NFORME ESPECIAL> Concentración de la riqueza y aumento de la pobreza en el actual ciclo político de gobiernos de derecha en América latina
Giro a la derecha
En América latina, desde el 2000, los avances fueron impulsados por una mejoría relativa de los sectores de menores ingresos. Hasta que irrumpió con fuerza la tensión permanente de sistemas políticos donde los grupos más favorecidos, generalmente asociados a actividades rentistas, usan la concentración del ingreso y el poder económico para mantener sus privilegios. El avance de gobiernos de derecha en algunos países de la región es la expresión de esa reacción conservadora.
Entre 2008 y 2015 la desigualdad en los ingresos disminuyó en promedio regional de un 0.5 a un 0.469 (índice de Gini), aunque enlenteciéndose la mejoría entre 2012 y 2015. En 2008, por cada moneda que conseguía un hogar del quinto más pobre, entraban casi 15 monedas en el quinto más rico de la sociedad. Los niveles actuales siguen siendo muy elevados, aunque la desproporción se redujo a “tan sólo” 12 veces. Venezuela, Uruguay y Argentina, en ese orden, presentan los menores índices de desigualdad (alrededor de 0.4). Guatemala, Colombia y Brasil van a la cabeza de la desigualdad (superior al 0.5).
El amesetamiento en los avances es congruente con los datos sobre pobreza e indigencia que refleja el Informe sobre el Progreso de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ofrecido en la primera reunión de seguimiento efectuada en México, entre el 26 y el 28 de abril pasado. A inicios del milenio, había en la región 225 millones de pobres (44 por ciento) con casi 100 millones de indigentes (19,3 por ciento). Esta cifra cayó a 29 y 12 por ciento, respectivamente, lo que implica que al menos 50 millones de personas salieron de la pobreza y 25 millones de la indigencia. Sin embargo, desde 2012 se observa el estancamiento de esta mejoría, incluso comenzando a subir tanto el número de gente pobre como el de indigentes hacia finales de ciclo.
Los avances fueron impulsados por una mejoría relativa de los ingresos laborales de los sectores de menores ingresos, gracias a un aumento en la formalización del empleo y el aumento real de los salarios mínimos en varios países y el incremento de las transferencias monetarias hacia los estratos de menores ingresos (jubilaciones, subvenciones y programas de apoyo directo). Es decir, un conjunto de políticas activas de redistribución de ingresos que realzan el aporte efectivo de varios gobiernos de la región y la inacción, indiferencia o ineficacia de otros. Esto se refleja con claridad la inversión social que creció en promedio en la región aproximadamente un 30 por ciento entre 2000 y 2015, llegando a ser de un 14,5 del PIB, rubro en el que destacan positivamente Argentina, Brasil, Colombia y Costa Rica, con más del 20 por ciento del PIB.
Pobreza
En 2014, por cada 100 hombres que vivían en hogares pobres, había 118 mujeres en esa situación. Los motivos son básicamente dos: el tiempo total de trabajo de las mujeres incluye muchas más horas dedicadas al trabajo doméstico y a cuidados no remunerados. Por otra parte, sus salarios son peores, a pesar de tener mayor cualificación educativa. Esto conlleva además una limitación en la autonomía financiera de la mujer, implicando una mayor dependencia.
La condición étnico-racial es otro factor de desigualdad estructural. En la región viven unas 130 millones de personas afrodescendientes (2015) y 48 millones pertenecientes a pueblos indígenas. O sea, una de cada cuatro personas es indígena o afrodescendiente.
Ambos grupos de la población son proporcionalmente más numerosos en el estrato más pobre y sufren desigualdades profundas en todas las áreas del desarrollo social, expresándose en mayores tasas de mortalidad infantil y materna, de embarazo adolescente, de desempleo y en menores ingresos laborales. Algo similar ocurre con los habitantes de áreas rurales y en las periferias urbanas, “donde se concentran los pobres y se acumulan las carencias”
Con respecto a la evolución a lo largo del ciclo vital, el 63 por ciento de los niños de América Latina y el Caribe –casi dos tercios del total– y 45 por ciento de los jóvenes son pobres, y un tercio de estos pobres, indigentes (2014). Muchos no tienen condiciones mínimas que les permitan completar el ciclo escolar y eso implica, en adelante, menores remuneraciones, menores jubilaciones, es decir, menores posibilidades durante toda su vida. En el área rural, la situación es aún peor, duplicándose la cifra de adolescentes que no asisten a la escuela secundaria.
O sea, la pobreza en América Latina tiene cara de mujer, rasgos indígenas o piel negra, vive en el campo o en los suburbios y además, si es niño o joven, la desigualdad lo perseguirá durante toda la vida.
