Una cuantas carreteras buenas conducen hasta Starocherkasskaya. Pero a través de ellas no se puede entrar a la stanitsa (pueblo cosaco) ya que en todas las entradas el automovilista se encuentra con una señal de prohibido. Según la leyenda local, las autoridades decidieron mejorar la ecología y en un arrebato de celo de la administración la policía colocó las señales de prohibido en todas las entradas a la stanitsa. Los turistas se asustan pero los habitantes locales las ignoran porque, tal como destacó un local que iba un poco bebido, “si no lo hiciéramos moriríamos todos por insuficiencia de comida y manufactura”.
Fuente: photoXpress
Antes, en el siglo XVII, Starocherkasskaya se llamaba Cherkassk y fue la capital de la región de la Gran tropa del Don. Durante sus mejores tiempos en la ciudad había miles de haciendas, los terraplenes verdes que la rodeaban y los fuertes con cañones podían rechazar cualquier ataque, ya fuera del kanato tártaro o del zar de Moscú. Pero cuando los cosacos pasaron a formar parte del servicio estatal el destino de la ciudad cambió. Con el objetivo de aniquilar el espíritu rebelde, trasladaron la capital de la región de la Gran tropa del Don a Novocherkassk y al antiguo puesto avanzado de los cosacos libres le cambiaron el nombre y le pusieron Starocherkassk (el viejo o antiguo Cherkassk), y en la época soviética cambiaron su estatus de ciudad al de stanitsa.
Como resultado, de la antigua grandeza quedaron sólo unos cañones arrebatados a los turcos, la Posada del Atamán, un monasterio masculino que todavía está en activo y la Catedral de los militares de la Resurrección. Bueno, y claro, la casa de Condratio Bulavin, de la cual por algún motivo los locales se enorgullecen mucho. En el territorio de la Posada del Atamán hay unos cuantos museos y el más importante es la Casa de los generales Efremov, conocido por todos por la novela “Tiji Don” (El Don apacible). En el primer piso, donde en tiempos antiguos vivía la servidumbre hay una exposición de elementos de la vida cotidiana de los cosacos. En el segundo piso está expuesto el mobiliario de finales del siglo XIX y principios del XX.
Los guías realizan excursiones por el museo. La mayor parte de los turistas son de Rusia. De repente un visitante de unos diez años admirado señala con el dedo un bufete de madera roja: “Oh, mi bisabuela tiene uno igual en el pueblo!”.
En el restaurante del hotel 'Stary gorod' (La ciudad antigua) comen dos alemanes, un grupo alegre de San Petersburgo y unas cuantas familias más rusas. Los peterburgueses relatan con entusiasmo que les llevaron a pescar antes de que amaneciera y cómo estuvieron a punto de pescar un pez muy grande.
Delante del monasterio una mujer vende alfombras pequeñas rústicas y cojines para las sillas hechos de pedazos. Cuestan 200 y 400 rublos (unos 5-10 euros). La vendedora, que hace las alfombras y cojines ella misma, explica que el año pasado los vendía dos veces más baratos, pero últimamente los turistas 'de Rusia' compran su mercancía cada vez más, así que el año próximo también planea aumentar el precio. De hecho, unas alfombras parecidas las venden en Cerdeña por 150 euros y los compradores millonarios se conmueven y todo.
Si se sube al campanario, desde arriba se ve todo Starocherkassk, todo compacto y bien construido. Detrás, por un lado brillan los campos de girasoles de un color amarillo fuerte, y por el otro el río Don.
Cómo llegar
Con avión hasta Rostov del Don, y desde allí 30 minutos en autobús o 20 en taxi. Si se coge un taxi en el aeropuerto les van a cobrar 600 rublos, y si paran un coche privado pueden acordar que les lleven por la mitad.
Hoteles
'Stari gorod' tiene tres estrellas. Cada día cambian las sábanas y en el restaurante sirven desayuno continental y británico. También se puede pedir el desayuno del Don, que tiene huevo frito con tomates y torrezno, pan blanco con la corteza crujiente y café turco. Además aquí cocinan también la mejor ujá del Don (sopa de pescado). De mayo hasta noviembre es mejor reservar habitación con antelación.
Alrededores
Evidentemente Rostov. En la ciudad hay pocos monumentos arquitectónicos pero en cambio hay mucha vida nocturna, clubes, restaurantes y buen ambiente aunque sea porque saca de quicio a las chicas moscovitas intelectuales finamente organizadas.