Cuando el domingo 10 de septiembre los habitantes de Caibarién abrieron por primera vez sus puertas tras casi un día de fuertes vientos y una lluvia constante, muchos no quisieron creer tanta desolación: grandes e históricos almacenes derrumbados, calles intransitables, el mar donde no debiera y un extraño olor a salitre desconocido hasta para los pescadores más avezados. Sin embargo, más de una semana después el panorama parece otro porque en cada esquina uno encuentra seres increíbles que le ponen nombre a la recuperación.