida por los creadores cubanos para hacer respetar su libertad creativa en las últimas cinco décadas —en los momentos puntuales en los que la política cultural revolucionaria pudo haber sido malinterpretada—, se compara con la batalla de supervivencia que ha debido librar todo el pueblo de Cuba ante las constantes injerencias y sabotajes a su soberanía.” De todo ese artículo, que ha sido ya respondido por otros amigos, esa idea final me parece la más peligrosa: de nuevo plantea la subordinación del arte, la literatura, las ideas, a esas otras “batallas”. Es una concepción que está en las bases de ideología impuesta en los nefastos años 70. A mi juicio, la emancipación de un país no puede contraponerse a la emancipación de las personas. El precio de la libertad de Cuba no puede ser el sacrificio de la libertad de los cubanos (aunque sea “solo” de la libertad de pensar y de expresarse). Si esas dos “batallas” no van de la mano, nada tiene, tendría sentido. Un detalle más: al final de su diatriba contra Leo, Borón dice: “Creo, modestamente, que quien no esté dispuesto a hablar del imperialismo norteamericano debería llamarse a un prudente silencio a la hora de emitir una opinión sobre la realidad cubana.” Para reducir al absurdo su sentencia: quien no haya vivido todos estos años dentro de Cuba, ¿tendría derecho a emitir opiniones sobre nuestra vida? Nada, socio, que vine con ganas de descargar, Abrazotes, Arturo Arango Ps. He hecho copia a varios amigos comunes con los que he estado intercambiando informaciones en estos días. Lamentablemente, no tengo aquí el correo de Guillermo. Si alguno de los destinatarios quiere hacerme el favor de reenviárselo, quedaré agradecido. Y, como es natural, son libres de reenviar esto a quien quieran, o de publicarlo donde quieran, si vale la pena.
Respuesta de Guillermo Rodríguez Rivera: Segunda cita, 5 de mayo de 2014 Querido Juan Carlos: Me alegró mucho recibir tu contrarrespuesta a mí respuesta, donde se van aclarando asuntos importantes. Además, responderé algunos de los criterios de Arturo Arango y añadiré alguna cosa que no dije en el mensaje anterior. Por lo menos para mí, este será el último artículo, porque yo todavía no estoy jubilado y tengo un montón de cosas pendientes. Lo primero –que no hacía falta aclarar– es la amistad que nos une desde hace más (¡carajo!) de 50 años, pero nunca está de más reiterar el cariño. Lo segundo, es que yo no formo parte de brigada alguna que haya organizado la bronca contra Padura o contra los artistas que no son oficialistas. Yo, Juan Carlos, tampoco lo soy, aunque alguno quiera aprovechar la coyuntura para tildarme de ello. No soy militante del partido ni tengo cargo oficial alguno. Desde hace 46 años soy profesor universitario y desde hace más de cincuenta empecé a publicar lo que escribo, que es lo que pienso. Mi discrepancia surge cuando Padura enjuicia –y rechaza– a los artistas comprometidos de manera militante con un partido, filosofía, Estado o poder porque terminan siendo –o casi– marionetas de ese poder. Y me opongo a esa idea no porque yo sea uno de esos artistas, sino porque la desideologización no le puede hacer bien alguno a Cuba hoy. Si realmente Padura quiso decir lo que tu explicas, tengo entonces que reprocharle al buen escritor haber usado deficientemente el idioma. La palabra que usó inadecuadamente es “militante”, porque grandes artistas han militado en un partido, han servido a un estado, se han identificado con una filosofía, sin que ello implicara que fueran manipulados como títeres. Acaso no hayan sido todo lo independiente que fueron otros, pero es también hermoso el elogio que Neruda le hace a su partido: “me has hecho indestructible, porque contigo no termino en mí mismo.” Acaso la palabra adecuada no haya sido “militante” sino “fanática”´. Pero, en fin, Padura sabe escribir y uno no tiene que andar enmendándole la plana: yo pienso que lo que quiso decir fue lo que dijo. Acaso tu lectura era posible, Juan Carlos, pero más lo era la que descalificaba globalmente el compromiso del escritor. Y si eso lo declaraba a un diario de la oligarquía argentina, tú me dirás. Me dices que esa entrevista a La Nación tiene dos años de concedida pero se reedita ahora que Padura ha estado en la Feria del Libro de Buenos Aires, y se publica otra del pasado domingo 4 de mayo valorando la Revolución Cubana, que es de la que parte el juicio de Atilio Borón. Yo no descalifico el “realismo socialista” en alguna de sus obras que merecen la denominación de arte, desde alguna novela de Gorki hasta la tetralogía del Don, de Mijail Shólojov: lo terrible es que en tiempos de Stalin se impone como tendencia obligatoria de las artes y las letras soviéticas. Arturo Arango impugna que yo defienda, entre los grandes artistas que mencionaba, a Nicolás Guillén, y cita a Jorge Fornet mostrándonos a un Guillén siguiendo las (malas) orientaciones del partido, en los días del Quinquenio Gris. En cualquier caso, peores que las afirmaciones del poeta, fueron las que formula la terrible Declaración Final del I Congreso Nacional de Educación y Cultura, avaladas por la más alta dirección política del país, y que fueron una culminación del dogmatismo y la homofobia. Pero ninguna de esas afirmaciones, ni las del poeta ni las del partido, contaminan obras como “El apellido”, “Elegía a Jesús Menéndez”, “West Indies Ltd.”, la “Palma sola” o el Son de la muerte, esenciales en la historia de la poesía cubana y en la del español. Yo, al menos, me niego a perder lo bueno que tenemos. Fui yo quien impugnó los premios nacionales conferidos a Leonardo Padura y Reina María Rodríguez. Arturo Arango se pregunta: “¿Qué puede enlazar a Padura con Reina además de la amistad generacional?”. Creo que los enlazan esos premios nacionales, y que yo pensaba –y pienso– que Eduardo Heras y Lina de Feria los merecían antes que ellos. Nunca negué los valores de las obras de Padura y Reina María, pero son obras más recientes. Siempre según Arango, el premio chileno a Reina María, vino a “acallar” las opiniones sobre su premio nacional. No sé si habrá otras pero, en mi caso, no hacía falta acallarlas porque no era un campaña sino apenas un criterio que ya estaba dado y que no iba a alterar la parafernalia de los premios internacionales. Serrano de Haro era el embajador español en Cuba y me preguntó, en su momento, qué pensaba del Premio Cervantes otorgado a Dulce María Loynaz. Le dije que Eliseo Diego lo merecía antes que ella. De la Loynaz, a mí me gustaba su libro Juegos de agua. En Dulce María, el stablishment español condecoró a una poetisa conservadora, incluso cercana al franquismo: nunca le iba a conferir el premio a Eliseo, demasiado identificado con el “castrismo”. Yo no tengo en mi vida, que se va haciendo larga, demasiados actos de los que