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General: El mundo rinde homenaje a Julio Cortazar en 100 años de su nacimiento
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 26/08/2014 21:41 |
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Reproducir Ahora Agosto 26 - 2014 - 01:40 pm / Duración: 0:01:08
El mundo rinde homenaje a Julio Cortazar en los 100 años de su nacimiento
Julio Cortazar. Foto: Twitter
Con exposiciones, ediciones especiales de su obra, el inicio de un ciclo internacional de Lecturas y Relecturas de Julio Cortázar (1914-1984) e incluso con la reapertura de un café clásico en Buenos Aires, Argentina recuerda este martes los 100 años del nacimiento del autor de "Rayuela".
Como parte de la programación del "Año Cortázar 2014: Cien años con Julio", el ministerio de Cultura argentino empezó las Jornadas Internacionales "Lecturas y relecturas de Julio Cortázar", en la Biblioteca Nacional, donde durante tres días más de 40 escritores, académicos y periodistas debatirán sobre el papel del intelectual nacido en Bélgica el 26 de agosto de 1914.
"Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos", dedicó el 'doodle' del martes de Google Argentina, donde el logo del buscador reposa sobre una rayuela con el rostro caricaturizado de Cortázar.
Los homenajes abordan el análisis de "Rayuela" (1963), la relación de Cortázar en el cine y el boxeo, la relación de sus textos con Buenos Aires y la temática política en la obra de este escritor de izquierda, admirado y admirador de Jorge Luis Borges, otro gran literato argentino, pero en las antípodas ideológicas.
Traducido en más de 30 idiomas, este año se han vendido más de 100.000 ejemplares de reediciones de Cortázar en el mundo hispanohablante, donde incluso se sumaron novedades como obras narradas solo con ilustraciones.
"Ilustrar a Julio Cortázar fue un regalo que ya nadie me puede arrebatar", dijo al diario La Nación Emilio Urberuaga, dibujante español que concibió un oso tierno y de color rojo brillante para el cuento "Discurso del oso".
Urberuaga apuntó que no considera que su aporte "sea importante más allá de la imposición de un lector (yo) a otros lectores que probablemente tengan en su cabeza un oso diferente, aunque la vanidad me empuja a creer que algunos tomaron ese oso rojo como propio".
En este año de su centenario, París, ciudad de adopción de Julio Cortázar, rindió en marzo un homenaje con varios eventos organizados que además de reactivar las ventas de su obra en francés también incluyó decenas de rayuelas dibujadas en la calle.
En Buenos Aires, el lunes reabrió el London City, un acogedor café de 1954 que Cortázar inmortalizó en "Los premios", una novela que escribió allí en los años 70.
En una estrecha mesa para dos, arrinconada contra una vidriera que da a la Avenida de Mayo, en pleno centro capitalino, hay ahora una placa de bronce en su honor y un cenicero de acero, abollado por el tiempo y los cigarros del autor.
AFP.
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“Nunca se deja de entrar en Cortázar”
La frase es de Horacio González, que remata: “Pero de las múltiples puertas con las que pensó su literatura, no todas siguen abiertas”. Entre las actividades programadas se destacan las jornadas internacionales que empezaron ayer en la Biblioteca Nacional.
