Fue así que comenzamos las averiguaciones sobre aquella historia. Un amigo nos dijo que un día oyó hablar que tanto el Che como Raúl Castro estuvieron haciendo pininos en México en el aprendizaje de las técnicas taurinas en las corridas de toro muy de moda en el país azteca por aquellos años.
En el libro La Palabra Empeñada, escrito por Heberto Norman Acosta, de la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, se pueden encontrar rastros de aquellos primeros contactos en México entre el Che y Raúl.
El Che había sostenido en Guatemala una intensa amistad con varios revolucionarios cubanos asilados en 1954 en ese hermano país, sobre todo con Antonio Ñico López, uno de los grandes amigos de Raúl, quien lo apoyó en sus gestiones ante el Comandante en Jefe para que fuera aceptado finalmente como uno de los asaltantes al cuartel Moncada.
Tras la Ley de Amnistía, que por la presión popular dictó el tirano Fulgencio Batista en 1955 y facilitó la salida de la prisión de Isla de Pinos de los asaltantes al cuartel Moncada que fueron juzgados en la causa 37, Raúl Castro se convierte de inmediato -a los pocos días de la supuesta liberación-, en el primer perseguido político de la dictadura, la cual comienza a prepararle una encerrona jurídica mediante acusaciones de conspiración y terrorismo como parte de un plan provocativo contra Fidel que contemplaba el asesinato de Raúl.
Es así como el líder de la Revolución, que cada día demostraba en sus denuncias públicas la falta de libertades de la dictadura, decidió acelerar la salida de Raúl hacia México, que se produjo el 24 de junio de 1955.
Ya en el país hermano, Raúl fue al encuentro inmediato de María Antonia González y en la casa de esta formidable cubana se produjo su encuentro con Ernesto Guevara, quien por entonces tiraba fotos en parques y calles para ganarse la vida, además de proseguir sus trabajos de investigación en el Hospital General de la capital mejicana.
Como lo describe la investigación, el Che y Raúl hacen buenas migas desde el principio. Se cuenta la anécdota de que por aquellos días Ernesto se hace acompañar de su nuevo amigo cubano para que le sirva de ayudante en los experimentos que realiza casi siempre de noche en el hospital y que consiste en operar a gatas gestantes. En aquella ocasión, Raúl le dice en broma al joven argentino que nunca se dejaría poner por él ni una inyección.
Es en ese ambiente estrecho y signado por la falta de recursos, que hizo que no pocos futuros expedicionarios del Granma pasaran hambre, donde ambos jóvenes deciden hacer prácticas para tratar de luchar en el ruedo frente a los toros para obtener algunos fondos financieros.
En esos lances andan cuando Fidel llega a México el 8 de julio de 1955. Apenas han transcurrido pocas semanas entre la llegada de uno y otro hermano.
Es Raúl quien le presenta a Fidel al argentino en casa de María Antonia y esa misma noche los tres se reúnen en un restaurante. Durante esa conversación es donde el Che se convierte en uno de los primeros expedicionarios. Y es ese día que le cuentan al Comandante el empeño taurino que están fraguando, Fidel les dice que aquello es una locura y les pide que se salgan de inmediato de ese proyecto. Pero el mundo del toro y sus técnicas se quedaron en ellos.
En el libro Secretos de Generales, de Luis Báez, cuenta el General de Cuerpo de Ejército Leopoldo Cintra Frías (Polo) que cuando se alzó en la Sierra Maestra en 1957 llegó a la casa de Domingo Torres, un guajiro que vivía por Pozo Azul en la zona de Hanabanita, en el actual municipio Bartolomé Masó, en la provincia Granma, vio allí torear por primera vez. Cuando aquel adolescente con su jocosidad campesina preguntó quién era ese loco, le respondieron que ese era “Luar”. El torero Luar (Raúl al revés) era el sobrenombre de Raúl Castro.
Del Che y las faenas taurinas no se sabe mucho, aunque de vez en vez se encuentra uno con varios chispazos. Por ejemplo, en su primer viaje diplomático como dirigente revolucionario, llega a Madrid de tránsito en junio de 1959 y entre los sitios que quiere ver pide que lo lleven a la Plaza de Toros de Vista Alegre. Más tarde, el 3 de septiembre de 1959, en viaje de regreso hacia Cuba el Comandante Guevara llega de nuevo a Madrid y solicita que lo lleven a ver una corrida de toros y así acude a la Plaza de Las Ventas y disfruta de casi todo el cartel de la tarde.
En la finca de San Andrés, Pinar del Río, conocida por “la finca del americano”, donde se prepararía después el destacamento guerrillero que lo acompañó a Bolivia, el Che realizó algunas faenas de torero.
Conversando con los compañeros Harry Villegas (Pombo) y Leonardo Tamayo (Urbano), dos de los sobrevivientes de aquella gesta, suponemos que esta práctica se haya realizado en los días que salieron los guerrilleros de vacaciones para despedirse de sus familiares antes de partir a la histórica misión en Bolivia.
Es difícil predecir cuán buen toreros pudieran haber sido, pero las mejores escuelas taurinas del mundo coinciden en señalar que para ser un buen torero hace falta tener: valor, personalidad y una gran fuerza de voluntad y perseverancia.
Con esas cualidades y la virtud del amor a la causa libertaria se unieron para afrontar con audacia todos los sacrificios inimaginables aquellos hombres que después realizarían la increíble proeza del Granma.
Lo cierto es que si bien hay que tener coraje para enfrentar a un toro, más había que tenerlo para montarse en aquel yate que hacia agua con su carga pesada de 82 hombres y navegar en medio de aquella tormenta para cumplir aquello que con tanta vehemencia había dicho Fidel de que si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo.
(Tomado de Bohemia)