arrepentirme, pero te voy a contar uno. A propósito del Festival de la Juventud que se celebró en La Habana, escribí un artículo sobre la que era entonces la joven poesía cubana. Allí, despachaba sin muchos miramientos, la de Lina de Feria. Esa valoración era malintencionada, pero además era tonta, porque le reprochaba no ser capaz de expresar la revolución a una escritora que nunca había escrito poesía política. Con razón, Arturo Arango me lo echó en cara años después, aunque desde que apareció lo hizo el maestro Eliseo. ¿Por qué di esa opinión? Pues porque en el malhadado I Congreso Nacional de Educación y Cultura, Armando Quesada, dirigente de la UJC y director de El Caimán Barbudo, me acusó de contrarrevolucionario. Ello motivó que la Universidad de la Habana constituyera un tribunal para juzgarme y eventualmente separarme de mi puesto de trabajo. Era 1971 y se inauguraba el Quinquenio Gris. Para fundamentar por escrito la acusación que había proclamado de viva voz en el congreso, Quesada colocó el nombre de Lina de Feria entre las personas que avalaban ese criterio. La acusación era falsa, como lo era el supuesto aval de Lina. Años después ella me dijo que Quesada había usado su nombre porque ella era entonces la jefa de redacción del Caimán… y su subordinada. Poco después, Lina fue cesanteada y excluida de la vida cultural. Tanto que, en 1977, Norberto Codina seleccionó una antología de Poesía joven, que prologó Arturo Arango y publico Pluma en Ristre. Allí se excluía la poesía de Lina de Feria, seguramente obedeciendo la interdicción que pesaba sobre ella. Hay épocas difíciles, a veces hay muy malos momentos en la cultura, y no creo que valga la pena empezar a pasar todas las cuentas, mucho menos para desacreditar a un valor incuestionable de Cuba como es Niicolás Guillén. Hay un proverbio chino que me gusta recordar: “un combatiente con defectos, es siempre un combatiente; una mosca sin defectos, no es más que una mosca perfecta”. Hay una observación de Arturo Arango que me parece importante considerar. Afirma el escritor: A mi juicio, la emancipación de un país no puede contraponerse a la emancipación de las personas. El precio de la libertad de Cuba no puede ser el sacrificio de la libertad de los cubanos (aunque sea “solo” de la libertad de pensar y de expresarse). Si esas dos “batallas” no van de la mano, nada tiene, tendría sentido. Arturo debe saber que esa combinación es el ideal de José Martí: el día que la consigamos habremos cursado un trecho esencial de nuestra historia porque, hasta hoy, nunca hemos conseguido las dos cosas. Cuando valoró la significación del hombre fundamental que es, para América, Simòn Bolívar, escribió Martí: Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre.[1] Voy a confesar algo tal vez non sancto a propósito del reclamo de Arango, que el propio Martí matiza, escribiendo sobre el padre Bolívar. A mi me complacen las elecciones directas. Quiero decir: no me complace que un único partido, unos únicos hombres, puedan permanecer incondicionalmente en el gobierno. Debiera haber una competencia que los haga hacer cada vez mejor su trabajo, que sientan el peligro de perder el mando, y se esfuercen para poder mantenerlo. Hoy por hoy no domina el pluripartidismo en el mundo, sino un bipartidismo en el que los dos partidos son por igual garantes del sistema capitalista. Surgió en los Estados Unidos, con demócratas y republicanos, y lo incorporaron muchos países: es lo que ocurre en España con el PP y el PSOE. Los enemigos de la Revolución afirman que el suprimir las libertades políticas es una coartada de los gobernantes cubanos para no permitir una alternativa política en Cuba y no abandonar el poder. Pero si hubiera unas elecciones en Cuba, la promesa de un partido opositor a la Revolución, sería el fin del bloqueo, concedido por los Estados Unidos, con tal de desalojar a nuestra izquierda del poder y ahí, sí, cambiar nuestro sistema. Para que Cuba disfrutara la libertad política de sus ciudadanos, habría que poner fin al bloqueo norteamericano sin condiciones y que, paulatinamente, el pueblo cubano vaya procurándose el destino que quiera darse. Yo soy un apasionado de la libertad y la he ejercido siempre un poco más allá de donde se ha podido, pero no voy a tirar por la borda la soberanía, después de lo que nos ha costado, nos cuesta mantenerla. De todos modos, tenemos que seguir ampliando nuestras libertades, y hacerlo en las condiciones que tenemos. Creo que ello está ocurriendo entre nosotros, y debe proseguir. Se equivoca Arango y de paso Jorge Fornet –el hombre del bautismo– si creen que el “desengaño” nació con el período especial y que fue entonces cuando empezaron a faltar el yogurt y el papel higiénico. Mi generación tiene “desencantados” tan serios –Reinaldo Arenas, Norberto Fuentes, Jesús Díaz, Guillermo Rosales– que se fueron de Cuba, y otros que nos hemos quedado sin ser “encantados”, como Silvio, Lina de Feria, Nancy Morejón, Miguel Barnet, María del Carmen Barcia, Waldo Leyva, Aurelio Alonso, Víctor Casaus, Alex Pausides, Fernando Martínez. Estoy enteramente de acuerdo con respecto a lo que dices de Daniel Díaz Torres y Alicia en el pueblo de maravillas; me parecieron bochornosos los “mítines de repudio” que se organizaron para impugnar la película. Tuve el gusto de disfrutar de la amistad de Daniel y, después del caso de Alicia…, trabajar junto a él en un guión. Honradamente, me parece simplemente ridícula esta aseveración de Arturo:
Parecería que entonces la artillería recibió la orden de disparar sobre Leo. Creo que esto está un paso más allá de la paranoia. Cuando uno quiere ejercer las libertades y lo hace valorando y enjuiciando el entorno, como hace Padura, puede tropezar y de hecho tropieza con criterios que disienten del propio, sin que todo tenga que provenir de una oscura conspiración contra los “no oficialistas”. No voy a mandarle este trabajo a Segunda Cita, que tiene sus visitantes específicos, y a lo mejor disfrutan menos estos trajines estéticos cubanos. Lo hice inicialmente porque no se había comunicado conmigo Eduardo Montes de Oca, que lo ha hecho últimamente, y dispone de un amplio registro para distribuir estos trabajos. En fin, hermano Juan Carlos, debiéramos vernos en algún momento para tomarnos un trago y si no podemos hacer el documental que te sugería porque ya te has jubilado, orquestar una versión sinfónica de esa pieza esencial del folklore de La Rampa que se llama “El warandol”. Un abrazo y el afecto intacto de Guillermo Rodríguez Rivera.
[1] Jos´Martí: Letras fieras, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981, p- 408
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A los vigilantes del dogma Juan Antonio García Borrero. Blog Cine Cubano la pupila insomne, 18 de mayo de 2014.
