Cuando en la campaña presidencial de 2016 en Estados Unidos Donald Trump declaró que podía dispararle a la gente en la Quinta Avenida y no perdería votos, no solamente mostró su talante fascista, también expuso el desprecio que siente por el electorado estadounidense y que lo considera estúpido. Bueno, Jair Bolsonaro está en la misma tesitura cuando afirma que no violaría a una diputada del Partido de los Trabajadores porque es muy fea o que el error de la dictadura militar fue haber torturado y no asesinado. El fascismo se pasea por todo lo alto en Brasil y, al igual que Trump, parece que Bolsonaro, a pesar de su manifiesto desprecio a las leyes y a los ciudadanos, será elegido presidente de Brasil el próximo domingo.
Los brasileños tienen mucho de que preocuparse con la eventual llegada de Bolsonaro al poder. Igual que toda Latinoamérica, ya que Trump encontrará en Bolsonaro y su entorno cercano aliados naturales en ciertas políticas que podrían ser desastrosas para la región. De entrada, Bolsonaro en su campaña electoral, ha prometido a Donald Trump autorizar la instalación de una base militar norteamericana en el nordeste brasileño, en Alcántara. Esta base no solo es un punto cercano entre Latinoamérica y África, también podría ser el enclave desde donde se organizaría la ya ampliamente acariciada intervención militar en Venezuela por parte de Estados Unidos.
El candidato ultraderechista a la Presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro, durante un acto de campaña. Ceilandia, Brasilia, 7 de octubre de 2018. / Evaristo SA / AFP
La llegada al poder de un conservador como Bolsonaro, que en algunos puntos se encuentra a la derecha del propio Trump y con varias similitudes con el presidente filipino Rodrigo Duterte, puede complicar mucho el panorama regional por lo que representa Brasil. En los años que gobernó el PT, Brasil ejerció un importante liderazgo regional amparado en el fenómeno de las economías del BRIC (Brasil, Rusia, India, China), el momento donde el péndulo oscilaba a la izquierda en Latinoamérica y el discurso de un Brasil moderno y potencia regional de la mano del 'soft power', que se pretendía dejar de manifiesto con la organización del Mundial de Futbol en 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Hoy, todo puede cambiar y pasar de los BRIC a los brazos del presidente estadounidense, el péndulo que va de regreso como lo muestran los casos de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador y Paraguay, así como la enorme resaca e incomodidad que dejaron en el brasileño de a pie los eventos deportivos.
En contraparte, la segunda economía más grande de Latinoamérica, que es México, vivirá por primera vez lo que para muchos es un gobierno de izquierda, aunque con un análisis pasado por la lupa deberíamos de identificarlo más con una tendencia hacia lo nacional-popular. Una de las tareas que han estado pendientes por muchos años y donde el presidente electo López Obrador ha manifestado su voluntad de conducirse de manera distinta es la relación con Latinoamérica. Sin olvidar que por geografía y tamaño de su economía los Estados Unidos son el principal socio comercial, México ha empezado a mirar a otros lados y otros acuerdos comerciales como la Alianza para el Pacífico o el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, o TPP-11 como se le conoce después de la salida de Estados Unidos.
También están los retos en materia de derechos humanos que representa la migración centroamericana, que en los últimos años ha sido utilizada como parte de la retórica antiinmigrante de Donald Trump y de los estados al sur de los Estados Unidos. México debe dejar de hacerle todo el trabajo sucio al gobierno estadounidense y asumir una política distinta hacia la migración centroamericana que no solo es por motivos económicos, sino también por cuestiones de seguridad, lo que convierte a estos migrantes en refugiados políticos. Esta misma semana, la caravana migrante que partió de Honduras con poco más de 2.000 adherentes, se encuentra ya en territorio mexicano con más de 10.000 personas que caminan en ella; y mientras el gobierno mexicano de Peña Nieto ha respondido con golpes y gases lacrimógenos, muchos mexicanos que entienden el sufrimiento de los hermanos centroamericanos los han recibido con agua, comida, refugio y en algunos casos hasta música.
México ha sido un lugar de acogida para extranjeros que huían de la violencia y represión de las dictaduras militares. Españoles, chilenos, argentinos, uruguayos encontraron en México el apoyo necesario en esas horas negras. Hoy, las dictaduras militares se han transformado en regímenes neoliberales pero igualmente producen pobreza y violencia que dejan sin opciones a miles, millones de personas en el continente en general y en Centroamérica en particular. En vez de levantar un muro en el sur, López Obrador busca mediante la inversión y la cooperación económica impulsar el desarrollo del sureste mexicano mediante el Tren Maya, el Corredor Transístmico y una nueva refinería que representan en conjunto más de 25.000 millones de dólares de inversión. También ha señalado que se ofrecerán visas temporales de trabajo para migrantes centroamericanos, manifestado un visión más humanista y menos policial de los retos migratorios.
Dado el tamaño de sus economías, Brasil y México significan mucho para el camino que habrá de transitar Latinoamérica en los próximos años. Desafortunadamente, Brasil vive horas aciagas con el casi inminente triunfo electoral de Bolsonaro, lo cual promete ser perjudicial no solo para el país sino para la región entera si es que se reaviva la polémica y la acción de un subimperialismo brasileño (Ruy Mauro Marini), algo que no sería raro con Bolsonaro a la cabeza y que podría desestabilizar la zona. En este escenario, México y López Obrador deberán jugar un papel más prudente y tender lazos y alianzas con una Latinoamérica que ha sido desdeñada históricamente por los gobiernos mexicanos que siempre miran al norte. Se podrían buscar acuerdos de seguridad alimentaria con el sur a la vez que se incrementa la cooperación tecnológica y comercial con el Pacífico y de derechos humanos con Centroamérica.
Tal vez México no solo tenga que lidiar con la problemática que reviste el gobierno de Trump, ya que el de Bolsonaro, con su retórica que combina rasgos fascistas en la política con una economía neoliberal, se perfila como un interlocutor difícil y duro. México y López Obrador deberán ser prudentes ante esto pero ser más proactivos en el escenario regional y manifestarse como una opción real de liderazgo.