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General: 1961 : campaña de alfabetización en Cuba
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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 23/12/2014 19:04

1961: CAMPAÑA DE ALFABETIZACIÓN

Cuando los cubanos se reencontraron

Cinco avileños rememoran experiencias que marcaron el resto de sus vidas. En sus testimonios emergen dificultades, peligros y hallazgos

Por TANIA CHAPPI cultural@bohemia.cu
Fotos: AIXA LÓPEZ y cortesía del Archivo Histórico Provincial de Ciego de Ávila

10 de diciembre de 2014

Desfile de jóvenes alfabetizadores
Desfile de jóvenes alfabetizadores
En Ciego de Ávila, como en el resto del país, miles de jóvenes hicieron suyo el propósito de erradicar el analfabetismo

Ha pasado algún tiempo desde que conocí a los protagonistas de este relato. Sin embargo, sus recuerdos no envejecen ni para ellos ni para mí. Todos dejaron las comodidades del hogar y se adentraron en un mundo a la vez cercano -si la distancia se mide en kilómetros- y ajeno a cuanto habían vivido antes. Amparo Izquierdo González, Teodoro Roberto Quiñones Sánchez y Antonia Margarita Meneses Borroto no tuvieron que alejarse demasiado de la ciudad de Ciego de Ávila. Elvira Junquera Forcade viajó un poco más y con ello satisfizo un anhelo. José Manuel Montejil Larduy recorrió carreteras, terraplenes, trillos, sin importar hora ni día de la semana.

Nada que yo pueda decir se equipara con sus historias. Callo entonces y les entrego estas páginas.

Elvira Junquera
José Manuel Montejil
Elvira Junquera cuenta que nació una relación de mucha afinidad entre ella y sus alumnos Inocencio y Caridad. “Tanto que mi mamá se ponía celosa”. “Éramos un ejército, pero nuestras armas eran el lápiz, la libreta, la cartilla, el manual”, afirma José Manuel Montejil
Amparo Izquierdo
Antonia Meneses y Teodoro Roberto Quiñones
Aunque para Amparo Izquierdo “el cambio fue muy brusco”, el afecto de la familia en cuya casa vivió y el sentirse útil hicieron que esa fuera “una de las etapas más lindas” de su vida Antonia Meneses y Teodoro Roberto Quiñones rememoran sus vivencias


Desbrozando el camino

Teodoro: En octubre de 1960 se crea en Ciego de Ávila el Consejo de Educación, que intervendría, de manera general, en la Campaña. Lo primero que hicimos fue realizar un censo para determinar cuántos analfabetos teníamos y conocer la cantidad de alfabetizadores con los cuales podíamos contar.

Montejil: Alfabetización hubo tanto en la periferia como en el centro de la ciudad. Un equipo de cuatro o cinco compañeros, vinculados a la CTC, íbamos a los centros de trabajo a hacer las captaciones. Esa fue nuestra primera tarea, averiguar quién era analfabeto y quiénes podían alfabetizar. Esa captación también se hizo barrio por barrio, en todas las casas. Incluyó a los obreros, las obreras, las amas de casa, los trabajadores por cuenta propia, y a los sin trabajo.

Cuando llegamos al campo y empezamos a decir que íbamos a llevar a un alfabetizador -me refiero a los obreros, a los Patria o Muerte; no a los Conrado Benítez, quienes eran niños o adolescentes- en algunas zonas no aceptaban a los hombres. Preocupaba que pudiera haber una relación sexual entre ellos y las campesinas. Además, algunos pensaban lo siguiente: “¿Si se llevan a las muchachas, con quién nos vamos a casar aquí?” Yo lo oí.

Qué se hizo: fuimos captando al campesinado. Hablábamos, establecíamos relaciones de amistad. Visitábamos a diario, en el yipi, a caballo, como fuera, la zona; hasta lograr que ellos mismos solicitaran los alfabetizadores. En ciertos casos tuvimos que enviar mujeres, o parejas, como si estuvieran casados.

Varadero

Elvira: Yo tenía 19 años y me había incorporado al Instituto de Segunda Enseñanza de Ciego de Ávila. Ahí los Jóvenes Rebeldes empezaron a captar estudiantes para que fueran a alfabetizar. A mediados de junio de 1961 llegué a Varadero. Estuve pocos días, porque me dio gripe y me ingresaron.

