Dimisiones: Luego de treinta y ocho años de reinado, Juan Carlos de Borbón firmó la ley que regula su renuncia. Cuatro años después de Sudáfrica, del gol de Iniesta y la alegría inédita, de aquellas vuvuzelas que zumbaron con la zeta, España también abdicó a su corona. Ha caído el monarca de su cabalgadura y rueda por la tierra de la afrenta, a los pies de los invasores araucanos. Es curioso: hace 64 años, el 29 de junio de 1950, España se midió a Chile en el Maracaná durante el segundo partido de la primera fase. Entonces los europeos ganaron 2×0 con dianas de Basora y Zarra. La historia se ha invertido, Chile ha tumbado al rey, y acaso todo el tiempo de este mundo no sea bastante para limpiar sus manos de la sangre del Duncan español.
Losa granate: La primera internada chilena sacó agua en cada grieta de la defensa roja, que acusó ingenuidades impropias en un titular del universo. Había prearranque, había nervios, y se echaba de menos el rostro grotesco de Carles Puyol, con las venas del cuello inflamadas y pidiendo “más alma, más alma”, como Obdulio Varela en el 50. Pero entonces, de golpe, bajó el viento de Chile, y España aprovechó la calma chicha para soltar amarras. Fueron cinco minutos de aparente esplendor y buen augurio. Dejándose ver hasta en kinetoscopio, David Silva empezó a tejer hilos por el centro, mas faltaba colar el pase último entre el océano de piernas propuesto en el fondo por Jorge Sampaoli. En una de esas, Xabi Alonso lo tuvo, tuvo el gol, pero pecó de zafio y disparó, más que rumbo a las redes, en busca de la anatomía de Claudio Bravo. Ahí terminó la Copa para España, que enseguida asistió a una combinación triunfal finiquitada por Eduardo Vargas, y al rato dio cristiana sepultura a su esperanza cuando se conjugaron el raquítico despeje de Casillas, otra desatención en el marcaje y una sutileza del Príncipe Aránguiz –Zinedine Aránguiz, cabría decir-, que remató suave y con el exterior de su derecha para coger al meta a contrapié. El partido exigía tres goles en el complementario, y tal desafuero ofensivo no está a tiro de La Roja.
Cortocircuito: Lo que se sabe no se pregunta, dicen los creyentes. O, como lo explicara Jerry Lewis, “seguramente existen muchas razones para los divorcios, pero la principal es y será la boda”. Las razones del revés español hay que buscarlas, sobre todo, en la depresión futbolística de varios elementos clave en el juego del Barça (Xavi, Busquets, Piqué). El sistema cruyffista que Guardiola encumbró con los blaugranas ha sido la esencia del éxito rojo, y este año hizo crisis de resultados pese a Messi. Lo que quiere decir, pese a todo. El sistema renquea, y por eso en el vestuario ibérico se hablaba de ganar a cualquier precio, inclusive renunciando de ser necesario a las sensaciones habituales. Si había que abjurar de la posesión y el toque, las circunstancias sugerían hacerlo sin remordimientos. A fin de cuentas, Galileo se retractó una vez…
Test fallido: España combatió con más intensidad que frente a Holanda, se esforzó más en las ayudas, sus hombres fueron al choque con una disposición poco frecuente en ellos, y hasta apelaron a una que otra tarascada con el calor del choque. No hubo falta de ganas, sino de presupuesto táctico para encarar un test muy parecido al de la Holanda de Van Gaal, y de capacidad individual en una zona de volantes que, hasta hace muy poco, se valía de la paleta de Picasso. El técnico echó mano de su bala en la recámara, Javi Martínez, y no estuvo a la altura. Le dio entrada al talismán Pedro Rodríguez para profundizar por banda, y el canario aportó más sacrificio que ocasiones. Mucho balón perdido, poco pase al espacio, insuficiente beneficio por los laterales, pólvora encharcada y una defensa infame. Nada que hacer frente a ese Chile duro y técnico que defendía a la italiana y contragolpeaba como los alemanes, crecido en calidad desde el arribo de Sampaoli, quien afirma que en lugar de escuchar música, oye discursos de Marcelo Bielsa.
Réquiem: Por cuarta ocasión, el monarca vigente resulta despachado en la primera fase de un Mundial. Le pasó con Brasil en el 66 a Vicente Feola, dueño de un barrigón de cervecero impenitente. Le ocurrió a Roger Lemerre en 2002 con una Francia que no supo sobrevivir unos partidos sin Zizou. Le sucedió a Marcello Lippi con Italia en la Copa precedente. Ahora, por último, la víctima es Vicente del Bosque, un tipo sobrio hasta el delirio, dizque amable y paciente, quien ve los partidos desde una lejanía que parece multiplicarse tras el velo de su mostacho exagerado. Duele por él, más que por el grupo. Y lo peor es que Elizabeth Bishop mentía y su poema no puede ser consuelo. “No es difícil dominar el arte de perder; / hay tantas cosas que parecen colmadas por el deseo / de ser perdidas que su pérdida no es un desastre”. España no le cree. Tal vez Leicester sí, pero no la pompéyica España que se venía abajo cada vez que tronaba el Vesubio chileno.
Fin de ciclo: Hace un mes, escribí: “Se me antoja impensable que un equipo pueda burlar por tanto tiempo el asedio y la calidad del resto. España va por su cuarto ‘grande’ en fila, y eso suena a delirio de náufrago en un mundo donde existen Brasil, Italia y Alemania. Sería, digámoslo con propiedad, irrespetuoso”. A la postre, acabamos de verlo, la escuadra de Del Bosque no consiguió evadir el fatum asignado por cábalas y probabilidades. Brasil ha sido un escenario hostil para esta España con butaca segura en el teatro de la historia, porque allá recibió una goleada clamorosa en la final de la Copa Confederaciones 2013, y ahora encajó par de derrotas con siete goles incluidos y una eliminación precoz, imprevisible. Nunca la imaginé con un nuevo Mundial en sus vitrinas, pero tampoco muerta a las primeras de cambio. Y esa muerte, puro y elemental efecto dominó, arrastrará no pocos nombres. Digamos, pienso en Xavi y en Villa, Pepe Reina, y acaso Iniesta o Iker. Gente llena de gloria que no podrá hacer frente al cambio generacional.