Mensaje de Juan Antonio García Borrero a Arturo Arango y Juan Carlos Tabío Queridos amigos: Recibí los mensajes que ambos han circulado a propósito de la polémica originada por las declaraciones de Leonardo Padura en Buenos Aires. No reiteraré tópicos que ya han expresado, y que comparto casi en su totalidad. Me gustaría en todo caso apuntar un par de ideas que tendrían que ver con el papel que hemos jugado o dejado de jugar los intelectuales en todo este período de construcción del socialismo cubano, es decir, con la aceptación o rechazo por parte de los intelectuales de ese silencio prudente que, hacia el final de su texto, recomienda el prestigioso académico Atilio Borón. Lo del silencio intelectual impuesto o auto impuesto, y las consecuencias que ello ha traído al mejor o peor funcionamiento de nuestra sociedad, es algo que cada vez me parece más imperioso estudiar a fondo, si queremos pensar de veras en un futuro que supere el actual orden de las cosas. Hasta ahora hemos dedicado todos nuestros esfuerzos a criticar, exaltar, confrontar aquello que se ha dicho públicamente (no importa si a favor o en contra del proceso político iniciado en 1959), pero hemos atendido poco a lo que se ha dejado de decir, y mucho menos nos ha interesado escrutar en esos contextos que posibilitaron que lo que hoy podríamos calificar de una verdadera espiral del silencio intelectual, ganara naturalidad. Y sí, insisto: si de veras queremos tener una mayor claridad del futuro al que queremos llegar, o al que llegarán nuestros hijos, en algún momento tendremos que narrar la historia de nuestros silencios. Entiendo cuando Borón alerta sobre la necesidad de no perder de vista algo tan abstracto y al mismo tiempo omnipresente como es eso que llamamos “imperialismo norteamericano”. Ignorar la existencia de ese imperialismo, ignorar su impronta sobre la vida de millones de seres que carecen de lo mínimo sería cuando menos poco serio. Pero una cosa es esa, y otra es desconocer los impactos negativos que han tenido entre nosotros los errores de los hombres que en Cuba insisten en construir una sociedad alternativa. Y como esa construcción va siendo colectiva, pero guiada por el grupo gobernante, entonces se le haría un flaco favor a la construcción del socialismo (que como sistema social sería siempre mucho más complejo que la visión que puedan tener del socialismo los que gobiernan aquí o allá, en determinadas fechas) si se sigue alimentando esa adicción al silencio ante los errores de la élite política, adicción que ya alguna vez se contrajo con gusto apelando a la coartada de un impersonal sujeto colectivo nombrado “revolucionario”. Lo “revolucionario” fue el gran saco donde desaparecieron, de pronto, todas las tensiones que en la vida real ponen a luchar a los seres humanos entre sí. De manera que en nombre de ese sujeto colectivo nombrado “revolucionario” nos recomendaron (y lograron imponer por un tiempo) el silencio alrededor de esas injusticias que en la práctica y de manera sorda seguían fomentándose contra los negros, las mujeres, los homosexuales, en tanto la prioridad era construir el comunismo, y formalmente las iniquidades habían sido suprimidas en los textos legales. Hoy ya hemos admitido que el racismo perdura en nuestra sociedad, y las feministas siguen librando sus batallas, ahora con más argumentos, y CENESEX encabeza una lucha que podría concedernos un poco más de sensibilidad ante el fenómeno de la diversidad sexual. Muchos, sin embargo, tratan de eximir al Estado de toda responsabilidad histórica creyendo que con ello lo defienden mejor. Pero, ¿acaso no era el mismísimo Ernesto Che Guevara quien hacía esa temprana advertencia en “El socialismo y el hombre en Cuba” de que todo Estado (por ser hombres de carne y hueso quienes toman las decisiones) se equivoca? “Sin embargo, el Estado se equivoca a veces”, decía allí, y añadía: “Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efecto de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar”. Ahora, la pregunta que queda en el aire a raíz de esa observación del Che no resultaría menos inquietante que lo que intenta subsanar: ¿quiénes estarán autorizados a contribuir a esa rectificación? “Es el instante de rectificar”, nos dice, pero en el caso de los cubanos, ¿significa que es solo la élite gubernamental y los miembros del Partido Comunista los que tendrían el derecho a establecer la crítica a esos humanos errores, condenando al silencio a los otros actores sociales? Ese dictamen excluyente nunca llegó por escrito, pero mi criterio es que a partir de 1968 (es decir, mucho antes del 71 que tan bien estudia Jorge Fornet en su libro) se comienza a institucionalizar ese silencio intelectual que casi siempre se justifica con la coartada de que, si se habla de nuestras carencias más graves, se le estaría entregando armas al enemigo, es decir, a ese imperialismo norteamericano al que alude Borón. Lo cual es de lamentar, porque hasta el 68 parecía natural en Cuba la coexistencia, a ratos nada pacífica (como sucede en la vida real, por cierto), entre la vanguardia política y la vanguardia artística. Entonces la esfera pública era un hervidero de polémicas donde podías encontrar debatiendo lo mismo a Alfredo Guevara y Blas Roca, que al Comandante Serguera y el Consejo de Dirección de la revista Revolución y Cultura”, por citar apenas a algunos ejemplos, si bien basta revisar el libro que Graziella Pogolotti ha organizado con algunos de los debates de la década, para darnos cuenta que eran muchos los que querían contribuir (no con su silencio militante y disciplinado, sino con la voz activa e incómoda que quería defender la utopía humanista), a la construcción de los nuevos escenarios. Eso comenzó a cambiar de un modo radical tras la muerte del Che. Ya en el hoy olvidado Congreso Cultural de La Habana, celebrado a principios de 1968, el término “intelectual revolucionario” empezó a contraponerse al de “intelectual crítico”: la época exigía que había que ser “intelectual revolucionario” antes que “intelectual crítico”, como si una cosa estuviese divorciada de la otra. Obviamente, pesaba aquello que el Che había escrito sobre el pecado original de los intelectuales, pero también era una época donde se exigía más acción que pensamiento académico, y muchos intelectuales apoyaron esa percepción. Tengo a mano, para poner un ejemplo, esto que Lisandro Otero escribía en uno de los editoriales del número 2 de la revista “Revolución y Cultura”: “Algunos dirán que el escritor tiene su propia misión específica que no es la del soldado y esto es aceptable siempre que el escritor no se autotitule revolucionario. Porque el método del oficio revolucionario es el combate y quien lo rehúye no puede decirse tal. Y en definitiva quien esté al margen de la acción ¿podrá reflejar realmente la necesidad revolucionaria u ofrecerá una visión contemplativa del devenir histórico? Desde los observatorios las imágenes siempre se perciben deformadas o inexactas”. Cierto, el contexto histórico era otro, y las demandas de descolonización política formaba parte del imaginario de las izquierdas de la región y del llamado Tercer Mundo, muchas veces contrapuestas a las izquierdas europeas, como puso en evidencia el segundo “caso Padilla”. Pero, ¿cuántas desmesuras no se hubiesen podido evitar si el silencio del intelectual revolucionario que prefiere callar ante “las pequeñas injusticias”, porque lo que vale es la Causa mayor, no hubiese sido confrontado con la crítica intelectual que le habla al Poder con transparencia de esos descomunales errores? Se me dirá que la represión estalinista en Cuba entonces era de temer, como demostró (por poner un ejemplo) la desaparición de la revista “Pensamiento crítico”. O el Primer Congreso de Educación y Cultura y sus escandalosas recomendaciones de parametración de los seres humanos, de acuerdo a una escala de valores construida por el grupo dominante. De acuerdo: yo no sería capaz de apuntar con un dedo a los que entonces optaron por callar porque es muy fácil enjuiciar a los otros cuando se vive un momento histórico aparentemente más abierto a la tolerancia. Trato de imaginar qué