09 de octubre de 2013, 07:42La Paz, 9 oct (PL) La Higuera, aldea perdida en la geografía de Boliva, es hoy en centro de las ilusiones y utopías de la revolución en América Latina, porque allí murió un hombre y nació un mito: el del Che Guevara.
Como cada año a inicios del octubre, el poblado campesino de casas miserables de adobe y paja se llena de turistas y peregrinos que recorren el último lugar de América que vio con vida al guerrillero argentino-cubano, al sitio que se llevó su último pensamiento y su última mirada.
Es un caserío de apenas 50 almas, una especie de valle rodaeado de montañas de vegetación espesa, pero hace 46 años se convirtió en uno de los lugares de referencia para la izquierda latinoamerciana, en el núcleo pospuesto de la revolución continental.
Hoy, casi medio siglo después de aquellos hechos, de que las balas y los ideales del Che removieran la dictadura de René Barrientos y a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, los habitantes de La Higuera han creado una especie de culto profano a la imagen del guerrillero, al que consideran un santo y le ruegan por milagros, le ofrecen flores y le encienden velas.
Delegaciones de Cuba y Argentina, entre ellas el hermano menor de Guevara, Juan Martín, acudirán hoy al poblado para realizar un acto de recordación, al cumplirse 46 años del asesinato en una vieja escuelita que todavía se conserva como sitio de culto.
Muchos de los pobladores de La Higuera recuerdan aquel día de 1967, y algunos hasta cobran por contar la historia, pero todos son conscientes de que desde aquel 9 de octubre, nada volvió a ser igual en ese caserío al sureste de Bolivia.
Julia Cortez, una maestra jubilada, dice que ella fue la última en ofrecerle un plato de comida al Che, una sopa de maní, y cómo él le reprochó que siendo maestra, hubiera escrito ángulo sin tilde en el pizarrón de la escuela.
Algunos cuentan cómo al caer la tarde, unas ráfagas estremecieron la noche y entonces entendieron que el preso de la escuelita había sido asesinado.
El verdugo de Guevara, el exsargento boliviano Mario Terán, relató a su ministro del Interior, Antonio Arguedas, cuáles fueron las últimas palabras del Guerrillero. Dijo a su captor: íSerénese y apunte bien! íVa usted a matar a un hombre!
Terán contó que quedó estremecido por esas palabras, dio un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerró los ojos y disparó la primera ráfaga. |