La vida me lo sentó al lado, una noche de celebración yucateca en la embajada de México. Él había venido a un congreso de historiadores en La Habana y ya casi estaba de vuelta a su país, cuando tuve la fortuna de que me lo sentaran al lado. La música y el bullicio natural de una cena para mucho más que un centenar de personas y las dificultades auditivas de él –único padecimiento que le conozco a sus 91 años- me obligaron a pedirle cita para otro día. ¿Quién que conozca de historia no ha soñado con hacerle una entrevista a Antonio del Conde, el dueño original del yate Granma? Es este un hombre de leyenda que todavía recorre la capital de México sobre una moto y que conserva los recuerdos arropados en una ternura singular, de manera que puede ser entrevistado mil veces y siempre dirá lo mismo de forma diferente.
Por la fuerza de la costumbre, lo cité para un estudio en el ICRT, con la idea de grabarle y editar después lo que él no escuchara bien. Pero si iba a grabar y editar, ¿por qué no irnos hasta el memorial, donde su querido yate navega hace más de 40 años entre cristales, al fondo del Museo de la Revolución?
Las gestiones para filmarlo allí duraron menos que la aprobación y pronto nos vimos, apoyados por todos los directivos del Museo, sobre la cubierta del yate, con los pies dentro de botas de tela verde, como las que se emplean en salones asépticos. El Cuate había subido por escaleras verticalísimas, de peldaños estrechos, a una velocidad y con una firmeza que yo jamás conseguí.
Ya arriba, lo primero que hizo fue recorrer todo el yate, acariciándolo con un pañito que usan los empleados para limpiarlo. Lo miraba todo con ojos de asombro y con una emoción contagiosa. Al final lo sentamos en la proa y le pedimos contar:
— Cuate, diga otra vez cómo fue que este barco, que era suyo, entró en la historia de Cuba…
“Sesenta y un años –fue lo primero que dijo, suspirando largamente- , 61 años tuve que esperar para volver a abordar el yate Granma. Estoy en el yate Granma, no hay otro. Y yo soy Antonio del Conde, Fidel en la clandestinidad me puso de sobrenombre El Cuate. Me pide Ud. que platique yo de lo que es el Granma para mí… sesenta y un años, ni siquiera sesenta y una horas serían suficientes para hablar del yate Granma.
Pero resumiendo, un día visitando Tuxpán, probando unas armas, Fidel vio el yate y después de un año de estar colaborando con él -ya me conocía, ya era yo parte del grupo de expedicionarios- simple y llanamente me pidió el yate. Me dijo, “si usted me arregla ese yate, en ese yate me voy a Cuba”. Debo de declarar que yo compré el yate fondeado en los bajos de Tuxpán, inundado, lleno de basura, prácticamente inservible…
Estaba yo precisamente revisando que la quilla fuera de una sola pieza y Fidel me pregunta, ¿Y ese barco? Le dije, señor es un barco que compré en abonos, que lo estoy arreglando, está inservible, hasta la quilla tuve que mandar cambiar pero lo pienso arreglar poco a poco. Y sin más ni más me dice, como ya dije, “si usted me arregla ese barco, en ese barco me voy a Cuba”. Me incorporo y le digo, sí, pero el barco no sirve, no tiene motores, está todo inundado, no sirve, tiene vías, hay que calafatearlo, en fin… Me repitió más despacio, “si usted me arregla ese barco, en ese barco me voy a Cuba”. Con dos veces que me dijo fue suficiente, acaté la orden, no volví a hablar, nos subimos al coche, nos regresamos a México…
Me regresé inmediatamente a Tuxpán y con el pretexto de que se avecinaba mal tiempo del norte, monté una cuadrilla de carpinteros, calafateros, limpiadores y empecé a trabajar con urgencias para sacar el barco antes de que empezaran los ciclones. De quilla a proa y a popa, todo, todo se arregló. Se cambiaron, como ya dije, vías, tablas, se calafateó; entre tabla y tabla se encajó coco, fibras de coco, se pintó. Saqué los motores, los llevé a México, a la planta de la General Motors, se les hizo una reconstrucción total.