hubiese hecho yo en esas circunstancias, y sé que jamás obtendré una respuesta confiable. Por eso, más que enjuiciar a quienes vivieron esa época, me interesa comprender (quisiera enfatizar ese término: comprender) cuáles fueron los dispositivos que permitieron que una idea tan humanista como la que propuso originariamente Marx, una herramienta que supuestamente venía a emanciparnos, a hacernos más libres y plenos como individuos, se convirtió en el siglo pasado en aparato de dominación y terror en todo ese sistema comunista que por algo se derrumbó. Esto me interesa justo porque no he renunciado a la idea de que un día sea posible vivir una sociedad menos deshumanizada que esas que actualmente padecemos los humanos del ahora, vivamos en el capitalismo o en el socialismo. Y porque no basta repetir como un loro que el socialismo es superior al capitalismo: se necesita demostrarlo con argumentos, pero antes con actos, realidades. Y una de esas realidades tendría que hablar de las conquistas de espacios donde sea posible ejercer la crítica más radical a quienes construyen ese socialismo (con la misma soltura con la que criticamos en nuestra televisión al capitalismo), sin temor a las represalias de quienes se consideran a sí mismos guardianes de una Verdad para ellos intocable, y que por tanto se erigen en sujetos intolerantes, incapaces de reparar en que, más allá de las convicciones que podamos albergar en nuestras mentes, la vida todo el tiempo ha proseguido evolucionando, y ha creado nuevos conflictos, nuevos problemas, nuevos sujetos, nuevas aspiraciones. A estos vigilantes del Dogma sagrado e intocable que repudian la diversidad, que recelan de todo lo que huela a nuevo, cambio, libertad, y aspiran a la uniformidad del pensamiento según lo que ya han hecho suyo, apremiándonos al silencio complaciente cuando uno no quiere hacerle el juego a ese consenso artificial, se les podría seguir oponiendo aquella célebre interrogante de los antiguos: ¿Quién vigila a los vigilantes? Un abrazo grande,
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Padura: Ser o no ser, esa es la cuestión Orestes H. Rebelión, 13-05-2014 Fue la idea central del archiconocido monólogo del bardo inglés William Shakespeare, la que primero vino a mi mente, cuando hace unas horas leí la entrevista que el exitoso escritor cubano Leonardo Padura ofreció al diario “La Nación” de Buenos Aires en ocasión de su visita a la Argentina a propósito de la presentación de su última novela en el contexto de la concurrida Feria Internacional que anualmente allí se organiza. En la obra de Shakespeare, el personaje Hamlet se debate en la trágica contradicción (universal) entre ser o no ser ante las disimiles coyunturas que le ha presentado la vida: sufrimientos, fortunas, armas y adversidades; siendo éstas, algunas de las encrucijadas ante las que el protagonista debate su decisión entre morir o vivir, e incluye muy a propósito la opción de soñar. No soy escritor, ni especialista y mucho menos crítico literario, soy ni más ni menos que un hijo de Cuba, tanto como el propio Padura, en mi caso nacido con la Revolución y educado en los principios que heredamos de la historia de nuestro pueblo desde la conformación misma de la nacionalidad cubana; principios que la etapa del proceso revolucionario iniciada a partir de 1959 (aunque Padura lo desdeñe en cada una de sus apariciones) ha llevado a su máxima expresión. Tampoco pretendo hacer aquí un análisis de la obra literaria del escritor, a todas luces muy exitosa y de calidad sin discusión, y que debo reconocer he disfrutado mucho, desde la serie que protagoniza el sempiterno Mario Conde, hasta la “La Historia de mi Vida”, que considero su mejor y más lograda investigación, en la cual- debo también decirlo- de manera magistral nos lleva por los vericuetos de una parte de la historia de Cuba y sobre todo de la vida de nuestro poeta José María Heredia que desconocíamos. Ese es un libro digno de estar a la cabecera de cada joven cubano y en cada biblioteca de escuela de nuestro país. Volviendo a la idea original de este comentario, digo que vinieron a mi mente Shakespeare y su Hamlet al leer la entrevista concedida al diario porteño porque aunque ya me he ido acostumbrando a las reflexiones claramente narcisistas de Padura, no lograba entender en esta ocasión las razones por las que decidió antes de su arribo a Buenos Aires ofrecer declaraciones justo a ese “medio de incomunicación”. Inmerso en esa duda me convencí que Padura siempre está (o debe estar) ante la disyuntiva shakespeariana de ser o no ser (o en todo caso “hacerse el muerto para ver el entierro que le hacen”, según reza un popular refrán cubano. Dedicaré mi comentario a dos temas que considero, entre otros, importante debatir alrededor de la mencionada entrevista. En primer término vale mencionar que “La Nación”, si Padura no lo sabe (lo cual dudo), tiene un historial digno de una novela trágica, asociado a su complicidad con las dictaduras militares de los años 70, que costaron solo al pueblo argentino más de 30 000 desaparecidos, complicidad que está probado respondió a negociados por los que la justicia le ha abierto una o varias causas. Es el mismo diario que desde hace dos siglos y bajo la dinastía de la familia Mitre, ha desatado sin sonrojo todo su poder contra las ideas y acciones integracionistas de nuestros próceres y que en los últimos 50 años no se ha privado de nada para atacar todo proceso social en el continente que desee ser “normal” (para usar una palabra que expone Padura cuando es cuestionado sobre lo que desea para Cuba en el futuro) y trabajar por distribuir un poco mejor la riqueza. Ese es el diario al que Leonardo Padura ofreció sus primeras declaraciones aun antes de llegar a la Argentina, y que los editores decidieron además ubicar en página privilegiada. Algunos, el propio Padura incluido, podrán aducir que José Martí, el prócer mayor de Cuba, colaboró con ese diario cuando estaba en Nueva York durante su prolongado exilio. Ello es cierto, muy cierto. Un Martí descollante en lo intelectual y definido en lo políticamente revolucionario (remarco: políticamente revolucionario), colaboró con varios diarios de la región y “La Nación” fue uno de ellos. El que lea sus crónicas de entonces, (estoy seguro que Padura lo ha hecho dada su condición de acucioso investigador), se dará cuenta que Martí hizo gala de una exposición clara de lo que estaba conformándose en el impetuoso imperio, y la combinaba con comentarios excepcionales que permitían al lector del sur de América adentrarse en realidades que marcarían su futuro. Ahora se conoce que aquellas crónicas generaron temor en los editores aristócratas y desde aquel entonces, ya pro imperiales, por lo que la censura y la mutilación mostraron la verdadera esencia de lo que los dueños del diario pretendían. Para muestra, un botón. Fue el propio Bartolomé Mitre, Director del periódico quien el 26 de septiembre de 1882 remitiera a Martí una carta que se explica por si sola y en la cual le dice: (…)La supresión de una parte de su primera carta (…) ha respondido a la necesidad de conservar al diario la consecuencia de sus ideas, en lo relativo a ciertos puntos y detalles de la organización política y social y de la marcha de ese país (…) La parte suprimida de su carta, encerrando verdades amigables, podía inducir en el error de que abría una campaña de “denunciación” contra los Estados Unidos como cuerpo político, como entidad social, como centro económico (…). Su carta hubiera sido todo sombras, si se hubiera publicado como vino, y habría corrido el riesgo innecesario, publicándola íntegra, de hacer suponer la existencia de un ánimo prevenido, y mal prevenido (…) pero tratándose de una mercancía –y perdone Ud. la brutalidad de la palabra, en obsequio a la exactitud- que va a buscar favorable colocación en el mercado que sirve de base a sus operaciones, trata como es su deber y su derecho, de ponerse de acuerdo con sus agentes y corresponsales en el exterior acerca de los medios más convenientes para dar a aquella todo el valor de que es susceptible”. Elemental Watson! Habría dicho el inigualable Holmes.
