Foto: Juventud Rebelde
Marta Hernández
Santa Clara, 17 jun (ACN) Cada año, durante los meses primaverales, la población de cotorras solitarias, ubicadas dentro de jaulas en las ciudades de Cuba, se incrementa silenciosamente a los ojos de todos.
Esta verdad se aprecia con solo andar por las calles y ver al nuevo inquilino en las viviendas, donde son acogidos por el propietario que se esmera en enseñarles palabras, ritmos musicales y otras habilidades, muy distantes de las necesidades reales del animal.
Por su plumaje y la facilidad de adaptación a la vida extramontuna las Amazonas leucocephalas son altamente cotizadas y muy demandadas en el mercado ilícito, que revierte grandes ganancias a los proveedores, muy pocas veces detectados por quienes hacen cumplir la ley.
Los expertos aseguran que el tráfico de aves exóticas, en el cual se encuentra la cotorra cubana, es el tercer negocio más lucrativo del mundo, solo superado por las ganancias de la carrera armamentista y las drogas.
Mucho hincapié se hace para detectar, decomisar y devolver a su hábitat los pichones del bello animal en las aduanas portuarias y áreas de Cuba, con un altísimo porcentaje de efectividad.
Pero la realidad es otra, y está referida a la preferencia de los cubanos por la cría en cautiverio de la cotorra, algo que sucede sin que se asuma una acción enérgica.
Benito Turiño, jefe del Circuito de Guardabosques de Jibacoa, explicó a la ACN que tanto ellos como los guarda parques garantizan la protección de los bandos que anidan en el área protegida Hanabanilla, pero en el resto del macizo es imposible.
Recordó el especialista que las cotorras, al igual que el resto de la avifauna, se establecen en sitios abiertos, y las montañas de Guamuhaya abarcan, en esta provincia 33 mil 300 hectáreas, muchas de ellas de monte virgen, hasta donde llegan los depredadores para robar los animales y luego venderlos.
Refirió que en el 2013 se detectaron dos personas trasladando 11 pichones de cotorras, los animales murieron a consecuencia de las altas dosis de sedantes suministradas para transportarlas, las cuales provocaron problemas respiratorios incompatibles con la vida.
Durante el 2015 se descubrieron dos robos de polluelos, que tuvieron mejor suerte y una vez atendidos por veterinarios especializados en avifauna silvestre fueron devueltos a la naturaleza, comentó.
Esas acciones fueron solamente en la zona protegida, en el resto de la montaña la realidad es otra, afirmó.
En conversaciones con vendedores y criadores de cotorras citadinos todos argumentan que no le hacen daño a nadie, porque quienes adquieren el ejemplar lo cuidan bien.
Al parecer desconocen que las cotorras viven en bandos, establecen una pareja para toda la vida y al criar un solo individuo se corta la posibilidad de reproducción de la especie, considerada en peligro de extinción.
El cuerpo legal establecido en la Isla no contribuye a la erradicación de ese delito, porque establece solamente la imposición de multas de 750 pesos a quienes se descubran en estos actos.
Esta cuantía se considera muy baja, si se tiene en cuenta que cada ejemplar de cotorra se comercializa por lo menos a 70.00 CUC.
La Empresa Nacional para la Protección de la Fauna y la Flora invierte recursos en los programas para la recuperación de esa especie, pero la acción depredadora del hombre no permite que los resultados se aprecien como es de esperar.
Residentes en las montañas de Villa Clara comentan que hace mucho tiempo el graznido de las aves se escuchaba desde lejos, además por las tardes veían los bandos regresar hacia los lugares habituales de descanso.
En estos días la realidad es otra, ahora muchas de las simpáticas aves cantan, silban y piden pan desde hermosas jaulas en las casas de pueblos y ciudades de esta Isla.