Por Silvina Friera
Cien años no es nada o es mucho, depende de la percepción que se tenga del tiempo. El centenario del nacimiento de Julio Cortázar –que se cumple hoy– redunda en una sobredosis inevitable de reediciones de su obra, muestras y homenajes que, aunque sean bienvenidos, no están exentos del peligro de la vitrificación solapada. Una manera sencillísima de destruir a un escritor, se podría afirmar apelando a la “herejía” de reescribir unas líneas de uno de los textos incluido en La vuelta al día en ochenta mundos, consistiría en que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre el escritor en cuestión. “Se dispara entonces la fecha petrificadora, la nube se convierte en mármol, y el resto no merece comentario.” Habrá que esquivar y sortear la seriedad, la exageración y la santificación que parecen estar inscriptas de antemano en el género conmemoración. Cuarenta intelectuales locales e internacionales, Martín Kohan, Carlos Gamerro, Damián Tabarovsky, Carlos Gabetta, Daniel Link, Héctor Schmucler, Oliverio Coelho, Jorge Lafforgue, Aníbal Jarkowski, Roberto Ferro, Saúl Sosnowski, Luis Chitarroni, Sylvia Saítta, Miguel Vitagliano, Néstor García Canclini, Roberto Fernández Retamar, Agustín Fernández Mallo y Carles Alvarez Garriga, entre otros, están participando de las Jornadas Internacionales “Lecturas y relecturas de Julio Cortázar”, que empezaron ayer en la Biblioteca Nacional (BN).
Estas jornadas se enmarcan en el Año Cortázar 2014, una iniciativa conjunta del Ministerio de Cultura de la Nación, la Televisión Pública, la Biblioteca Nacional, el Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo del Libro y de la Lengua, el Palais de Glace y la Casa Nacional del Bicentenario (ver aparte). “Todos tenemos un vínculo con Cortázar resuelto y conmemorado de distintas maneras –advierte Horacio González, director de la BN–. Su nombre reaparece bajo las distintas constelaciones a partir de las cuales se iba constituyendo y también deshaciendo, porque podemos decir que su condición de autor argentino y universal no revistió la fórmula del autor permanente, asimilable a un zumbido en el cuerpo literario de un país que siempre es consultado, revisitado y constantemente invocado de una manera explícita y pública como es el caso de Borges.” La idea de ser un autor secreto es de Borges, plantea el escritor y sociólogo, pero fue Cortázar el que finalmente devino autor secreto. “Es difícil explicar por qué ocurre esta circunstancia si no es por la imaginación exclusiva de quien habla. Muchas veces escuché decir que se había desplomado en el evasivo recuerdo y en la memoria difusa de todos nosotros la figura de Cortázar. El lector actual lo rescata a la manera de una lectura redentora; lectura de aquel que se siente en contacto con el material que pudo haber sido radiante en su momento y cae en la opacidad de un desuso actual. Nunca se deja de entrar en Cortázar –aclara–. Pero de las múltiples puertas con las que pensó su literatura, no todas siguen abiertas.”
“Hay un compromiso que llamaría ‘cortazariano’, por ponerle un nombre que está obligado a ser provisorio porque ni sabemos a qué le vamos a llamar compromiso en el futuro”, conjetura González y postula que es posible pensar a Cortázar como alguien que quiso hacer una teoría de la novela. “Ciertos afanes antinovelísticos, casi siempre encabezados por Borges, y otras renuncias que no son fáciles de explicar, hicieron que las predilecciones por la teoría literaria no se configuraran exactamente con lo que se podría llamar una teoría de la novela, que muchas veces hasta la podemos considerar con más fuerza que la que podría tener una teoría política. En un exceso de imaginación cortazariana, podríamos hasta pensar que la teoría de la novela es un buen sustituto de las malas teorías políticas, con una condición: que también sean buenas las teorías de la novela. Cortázar nunca le dio ese nombre a lo que hizo y sin embargo está permanente pensando sobre la condición del lector, la condición del que ‘ahora’ mismo está escribiendo; ese ‘ahora’ evasivo, mendrugo del tiempo que se escapa entre las manos.”
