Se llama C-Star, pero todos le dicen «el barco nazi». Y, al parecer, siguiendo la fobia al agua de Adolfo Hitler —quien nunca aprendió a nadar y se ponía muy blando en cubierta— su dotación a bordo, formada por militantes del movimiento Generación Identitaria, sufrió esta semana el primer «mareo» en el Mediterráneo: tuvimos «un ligero problema técnico durante la noche y en estos momentos tratamos de resolverlo», informaron antes de ser auxiliados desde otra nave.
Generación Identitaria no es una agrupación cultural sino un movimiento ultraderechista y xenófobo que se ha propuesto frenar la supuesta «africanización de Europa». Y como también el odio hace marketing, han recaudado entre cerebros de similar rigidez más de 160 000 euros, fletado este barco de 40 metros y comenzado a «monitorear» las «actividades ilícitas de las ONG» que rescatan a los migrantes. En fin, el mundo cabeza abajo.
Imbuidos de aquel fervor de superioridad que tanto costó al mundo, estas personas «degenera… ción» Identitaria se han planteado la misión Defend Europe, que implica entorpecer rescates, inutilizar las lanchas abandonadas y trasladar por la fuerza a migrantes de vuelta a Libia, algo ilegal que complicaría la ya frágil seguridad en el área.
Dadas las perlas nada marinas que atesoran en cubierta, la expedición del C-Star ha sido accidentada. Pese a su campaña en redes sociales y al innegable respaldo de las tendencias racistas europeas, ha hallado corazones y puertos cerrados a su intolerancia.
Desde que levó anclas fue retenido en Chipre, no pudo atracar en Catania y, en lugar de provisiones, solo halló en radas tunecinas abucheos de rechazo. El domingo pasado, estos «lobos de mal» se abstuvieron de atracar en Zarzis, Túnez, donde pescadores, trabajadores portuarios y sindicalistas les preparaban una recepción poco amistosa, aunque merecidísima.
No escasean en el panorama de hoy los imperios piratas ni los gobiernos corsarios. De cierta manera, todavía el mundo es una batalla naval. En las antípodas de Generación Identitaria se encuentran varias ONG que defienden los derechos de los migrantes. Una de ellas es Sea Eye, creada en 2015 por el alemán Michael Buschheuer, un empresario de Ratisbona, Baviera.
Sea Eye, que cuenta con 700 voluntarios y tiene dos barcos, comenzó el año pasado sus operaciones de vigilancia, rescate y coordinación de ayuda a lo largo de la costa libia. En cinco meses había salvado a casi 4 000 migrantes en peligro.
Como la tripulación del C-Star, ellos buscan naves cargadas y en riesgo, pero con objetivo contrario. Sea Eye calma la desesperación con chalecos flotadores y agua potable, asegura a las personas en balsas salvavidas y atiende a los heridos en una enfermería a bordo. Amor ilegal, parece.
Un ejemplo reciente: este viernes, Sea Eye fue contactada por su centro de coordinación de rescate en Roma porque frente a las costas de Libia un barco requería auxilio. Acudieron, por supuesto. Contra cerrazones como las de la gente de C-Star, Michael Buschheuer ha dicho que «ayudar ante el peligro es el deber de cualquier persona que esté en el mar, sin distinción por su origen, color, religión o convicciones».
La anécdota no es común. Como aquella de los músicos del Titanic que, se dice, tocaron hasta que el Atlántico desafinó sus sonidos, recibimos del Mediterráneo otra lección para contar a los nietos: los activistas de Sea Eye echaron un cabo al barco nazi.