El otro tema que deseo abordar asociado a esta entrevista realizada al escritor cubano Leonardo Padura, tiene que ver con sus valoraciones claramente desdeñosas que el escritor acostumbra a verter contra el proceso revolucionario cubano cada vez que tiene una oportunidad en sus constantes viajes y escritos, criterios que reitera (como no podía ser de otra forma) ante el cuestionario de “La Nación”. Pudiera decir yo, maliciosamente pensando, que Padura conoce cuál es el tipo de lector de “La Nacion” y él sabe que sus reiterados conceptos sobre supuestas “incertidumbres, sueños truncados y desencantos” del pueblo cubano (del que al parecer pretende erigirse como vocero) sobre su proceso, serán cantos de sirena a potenciales compradores de su último trabajo que- ¡oh, casualidad!- es una “crónica de la realidad de Cuba de los 90”. Pero no seré tan “mal pensado”. Preferiré suponer que no es así y que Padura intenta presentarse el coherente ser humano que dice ser. Lo que me queda claro es si Padura leyó bien la carta que B. Mitre envió a José Martí, tan distante en el tiempo como hace 132 años, como tampoco si leyó con paciencia la carta de Martí a su amigo mexicano Manuel Mercado la víspera de su muerte en Dos Ríos. ¿Qué otra cosa explicaría entonces el hecho de que no mencione en sus respuestas a “La Nación” ni por asomo, como no ha hecho nunca en sus giras y presentaciones, el también centenario deseo de la élite estadounidense de apoderarse de Cuba? ¿Qué otra cosa explicaría que Padura obvie los miles de muertos que nos ha costado (y sigue costando) a los cubanos esa obsesión “monroista” de los EE.UU., para lo que han empleado no solo millonarias sumas, sino también mortales engendros de guerra química y bacteriológica? Padura obvia olímpicamente todo eso y, claro, los editores de “La Nación” lo premian ubicándolo en primera plana y las ventas de su libro subirán posiblemente de manera exponencial. Pero nada de eso es nuevo en la actitud de Padura. Lo que si no había escuchado hasta esta entrevista es “su reflexión” sobre la supuesta contradicción de “militancia y periodismo”. Ante la pregunta de rigor, y haciendo gala de su máxima narcisista, sin tapujos, sentencia como si fuera un apotegma que: “El militante se traga por completo al periodista pues el militante obedece al partido. El partido decide y manda. El periodista entonces desaparece”. No solo es absoluto Padura en su pretendida y mesiánica conclusión, sino que además miente. Demasiados ejemplos lo aplastan, Martí el primero. Padura no debió decir eso nunca en la tierra de Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo Massetti, para mencionar sólo dos paradigmas argentinos de la profesión. En cuanto a Cuba, claro que la prensa cubana hoy no refleja todo lo que pasa, hace y discute nuestro pueblo, Es una lástima y una rémora por las que estamos pagando y seguiremos pagando un alto precio. Es cierto que las normas, disposiciones y hasta temores (algunos explicables a la luz de la historia. pero no razonables ni justificables hoy) nos mantienen en en general en una situación de complacencia y triunfalismos editoriales que dista mucho de la realidad. Todo eso es cierto, pero aseverar lo que de manera absoluta el exitoso escritor cubano dice, es cuando menos una ofensa a las decenas de buenos periodistas y hombres y mujeres de letras que aunque no sean periodistas de profesión, trabajan en el ejercicio de la palabra de una manera sincera, crítica y revolucionaria y Padura lo sabe porque él vive en Cuba (mérito a reconocerle) y convive con ellos. Y como lo sabe, por eso su aseveración es oportunista. Al comentar este tema con un querido amigo, periodista experimentado y de sinceridad a toda prueba me decía: “…periodismo militante, ni por asomo, significa que quien lo ejerza sea miembro de un partido. Hay una militancia que nada tiene que ver con partidos políticos y tú y yo la conocemos bien en Argentina, donde decenas de amigos que defienden ideas de justicia, equidad , soberanía y autodeterminación no pertenecen a partido alguno. Pero sin ir más lejos, conozco a muchos en Cuba y en mi misma agencia que sin ser miembros del partido ejercen un periodismo de calidad e independiente que Leonardo Padura parece o quiere ignorar.” Habría mucho que comentar sobre los otros temas que aborda Padura en su entrevista, pero el espacio es poco y la paciencia de los lectores es aún menor. Finalmente debo decir que en sus exposiciones, tanto al diario argentino como en otras tribunas, Padura esboza (sin decirlo) cuál es la “Cuba normal que él desea”. Padura quiere jugar a otro juego. Él debe entender esta referencia por ser el aficionado a la pelota que es o dice ser… El desea jugar al juego que niegue todo lo que ha conquistado Cuba en más de 145 años de vida republicana (no somos ingenuos y sabemos que sin república no se entendería lo que es hoy Cuba). Pero prefiere seguir callando que EE.UU. siempre ha querido tragarse a esta isla, desde que era una colonia española, y aún lo sigue intentando, con prisa y sin pausa. Ojalá y su silencio se deba a que sabe muy bien por que Washington no lo ha conseguido. Él debería ser claro y dejar de rozar los bordes. Él debería dilucidar si comparte los sentimientos políticos con Mario Vargas Llosa y Hugo Cancio respecto de la Revolución Cubana. Él debe decir cuál es la “Cuba normal” que desea. Él debe sinceridad a los miles que lo leen, aunque no la tenga consigo mismo… La historia, Padura, nos pone siempre ante la misma disyuntiva que Shakespeare dispuso para Hamlet: SER O NO SER, ESA ES LA CUESTION
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Miradas al Sur, Domingo 11 de Mayo de 2014
“Aquí es donde más me preguntan por Cuba” Año 7. Edición número 312. Domingo 11 de Mayo de 2014 Por Guillermo E. Pintos cultura@miradasalsur.com El autor de El hombre que amaba a los perros elude la polémica pero le responde a Atilio Boron, habla de su obra, la vida cotidiana en La Habana, el misterio del asesino de Trotsky y claro, de la compleja realidad social de su país. El escritor cubano más famoso del mundo, aquí y ahora, invita a salir a la calle. Sucede en pleno barrio Norte de la Ciudad de Buenos Aires. Leonardo Padura, de él se trata, viene postergando la ansiedad y ahora quiere salir a fumar. Y en el coqueto edificio en que concede varias entrevistas en una tarde típicamente otoñal y porteña (con alto porcentaje de humedad, sobre todo), no se puede. Con el cigarrillo en la mano, Padura cuenta distintas desventuras y situaciones vividas en sus viajes como best seller global (“más que miedo, me parece que esa afirmación es bastante mentirosa”, dice con una sonrisa) cuando se trata de salir a fumar. Un rato después, la conversación se dispara hacia el uso de internet en su país. Él dice: “Tengo internet en mi casa pero es tan lento que para abrir una página tardo 15 minutos y para abrir una nota, otros tantos… Así que no uso mucho, apenas para contestar algunos correos”. Allí, en la vereda también, comenta con diplomacia (“para no entrar en ninguna polémica”, dice) el texto que Atilio Boron le dedicó luego de una entrevista publicada el domingo pasado en el diario La Nación. Luego de leerla, el sociólogo argentino escribió que Padura “ofrece un balance muy negativo sobre la Revolución Cubana. Obviamente, cualquier proceso histórico tiene aciertos y errores, logros y fracasos. El problema con Padura es que los primeros no aparecen en su diagnóstico sobre aquellos años, durísimos sin duda, del período especial. ¿Pero será que no hubo ninguno en la Cuba revolucionaria, que todo estuvo mal? ¿Es posible olvidarse de conquistas históricas tales como la alfabetización universal y la enorme expansión del sistema educacional, los avances en materia de salud, la tasa de mortalidad infantil más reducida de las Américas, el acceso universal a la cultura en todas sus expresiones, la seguridad social, el internacionalismo como expresión de la solidaridad a escala mundial, para no citar sino las más evidentes?”