Se tomaron medidas para los tanques de agua, más o menos… por instrucciones del señor Onelio Pino, más o menos calculamos la capacidad de los tanques de agua, la capacidad de combustible que se necesitaba para la travesía, aceite, gasolina para la planta de luz -porque le adapté un nuevo sistema de voltaje de una planta general para la luz general del barco a ciento veinte voltios, para que trabajara independiente del motor, de los motores, dos motores de doscientos cincuenta caballos- y sobre todo se sacó mucho lastre y mucha basura, hasta ropa vieja; cantidad de cosas se echaron fuera.
Trabajamos incansablemente hasta que logré que el barco estuviera listo y con la ayuda del mecánico lo saqué al agua, lo “boté”, como se dice en términos marinos. Saqué el barco, lo eché a andar con la ayuda del mecánico, trabajó perfectamente. Yo tenía alguna experiencia para maniobrar lanchas, lanchas grandes, he tenido varias lanchas. Maniobré el barco, respondió perfectamente bien y lo atraqué en el lugar donde se carga combustible.
Al llegar ahí no llevaba yo marinero, nada más éramos el mecánico y yo, se bajó el mecánico y me dijeron que un barco de ese calado -cincuenta toneladas- tenía que tener a bordo un marino, ahí mismo contraté a un pintor que se había portado bien… lo nombré marinero de mi yate y maniobré un poco para cerciorarme de que los controles, el timón, en fin, todo funcionara. Dejé el barco precisamente en donde estaba el muelle de Petróleos Mexicanos que es donde había combustible, con el marinero encargado, aseguré los motores y me fui rápidamente a México a avisarle a Fidel que el barco estaba ya flotando, que estaba navegable.
Yo le informaba a Fidel de todos los adelantos y de todas las reparaciones y de todas las pruebas que hacía yo con el barco, todo, todo. Siempre lo tuve al tanto de todo. Ustedes saben que Fidel tenía una memoria impresionante, ¿no?, no se le olvidaba… cualquier cosa que él oía, que él aprendía, lo conservaba, nunca se le olvidaba nada. Cuando él dijo que si El Cuate no me falla, salgo y si salgo llego, tomó en consideración mi información acerca de que el barco era muy marinero, de que yo lo había probado y lo llegué a probar en varias ocasiones en las escolleras. El agua pasaba por encima y me metía yo -iba Chuchú (Jesús Reyes García, que sería el maquinista) conmigo, claro, nos metíamos en las olas, en las escolleras cuando ahí donde rompe el mar y rompe el río y el barco salía perfectamente bien, navegaba muy bien. Todo eso se lo comentaba yo a Fidel.
Esto sucedió a mediados de 1956. Para entonces, déjenme informarles, ya habíamos intentado comprar un barco en Estados Unidos, una lancha torpedera, pedían veinte mil dólares por ella. Di como garantía un depósito de diez mil dólares, firmé un contrato y me regresé, le di toda la información a Fidel y entonces él asignó al señor Pino para que fuera a recoger la lancha torpedera. No sé qué pasó, que los americanos no dejaron que la importáramos, no la exportaron y se quedaron con los diez mil dólares…
Recuerden que Fidel -esto es histórico- había dicho que sería héroe o mártir en 1956. Entonces al ver el Granma, Fidel, con la experiencia que tenía de Cayo Confites…él hizo un cálculo, con su capacidad, hizo un cálculo de lo que cabría en el yate Granma. Las armas, por supuesto, las municiones, por supuesto, la ropa, las botas, un poco de comida; y aquí, aquí en la proa, yo personalmente acomodé veinte sacos de naranjas para la travesía, naranjas que se habían recogido en la huerta donde ahora tenemos la Casa de la Amistad México-Cuba.
Con el barco listo, Fidel asignó el día y la hora: el 25 de noviembre de 1956, hace sesenta y un años, repito. Yo no estaba presente aquella tarde-noche porque estaba yo tratando de conseguir la autorización: Y cuando llego al yate…me tocó asignar el lugar y el espacio de setenta y seis personas; más cuatro en el puente, el señor Pino, Roque, Collado y Pichirilo; Chuchú estaba abajo en las máquinas, lo que sumaba ochenta y una personas y Fidel esperando en la esquina que yo le avisara que estaba todo listo, que ya yo había llegado con el permiso.