No obstante, yo quería ir a la Sierra Maestra. Salí en el último llamado y me tocó un lugar llamado Picana Arriba (municipio de Niquero), donde estaba la finca La Mariana, y en ella  la casa de Inocencio Feus, Chencho, y de su esposa Caridad Fonseca, Cacha.
Teodoro: El 5 de mayo de 1961 partió el primer contingente de brigadistas Conrado Benítez para Varadero, donde recibimos una preparación metodológica, durante 12 días, y nos entregaron las cartillas, los manuales, los faroles, los lápices.

Antonia: Estábamos convencidos de que participar en la Campaña era un deber de los estudiantes de la Escuela de Maestros Primarios de Camagüey. En mi aula todo el mundo andaba muy embullado. En abril el grupo se trasladó a Varadero. Allí nos sorprendió la invasión a Playa Girón. Siempre estuvimos muy bien atendidos y custodiados. Mis padres me contaron que al ocurrir el ataque ellos se desesperaron, pero recibieron la visita de personas del municipio, quienes les dieron la seguridad de que no nos iba a pasar absolutamente nada.

Vehículo utilizado en la Campaña de Alfabetización
Vehículo utilizado en la Campaña de Alfabetización en el territorio avileño

La primera noche

Amparo: Pasé un poquito de trabajo para ser alfabetizadora, porque mi familia era de la pequeña burguesía y mi mamá no estaba de acuerdo con que me fuera “para el monte”. Yo tenía 16 años. Sin embargo, mi papá me autorizó.

Empecé a alfabetizar en una zona que está yendo hacia Morón. Encontré casas de yagua, techos de guano, banquitos hechos con tablas de palma; se alumbraban con chismosas. Sí eran muy limpios y muy curiosos.

La primera noche no la pasé mal, enseguida me acostumbré a la hamaca. Y ellos me acogieron con tanto amor, que me sentía bien. Esa es una de las etapas más lindas de mi vida.

Elvira: Yo vivía en la ciudad de Ciego de Ávila y no conocía mucho campo. Y menos un lugar donde no había luz eléctrica. Aquella primera noche comencé a buscar en el techo de la casa algo para mirar; descubrí cerca del caballete un huequito y desde entonces, cuando había luna, por ahí yo la buscaba.

Romper el hielo

Antonia: Antes de la clase inicial teníamos que acercarnos, conversar con ellos. No era fácil que levantaran la vista, que nos hablaran; entablar esa comunicación imprescindible para que haya un aprendizaje.

Teodoro:Sí, al principio se cohibían, había que buscar cómo aproximarnos.

A pesar de los riesgos

Elvira: En el lugar donde yo enseñaba había unos alzados. Por eso un día Generosa (otra alfabetizadora) vino a dormir a mi casa. Yo estaba escribiendo una carta y sentimos un ruido. Apagamos la chismosa. Oímos que dijeron: “Son milicianos”. Chencho abrió la puerta y no sé de qué hablaron, porque nos metimos en el cuarto. Después retiraron de la zona a dos muchachas brigadistas, para protegerlas. A nosotras nos preguntaron si queríamos quedarnos, y respondimos que sí. Chencho estuvo de acuerdo. Me dijo: “Si usted se quiere quedar, usted se queda. Y no se preocupe, que las vamos a defender”. Las familias patrullaban la finca.

Montejil: En Ciego teníamos un local del Sindicato de Comercio y ocho camiones para ubicar a los alfabetizadores populares en las distintas zonas de la periferia de la ciudad: Aguas Dulces, la Piñera y otros. Entre los obreros que captamos muchos tenían a lo sumo tercer grado. Los pocos maestros existentes, los profesionales que sabían impartir una clase, nos ayudaron.

El camino hacia Jicotea, un barrio rural, a 10 kilómetros de la ciudad, era peligrosísimo; personas que estaban en contra de la Revolución y de la Campaña nos tiraban cocteles Molotov, luego cayeron presos. Mario el Bravo operaba en Mamonal, Nuevo Maíz, El Azufre, Trilladera… Ante esa situación tuvimos que armar a algunos brigadistas. En Nuevo Maíz teníamos, de La Habana, cuatro jóvenes, unas mujeres lindísimas, y les quemaron la escuela. Hubo que correr hasta que cogimos a los alzados.