González ilustra la cuestión con el capítulo 62 de Rayuela, que luego se convertirá en otra novela: 62/Modelo para armar. “Son balbuceos de una teoría de la novela porque nunca quiso trascender el estadio de balbuceo, que es una especie de dadaísmo conceptual de gran interés. La reflexión de Morelli sobre el modo de escribir novelas y sobre la novela misma remitirá al comienzo de 62/Modelo para armar y al modo en que se piensa la realidad a través de los distintos planos que conviven en ella, pero casi siempre a través de una conversación íntima, secreta, introspectiva; todos esos planos al coagularse sin ninguna lógica que los preceda se juntan con otro hecho que viene en paralelo y ese paralelismo produce un collage, un punto único casi inaprensible que es su teoría de la novela”, esgrime González y sugiere un vínculo con otra gran teoría de la novela: En busca del tiempo perdido. “La emergencia de una taza de té supondría que se puede reconstruir el mundo a través de la memoria. Eso es una teoría de la novela del siglo XX que en Cortázar aparecerá a través de flujos de profunda travesura, que no permitiría colocarlo a la altura de Proust porque es otra cosa totalmente diferente.” El “aniñamiento” de Cortázar, opina González, proviene del surrealismo, aunque muchos digan que el escritor no era surrealista. “Lo que percibo de este homenaje es la gran importancia de llenar el vacío de grandes novelas en tensión con la dificultad de pensar el tiempo, la política y lo político y nuestras propias vidas. Como Cortázar era hijo de esas dificultades, estas jornadas no pueden ser sino un gran saludo a la memoria de su obra y también un gran empeño memorístico, conceptual y político para traerlo nuevamente en forma encarnada hacia nosotros.”
El director nacional de Industrias Culturales del Ministerio del Cultura de la Nación, Rodolfo Hamawi, menciona una conferencia que pronunció el escritor en Madrid, en 1981, en la que establece que al igual que los hombres y los caballos las palabras se enferman y se cansan. “Ese cansancio proviene de que muchas veces las pronunciamos de manera automática, como quien enciende un automóvil o sube una escalera. Y habla de algunas palabras muy precisas: de libertad, de dignidad, de derechos humanos, de pueblo, de justicia, de democracia. Cortázar invita a que las palabras recuperen esa idea de ser como flechas de la comunicación, como pájaros del pensamiento. El desafío de estas jornadas es agitar y movilizar la palabra ‘homenaje’ para sacarla de la rutina y ponerla en sintonía con la exigencia de nuestro autor. Estas jornadas son un acto de justicia hacia quien, amado por los lectores, muchas veces fue ninguneado por la crítica y la academia.”
Teresa Parodi recita los últimos seis versos del poema “Los amigos” que Cortázar publicó con el seudónimo de Julio Denis en su primer libro, Presencia: “Los muertos hablan más pero al oído,/ y los vivos son mano tibia y techo,/ suma de lo ganado y lo perdido./ Así un día en la barca de la sombra,/ de tanta ausencia abrigará mi pecho/ esta antigua ternura que los nombra”. La ministra prefiere hablar como una lectora que más que tempranamente se sintió deslumbrada por los libros del autor de Bestiario. “Los lectores nos sentíamos sus amigos; por eso se lo extraña y se vuelve a frecuentar su obra como volviendo a casa, como recuperando un diálogo con este hombre que tanto nos dijo. Se saborea a Cortázar cuando se lo vuelve a leer, uno puede tutearse con su obra, sentirlo cerca. A veces nos regresa como de sopetón a aquellos años de enamoramiento que tuvimos con su obra, a la sensación liberadora con que soñábamos la libertad entonces, cuando andábamos sin buscarlo, pero sabiendo que si andábamos lo encontraríamos.” Repensar a Cortázar permitirá “encontrarnos otra vez con ese mago y su magia, con ese latinoamericano escritor, como le gustaba llamarse; con ese ‘Bolívar libertario’, como le gustaba decir a Carlos Fuentes, que nos liberó porque se liberó a sí mismo con un lenguaje nuevo dispuesto a la aventura. Este reencuentro nos hará salir más cortazarianos que nunca”, augura Parodi.
Viene a cuento, para concluir, una cita del gran Macedonio Fernández con la que Cortázar remata el texto “Para hacer bailar a una muchacha en camisa”: “Huyo de asistir al final de mis escritos, por lo que antes de ello los termino”.