En total yo acomodé a setenta y seis personas, repito. No me pregunten cómo, lo que sí les puedo decir que a cada uno le decía: “señor, no se pare usted, no fume, no hable, no prenda luz y no se mueva de su lugar”. Así los acomodé…
— ¿Y cómo ha visto el barco ahora?
…hay uno u otro mueble que yo quité para ganar espacio pero el barco está en perfectas condiciones, tal cual como salió hace sesenta y un años, perfectamente conservado, perfectamente cuidado y sigue navegando, así lo dice Raúl, que el barco sigue navegando y está en condiciones de navegar, está en perfectas condiciones.
Hoy me asomé para los motores, no logré verlos porque no había luz pero indudablemente que está en condiciones, está perfectamente bien. Eso es en concreto un resumen, un resumen breve, podría aumentar cualquier detalle ¿no? pero eso es en concreto un resumen breve de lo que fue el Granma.
— Ud. ha dicho que era uno de los expedicionarios, pero no vino en el Granma, así que tiene que contarme por qué y qué sintió al verlo perderse en el horizonte…
Para mí es muy difícil transmitir lo que siento por el yate. Realmente el Comandante Fidel Castro en varias ocasiones dijo que quería mucho al yate. Imagínese, vivió ocho días en él y dependió del yate su vida, el yate no podía fallar, él sabía que no fallaba, él tenía la confianza.
Yo estaba seguro que el yate no fallaba, como dije, lo probé y lo volví a probar y le tenía yo mucha confianza, mucho cariño, prácticamente yo lo reparé, yo no hice nada pero yo dirigí a los pintores, llevé los carpinteros, dejé los calafatores, ayudé a los motores; yo no hice nada realmente con las manos pero sí siento que yo lo reparé, siento que hice navegar el yate Granma. Imagínese para mí lo que es el yate Granma que yo lo hice, no es cierto, no lo hice, no hice nada, ya lo repito, pero tengo derecho a sentir que yo hice todo.
Me faltan palabras, se me van las palabras. Fidel me dijo que saliendo el yate yo me escondiera, que nadie me conociera, que siguiera yo el yate por tierra porque un embrague está fallando y que si fallaba el otro embrague tendría que abandonar el barco, que lo siguiera yo más o menos por tierra. Yo me grabé en la mente que iba yo a seguir la ruta del yate Granma, que el yate Granma no iba a fallar, que no iba a fallar el otro embrague, que el yate Granma seguiría navegando y con la idea, convencido de que el yate navegaría, yo seguí al yate por tierra.
Indudablemente que… no lloré porque uno no llora así muy fácilmente pero sí fue muy emocionante cuando el yate dio la vuelta en los bajos de Tuxpán. El yate estaba acá, los bajos están allá, el yate dio la vuelta para coger el río Cuanhtepec cuando lo dejé de ver, que se iba por acá… estaba, por cierto, recuerdo que cuando subió Fidel al barco por un tablón, yo me metí al agua para sentir que el yate navegaba solito, así como que lo quise empujar. Me salí del agua y esperé que el yate diera la vuelta. Cuando me di cuenta… ya no lo vi. Y sentí feo, como quiera había yo vivido en el yate varios meses prácticamente, ¿no?, arreglándolo, probándolo, lo que fuera, pero sí sentí feo.
Sí, el yate era mío y yo lo arreglé con ese fin, con esa intención de irme en él. Fidel siempre dijo que yo me iría en el barco, que yo era otro expedicionario. Quince días antes se reunió Fidel, me llamó y me dijo que yo no iría en el yate, que yo iba a ser más útil fuera de Cuba que otro soldado en la Sierra. Hace sesenta años yo hubiera sido un buen soldado. Imagínense, sesenta años menos y experto en armas pues sí hubiera… sí.
Pero, pensándolo recapacitando, yo no estaba preparado políticamente; estaría preparado físicamente, indiscutiblemente pues sí habían condiciones físicas. Imagínense, dedicado al deporte, dedicado al uso de armas, hubiera yo servido pero políticamente no estaba yo preparado. Todos los compañeros expedicionarios habían tenido una educación férrea impuesta por Fidel. Fidel, cuando se trazaba una meta, él lo hacía convencido y convence a la gente; estábamos convencidos de la ideología, de las metas de Fidel. Yo hubiera venido en el yate pero Fidel me ordenó que iba yo a ser más útil fuera de Cuba que otro soldado en la Sierra.
