No es un caso único, pues esta misiva se enmarca en una revisión histórica a nivel mundial de aquellos países que pretenden acallar su propia conciencia por la vía del reconocimiento. En 2010, Japón lo hizo por la colonización de Corea del Sur; en 2004, Alemania por Namibia; Francia por las torturas en Argelia y el norte de África; en 2013, Reino Unido por Kenia; en 2018, Canadá por el rechazo a los judíos en 1939... Incluso la Iglesia ha pedido perdón en numerosas ocasiones, incluidas las disculpas del papa Francisco en 2015 por la conquista de América.
Los propios belgas ya se disculparon el año pasado por el masivo secuestro de 20.000 niños en Congo, Burundi y Ruanda a mediados del siglo XIX. Una deplorable práctica que se produjo gracias a la colaboración de la Iglesia, lo que provocó que esta ya hubiera pedido disculpas en el pasado.
España, un país sin perdón
Sin embargo, España continúa sin pedir perdón. En los últimos años, como ha ocurrido a nivel mundial, una corriente revisionista sobre las páginas más negras de la historia de los países también ha alzado la voz en el otrora imperio en el que no se ponía el sol. Buscan ajustar cuentas. Ajustar cuentas en el mejor de los sentidos y compensar, al menos moralmente, a aquellos a los que se sometió a un sufrimiento brutal en tiempos en los que la brutalidad era moneda de cambio. No han tenido éxito, ni parece que lo vayan a tener.
La petición de López Obrador, que no tendría ni que haberse llegado a materializar, no pretende reparación económica alguna. Ni mucho menos justicia, pues los criminales hace mucho que perecieron. Se trata de reparación moral
Cuando el año pasado, 2019, Andrés Manuel López Obradorsolicitó al rey de España –y al papa– que pidiera perdón por violaciones de los derechos humanos –como matanzas– perpetrados durante la conquista de América hace quinientos años, la reacción del Gobierno español, presidido por el PSOE, la cara amable del Bipartidismo, no pudo ser más tajante: "Rechazamos con toda rotundidad su contenido". El argumento principal para rechazar la reconciliación se basa en que lo ocurrido en el pasado "no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas". Un argumento y una negativa que contradice y contrasta con el perdón solicitado públicamente por Bélgica, Japón, Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania o, incluso, la Iglesia.
Mayo de 1520. Hace cinco siglos. Según el relato de Fray Bernardino de Sahagún, los españoles, sin Hernán Cortés, entraron por sorpresa en el Templo Mayor de Tenochtitlan, "dieron un tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos brazos y luego lo decapitaron" mientras "otros comenzaron a matar con lanzas y espadas; corría la sangre como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas, brazos, tripas y cuerpos de hombres muertos". Masacraron entre trescientos y seiscientos hombres, mujeres y niños, incluyendo gran cantidad de notables desarmados, en un episodio que ni siquiera destaca especialmente en la violación de los derechos humanos en México y el resto de América Latina.
Falta de educación y sentido común
No es que España no sea un país de disculpas, educado al fin y al cabo, que no lo es, es que ni siquiera goza de un sentido común medio. Porque la pasada petición de López Obrador, que no tendría ni que haberse llegado a materializar, no pretende reparación económica alguna. Ni mucho menos justicia, pues los criminales hace mucho que perecieron. Se trata de reparación moral. España, a la hora de elegir entre una reparación que hermana o una carencia que quiebra, eligió el quebranto. Lo que tiene una explicación.
Esta España es heredera legítima de la España de Franco, hasta el punto de reinar la familia impuesta por el dictador y gobernar en un sistema de alternancia un partido político promotor de terrorismo de Estado en los años ochenta junto a otro partido político receptor de la élite franquista. Ello por delegación de las principales familias franquistas, las cuales siguen hoy controlando el país. No es una cuestión ajena.
Esa España sin perdón, esa España que no tiene la más mínima intención de reparación a las víctimas del terrorismo de Estado, es la España que niega disculpas por las violaciones de derechos humanos acaecidas hace quinientos años. Aunque ello tan solo signifique reparación moral y hermandad
La España franquista era una España nostálgica del Imperio e incapaz de percatarse del imparable deterioro de los últimos trescientos años. Una muestra de ello lo podemos encontrar en Ceuta y Melilla, enclaves coloniales que España considera todavía hoy suyos, o las desorbitadas peticiones de Franco a Hitler para entrar en la II Guerra Mundial, las cuales pasaban por recuperar parte del Imperio en Europa. No es la España actual una España democrática construida sobre las ruinas de la España imperial, sino que es la España imperial adaptada en la medida de lo posible al siglo XXI, aunque en muchos aspectos no llega ni a los postulados del siglo XVIII.
Una España que se asfixia inexorablemente en unos vestigios del pasado que han generado un Ejército sobredimensiado y unas carencias democráticas tales como impedir investigar el pasado reciente, como el terrorismo de Estado del PSOE o los delitos de Juan Carlos I. Esa España sin perdón, esa España que no tiene la más mínima intención de reparación a las víctimas del terrorismo de Estado, muchos de ellos españoles, es la España que niega disculpas por las violaciones de derechos humanos acaecidas hace quinientos años. Aunque ello tan solo signifique reparación moral y hermandad.
España es un país sin perdón.
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