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10 claves para recordar a Julio Cortázar
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Un cronopio de cien años
Solo la poesía destruye la antítesis realidad e irrealidad” J. L. Lima
Oliveira no salta chicos, y chicas. Oliveira no salta. Que esa revelación me llegue en el centenario deCortázar no hace más que alimentar mi fascinación compartida con el argentino por esos rebotes del azar, como si corroborara la sensación de vivir en un gran pinball en el que movemos nuestra vida yendo al encuentro de objetos misteriosos que nos dan puntos extras, que nos salvan o joden, y donde evitamos, con toda la habilidad que nuestros dedos corazón e índice nos permiten, dejar caer la vida por el agujero del centro.
Recuerdo que, en mis paseos por el inmenso jardín laberinto que es Rayuela, la duda de si Oliveira era un suicida me carcomía y, confieso, nunca pude librarme de ella, a pesar de todas las pistas luminosas que el autor siembra a nuestro paso.
Poeta frustrado, dibujó un planeta a golpe de cuentos exquisitos, novelas y poesías medianeras y su descomunal poema llamado Rayuela, que se resiste a todas las definiciones porque las incluye y las supera, como esos símbolos del alfabeto japonés que son letra, sonido y palabra a la vez.
Pero —salgamos de la emoción del descubrimiento y digámoslo pronto para no darle vueltas al asunto— el mejor Cortázar no es el de Rayuela. Rayuelaes una imponente catedral, un hermoso monumento al optimismo que se ha convertido en un culto en sí mismo, que en la medida que le ha ganado seguidores ha invisibilizado buena parte del resto de su obra. Y la magia del autor de Historia de famas y cronopios también está diseminada en el resto de su obra.
Hay novelas Cortázar, hay poemas Cortázar, pero hay, por encima de todas las cosas, cuentos Cortázar. Si hiciéramos el fútil ejercicio de simplificación, Cortázar fue, esencialmente, un poeta; algo bastante parecido a esos cronopios suyos, eternos optimistas soñadores de conmovedora alegría y lágrimas naturales; ya sea a través de sus inestables poemas, o sus impecables cuentos. Y es precisamente a través del cuento —ese “caracol del lenguaje”, como él mismo lo llamara— con lo que el argentino se arrima a la poesía.
Con su particular manera de instalarse en el llamado mundo fantástico —a base de fracturas de la realidad de límite sospechoso— narra sucesos que el azar hilvana en misterioso rosario, al mismo tiempo que desmenuza la monotonía e invierte la fórmula garciamarquiana y nos recuerda lo maravilloso de la realidad.
Hay en Cortázar la capacidad de vislumbrar la chispa, y el mensaje dentro de la chispa, como los hechiceros primigenios que se valían de sus artimañas para dominar la aldea. Solo que este hechicero nuestro —más simple, más ingenuo— no gasta su tiempo dándonos lecciones, solo comparte la inquietud de que hay algo más, de que el fuego tiene un secreto descifrable.
Mientras que el lector de Thomas Mann y Lezama Lima es usualmente un lector docto, cuyo trabajo está indisolublemente ligado al mundo literario y que pasa de los treinta, Cortázar —como ese otro maldito imprescindible que responde al nombre de J. D. Salinger— es un autor de juventudes.
El lector de Cortázar es un lector fundamentalmente joven. Rayuela fue un boomerang que le trajo una respuesta asombrosa: esa novela, de más de 600 páginas, repleta de reflexiones metafísicas y citas a filósofos muertos, encontró su público natural entre los jóvenes. Fueron precisamente los jóvenes —estos y los jóvenes de las generaciones sucesivas, hasta hoy— quienes la adoptaron como un documento de fe para esos hombres y mujeres repletos de preguntas que no querían aceptar el mundo que recibían (reciben) en herencia.