Sí me afectó, me afectó pero me tenía que superar, tenía que seguir al barco allá por tierra hasta Isla Mujeres y esperar que Frank País empezara la guerra en Santiago de Cuba, que eso sería indicación que el yate ya había llegado. Me fui a Isla Mujeres, esperé dos días, no me acuerdo, hasta que oí en radio -Isla Mujeres está muy cerca de Cuba- oí que Frank País ya había empezado la lucha armada en Santiago y fue tal la emoción de que el yate había cumplido que yo, que en ese tiempo hacía mucho ejercicio, corría mucho, me puse a correr en la playa como loco para agotarme y para felicitarme de que el yate había llegado, el yate llegó y Fidel cumplió, acuérdense que iba a ser héroe o mártir.
Yo aporté un pedacito para que el barco llegara y Fidel fue héroe y fue siempre héroe y será siempre héroe y lo tendremos siempre como un modelo…
— Usted dijo hace poco que no quería volver a Cuba sin Fidel…pero está aquí hoy, sobre el Granma…
Hace un año, después del homenaje aquí en La Habana y el homenaje en Santiago, yo me sentí solo, ya no tenía a Fidel. Cuando me despido para volver a México, les digo a los compañeros que ya no quería volver a Cuba, que ya no estaba Fidel, que a qué iba a volver yo a Cuba, me dijeron que no, que tenía que volver. Y… bueno, no les dije ni que sí ni que no pero yo no quería volver pero ahora vine por varios motivos, mi chequeo médico, muy importante, yo me chequeo hace más de veinte años cada año, vine para el Congreso de Historiadores y además estoy tratando de filmar una película hablando del yate…
Hace un año pues que iba a haber esta entrevista pues, no sé cómo pero… es tan grande Fidel, es tan grande Fidel que él previó esta entrevista, él previó el día que iba a faltar, y que lo íbamos a extrañar pero que teníamos que seguir adelante, yo me tengo que sobreponer y tengo que seguir adelante.
Voy a decirles una cosa, Fidel salió en el yate Granma el día 25 y salió de este mundo el día 25. El día 26 fui a la embajada de Cuba en México y en el libro de condolencias le puse: “Alejandro -era su nombre en la clandestinidad- Alejandro, usted me enseñó a vivir otro mundo, otra vida” –él cambió mi vida, yo era un niño con negocios, económicamente sin problemas, él me hizo ver la realidad de la vida- y puse en el libro de condolencias “señor usted me enseñó una nueva vida, ahora enséñeme usted esta vida sin usted”. Y aquí estoy practicando la vida que Fidel quiere que practique, recordándolo, respetándolo y sobre todo que se sepa parte, una pequeña parte… Osmany Cienfuegos me dice que soy un pequeño eslabón de la cadena que es la Revolución, un pequeñito eslabón, que la Revolución es una cadena muy grande.
Pues, qué más quieren que les diga me gustaría tener más de sesenta horas para decirles todo lo que quisiera yo decirles, tantos recuerdos,…Al triunfo de la Revolución yo llegué aquí a Cuba a finales de abril, yo estaba preso en Estados Unidos por mandar armas a la Sierra vía Miami, me metieron a la cárcel un año, Fidel me mandó una carta a la cárcel a los once meses, yo estuve once meses y días en una penitenciaría, me mandó una carta a la cárcel, a la penitenciaría, que habían intervenido para que me soltaran. Me habían consignado cinco años, pagaderos en tres años y medio por buena conducta pero nada más estuve once meses y días por la intervención directa de Fidel.
Cuando llego aquí a Cuba, a los once meses y días pues imagínense, imagínense si no es de recordar ese día, quien me hace recordar ese día, tantas cosas que podía recordar, tantas cosas.
