Ya desde la independencia de ambos estados nunca ha habido una paz real entre Armenia y Azerbaiyán, y a pesar de verse hoy como un conflicto post-soviético, ya durante la era soviética, en 1988, se desató la violencia étnica entre ambos cuando la población armenia de Nagorno Karabaj –la absoluta mayoría– inició un proceso democrático y pacífico para reunificar la región autónoma con Armenia, que culminó en una votación histórica el 20 de febrero de ese mismo año. La respuesta azerí fueron pogromos en Kirovabad y Bakú. Otra vez, el 10 de diciembre de 1991, la población volvió a votar en un referéndum con un 99,98 % de votos a favor de la creación de una república independiente (Nagorno Karabaj, ahora Artsaj) como respuesta a la decisión de Azerbaiyán en noviembre de ese año de abolir la autonomía de la región.
Durante el invierno del año siguiente, la violencia aumentó exponencialmente desatándose una guerra hasta 1994, cuando tras más de 30.000 muertos se logró un alto el fuego con mediación rusa impulsando el Grupo de Minsk (Rusia, Francia y EEUU, pero también Bielorrusia, Alemania, Italia, Suecia, Finlandia, Turquía más Azerbaiyán y Armenia) de la OSCE. Ello no llevó a la firma de la paz, que todavía hoy no se ha logrado. Tal es así que las escaramuzas nunca cesaron y el alto el fuego se rompe entre tanto y cuanto, como en abril de 2016, en julio de 2020 y en estos momentos (es importante destacar que los tres enfrentamientos empezaron tras la agresión de Azerbaiyán). Una paz lejana ya imposible tras la agresión azerí del 27 de septiembre de este 2020; la escalada más violenta en dos décadas que ha demostrado estar planificada desde hace tiempo por los azeríes y por los turcos.
Tal vez al lector le pueda sorprender la mención a un referéndum para integrar el Alto de Karabaj en Armenia. Para comprenderlo debemos echar la vista atrás; concretamente al principio del siglo pasado. Aunque el conflicto de Nagorno Karabaj se reactivó durante la decadencia soviética y ha escalado gravemente tras la disolución de la URSS en 1991, la disputa tiene su origen ya durante la Rusia Zarista (con masacres entre tártaros y armenios) y se hizo mayor con las fronteras dibujadas de la URSS, cuando el 7 de julio de 1923 el joven gobierno socialista creó el Óblast Autónomo del Alto Karabaj, integrado en el territorio azerí a pesar de ser étnicamente armenio y culturalmente cristiano. Un terreno pequeño pero importante para la historia de Armenia, ya que sus montañas protegieron el territorio de incontables intentos de invasión. Es parte de su identidad, pero hoy, como ayer, también de su supervivencia.
Ya desde la independencia de la Primera República de Armenia en 1918, su existencia ha estado ligada a la lucha por la supervivencia entre enemigos. En apenas dos años de existencia y por el nefasto reparto de Transcaucasia, los armenios tuvieron conflictos con los otomanos (más allá del genocidio armenio cometido por los jóvenes turcos), georgianos, azeríes y nacionalistas turcos, hasta que en 1920, en la guerra en la que sufrieron la invasión de los nacionalistas turcos, tuvieron que rendirse en el tratado de Alexandropol (o de Gümrü). La derrota supuso la perdida, entre otros, de Nagorno Karabaj y Najicheván; el fin de la Gran Armenia, que se había acordado el mismo año en Sèvres (pero que Turquía no respetó), y la integración de la república pocos días después en el embrión de lo que sería la Unión Soviética como única salvación ante la campaña de conquista de los turcos que buscaban la aniquilación del estado armenio.
Además del ya mencionado reparto injusto de fronteras, la URSS de Stalin siempre estuvo determinada por un trato de favor hacia Turquía en el Cáucaso –influenciado en gran medida por el acercamiento a Kemal Ataturk–; en detrimento de los intereses armenios. Tal es así que no solo el Alto Karabaj, sino que también entregaron a Azerbaiyán Najicheván; un territorio histórico de Armenia que lo ocuparon los turcos en 1918, lo recuperaron los armenios al año siguiente y que finalmente conquistaron turcos y bolcheviques hasta que Lenin decidió entregárselo a los azeríes. Es importante destacar que aunque la mayoría de la población actualmente de Najicheván es de origen azerí, en 1988 hubo un pogromo en el que se expulsó a los armenios que quedaban tras el genocidio de 1915.
Un escenario de desequilibrio
Para Armenia, el Alto de Karabaj, República de Artsaj desde 2017, no solo es un 'pedazo de tierra' como tiende a interpretarse desde fuera. Es el territorio que históricamente los ha protegido de las invasiones, por el que distintos imperios han prestado batalla. Es parte de su identidad, y es un territorio de población armenia que intenta ocupar Azerbaiyán; el mismo estado que en 1920 masacró y expulsó a miles de armenios de Nargono Karabaj durante el Pogromo de Shusha, que profesa un nacionalismo túrquico tremendamente radical, belicista y depredador.