Esta relación de los jóvenes con Rayuela no tardó en hacerse extensiva al resto de su obra, hasta convertirlo en un icono de la rebeldía al punto que, mientras los centenarios de Borges, Quiroga, Onetti y Bioy Casares y hasta el próximo del aún vivo Nicanor Parra se celebran sin demasiado sobresalto, como homenajes a seres ecuestres plantados en algún mapa glorioso de la literatura, a muchos nos cuesta imaginarnos a un Cortázar centenario. Quizá sea por la fama tardía que le mereció Rayuela, o por la eterna estampa de juventud que le acompañó mientras envejecía, pero no hay manera de colocarlo —espiritualmente hablando— junto al resto de sus colegas generacionales.
Es por eso que siguen dejando fotos, discos de jazz y dedicatorias en su tumba de Montparnasse; es por eso que sigue turbándonos a la vuelta de tantos años; es por eso que fragmentos suyos navegan multiplicados en forma de tweets y posts de Facebook. Donde muchos ven una fácil degradación de la cita, un corte y pega intelectual de escaso calado, hay en realidad una callejuela que conduce a la infancia, a una rayuela deslavada en la que se juega infinitamente con la esperanza de alcanzar el cielo.
(Tomado de Cubahora)
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Un cronopio de cien años (+Fotos) (+Audios)
Julio Cortázar dibujó un planeta a golpe de cuentos exquisitos, novelas y poesías medianeras y su descomunal poema llamado Rayuela...
Rafael A. González Escalona
26/08/2014
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- Solo la poesía destruye la antítesis realidad e irrealidad” J. L. Lima
Oliveira no salta chicos, y chicas. Oliveira no salta. Que esa revelación me llegue en el centenario de Cortázar no hace más que alimentar mi fascinación compartida con el argentino por esos rebotes del azar, como si corroborara la sensación de vivir en un gran pinball en el que movemos nuestra vida yendo al encuentro de objetos misteriosos que nos dan puntos extras, que nos salvan o joden, y donde evitamos, con toda la habilidad que nuestros dedos corazón e índice nos permiten, dejar caer la vida por el agujero del centro.
Recuerdo que, en mis paseos por el inmenso jardín laberinto que es Rayuela, la duda de si Oliveira era un suicida me carcomía y, confieso, nunca pude librarme de ella, a pesar de todas las pistas luminosas que el autor siembra a nuestro paso.
Poeta frustrado, dibujó un planeta a golpe de cuentos exquisitos, novelas y poesías medianeras y su descomunal poema llamado Rayuela, que se resiste a todas las definiciones porque las incluye y las supera, como esos símbolos del alfabeto japonés que son letra, sonido y palabra a la vez.
Pero —salgamos de la emoción del descubrimiento y digámoslo pronto para no darle vueltas al asunto— el mejor Cortázar no es el de Rayuela. Rayuela es una imponente catedral, un hermoso monumento al optimismo que se ha convertido en un culto en sí mismo, que en la medida que le ha ganado seguidores ha invisibilizado buena parte del resto de su obra. Y la magia del autor de Historia de famas y cronopios también está diseminada en el resto de su obra.
Hay novelas Cortázar, hay poemas Cortázar, pero hay, por encima de todas las cosas, cuentos Cortázar. Si hiciéramos el fútil ejercicio de simplificación, Cortázar fue, esencialmente, un poeta; algo bastante parecido a esos cronopios suyos, eternos optimistas soñadores de conmovedora alegría y lágrimas naturales; ya sea a través de sus inestables poemas, o sus impecables cuentos. Y es precisamente a través del cuento —ese “caracol del lenguaje”, como él mismo lo llamara— con lo que el argentino se arrima a la poesía.
Con su particular manera de instalarse en el llamado mundo fantástico —a base de fracturas de la realidad de límite sospechoso— narra sucesos que el azar hilvana en misterioso rosario, al mismo tiempo que desmenuza la monotonía e invierte la fórmula garciamarquiana y nos recuerda lo maravilloso de la realidad.
