Emperatriz Castro de Guevara vivió el evento con la mente puesta en el hijo que la guerra le quitó.
Quien fuera símbolo de las madres que no volvieron a ver a sus hijos dijo este lunes desde Cartagena que “cumplió su meta” de cerrar el círculo de dolor.
Es la 1 de la tarde del sábado 24 de septiembre del 2016. Quedan 48 horas para la ceremonia de la firma final de la paz. En Cartagena, el sol no cesa, y en Bogotá se asoma como no suele hacerlo.
Mientras mandatarios de varios puntos del mundo llegan a la Heroica, en el occidente de Bogotá una mujer, cuya expresión serena y fuerte copó los medios de comunicación por años, se alista para tener uno de los momentos más decisivos de su vida: ver por primera vez cara a cara a los hombres que se llevaron a su hijo, el teniente Julián Ernesto Guevara, el 1.° de noviembre de 1998, en la toma de Mitú, y se lo entregaron muerto 12 años después.
Emperatriz Castro de Guevara fue protagonista, a la fuerza, de una de las facetas más cruentas en la historia del conflicto: los ataques a bases militares como Patascoy (entre Nariño y Putumayo), Miraflores, (Guaviare) Las Delicias (Putumayo), o incluso de ciudades, como Mitú. Episodios donde muchos soldados y civiles murieron, fueron secuestrados o desaparecieron, como Julián Ernesto.
“Yo le pido a Dios que me dé paz, que me dé tranquilidad y que ojalá me dé el ánimo de darles un abrazo a los guerrilleros. Ojalá mi Dios permita que yo sienta en mi corazón el deseo de eso porque yo pienso que muchos de ellos obraron pensando que lo estaban haciendo bien”, afirmó ese sábado a EL TIEMPO doña Emperatriz.
Doce horas antes de la firma final de paz, ella junto con Ana María Guevara, su nieta e hija única del teniente Guevara, y otras 200 víctimas del conflicto colombiano llegaron al aeropuerto militar de Catam en Bogotá y abordaron un avión de la Fuerza Aérea que las llevaría a la Heroica. Uno de los tres que salieron desde Cali, Medellín y la capital del país para trasladarlas.
Tranquila, al lado de Ana María, observaba varias veces por la ventana. Le tomaba las manos, le hablaba bajito, con complicidad, y otra vez perdía la mirada.
Y como esperar parece ser parte del destino de Emperatriz, ella espera atenta a que con esta firma su corazón también haga un cierre definitivo en ese largo proceso de haber perdido a Julián hace 12 años y de llevarle flores a su tumba desde hace seis.
“Estamos en Cartagena pensando que es un momento de reconciliación y para demostrar que si nosotros podemos hacerlo, todo el mundo puede. Estamos aquí para ser la voz de quienes todavía tienen personas desaparecidas”, dice Ana María, quien dejó de ver a su papá cuando tenía seis años de edad.
La joven heredó la serenidad de su abuela y ese don que pareciera tener doña Emperatriz para superar todas las adversidades que se le han atravesado como una lanza en su vida. De hecho, hace dos semanas perdió a una de sus hermanas.
Ana María habla con la firme certeza de que el valor de la muerte de su padre radica en que nadie, nunca más, tenga que vivir lo que ella vivió.
“Mi papá ya no está y el dolor se queda, pero yo siento que hay un nuevo respirar. Mi papá gana más si no hay más secuestrados. Ganamos más con saber, por ejemplo, dónde están los otros desaparecidos. Hay familias que llevan esperando años por una respuesta a eso”, dice Ana María.
A sus más de 70 años y con el lastre de no haber podido volver a ver a Julián, afirma con total seguridad que su hijo tenía destinado morir el día que lo hizo y que nada en el mundo hubiera podido impedirlo.
A ambas se les entrecorta la voz cuando hablan de Julián, el padre y el hijo. Pero también hablan de perdón y de reconciliación.
“Los guerrilleros también estaban secuestrados y también merecen una segunda oportunidad. El perdón no es algo que te llegue de repente. Todos tenemos mucho dolor en el corazón, pero el perdón es algo en el que toca trabajar todos los días de adentro hacia afuera”, dice Ana María.
En la ceremonia, varias veces Ana y Emperatriz se tomaron de las manos. Atentas siguieron los discursos de todos, especialmente el de ‘Timochenko’.
“Pido perdón por todo el dolor que hemos podido causar”, dijo el jefe máximo de la guerrilla, y como un impulso natural ambas cerraron los ojos.
El Himno de la alegría suena de fondo, mientras las víctimas salen de la plaza de Banderas del Centro de Convenciones. “Ya se cumplió la meta. Por lo menos yo, ya no sentí lo que antes sentía con los señores de las Farc. Hoy todo fue diferente”, afirmó Emperatriz sonriendo.
CINDY A. MORALES
Reporteras del Tiempo.com