Azerbaiyán se puede permitir pensar a largo plazo frente a una Armenia cada vez más aislada, que si bien ocupa los territorios en torno de Nagorno Karabaj en base a un argumento lógico de supervivencia para impedir la invasión azerí del territorio autónomo, cara a la galería sigue siendo una ocupación y no respetan los 'Procesos de Madrid' que acordaron la retirada armenia
Los armenios están aislados.De los pocos aliados que le quedan son Irán, Siria y, más que ningún otro Rusia, que se encuentra en una situación realmente compleja: si no actúa, perderán la popularidad decreciente que le queda en Armenia, mientras que si actúa, habría un aumento de la hostilidad en Siria, Libia, el Cáucaso y Asia Central. Actualmente Moscú solo puede intentar forzar una desescalada y apoyar a su aliado armenio enviando armas desde Irán.
Azerbaiyán, mientras, cuenta con la superioridad en todos los aspectos. A nivel económico se ha vuelto fuerte gracias al gas y petróleo que lleva desde el Mar Caspio hasta el Mar Negro y Mediterráneo a través de Georgia y Turquía. A nivel militar cuenta con armamento ruso e israelí de gran calidad, cuenta con el apoyo directo de Turquía y un potentísimo arsenal de drones. A nivel diplomático, los azeríes tienen de su lado en esta disputa a Turquía, Israel, Pakistán, Ucrania, Afganistán, Uzbekistán, Kazajistán… Por lo que Azerbaiyán se puede permitir pensar a largo plazo frente a una Armenia cada vez más aislada, que si bien ocupa los territorios en torno de Nagorno Karabaj en base a un argumento lógico de supervivencia para impedir la invasión azerí del territorio autónomo, cara a la galería sigue siendo una ocupación y no respetan los 'Procesos de Madrid' que acordaron la retirada armenia. Esto se traduce en sanciones.
Para tener algo de perspectiva de esta guerra, el presupuesto militar armenio es de 500 millones de dólares anuales, mientras que el azerí supera los 2.000 millones.
El objetivo de Azerbaiyán y Turquía es terminar lo que no pudieron en 1915. Armenia, que ha sobrevivido gracias a su montañas, está librando una batalla decisiva. El presidente de la República de Artsaj ha afirmado que deben prepararse para un conflicto largo, y es que los armenios no claudicarán ni con todo en contra.
Quieren cambiar las cosas porque si bien perdieron la guerra de los años 90, saben que ahora tienen la posición ventajosa; y esto se suma a una mentalidad expansionista, belicista, de dominación y exterminio. La mentalidad de los tártaros, los hijos de Gengis Kan con la memoria del Imperio Otomano; de África al Cáucaso. Se suma también a que en los últimos años la República de Artsaj, que a efectos prácticos es indisoluble de Armenia, ha visto una mejora importante en su economía e independencia energética, lo que la distancia aún más del dominio azerí, a quien pertenece administrativamente cara a la mayoría de Estados de la ONU.
Azerbaiyán ha lanzado una especie de 'blitzkrieg' chusquera que, tras lograr avances las primeras 24 horas entrando en territorios tutelados por Armenia, se ha estancado. La guerra ha pasado a fase de desgaste donde los drones y la artillería están siendo determinantes para desatar el infierno y los peores horrores entre los soldados de ambos bandos. Una guerra sucia donde ninguno sabe de dónde llegará el proyectil o la metralla que lo mate. Una guerra infame en la que los azeríes, en un alarde de soberbia el 16 de septiembre, 11 días antes de su ofensiva, dijeron al mundo lo que iban a hacer sin que nadie reparase en que podía ser más una declaración de intenciones que un farol o una arenga para motivar a su población. Porque el 16 de septiembre de 2020 el ministro de defensa azerí llegó a afirmar que "el ejército está preparado para cumplir con su deber sagrado de liberar sus tierras". Lo que confirma que llevaban tiempo preparando esta escalada de la guerra, y que nunca tuvieron compromiso con la paz o siquiera al menos la estabilidad. Del mismo modo que días antes de la ofensiva Erdogan dijo que era hora de la retirada de Armenia.
Actualmente Azerbaiyán, que mantiene su economía con las exportaciones de gas y petróleo, saca las materias primas principalmente a través de Georgia y Turquía, con unas rutas que pasan muy cerca del territorio disputado de Nagorno Karabaj. Con un conflicto tan latente, en el caso de una escalada, Azerbaiyán podría perder el gaseoducto del Sur del Cáucaso y las tuberías de petróleo Baku-Tbilisi-Ceyhan y Baku-Supsa. Es decir: el país se hundiría económicamente, con un impacto también en Europa. Expulsando a Armenia del norte, los azeríes tendrían aseguradas las rutas de exportación y con ello su economía.
Pero no hay que ser inocente y pensar que eso le basta a Azerbaiyán y Turquía. Su objetivo es terminar lo que no pudieron en 1915. Armenia, que ha sobrevivido gracias a su montañas, está librando una batalla decisiva. El presidente de la República de Artsaj ha afirmado que deben prepararse para un conflicto largo, y es que los armenios no claudicarán ni con todo en contra. Con todo y contra todos, Armenia está luchando por su supervivencia.