Pero les decía yo que yo no pensaba volver, bueno, sí quería volver pero como que me faltaban pantalones para volver, entonces me invitaron al Congreso de Historia aquí en el Palacio de las Convenciones, a que inaugurara el evento y leyendo un discurso de Fidel del 2002, de lo que era la Revolución, consideré que ese discurso podía haber sido el inicio de mi práctica porque me dijeron que qué era la Revolución, qué era Fidel, pues entonces lo resumí fácilmente: La Revolución es Fidel, Fidel, cito, es la Revolución y ya cito el discurso de Fidel. Fidel es la Revolución, la Revolución es Fidel, cito el discurso de Fidel, lo leo todo y me tuvieron que callar porque nada más podía hablar diez minutos. Imagínense, tantas cosas que puede uno decir después de haber estado cerca de Fidel en México y después de haber estado aquí cerca de él un año, qué se yo, andaba yo con él, andaba con Fidel, era yo una gente de confianza.
Más o menos un año, más o menos al año, un poquito más, me pidió que colaborara yo con el Comandante Guevara, yo le digo Comandante al Che Guevara, lo conocí en La Cabaña, no lo conocí en México. Me pidió que colaborara yo con el Comandante Guevara en el Departamento de Industrialización del INRA, como asesor. Se pasa el Comandante Guevara al Banco, me quedo yo al frente del Departamento, termina el Comandante su labor en el Banco, que ya sabemos todos lo que hizo, ¿se acuerdan?, yo sí me acuerdo muy bien, porque iba yo a visitar al Comandante Guevara al Banco para informarle del Departamento. Pasa el Comandante al Ministerio de Industrias, ya como ministerio y entonces yo paso como asesor técnico del Comandante en el Ministerio de Industrias, estuve con él hasta el último momento como asesor técnico en el ramo de la industria, yo conocía un poco la industria, tenía un poco de experiencia y eso fue lo que me asignó.
En el Congreso de Historiadores menciono a Fidel, por supuesto, Fidel igual a la Revolución, la Revolución igual a Fidel, eso, cualquiera que tenga ojos, aunque sea medio tarado, se da cuenta que la Revolución es Fidel.
También me pidieron que hablara del Comandante Guevara, yo lo respeto, fue mi jefe y nada más, le cumplí, él cumplió, él cumplió conmigo, nos dio ejemplo, una cosa muy importante para nosotros, nos puso el ejemplo de la puntualidad. En aquel tiempo el más impuntual era Fidel, todos éramos impuntuales pero Fidel era el peor. Entonces le demostró a Fidel el Comandante Guevara que la impuntualidad provocaba pérdidas de millones de pesos diarios, por la impuntualidad, nos enseñó a ser puntuales.
El Comandante Guevara, para tener en cuenta nada más, cómo era el Comandante Guevara, a mí me citaba el Comandante Guevara a las doce de la noche tres días a la semana, a las doce de la noche, yo tenía que estar a los cinco para las doce en la puerta y a las doce abrir la puerta y entrar y el Comandante veía el reloj, muy decentemente, muy despiertamente veía el reloj, ya me imagino que si yo no hubiera estado en la puerta, no hubiera abierto la puerta a las doce de la noche, capaz que me mande a Siberia.
El Comandante Guevara también nos enseñó el trabajo voluntario, aquí, pues se los voy a decir porque esa fue la experiencia que yo tuve, a lo mejor no lo debo decir, a lo mejor piensan que no es cierto, aquí el trabajo voluntario no existía, es más, no aceptaban el trabajo voluntario, eso lo digo yo, eso lo padecí yo. Yo sí prestaba trabajo voluntario porque me gusta trabajar en el campo, me gusta la mecánica, no soy ingeniero pero me gusta la mecánica y si ayudo a cualquier tonto ahí en la calle que no puede echar a andar su carro si puedo lo ayudo. Yo sí me presto a ayudar pero aquí en Cuba no se aceptaba eso y el Comandante Guevara nos enseñó, prácticamente nos obligó.
El otro día un compañero allá en el hotel Comodoro, el domingo, le digo yo, y usted que anda haciendo ahora aquí, voy a hacer trabajo voluntario, ah… qué va a hacer, voy a pintar, voluntario ¿verdad? muy voluntario y el pobrecito, el domingo ha ido a pintar, no le dije nada, lo felicito compañero, me daban ganas de contarle la historia pero mejor no, para que no pueda echarme la culpa del trabajo voluntario, que se la eche al Comandante Guevara, yo no tuve la culpa. El Comandante Guevara nos enseñó el trabajo voluntario.