. Responde el aludido: “Al momento en que no hay papel higiénico o yogur en toda la isla, uno se olvida de las conquistas históricas y se queja casi diría de forma instintiva”. Y no dice más. Todo esto sucede al final de su charla con Miradas al Sur, en dónde habló de su obra, la vida cotidiana que lleva en La Habana, los perros, su experiencia como periodista enviado a Angola (“al llegar, me sacaron el pasaporte y me dieron un fusil y dos cargadores. Tuve miedo”, recuerda), Ramón Mercader y… por supuesto, de la realidad cubana. Un tema central y necesario en la agenda de la mayoría de los medios argentinos cuando de entrevistarlo se trata. No resulta ésta la excepción, por cierto. –¿Es aquí donde más le preguntan por Cuba, buscando que hable mal del gobierno? –Sí. En Argentina es donde más insisten en que hable de la política interna de Cuba, y sobre todo quieren que lo haga en términos maniqueos o fundamentalistas. Creo que existen muchos matices a la hora de hablar de la realidad de cualquier país del mundo. –Pero su país, convendrá conmigo, es bastante particular por varios motivos… –Cuba es muy peculiar. Entender a Cuba es muy complicado, y explicarla es más complicado todavía. Me suele pasar cuando hablo en público, en mis textos periodísticos o en una entrevista, que necesito contextualizar determinadas cosas para que se entienda que con códigos preestablecidos o prejuicios a favor o en contra, es muy difícil analizar la realidad cubana. Porque muchas veces esos códigos o esos prejuicios no encajan en esa realidad que tiene características muy específicas. No se puede comparar el socialismo cubano con el socialismo soviético, ni tampoco la evolución política que en estos momentos hay en Cuba con el modelo chino. Ni se pueden entender la relación entre las personas como se pueden entender en un país como Argentina, México o inclusive Estados Unidos. Todo en Cuba tiene un carácter muy específico. Fundamentalmente a partir de la economía. Yo creo que en la economía, y además lo dice muy claramente, se supone que Cuba pone en práctica una filosofía marxista en cada acto y decisión. –¿Todavía hoy? –En Argentina está claro. Existen los muy ricos, una clase media que se fue deteriorando en los últimos tiempos y una clase pobre, subproletaria y sub sub proletaria. Ese código se repite en México, en Bolivia, en Chile, en España, hasta en los Estados Unidos: allá se habla que el 1% son los que tienen la plata y el 99% los que están jodidos… Eso en Cuba es imposible de aplicar. Allá puede haber una persona, por razones puramente económicas, que esté sentada en una esquina, en un parque, fumándose un cigarrillo, oyendo MP3 o que tenga una grabadora al lado, a todo volumen, sin hacer nada todo el día. Todo eso porque tiene un hermano en Estados Unidos que le manda 100 dólares todos los meses. Y con 100 dólares esta persona vive como un príncipe. Entonces, si ya algo tan elemental como 100 dólares cambia la vida de una persona, cambia su actitud ante la sociedad, cambia su forma de vida, es de imaginar qué deformación económica existe. El gobierno cubano reconoce que los salarios que paga son insuficientes y que no puede aumentarlos, entonces, ¿de qué vive la gente y no se muere de hambre? Es un milagro, es la providencia, ¿qué cosa es? Son códigos muy propios de la realidad cubana, una realidad que se fundamenta en el sustantivo “invento” y el verbo “resolver”… La gente vive del invento y para lograr ese invento, hay que resolver. Con estas dos estrategias de supervivencia, la gente sobrevive. –Llegan desde la isla las noticias de apertura económica, del nacimiento de una nueva clase cuentapropistas. ¿Eso está pasando, efectivamente? –Está pasando. En este momento, la sociedad homogénea que existió en los ’80 e incluso en los ’90 –en los ’80 fuimos homogéneos en la posibilidad de acceder a determinados bienes y servicios, en los ’90 lo fuimos en la posibilidad– se está dilatando: hay gente que se está empobreciendo y personas que están acumulando una cierta capacidad de bienestar. No hablo de acumulación de capital: tener 20, 30 mil dólares no significa eso prácticamente en ninguna parte del mundo. –¿Qué significa el cambio de mentalidad al que convocó Raúl Castro desde que asumió? –Ése es uno de los temas más complicados que existen en este proceso que se está viviendo en Cuba: los cambios de mentalidades y la necesidad de que se produzcan esos cambios. Muchos de los que sustentaron la otra mentalidad son los que están promoviendo el cambio ahora y eso es muy difícil. Ese proceso tan complejo tiene que ver con el subconsciente del individuo, con sus principios, con lo que ha creído durante mucho tiempo, con la forma en la que ha actuado, por lo cual no estoy seguro de que muchas de esas personas puedan cambiar. No estoy seguro porque están acostumbradas a formas de dirección, de relación con los otros individuos, típicas de un modelo que se está tratando de modificar, y creo que es la parte más complicada de esta historia. Aceptar que no todos los que piensan de manera diferente a ti no son el enemigo, sino al contrario, que pueden ser aliados y protagonistas de una renovación de la sociedad cubana, es algo complicado. Es necesario admitir a los que disienten, y espero que se lea la palabra en su justo sentido. Y no estoy hablando ya de personas con una posición abiertamente hostil contra el gobierno cubano. Cuando digo Gobierno, Estado y Partido, hay otro de los problemas grandes en Cuba, es que los tres aquí son prácticamente lo mismo, y en ese sentido debe surgir una de las modificaciones que creo necesaria: la separación de funciones. El cambio de mentalidad es una gran necesidad, no se puede pensar igual que hace 15 años porque el mundo es totalmente diferente. La caída del socialismo en Europa del Este coincide y casi marca un momento en el que se está produciendo un cambio de era: termina la Era Moderna-Industrial y comienza la Era Digital. Esta era tiene sus propias exigencias, condiciones y regulaciones que son diferentes a las que existían en los años 1980. Todas las relaciones han cambiado con la Era Digital, los periódicos han tenido que cambiar su perspectiva, la noticia es diferente a como era hace 20 años, por lo tanto, el cambio de mentalidad es absolutamente imprescindible si se pretende una real actualización de una sociedad y un modelo económico o reforma. –¿Cuánto ha cambiado la prensa cubana desde que usted trabajó en Juventud Rebelde y otras publicaciones? –Nada, apenas ha cambiado, sólo que junto a la firma aparece un correo electrónico del periodista, pero no ha cambiado nada. El otro día, un comentarista en la televisión se refirió a la ocurrencia de un incidente desagradable en un juego de pelota y no decía cuál había sido el incidente desagradable. ¿Y de qué estamos hablando? Ese incidente fue público, lo vieron muchas personas. Todo ha cambiado muy poco porque el Período Especial fue un mazazo para el periodismo en Cuba. Si esa época provocó que los espacios de libertad para la creación artística crecieran, la literatura, el teatro, las artes plásticas, el cine, etc., para el periodismo fue una entrada en la caverna y de la caverna no ha salido. –¿Cómo influyó su experiencia como periodista en su carrera de escritor? –Muchísimo. Yo creo que los seis años que estuve en Juventud Rebelde marcan la distancia entre un escritor muy aprendiz, a un escritor mucho más dotado de instrumentos profesionales de escritura. Así pude escribir Pasado Perfecto y toda la saga de Mario Conde. El escritor que también ama a los perros Dice Padura que el título de su novela no alude a su propio amor por los perros. Que lo tuvo y tiene, aunque su última mascota haya muerto en brazos de su esposa hace poco tiempo y, desde ese momento, no hayan querido adoptar otra para no “encariñarse”. La anécdota sirve para revelar un poco de su vida cotidiana en su la casa del barrio de Mantilla, la que construyó su padre y en la que el escritor vivió toda su vida. “Cuando estoy en La Habana salgo a caminar pero ése es un problema, porque con cada persona que te cruzas, casi es una obligación pararte a charlar. Y eso dificulta el ejercicio… Pero no hay más remedio, porque si ves al plomero te parás a hablar con él sobre cómo resolver un problema de la cocina o el baño. Y en La Habana no hay muchas posibilidades de cambiar algo que se rompió, más bien hay que intentar repararlo…”, cuenta. Volviendo a los perros, pero los de la novela más famosa de su autoría, el escritor cubano afirma que Ramón Mercader –el catalán que mató a Trotsky, a la sazón uno de los personajes de su novela más famosa– sigue siendo un misterio. Lo dice quien investigó arduamente sobre este hombre y a cuyos hijos adoptivos Arturo y Laura nunca llegó a poder entrevistar o siquiera conocer. “Arturo suele volver a La Habana, allí tienen una casa. Laura, según supe, vive en México y no ha vuelto a Cuba.” El punto de partida para escribir la extensa, documentada y apasionante novela –donde realidad y ficción no tienen límite establecido y he ahí tal vez su mayor encanto–, ocurrió en 1989. “Viajé por primera vez a México y visité la casa de Trotsky en Coyoacán. Estando allí, me conmoví y a partir de entonces sentí una gran curiosidad por conocer a ese personaje, del cual no se hablaba en Cuba. Años después, me enteré de que el asesino de Trotsky, Ramón Mercader, había vivido y había muerto en La Habana. ¡Ese hombre había sido alguien con quien yo me hubiera podido cruzar en la calle sin saber quién era! Empecé, entonces, a interesarme por escribir algo.” El proceso de su “gran” investigación, afirma, fue largo y se inició en 2005. “Digo ‘gran’ porque la información que existe sobre Ramón Mercader es escasísima. Cada vez que iba a España regresaba con una maleta llena de libros, y además creé una red de agentes en España, Francia, México, Uruguay y Estados Unidos que buscaban información y me la enviaban.”