Amparo: En el Ingenito, una finca que había casi llegando a Morón, vivían los Cervantes y los Molina. En una de esas casas se presentaron una vez dos señores y me pidieron que los alfabetizara también a ellos. Les dije: “No hay problema, vengan”. Y comenzamos. Yo veía que me observaban mucho, me hacían preguntas. Casi 30 años después, asistí a una boda y ahí estaban. Resulta que habían sido presos políticos, por haber pertenecido a bandas de alzados. Su interés en mis clases era ver si yo en lugar de enseñar hablaba sobre comunismo.

Cartilla y Manual para aprender a leer y escribir Cartilla y Manual para aprender a leer y escribir
La cartilla y el manual

Un día tras otro

Elvira: En La Mariana vivimos 20 brigadistas, de Campechuela, Camagüey, Manzanillo, La Habana. Era un lugar semimontañoso, donde comenzaba la Sierra. Inhóspito para mí, que nunca había subido una loma. Pero mis compañeras y yo nos sentíamos felices.

La casa de Cacha era de las primeras, hacía camino para las otras y era como el círculo social de los brigadistas. La habían construido con tabla de palma. Mi cuarto estaba forrado con yagua; yo jamás había visto algo así, bien montaditos los cujes, la yagua bien parejita, parecía una obra de arte. Era gentes maravillosas. Conmigo fueron muy delicados. Lo que compraban para ellos lo compraban para mí.

Al principio no querían que lavara, porque las mujeres lavaban metidas en el río, con la paleta o con tusa de maíz, pero yo les dije: “Mi ropa la lavo yo”. También fregaba. Todos los sábados, hasta las nueve de la mañana mi trabajo era el baldeo de la casa, que incluía echar en el piso la ceniza del fogón y pasar sobre ella una escoba hasta que quedara bien parejito.

Me bañaba en el arroyo, aunque le tenía un poco de miedo, no porque fuera peligroso, sino porque estaba muy solo. Y todos los días caminaba seis kilómetros: había tres hasta donde estaba el compañero que me daba un cubo de leche para repartir a los brigadistas, siempre quedaba y eso me daba la posibilidad de hacer pudines y otros dulces.

A Cacha le costaba mucho trabajo leer; sin embargo, dibujaba las letras perfectamente, tenía una caligrafía bella. También alfabeticé a Modesta Fonseca, que tenía 62 años y era sorda. Yo le dije: “Modesta, yo no grito. Se lo voy a decir despacito para que usted entienda”. Aprendió a leer en pocos meses.

Teodoro: Se me dio la tarea de atender a un grupo de brigadistas que alfabetizaban en El Tordillo, junto a la carretera de Gaspar a Primero de Enero, entonces central Violeta. Había un caserío en el que dejé 11 muchachos; en otro bateycito desmontaron los otros cuatro, era un grupo de casas muy humildes, en el centro había una edificación con piso de cemento y techo de guano. Allí colgamos las hamacas para dormir.

Yo tenía la misión, por la mañana temprano, de montar un caballito a pelo, y salir a conversar con los 15 muchachos, para ver si existía alguna dificultad; por la noche alfabetizaba a una pareja de campesinos: Manuel y María. Otros alfabetizadores ayudaban en las tareas del campo: guataquear, recoger algunas cosechas, ordeñar y cuidar el ganado.

Al comienzo pasé mucho trabajo. Primero, a aquellas manos tan toscas hubo que enseñarlas a coger el lápiz; al principio yo me desanimaba un poco, pero con empeño, noche tras noche, fuimos avanzando. Al cabo de tres semanas observé que ellos empezaban a entender y, de manera muy rústica, a hacer los primeros rasgos. Para mí fue tremendo ver cómo al finalizar la Campaña podían escribir sus nombres y la cartica dando las gracias a la Revolución y a Fidel.

Amparo: Alfabeticé a varias personas. Iba de un lugar a otro a caballo o a pie. Recuerdo a Antonio Roque, era español, y vivía de curtir pieles, manualmente. Me trataba como si fuera mi abuelo; también estaban su señora y dos hijos.

