"Incluso si consideramos la posibilidad de que no se haya recuperado completamente de su reciente enfermedad y, al hacer esta concesión, tendemos a permitir más el beneficio de la duda que tradicionalmente se dispensa a los primeros ministros, sigue siendo muy difícil construir una defensa coherente de los recientes actos del primer ministro", reza la columna firmada por Alex Massie.
El párrafo es largo, pero demoledor e incluso cruel, pues recuerda con mucha flema británica que Johnson, de 56 años, padeció los serios efectos del coronavirus y tuvo que ser ingresado de urgencia en un centro sanitario londinense.Massie sostiene, con mucho juicio, que en estos tiempos de extrema incertidumbre una parte importante de la responsabilidad de cualquier jefe del Ejecutivo reside en su capacidad para inspirar tranquilidad. Y esa capacidad ahora es ínfima o casi nula en el caso de Johnson.
"Tiene la mayoría en la Cámara de los Comunes, pero la confianza popular está menguando de forma palpable", escribe el comentarista de The Spectator, la revista semanal más longeva del mundo, fundada en 1828. Este artículo tan negativo supone un punto de inflexión.
La gota que colmó la copa
La gota que colmó el vaso, la última prueba del desprecio de Johnson hacia el ciudadano fue el escándalo protagonizado por su asesor jefe. Dominic Cummings se saltó a la torera el confinamiento total decretado a finales de marzo.
El consejero especial del número 10 de Downing Street se trasladó en su coche desde Londres hasta Durham, una localidad en el noroeste de Inglaterra, a 370 kilómetros de distancia de Londres, para ver a sus padres, aunque tanto él como su esposa tuvieran entonces síntomas compatibles con el COVID-19. La justificación que ofreció el ayudante de Johnson fue que querían dejar a su hijo de 4 años al cuidado de su familia cercana y que ellos estuvieron aislados 14 días en una vivienda próxima, sin contacto con los padres de Cummings, ambos septuagenarios y, por tanto, incluidos en el grupo de alto riesgo de contacto. Y esa no fue la única vez que rompió la cuarentena por razones personales.
Finalmente, aunque a regañadientes, Cummings reconoció los hechos develados en mayo por dos periódicos nacionales, pero no pidió disculpas. Ofreció una rueda de prensa inédita, en la que dijo que había actuado "razonablemente". Esa respuesta arrogante desató la ira popular, incluida la de un buen número de diputados conservadores inundados de cartas furibundas de sus respectivos electores, quienes se preguntaban en qué medida Cummings es diferente a los miles de británicos que no pudieron ir a los funerales de sus familiares o que no pudieron acompañar a sus hijos al tratamiento de cáncer.
Muchos votantes 'tories' se enfrentaron a una situación similar durante el confinamiento obligatorio y no actuaron como él, de forma tan egoísta. Se quedaron en casa porque así lo había ordenado el Gobierno. Lo peor de todo esto es que Cummings no fue destituido. Ni amonestado en público. Johnson aceptó sus argumentos y le respaldó en el puesto, lo que abonó el descontento social. Esa torpeza no quedará en el olvido cuando se coloquen de nuevo las urnas.
Una gestión confusa y caótica
En medio de una situación económica muy difícil —el Producto Interior Bruto cayó en abril un 20%— y abiertas las complicadas negociaciones post-Brexit con la Unión Europea, Johnson ha desarrollado una política confusa, caótica y cortoplacista para enfrentarse al implacable ataque del coronavirus.
El nuevo líder laborista británico, Keir Starmer, 57 años, sustituto desde abril del prescindible Jeremy Corbyn, lo dejó muy claro: "Habíamos pedido una estrategia de desescalada, pero parece que tenemos una desescalada sin estrategia". Y eso suena extremadamente peligroso dado que el balance de víctimas mortales supera ya las 41.000 personas, situando al Reino Unido a la cabeza de las naciones con más fallecidos de toda Europa, por delante de Italia, Francia y España.
El confinamiento total empezó oficialmente en el Reino Unido el 23 de marzo —en Italia, el 9; en España, el 14; en Francia, el 17—. Duró siete semanas y empezó a suavizarse el 10 de mayo, cuando Johnson decretó la apertura de algunas tiendas no esenciales, entre otras medidas. Es decir, la desescalada va más deprisa que en otros países europeos con menos contagios y muertos, aunque la cuarentena empezó más tarde para dañar menos a los mercados.
Este último dato ha tenido como efecto un mayor coste de vidas, porque cuanto más alto es el número de infectados por el virus cuando se imponen las restricciones, más elevado es el número de fallecidos.
Los pasos contradictorios del primer ministro
Johnson no solo tardó en aplicar las medidas de restricción de la movilidad, sino que también dio pasos contradictorios. Primero apostó por la "inmunidad de rebaño", es decir, por el contagio masivo de la población. Luego dio marcha atrás, consciente de la barbaridad que era eso. Al principio tenía previsto abrir las escuelas el 15 de junio, pero posteriormente aplazó hasta septiembre esa apertura, presionado por la resistencia de padres y educadores.
Otro fiasco ha sido la imposición, desde el pasado 8 de junio, de 14 días de cuarentena a todas las personas que entren en el Reino Unido desde el extranjero. Esa decisión se está tambaleando porque España amenaza con hacer lo mismo con los turistas ingleses que quieran bañarse en Benidorm. Es lo que lo diplomáticos llaman "reciprocidad". Además, tres líneas aéreas que operan desde las islas —British Airways, EasyJet y Ryanair— piensan llevar al Gobierno de la reina Isabel II ante los tribunales por lo que consideran un flagrante "error" que solo mina la debilitada economía.
Este es el lamentable panorama. La percepción sobre Johnson no ha mejorado nada desde que, el 5 de abril, fuera ingresado en el hospital Saint Thomas de Londres a consecuencia del coronavirus y pasara tres días en la unidad de cuidados intensivos. Estuvo casi un mes de baja. De hecho, su índice de popularidad ha caído nada menos que 40 puntos desde mediados de abril, un descenso brutal provocado no sólo por el citado caso Cummings sino también por su política errática.