Hay en Cortázar la capacidad de vislumbrar la chispa, y el mensaje dentro de la chispa, como los hechiceros primigenios que se valían de sus artimañas para dominar la aldea. Solo que este hechicero nuestro —más simple, más ingenuo— no gasta su tiempo dándonos lecciones, solo comparte la inquietud de que hay algo más, de que el fuego tiene un secreto descifrable.
Mientras que el lector de Thomas Mann y Lezama Lima es usualmente un lector docto, cuyo trabajo está indisolublemente ligado al mundo literario y que pasa de los treinta, Cortázar —como ese otro maldito imprescindible que responde al nombre de J. D. Salinger— es un autor de juventudes.
El lector de Cortázar es un lector fundamentalmente joven. Rayuela fue un boomerang que le trajo una respuesta asombrosa: esa novela, de más de 600 páginas, repleta de reflexiones metafísicas y citas a filósofos muertos, encontró su público natural entre los jóvenes. Fueron precisamente los jóvenes —estos y los jóvenes de las generaciones sucesivas, hasta hoy— quienes la adoptaron como un documento de fe para esos hombres y mujeres repletos de preguntas que no querían aceptar el mundo que recibían (reciben) en herencia.
Esta relación de los jóvenes con Rayuela no tardó en hacerse extensiva al resto de su obra, hasta convertirlo en un icono de la rebeldía al punto que, mientras los centenarios de Borges, Quiroga, Onetti y Bioy Casares y hasta el próximo del aún vivo Nicanor Parra se celebran sin demasiado sobresalto, como homenajes a seres ecuestres plantados en algún mapa glorioso de la literatura, a muchos nos cuesta imaginarnos a un Cortázar centenario. Quizá sea por la fama tardía que le mereció Rayuela, o por la eterna estampa de juventud que le acompañó mientras envejecía, pero no hay manera de colocarlo —espiritualmente hablando— junto al resto de sus colegas generacionales.
Es por eso que siguen dejando fotos, discos de jazz y dedicatorias en su tumba de Montparnasse; es por eso que sigue turbándonos a la vuelta de tantos años; es por eso que fragmentos suyos navegan multiplicados en forma de tweets y posts de Facebook. Donde muchos ven una fácil degradación de la cita, un corte y pega intelectual de escaso calado, hay en realidad una callejuela que conduce a la infancia, a una rayuela deslavada en la que se juega infinitamente con la esperanza de alcanzar el cielo.
Audios tomados del sitio La voz del Sandinismo.
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Un cronopio de cien años (+Fotos) (+Audios)
Julio Cortázar dibujó un planeta a golpe de cuentos exquisitos, novelas y poesías medianeras y su descomunal poema llamado Rayuela...
Rafael A. González Escalona
26/08/2014
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- Solo la poesía destruye la antítesis realidad e irrealidad” J. L. Lima
Oliveira no salta chicos, y chicas. Oliveira no salta. Que esa revelación me llegue en el centenario de Cortázar no hace más que alimentar mi fascinación compartida con el argentino por esos rebotes del azar, como si corroborara la sensación de vivir en un gran pinball en el que movemos nuestra vida yendo al encuentro de objetos misteriosos que nos dan puntos extras, que nos salvan o joden, y donde evitamos, con toda la habilidad que nuestros dedos corazón e índice nos permiten, dejar caer la vida por el agujero del centro.
Recuerdo que, en mis paseos por el inmenso jardín laberinto que es Rayuela, la duda de si Oliveira era un suicida me carcomía y, confieso, nunca pude librarme de ella, a pesar de todas las pistas luminosas que el autor siembra a nuestro paso.
Poeta frustrado, dibujó un planeta a golpe de cuentos exquisitos, novelas y poesías medianeras y su descomunal poema llamado Rayuela, que se resiste a todas las definiciones porque las incluye y las supera, como esos símbolos del alfabeto japonés que son letra, sonido y palabra a la vez.