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20 respuestas a Con el Dossier “Padura” al hombro
Lo que yo tengo que responder a esto es muy breve, porque en general creo que hay conceptos para defender en ambas posiciones. La realidad suele ser bastante más compleja que los blancos y negros, y al indiscutible principio de independencia, rebeldía y capacidad crítica que tiene que tener todo artista, aún (o especialmente) los que se dicen comprometidos, se puede oponer que el arte en algo se parece a la ciencia, y es que rara vez es neutral. Quiero decir con esto que el artista, declamando su independencia, no puede actuar como si sus acciones sucedieran en el vacío y, por lo tanto, no generen repercusiones. No voy a hablar sobre si Borón tiene razón o no. Creo que hay algo de sobre reacción ante una entrevista donde Padura no dice nada extraordinario. De lo que quiero hablar es del concepto que se vierte tanto en las palabras de Arturo y de Juan Carlos sobre la “operación orquestada” para atacar a Padura. Y me pregunto: ¿por qué consideran que el artículo de Borón, u otros escritos para la ocasión por gente fuera de Cuba, forman necesariamente parte de algo semejante? ¿Será que están cometiendo el error de transpolar una situación que puede darse fronteras adentro en Cuba, como puede ser la persecución de un intelectual disidente, al resto del continente latinoamericano, o del mundo? En ese caso, tengo que recordarles a ambos que, lo que es “oficialismo” dentro de Cuba, fuera de ella está rotundamente del lado de la “oposición”. En otras palabras: lo que en Cuba sería “plegarse a las exigencias” del poder, en el resto del continente es jugar en contra de los poderes establecidos. Lo que Borón hace, desde este lado, no es obsecuencia, sino resistencia. A pesar de conocer de primera mano a Cuba y su realidad (pero nunca paré en “hoteles cinco estrellas”, como parece ser la descalificación automática hacia el yuma que ose mostrar apoyo al gobierno cubano), jamás pretendería jugar a explicarle a un cubano cómo es su realidad. Tengo que reconocer que es un acto de arrogancia que muchos cometen al llegar a la Isla. Asimismo, hay que entender lo que significa Cuba y su Revolución para los sectores progresistas en el Continente, por más que a Padura eso no le guste; si puertas adentro nadie puede entender mejor que el cubano lo que la Revolución significa, puertas afuera la cosa está más discutida. Es este significado tan especial que tiene la Revolución Cubana lo que, a mi entender, genera sobre actuaciones como la de Borón con respecto a la entrevista de Padura, pero no una “operación orquestada”. Así como no en toda crítica hay que leer imperialismo, no en todo apoyo hay que leer obsecuencia o persecución. Nada más. Finalmente no fui breve, pero espero haber aportado algo útil a una conversación que me interesa mucho. Estoy totalmente de acuerdo que apoyo nunca puede confundirse con obsecuencia, y Cuba necesita mucha crítica desde adentro, la crítica constructiva que busca avanzar y mejorar, no la que pretende volver al pasado. Un abrazo,
Carlos Olmedo
Excelente idea la de resumir en un solo lugar todos los textos que han aparecido sobre el tema. De pronto, leyendo algunos de ellos ya uno ni se acuerda de por donde empezo todo. Mientra más leo más acertados y certeros me parecen las palabras de Guillermo Rodríguez Rivera. Otros tratan de llevar la discusión hacia la libertad de expresión de los escritores en Cuba….¿es que acaso no la tienen? Me parece algo paranoico el tema donde fantasmas de décadas anteriores los siguen acompañando. No por casualidad se hizo tan popular aquella frase del Che cuando decia: “….al imperialismo no se le puede dar…. ni un tantico asi”
la verdad es que la paranoia no es solo um mal traumático del pasado, sino también un trampolín que coquetea con nuevas oportunidades. En principio, cuando uno de los que escvribió habló de oportunismo, me pareció exagerado, sin embargo el deslave posterior me ha demostrado que lo estaba avizorando como se anunciaba…
5. Marta Julia Fernández dijo:
Agradezco este dossier, me permite una revisión de las ideas de los que se han pronunciado sobre el tema y me permite tomar partido. Apoyo las ideas de Atilio y el “profe” Rodríguez Rivera, ningún análisis de la Cuba de hoy puede estar ajeno a las circunstancias que rodean nuestro país. De siempre, tomar distancia aludiendo imparcialidad revela la verdadera postura; Cuba, hoy más que nunca necesita de análisis críticos pero contextualizados, progresistas, comprometidos, serios y apegados a su historia.
Eso es lo importante, Marta que le sea útil a la mayoría para que saquen sus propias conclusiones
El llamado al silencio del Profesor Atilio Borón, está hecho en un contexto bien preciso: más vale callar totalmente sobre una realidad si no eres capaz de evaluarla en todos sus aspectos. Quizás no sea muy feliz los términos empleados , pero lo medular resulta que cualquier analisis de la realidad cubana en estos ultimos 50 años sin mencionar la agresividad norteamericana y el bloqueo resulta poco objetivo. Y aunque no sea esa su intención, ese tipo de análisis le resulta grato a los lectores habituales del diario La Nación, cuya línea editorial ha sido históricamente contraria a la Revolución Cubana.
Válido eso, Elmer. Si sacamos las cosas de contexto y las ponemos a disposición de los patrones de ipinión que formas las hegemonías, quedamos fritos, al menos eso es lo que piuenso y en eso se centra Ogun guerrero. Gracias por comentar
7. Jorge González Mateo dijo:
Juan Carlos Tabío se pregunta si la nostalgia, el desencanto y las ilusiones perdidas se le pueden achacar “al imperialismo”. No estoy seguro de que sea esa la única causa, pero lo que sí puedo asegurar que ese fue precisamente desde su génesis uno de los objetivos declarados de la imposición del mismo al pueblo cubano. Hacer fracasar el proyecto económico y social de la Revolución cubana, frustar sus planes de desarrollo, impedir el bienestar y el progreso del pueblo cubano,de sus jóvenes, de sus trabajadores, de su intelectualidad, ¿ no ha sido ese precisamente el objetivo del bloqueo? Veamos este extracto de un informe del dpto de estado el 6 de abril de 1960: “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) no existe una oposición política efectiva (…) el único medio previsible para enajenar el apoyo interno es a través del descontento y el desaliento basados en la insatisfacción y las dificultades económicas”
Ha sido un medio para derribar el proyecto socialista, acabar con la soberanía y apoderarse de Cuba. Ha hecho mella en sectores del pueblo cubano, ha provocado hambre, frustraciones, dificultades inmensas muchas cuantificadas en lo material, pero otras más difíciles de medir. Así que yo contabilizo como un efecto del bloqueo, muchas de las frustraciones, las insatisfacciones, las decepciones que efectivamente han hecho mella en sectores de la población, incluyendo los intelectuales. Es una pena que Padura – y no solo él- no vea en sí mismo esos efectos y lo atribuya exclusivamente a los errores y limitaciones del proyecto revolucionario, los cuales, efectivamente existieron y existen y requieren a su vez de transformaciones profundas, pero no para volver “a la normalidad” del capitalismo, sino para continuar diferenciandonos de esa realidad aberrante.
