En la década de los 80 pude visitar Afganistán como enviado especial de la revista Bohemia, y para aliviar en Kabul, la capital, el tedio de un severo toque de queda desde las nueve de la noche, después de la temprana cena del obligado “palao”, (cordero con arroz y especias), el embajador cubano de entonces mandaba a recogerme al hotel donde yo pernoctaba y pasábamos un par de horas conversando sobre el país que intentaba descubrir.