Pero —salgamos de la emoción del descubrimiento y digámoslo pronto para no darle vueltas al asunto— el mejor Cortázar no es el de Rayuela. Rayuela es una imponente catedral, un hermoso monumento al optimismo que se ha convertido en un culto en sí mismo, que en la medida que le ha ganado seguidores ha invisibilizado buena parte del resto de su obra. Y la magia del autor de Historia de famas y cronopios también está diseminada en el resto de su obra.
Hay novelas Cortázar, hay poemas Cortázar, pero hay, por encima de todas las cosas, cuentos Cortázar. Si hiciéramos el fútil ejercicio de simplificación, Cortázar fue, esencialmente, un poeta; algo bastante parecido a esos cronopios suyos, eternos optimistas soñadores de conmovedora alegría y lágrimas naturales; ya sea a través de sus inestables poemas, o sus impecables cuentos. Y es precisamente a través del cuento —ese “caracol del lenguaje”, como él mismo lo llamara— con lo que el argentino se arrima a la poesía.
Con su particular manera de instalarse en el llamado mundo fantástico —a base de fracturas de la realidad de límite sospechoso— narra sucesos que el azar hilvana en misterioso rosario, al mismo tiempo que desmenuza la monotonía e invierte la fórmula garciamarquiana y nos recuerda lo maravilloso de la realidad.
Hay en Cortázar la capacidad de vislumbrar la chispa, y el mensaje dentro de la chispa, como los hechiceros primigenios que se valían de sus artimañas para dominar la aldea. Solo que este hechicero nuestro —más simple, más ingenuo— no gasta su tiempo dándonos lecciones, solo comparte la inquietud de que hay algo más, de que el fuego tiene un secreto descifrable.
Mientras que el lector de Thomas Mann y Lezama Lima es usualmente un lector docto, cuyo trabajo está indisolublemente ligado al mundo literario y que pasa de los treinta, Cortázar —como ese otro maldito imprescindible que responde al nombre de J. D. Salinger— es un autor de juventudes.
El lector de Cortázar es un lector fundamentalmente joven. Rayuela fue un boomerang que le trajo una respuesta asombrosa: esa novela, de más de 600 páginas, repleta de reflexiones metafísicas y citas a filósofos muertos, encontró su público natural entre los jóvenes. Fueron precisamente los jóvenes —estos y los jóvenes de las generaciones sucesivas, hasta hoy— quienes la adoptaron como un documento de fe para esos hombres y mujeres repletos de preguntas que no querían aceptar el mundo que recibían (reciben) en herencia.
Esta relación de los jóvenes con Rayuela no tardó en hacerse extensiva al resto de su obra, hasta convertirlo en un icono de la rebeldía al punto que, mientras los centenarios de Borges, Quiroga, Onetti y Bioy Casares y hasta el próximo del aún vivo Nicanor Parra se celebran sin demasiado sobresalto, como homenajes a seres ecuestres plantados en algún mapa glorioso de la literatura, a muchos nos cuesta imaginarnos a un Cortázar centenario. Quizá sea por la fama tardía que le mereció Rayuela, o por la eterna estampa de juventud que le acompañó mientras envejecía, pero no hay manera de colocarlo —espiritualmente hablando— junto al resto de sus colegas generacionales.
Es por eso que siguen dejando fotos, discos de jazz y dedicatorias en su tumba de Montparnasse; es por eso que sigue turbándonos a la vuelta de tantos años; es por eso que fragmentos suyos navegan multiplicados en forma de tweets y posts de Facebook. Donde muchos ven una fácil degradación de la cita, un corte y pega intelectual de escaso calado, hay en realidad una callejuela que conduce a la infancia, a una rayuela deslavada en la que se juega infinitamente con la esperanza de alcanzar el cielo.
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