Para mí Eusebio Leal, el amigo de siempre, no ha muerto. Escribir sobre la muerte de un amigo entrañable y querido como era Eusebio Leal es tarea que en cada palabra escrita se deja una triste lágrima de sangre. Es el dolor mucho más intenso cuando quien se va de la vida terrenal es parte de la Cuba eterna a la que dedicó toda su existencia en su condición de Historiador de La Habana, La Habana que andaba a todas horas obsesionado con su Historia y sus piedras, como si fuera ella su adorada Dulcinea de los sueños de un Quijote.
Mi estrecha amistad con Eusebio Leal fue limpia y tan leal como su bien llevado apellido. Fueron años de tiempos difíciles para Cuba y los cubanos, los que me llevaron a escribir un testimonio de esa amistad con motivo del aniversario 75 de su nacimiento. Escribí entonces: Eusebio: el más leal.
A mediados de los años 90 del pasado siglo las cosas en Cuba andaban de mal en peor, puesto que el desplome del llamado Campo Socialista, a lo que se unía el riguroso bloqueo del Gobierno de Estados Unidos contra el Gobierno revolucionario, hacía punto menos que un verdadero infierno la vida de los cubanos.
Era La Habana de los largos apagones y las grandes escaseces en medio de tinieblas reinantes que solo el optimismo, la capacidad de resistencia y la voluntad de hierro del pueblo cubano y de sus líderes, con Fidel Castro en primera línea, hacían pensar que la pesadilla en que se vivía entonces, tendría un final feliz al vislumbrarse una tenue luz al final del túnel.
Llegué yo a La Habana una tarde de caliente verano en aquellos días aciagos, acompañado de mi esposa Miriam, sin otro objetivo que el de testimoniar mi absoluto respaldo moral a la Cuba sufrida que en aquellos momentos difíciles no podría darnos otra cosa que compartir con nosotros su dolor, sudores y lágrimas.
Esa noche veríamos a Fidel en visita privada en compañía de Alfredo Guevara, mi gran amigo de tiempos universitarios, y de Eusebio Leal, quien me había citado esa misma tarde para un conversatorio previo en su oficina de Historiador de la Ciudad, situada entonces en la Avenida del Puerto de la capital cubana, precisamente ubicada frente al muelle marinero en que hoy atracan los barcos de cruceros turísticos.
Ya en su despacho tuvimos que esperar unos minutos por Leal, quien se encontraba en un salón de trabajo, aledaño a su oficina, atendiendo unos asuntos urgentes con Cary, su secretaria de entonces, una diligente mujer de mi estima muy especial por ser ella coterránea mía, puesto que ambos habíamos nacido en el pueblito villareño de San Antonio de las Vueltas, que dicho sea de paso es también la tierra natal de mi pariente José Ramón Machado Ventura, Segundo Secretario del Partido Comunista de Cuba.
En la espera haciendo tiempo, tomé de una mesa cargada de papeles de trabajo un hermoso libro aún con su tinta fresca, recién salido de la imprenta que todavía no estaba en circulación. Era una de las tantas obras escritas por Fidel en su fecunda vida de protagonista y testigo de la historia.
Abrí el libro con gran curiosidad ante lo desconocido y en su página primera estaba la dedicatoria del autor que decía en letra clara y concisa: «A Eusebio, el más leal». La rúbrica era inconfundible. Fidel Castro Ruz.
Para mí Eusebio Leal, el amigo de siempre, no ha muerto. Porque vive en la obra de su vida. Y ahora como un espectro del bien y la amistad, su espíritu seguirá andando por las calles empedradas de su querida Habana, por los siglos de los siglos, amén.