Todos los días y desde hace dos años y medio, Carlos Eduardo Vanegas se dedica a construir el edificio más alto de Colombia y el segundo con más altura de Latinoamérica. Su labor: posarse con un arnés a más de 200 metros de altura en el centro de Bogotá, en la cima de lo que poco a poco es el BD Bacatá.
Este hombre es el maestro de obra de este proyecto insignia en el país. Es fuerte, de cabello negro, su contextura es gruesa y su piel, que está quemada por el sol, demuestra toda la fortaleza que desarrolla en este oficio al que le ha dedicado 37 de sus 50 años de vida.
Al trabajo de la construcción Carlos llegó jugando, desde muy pequeño le heredó la pasión de construir a su papá, quien le pedía que después de hacer las tareas del colegio fuera ayudándole de a poco a construir la primera casa que tuvieron.
“Me metí en este oficio desde muy niño, trabajando con mi papá, él también era constructor. La primera casa que él tuvo la construimos entre los cuatro, el núcleo familiar, mi padre, mi madre, mi hermana y yo”.
Fue así como este bogotano, con tan solo 13 años, tomó la decisión de trabajar de lleno en obras. Una de las motivaciones era ganar dinero para ayudar a su familia, pero también guardaba un gusto mayor por construir y crear. Dejó el colegio cuando apenas iba en quinto grado: “Nunca fui bueno para estudiar. Eso no fue para mí”, señala.
Y así empezó a escalar, pasó de ser ayudante a ser ‘media cuchara’, de ahí a manejar grúa, hasta que a los 26 años logró ser maestro de obra. “Esto es como el rango del ejército, uno va subiendo de a poquito, cada oficio le da a uno experiencia para pasar al siguiente”.
En ese camino logró dirigir la construcción de un puente en Yopal, viviendas en Villavicencio, hoteles en Cartagena y la cárcel de Cómbita en Boyacá.
Carlos es, desde hace dos años y medio, el maestro de obra de BD Bacatá. Cortesía Santiago Manso.
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Llegar a los 240 metros
Hace varios años, Carlos subió a la torre Colpatria con sus dos hijos: Juan Camilo y Santiago. En el piso 48, a 196 metros, observó la ciudad y solo una frase pasó por su cabeza: “Ojalá un día Dios me conceda el honor de hacer un edificio como este”.
El 28 de enero de 2013, sin siquiera planearlo, su larga experiencia en la construcción y su compromiso con el trabajo lo pusieron de maestro de obra del proyecto de dos torres de 56 y 66 pisos, con 216 y 240 metros respectivamente, que contempla el BD Bacatá.
“Llegué en la mitad del pilotaje, empezamos la excavación de la obra, que tomó cerca de año y medio, y de ahí ya empezamos a subir, ya estamos en el piso 58, nos faltan solo ocho para terminar la construcción del edificio más alto”.
Cada día, Carlos se levanta a las 4:30 a. m. en su casa en el barrio Verbenal, en el norte de la capital, para comenzar su jornada de trabajo. La primera función al llegar a la obra es revisar las actividades programadas en el día y vigilar la ubicación de los hierros según los planos para elevar cada piso, que en promedio toma cerca de tres días para ser terminado.
Su trabajo está en lo más alto: tiene que subir desde el piso 52 por unas pequeñas escaleras metálicas desde donde se ve toda la ciudad, una estructura que no podría ni mirar una persona que le tenga miedo a las alturas. Una vez llega al último piso construido, la vista es incomparable, pero el riesgo es latente. En ese lugar Carlos se debe amarrar de un arnés para vigilar hasta la última estructura metálica, ladrillo y cemento que sea ubicado en la edificación. Cualquier movimiento en falso lo puede mandar al vacío.
Este hombre no siente ni un poco de pánico: “Creo que soy inmune al miedo a la altura, me parece muy divertido estar así. Es fantástico, puedo mirar toda la gente desde aquí, desde lo más alto”, dice.
La jornada de trabajo es extensa, en promedio pueden terminar a las 2 a. m. después de culminar toda la soldadura de las largas y complejas estructuras de hierro. En las horas de la madrugada, el frío ataca y el viento hace que la labor sea más complicada. Su trabajo y el de las otras 760 personas que trabajan en la edificación es muy difícil. El único temor que Carlos confiesa tener es que a alguno de sus compañeros le pase algo.
Este hombre se posa todos los días con un arnés a más de 200 metros de altura. Cortesía Santiago Manso.
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En toda la edificación Carlos se mueve armoniosamente, conoce cada una de las esquinas de la obra, su sentido de orientación lo hacen caminar firme en este lugar que parece casi un laberinto de hierros, paredes, cementos y toneladas de materiales de construcción, que serán transformadas en dos hoteles, 117 oficinas y 405 apartamentos de lujo.
Más lejos del suelo, más lejos de la familia
El sacrificio más grande que hace Carlos todos los días no es trabajar durante largas jornadas o estar a una gran altura, para él la parte más difícil es no poder compartir con su familia el tiempo que desearía. Su esposa María del Carmen y sus dos hijos de 17 y 10 años se han tenido que acostumbrar a que él casi no esté en casa.
“Para mí este es un compromiso muy grande, es un proyecto que no se va a volver a hacer y es un sueño para mí, pero a pesar de esto tengo que hacer muchos sacrificios y aguantar”, dice.
A pesar del poco tiempo libre, siempre aprovecha cada instante con ellos, con su familia. A ‘Meca’, como llama de cariño a su esposa, y a sus hijos les gusta salir, ir a acampar. Ese es uno de los pasatiempos favoritos de Carlos.
Sus papás y su hermana cuentan con orgullo que él es maestro de obra del edificio más alto del país. Para ellos, Carlos logró llegar a lo más alto de su profesión gracias a su compromiso y a su gran sentido de responsabilidad.
Para él, estar en el BD Bacatá es un sueño y está feliz de hacer parte de su construcción. Sólo le queda una meta más en este oficio: construir un viaducto. Cuando eso ocurra podrá decir que logró construirlo todo.
Cuando su cuerpo ya no quiera más, cuando se cansé de trabajar, este obrero solo espera seguir paseando con ‘Meca’. Esa es su ilusión, conocer la mayor cantidad de lugares que pueda.
Carlos ya está 66 pisos más cerca del cielo que los demás capitalinos, por lo que ha cumplido la meta más grande de su vida. “Tuve un propósito desde pequeño, siempre dije: 'Quiero estar arriba' y creo que lo logré”, dice.
Carlos trabaja en esta construcción con otras 760 personas. Cortesía Santiago Manso.
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MARÍA FERNANDA ARBELÁEZ M.
EL TIEMPO.COM