Nostalgia y desencanto son estados de ánimo que tañen al individuo en primer orden. me parece contradictorio defender la persona individual contra la social y achacar las culpas a lo social y político de algo que se conjuga. pero bueno, que cada cual hale para su propio mango la sarten y que la Historia juzgue
8. Hernán Moinedo Lara dijo:
Sobre lo planteado por Arturo Arango, Juan Carlos Tabío y no me acuerdo quién más, sobre una “conspiración” sugiero dejen la paranoia a un lado. No sé por qué ahora resulta que expresar la opinión propia y discrepante de lo planteado por cualquiera resulta que es “persecución oficialista” . Estoy cansado del chantaje que consiste en que cuando se produce una polémica de este tipo comiencen a etiquetar a las personas “ a favor y en contra” de alguien. Es hora que nuestros debates de ideas tomen altura y no se vuelvan colecciones de insultos o recriminaciones. De la misma manera que considero que Padura tiene innegables méritos literarios, me desagrada mucho su pesimismo congénito hacia toda la obra revolucionaria. Y él tiene todo su derecho a expresar su personal opinión y los que discrepamos de él también tenemos el mismo derecho a expresar nuestro desacuerdo.
La paranoi ha sido un modus operandi de la presión de grupos que no tienen otros argumentos, Buscan la negociación pura, sí.
o Sue dijo:
Absolutamente de acuerdo con Ud. Coincidimos en mucho sobre el tema pero me pregunto si nuestras opiniones pesan lo mismo que las de Padura. ¿Es lo mismo que lo diga yo (una idea, una crítica, una simple opinión) a que lo diga una figura pública y de hecho muy bien conocida y reconocida como Padura? . Por supuesto que no tienen el mismo valor para quienes están muy al tanto de cualquier cosa que sirva para denigrar la obra revolucionaria y social que tanto nos ha costado. Igual que Vargas Llosa: como escritor está bien, pero como político…..le falta objetividad.
No me asombra la entrevista de Padura en la Nación, de Buenos Aires. Excelente los comentarios de Atilio y del profe Rodríguez Rivera. Esos son medulares exámenes. Sin pretender silenciar los puntos de vista de los que no coincidimos con Padura, si hacerlo con altura y la mesura debida de no darle a su fans la excusa del “acoso”, que nos indilgaría, como si fuera el “retorno al quinquenio gris”, lo que exaltaría su ego y afán de notoriedad y elevaría su cotización en el mercado Nunca me gustó su estilo y el tratamiento de algunos de sus temas literarios. Pero eso me es imputable, y no me excusa, pues no poseo los conocimientos para ser un crítico literario. Siempre he admirado aquellas obras que he apreciado per se por encima de las posiciones que en uno u otro sentido puede haber tenido su autor con su época, que pueda compartir o no. A guisa de ejemplo Vargas Llosa, Borges, etc. Pero eso sí nadie puede vivir alejado de un “compromiso” en la vida, asumir una posición neutral entraña un vínculo con el mismo, aunque se titule independiente. Coincido con Gramsci, Jean Paul Sartre y Rubén Martínez Villena, en su famosa respuesta a Jorge Manach ,del compromiso del intelectual, siempre los habrás “orgánicos” con las causas más nobles, y también con las que no lo son. No puede este situarse por encima de un complejo social para convertirse, por audefiniciòn, en un nuevo profeta de nuestro futuro como pueblo. Estemos abiertos a la pluralidad pero siempre con altura. Sin extremismo ni manquedades. Los juicios críticos, bienvenidos, que nos ayuden a crecer como nación independiente y soberana. No podemos olvidar toda nuestra historia, no metamorfosearla en un marketing editorial
Bueno, Dimas, el derecho a opinar es de todos, y eso significa: !De todos! me he tomado el mío en Leonardo Padura y la caja de Pandora en este mismo blog, échale un vistazo! y Gracias por pasar por Ogun
Ya era hora de que alguien, desde la literatura y la política, evaluara con más objetividad la obra de Padura. El Profesor Guillermo Rodríguez Rivera lo ha hecho de manera excelente. Me alegra que Ogun Guerrero haya publicado el dossier que contiene las entrevistas de Padura y los artículos de Atilio Borón y Guillermo Rodriguez Rivera, lo cual da la oportunidad de evaluar todas las aristas de la polémica. Coincido plenamente con las observaciones críticas que GRR le hace a Padura, tanto desde la literatura, como desde la política.
Es muy oportuno desmontar el mito que machaconamente repiten los medios corporativos trasnacionales – sobre cualquier escritor que profese ideas de izquierda, progresistas o que esté definidamente identificado con el socialismo, por lo cual es denigrado como adocenado, sumiso, obediente de la línea del partido, etc. etc.
A esos medios que forman parte del poder hegemónico, no les conviene que la gente sepa que asumir una militancia política, sea como miembro o no de una organización, trabajar por el triunfo de un proyecto social que mejore la humanidad, y que la salve de la locura y la irracionalidad del capitalismo sin que ello conlleve ningún tipo de sumisión ni de ocultar el criterio propio, es un acto de libertad y de convicción.
Cuba necesita más debate y confrontación de ideas como esta, porque sencillamente aprecio que nos están imponiendo desde afuera modelos y patrones de pensamiento, de consumo, de modas, de valores, que en nada responden a nuestras realidades – y cuando digo nuestras- no son solo de Cuba, sino de muchos otros países subdesarrollados y del Tercer Mundo.
Padura es un gran novelista, eso no me lo cuestiono, pero como toda obra humana, sus obras no son perfectas y pueden y deben ser objeto de crítica literaria como lo debía ser toda obra artistica; y como intelectual y hombre público, sus opiniones políticas, si las expresa en medios públicos, también están igualmente sujetas al escrutinio público, difundirlas me da la oportunidad de manifestar mi juicio crítico sobre las mismas. En Cuba se necesitan más debates como estos y no solo en los blogs y redes informáticas, sino en la prensa escrita y televisiva también; hemos perdido o nunca hemos logrado establecer el sano hábito de criticar, en el buen sentido de esa palabra; las críticas casi siempre son mal percibidas por los criticados y también por los amigos, partidarios, colegas o simpatizantes o admiradores, que ven toda crítica como un ataque a las personas.
Carlos
11. Juana Escalante dijo:
Aprendí mucho con este debate, coincido bastante con el profesor Rodríguez Rivera en sus artículos.
Juanita Escalante
12. Armando Estrabao dijo:
No sé por qué hay gente que dice que si se es extranjero y no se vive en Cuba, no se puede criticar a Cuba. Yo creo que sí, que se puede criticarla, y al mismo tiempo, también defenderla. Pero primero que todo hay que tratar de ENTENDERLA. Y no se puede entender la realidad cubana si no se le sitúa en su contexto real. Padura omite parte importante de ese contexto, el omite – o minimiza – el enfrentamiento entre la Nación y el Imperio. Entonces, por lo menos yo, no concuerdo con su manera de entender a Cuba, ni de defenderla.
Armando Estrabao
Me parece buena idea esta de poner todos los textos y los comentarios de las personas, es un buen principio para el debate. Saludos a Ogunguerrero!!!!
14. Marcos Anzola Salón dijo:
Bravo por el profe Guillermo, puso las cosas en su sitio. Yo llevo tiempo fuera de Cuba pero la visito cuando mis posibilidades económicas me lo permiten. Mi familia pasa trabajo y estrechez, pero aprecio cosas buenas en Cuba que aca afuera nunca las veo, no quisiera que en Cuba volvieran los niños sin escuela, los drogadictos y los limosneros, eso yo nunca lo vi en Cuba, pero mi abuelo si me lo contó y ahora lo veo todos los días
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