A nosotros, ya a otro nivel, nos enseñó la organización; ustedes saben que el Comandante Guevara estaba enfermo, eso lo obligaba a una disciplina; el Comandante Guevara era médico, era médico, otra disciplina, era alergólogo, otra disciplina, su formación, su mamá, la formación que su mamá le dio. El Comandante Guevara vino y vino para ver, para entender, para practicar, para conocer. La formación del Comandante, comenzó a forjarse en el viaje que hizo de Rosario a Guatemala; en el problema de Árbenz en Guatemala no participó pero conoció a Ñico allí en Guatemala; Ñico que es el que queda muy cercano a Raúl.
Conoció a Ñico, cuando se acaba la refriega en Guatemala el Comandante se va a México, con problemas económicos, trabaja de voluntario en el Hospital Juárez y para poder subsistir se puso de fotógrafo de una calle muy transitada y ahí encontró a Ñico y entonces Ñico llevó al Comandante a conocer a Fidel, en Lampada cuarenta y nueve, en la casa de María Antonia. Tantas cosas que podría yo hablar, pero del Comandante no tengo yo muchas más cosas que hablar.
Yo soy fidelista y aquí estoy por Fidel. Fidel fue el que me leyó, me enseñó el camino, me abrió los ojos. También en aquel tiempo, no me disculpo pero sí es factor, en aquel tiempo las comunicaciones eran distintas a ahora. Me acuerdo que para hablar a Cuba de México había que hablar vía Nueva York, imagínese qué lío Nueva York a La Habana en aquel tiempo. Ahora si quiero hablar a México agarro un teléfono y aquí hablo a México. Antes las comunicaciones eran otras, pues no conocía uno mucho de lo que pasaba. Pero el Comandante conoce a Fidel en la casa de María Antonia y según dice la historia, según dice la historia, platicaron toda la noche.
Yo no tuve que platicar nada para saber que era Fidel Castro, yo no soy adivino ni me mandó un mensaje subliminal pero conocía de armas, yo tenía vendiendo armas seis años y en seis años aprende usted, además desde niño iba a la armería, conocía de armas. Y llega Fidel a mi armería y me pide parte de armas, acciones de mecanismos belgas, yo las tenía en el mostrador y en lugar de decirle, sí señor, aquí están, valen tanto, si hubiera ido usted, sí mire aquí están, valen tanto, pero no era usted, era Fidel Castro. Le dije, señor, repítame su pregunta y claro, me la repitió y entonces me dije, no, pero este señor necesita ayuda…
Lo pasé a mi privado y en mi privado le dije, señor, repítame la pregunta, por tercera vez me repitió la pregunta exactamente igual. Ese tiempo fue el que necesité para saber que era Fidel Castro. Qué puede haber sido, tres minutos, dos minutos, no sé, cuatro minutos. Cuando me repite la pregunta por tercera vez le digo, mire usted señor, no sé quién es usted pero yo lo voy a ayudar, era Fidel Castro, no necesité más que tres, cuatro minutos para saber que era Fidel Castro.
No era adivino, no era psicólogo pero sí era armero y me di cuenta que él me necesitaba porque las piezas que él me pedía no le iban a servir para un trabajo, no le iban a servir para nada; faltaba el cañón, faltaban partes de madera, las miras y le ofrecí mi ayuda. Me dijo, espere mi llamada; en año y medio llegué a ser el hombre de confianza, clave en la salida del yate Granma, en la salida de los ochenta y dos expedicionarios. Si El Cuate no me falla salgo, salgo y llego, llego y triunfo. Ese es un recuerdo. Tengo tantos recuerdos que como le dije necesitaría más de sesenta horas, bueno, sesenta y una porque son ya sesenta y un años de la salida del yate Granma.
Les voy a decir una última anécdota. Hace un año, el 25 de noviembre, cada 25 de noviembre nos reunimos en Tuxpán, yo cierro el acto y agradezco al gobernador, al embajador, al presidente municipal, a los invitados les agradezco mucho, las gracias a los que fueron. Y es que estábamos recordando la salida del yate, salimos así lloviendo, les hago un pequeño resumen de lo que sucedió hace sesenta años y les digo, vamos a brindarle un aplauso al Comandante Fidel Castro; ese fue el último aplauso que el Comandante recibió en vida.