El sensible fallecimiento del intelectual cubano Fernando Martínez Heredia es una herida para todos los latinoamericanos y caribeños que admiramos su obra, para aquellos que intentamos -a nuestra manera- continuar el legado emancipador que en vida él levantara.
Martinez Heredia es (y será) Cuba. Y Cuba es un símbolo para los que pensamos que hay otro mundo posible, más humano, menos artificial. Pude interactuar con el en 2016, cuando en La Habana se organizara una reunión de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad (REDH) en relación a los diálogos de paz de Colombia. Fueron 48 horas vertiginosas, organizadas por la defensora de DDHH Piedad Córdoba Ruiz.
Pude conversar un rato a solas. Conocía mis textos, lo que sentí como uno de los halagos más importantes que me hicieran en mi corta carrera profesional. Lo sentí humilde, cercano, como he sentido a pocos intelectuales. El rehuía de que lo encasillen ahí. No competía. Y sobre todo, escuchaba. Preguntó sobre la situación político-social en Argentina, con Macri haciendo estragos desde su modelo económico neolibral. Reflexionó sobre el proceso de actualización del modelo socialista cubano. Y me habló sobre Fidel, que aún no había partido, como parte hoy él. Me guardaré para siempre esa reunión. En mi corazón y en mi cabeza. Por el personaje en cuestión y por el lugar.
Fernando no solo nos deja sus extensas obras. Libros y libros que merecen ser revisitados a la luz del nuevo momento continental. También nos deja el ejemplo de su vida: un intelectual que no se apartó un ápice, en su vida, de los valores por los cuales vivió y luchó. Lo vamos a extrañar, claro. Pero seguirá presente, porque, como dijera Martí, “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”. Hasta siempre Fernando.