Libreto
Para contrarrestar el flagelo de la desigualdad, recomienda la Cepal “políticas públicas que deben garantizar la titularidad de derechos, se debe reconocer y potenciar el trabajo productivo y de calidad como la llave de la igualdad y como instrumento por excelencia en la construcción del bienestar, y universalizar la protección social a lo largo del ciclo de la vida (la infancia y adolescencia, la juventud, la edad adulta y la vejez), con una mirada sensible a las diferencias (Cepal, 2017)”.
En distintos informes se habla de la estrecha relación entre acceso a educación de calidad, mejoramiento de la situación sanitaria y de vivienda, acceso a la tecnología y otras condiciones para la consecución de empleo de mejor calidad, todo lo cual refiere a las mencionadas “políticas activas”. Aquí es donde aparece el Estado como único garante de principios, que deben dejar de ser aspiraciones y convertirse en derecho exigible.
Pero aún desde el esquema habitual de relativización de derechos que rige las prácticas sociales actuales, para que el Estado pueda hacer efectivas (y no declamativas) políticas activas de inclusión social, son evidentes dos condiciones mínimas: que el gestor (gobierno) tenga nítidas intenciones en ese sentido y que cuente con fondos para efectuar la tarea.
Las dificultades del primer término de la ecuación no son desconocidas para la Cepal. En un documento señala “la tensión permanente de sistemas políticos donde los sectores más favorecidos, generalmente asociados a actividades rentistas, usan la concentración del ingreso y el poder económico para mantener sus privilegios”. El tan mentado “giro a la derecha” en algunos países de la región es tan sólo expresión de esa reacción conservadora.
Paraísos fiscales
Con respecto a lo segundo, basta constatar la actividad ilegal que desarrollan los sectores opulentos para impedir todo avance de los sectores más oprimidos de la sociedad. Una de las principales herramientas es la subversión fiscal. O sea la evasión. Unos 700.000 millones de dólares que están en paraísos fiscales pertenecen a personas de América Latina, lo que a su vez representa el 22 por ciento de la riqueza financiera total de la región, y que la mayor parte de este monto (alrededor del 80 por ciento en promedio) no ha sido declarada a las respectivas administraciones tributarias.
Por otra parte, existen las maniobras dolosas de las empresas multinacionales, que sobrefacturan gastos e importaciones y subfacturan ventas y exportaciones. Unos 765.000 millones de dólares no han sido declarados entre 2004 y 2013, conspirando de esta manera contra las posibilidades de acción solidaria de los estados. Estas empresas manejan además gran parte de los medios y por ende, tienen una enorme influencia en la opinión pública, a través de la cual se “deciden” los gobiernos.
¿Cómo seguir entonces aquellas recomendaciones si apenas un Estado comienza a favorecer a los vulnerables se encuentra con la tremenda reacción de los sectores del poder? ¿Cómo pensar en mejores empleos, si las principales corporaciones planifican para la economía mundial un horizonte de simbiosis de alta tecnología en la producción? En conjunto con las ya abultadas dosis de economía especulativa, todo ello atenta contra la posibilidad de ingreso formalizado y suficiente. Aún si se piensa en servicios, la intención empresarial apunta a reducir costos, lo cual se traduce en reducción de cantidad de personas empleadas o de salarios. Nada hace pensar que ese modo antihumano de funcionar la economía varíe, de no mediar algún cambio sustancial.
Concentración
Hablar con propiedad es hablar de la propiedad. Y hablar de la propiedad es hablar de violencia económica. Es hablar, en general, de actividad delictiva. Calificar a la concentración de riqueza como delito no es tan sólo una alusión a su inmoralidad, aunque dicha actitud antisocial deba ser repudiada sin ambages en el campo valórico. Puede constatarse sin mayor dificultad cómo en la génesis misma y en el transcurso del proceso de acumulación de riqueza, se verifican numerosos delitos tipificados en los códigos civiles y penales vigentes. El dolo, el hurto, el robo, el fraude, la apropiación indebida, el plagio, la competencia desleal, la extorsión, la cartelización, la evasión y elusión fiscal son moneda corriente en la práctica de los grandes conglomerados empresariales. La corrupción que tanto irrita a la prensa dependiente tiene su origen en las empresas, no “en la política”. Corromper mediante dádiva, coima, prestaciones o apoyo electoral es para las empresas una práctica ordinaria que facilita “los buenos negocios”.