Antonia: La mayoría de los integrantes de mi brigada fue ubicado en un lugar llamado San Rafael y nos teníamos que trasladar diariamente unos dos kilómetros para llegar a la zona donde alfabetizábamos, que se llama Manatí (pertenece a Baraguá, un municipio avileño). Fue un choque cultural fuerte. Nos tocó alfabetizar a personas que vivían en condiciones de pobreza extrema.

Después del ¿punto final?

Teodoro: Toda revolución social debe ir acompañada de una revolución cultural, que en Cuba se inició con la Campaña de Alfabetización y continuó con el proceso de seguimiento, con las campañas por el 6º y por el 9º grados, y con un mayor acceso a la educación superior.

Montejil: Después de la Campaña mi casa se convirtió en un centro de paso; en ella estuvieron albergadas varias personas que siguieron estudiando.

Amparo: Alfabetizamos tanto a los adultos como a los niños. Muchos se graduaron más tarde de preuniversitario o de la universidad. Hoy son ingenieros, profesores, dirigentes, médicos, o tienen otras profesiones.

Antonia: Los dueños de la casa donde yo paré venían a Ciego de Ávila y mi casa era suya. Nosotros dejamos una huella en aquel lugar, pero también nos llevamos amistad, cariño. Los hijos de esas personas nos consideran como familia. Ellos nos visitan y nosotros vamos allá.

En Manatí ya no hay casas de piso de tierra. Y sí hay luz eléctrica. Yo no digo que sus habitantes no tengan insatisfacciones, pero el Manatí que yo vi entonces no es el de ahora. Hay televisores, refrigeradores. Se construyó una escuela primaria. Las personas cambiaron, conocen sus derechos, te miran de frente y dicen lo que piensan. No existen campesinos como los que yo conocí.


Ángel Cabrera Sánchez, Historiador de la ciudad de Ciego de Ávila, aportó a BOHEMIA los siguientes datos: A la Campaña de Alfabetización se incorporaron más de ocho mil 500 alfabetizadores procedentes de la actual provincia. En 1959, el total de habitantes de la región que tenían 10 años o más ascendía a 155 mil 431 (74 mil 273 vivían en Ciego de Ávila y 81 mil158 en Morón). De ellos eran analfabetos 46 mil 74, es decir, casi el 30 por ciento de esa población; la mayoría vivía en zonas rurales.

Testimoniantes
Elvira Junquera Forcade: Dirigente de la Federación de Mujeres Cubanas. Licenciada en Historia. Profesora. Durante las dos últimas décadas ha trabajado en el Archivo Provincial de Ciego de Ávila.

Amparo Izquierdo González: Antes de la Campaña estudiaba en el Instituto de Segunda Enseñanza. Fue profesora en diversos niveles; además, dirigente de varias organizaciones de masas a nivel provincial. Se graduó de técnico medio Jurídico y trabajó en el Tribunal Municipal de Ciego de Ávila y Juez de la Sala Penal. Administró múltiples entidades gastronómicas.

José Manuel Montejil Larduy: Dirigente sindical en la esfera del Comercio, en Camagüey y Ciego de Ávila. Fue profesor en un politécnico de Economía e impartió clases de técnica comercial en diferentes lugares del país.

Teodoro Roberto Quiñones Sánchez: En 1956 obtuvo el título de maestro agrícola, pero no pudo encontrar trabajo en su especialidad. Al triunfar la Revolución comenzó a dar clases de agricultura en la Escuela secundaria básica rural Mártires del 9 de Abril. Fue cuadro profesional del Partido. Laboró en el Centro Universitario de Camagüey (actual Universidad) y posteriormente ha trabajado en la Universidad de Ciego de Ávila y en el Instituto Superior Pedagógico Manuel Ascunce, de esa provincia.

Antonia Margarita Meneses Borroto: Se graduó en la Escuela de maestros primarios de Camagüey. Fue profesora, subdirectora de escuela, metodóloga de la enseñanza primaria en el municipio de Ciego de Ávila y luego a nivel provincial. Después de jubilada se ha desempeñado como gestora de la Cátedra Universitaria del Adulto Mayor, inaugurada en ese territorio en el año 2000. También ha presidido la Asociación de Pedagogos en la provincia.





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