Iraida es la estampa de la sencillez. Tiene la mirada más iluminada que he conocido hasta hoy. En su casa, dispuesta a revelar toda la inquietud espiritual que le circunda, nos recibió una tarde de septiembre. Ligera, guapa y cálida como siempre abrió la puerta. Penetramos en los dominios del cuento de hadas que es su vida —su intimidad— y la pedagoga, coreógrafa, guionista, directora artística y cineasta nos dijo de un tirón: “Tengo 81 años y no puedo dejar de trabajar, si dejo de hacerlo me muero de tristeza”.