Para Elena, lo más importante era ser bella. Una belleza que solo comprendía desde sus 110 libras; sus uñas de acrílico que cada mes retocaba, no fuera a verse que debajo del plástico ella era real; el maquillaje tatuado en pómulos, cejas y ojos; la rinoplastia que no había descubierto a nadie, y desde el bótox que añadió a sus senos, del cual sí se sentía orgullosa.
Aunque no trabajaba, siempre tenía a mano lo necesario para mantener su figura esbelta y bien delgada; y si se pasaba unas libritas, ahí estaba el inodoro para confesarle su gula.
Hasta ese momento Elena creía que su forma era la mejor, que no era modelo porque “las modelos son muy gordas y pasan mucho tiempo probándose ropa que solo enseñan unos minutos, y luego todo el crédito se lo lleva el diseñador”. Eso hasta ese momento.
Luego tuvo ¡la gran idea! Lo había visto en un sitio web de nutrición y belleza. Eran ¡las barbies humanas!, las mujeres más hermosas que había visto “porque son como las muñecas, como las princesas de los cuentos de hadas”, decía tan entusiasmada que apenas se le entendía.
Valeria Lukyanova, la barbie rusaAhí? estaban Dakota Rose, la barbie norteamericana, Anastasiya Shpagina, la barbie ucraniana; Valeria Lukyanova, la barbie rusa; y Venus Palermo, la muñeca inglesa. Según las noticias, estas mujeres habían aumentado su lista de seguidores on line de forma extraordinaria en un corto tiempo. La Shpagina, por ejemplo, alcanzó más de 62 mil 600 seguidores en la red social Facebook (FB) desde que abrió su página en julio del 2012.
Elena quiso lo mismo. Comenzó por construirse una nueva personalidad en el sitio web. Ahí retocaba sus fotos dejando la cintura más estrecha y los muslos más delgados, como las barbies con que jugaba cuando era pequeña. Luego se hizo algunas cirugías que le dejaron el rostro más alargado y 10 costillas en lugar de 12. Pero le pareció poco.
Decidió que no comería alimentos sólidos, como había anunciado Valeria Lukyanova; que podía vivir “del aire”, como el indio Prahlad Jani, quien aseguraba haber vivido sus últimos 74 años sin comer o beber algo pues la diosa Amba le había bendecido con un sustento de néctar que se filtró a través de un agujero en su paladar.
Bajó 15 kilogramos, pero tampoco fue suficiente.
Recurrió nuevamente a la cirugía, y le gustó tanto esta vez que se volvió adicta. Perdió sus facciones naturales y hoy casi nadie la reconoce. La preocupación por el peso terminó en anorexia y la página de Facebook fue un fracaso pues a sus seguidores les pareció que los cortes de bisturí y relleno de plástico ya eran demasiados. Se pasaron a la página de la misma Lukyanova, que a último momento le dio por hacerse unos selfies (fotos a sí misma) sin maquillaje, para mostrar su “lado humano”.
Actualmente, las barbies humanas son tan seguidas como las celebridades del cine o la televisión. Algunos titulares anuncian el fenómeno como “una tendencia que crece y preocupa”, “la inquietante moda de parecerse a una barbie”, “las barbies humanas más increíbles del mundo”… y así, hasta crear galerías de fotos o videos donde muestran cómo las jóvenes se han convertido, en efecto, en una versión a escala gigantesca del juguete creado por Ruth Handler en la década del ´50.
¿Sabía la artista que Barbie se convertiría en el icono cultural que es hoy? ¿Lo sabía la compañía estadounidense Mattel —que acogió el producto—, cuando le ajustó las tallas al diseño original, asentando un nuevo patrón estético?
En definitiva, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la belleza? Si solo se trata de lo que vemos y no de lo que percibimos; si se trata de imagen y no de sentimientos; si es una cuestión puramente visual, de patrones estéticos dominantes... ¿qué placer puede haber en la imperfección, en la sorpresa, ¡en la diferencia!? ¿Es que vamos hacia un futuro donde la belleza también será clonada?