En cuanto a la dirección de los procesos humanos, los pueblos sólo pueden contar consigo mismos. Deben movilizarse y organizarse. La paradoja de estatalización –dependencia excesiva de una gestión– y movilización popular puede ser resuelta convirtiendo a lo político en cuestión existencial. Ya no simplemente relativa a la primaria subsistencia –la cual ciertamente está en riesgo–, sino en un sentido de cualidad ampliada, la de la existencia humana, relacionada con la posibilidad de crear y decidir, lo cual aparece hoy alejado de las expectativas y posibilidades de gran parte de la humanidad.
En términos sociales, los conjuntos organizados podrán así garantizarse una renta universal y avanzar por las vías del empleo cooperativo, es decir el autoempleo colectivo como factor primario de la producción y la economía.
Para que esto sea posible, necesitamos una ola de alfabetización transformadora. Para aprender a defendernos de la manipulación de los poderosos y de la naturalización de situaciones oprobiosas y evitables. Aprender que sólo habrá progreso si es de todos y para todos.
* Investigador perteneciente al Centro Mundial de Estudios Humanistas.
Argentina: Intensifícan la búsqueda del submarino perdido en el Atlántico
Publicado: 20 nov 2017 12:10 GMT
En Argentina, el mal tiempo está dificultando las tareas de búsqueda del submarino San Juan, perdido en aguas del Atlántico sur, desde el miércoles pasado. Sin embargo, un portavoz de la Armada argentina aseguró que se continuará buscando el sumergible "hasta que aparezca".
Cómo es el operativo de búsqueda del submarino argentino desaparecido
Publicado: 20 nov 2017 05:28 GMT | Última actualización: 20 nov 2017 12:07 GMT
Las adversas condiciones meteorológicas dificultan las tareas de búsqueda y rescate del ARA San Juan.
En un área de operaciones de 482,507 kilómetros cuadrados continúa la búsqueda del submarino de la Armada Argentina ARA San Juan, que no da señales desde la mañana del miércoles del 15 de noviembre.
Tras la puesta en marcha del plan SARSUB (Búsqueda y Rescate de Submarinos, por sus siglas en inglés), las autoridades argentinas no han escatimado esfuerzos para localizar el sumergible, aunque estos días las labores de rescate se dificultan por las inclemencias climáticas con fuertes ráfagas de viento que superan los 80 km/h y olas de entre 6 y 8 metros de altura.
Por parte de Argentina, en la búsqueda aérea del ARA San Juan participan la aeronave de exploración submarina Tracker, dos aviones de vigilancia marítima B200, un avión Hércules C-130 y un B-350.
Desde el mar, se desplegaron los destructores ARA Sarandí y La Argentina; cuatro corbetas MK-140 ARA Rosales, Spiro, Espora y Robinson; dos corbetas A-69 ARA Drummond y Granville; un buque logístico ARA Patagonia, un transporte ARA San Blas, dos buques hidrográficos ARA Puerto Deseado y Austral, un aviso ARA Puerto Argentino, dos buques de la Prefectura Naval Argentina Derbes y Tango, un buque pesquero Don Pedro, el buque Dr. Angelescu de la Secretaría de Agroindustria.
Por parte de Estados Unidos, a la búsqueda se unieron los aviones P-8 Poseidon y P-3 de la NASA, así como un Escuadrón de Rescate Submarino de la Marina estadounidense desplegado desde San Diego, que utilizará como plataforma de despliegue el OSS Skandi Patagonia perteneciente a la empresa Total.
Dos aeronaves logísticas de la Fuerza Aérea de EE.UU. han transportado a Comodoro Rivadavia tecnología de rastreo submarino: un ROV, que representa un mini submarino con capacidad para 16 personas; una campana de inmersión con capacidad para seis personas, que permite descender a una profundidad de hasta 200 metros; y un vehículo sumergible remoto para inspección ocular.
Ayuda del Reino Unido y otros países
El Reino Unido apoyó a Argentina tras enviar un avión Hércules C-130 de la Marina Real Británica, que opera desde las islas Malvinas, y el buque polar HMS Protector, que también participa en el operativo.
Además, a la Base Aeronaval Comandante Espora arribó el avión de exploración P-3 de la Fuerza Aérea de Brasil. A disponibilidad de la Armada Argentina también se encuentra el avión de exploración P-295 enviado por el Gobierno de Chile, de acuerdo con el último comunicado de la Armada Argentina.
El vocero de la Armada, Enrique Balbi, ha declarado que "se rastrilló un 80 % de la superficie en la que podría encontrarse el submarino", pero que el rastrillaje no ha sido eficiente debido al temporal, fuertes vientos y la altura de olas, cita sus palabras Clarín. Condiciones más favorables para el operativo se esperan para el martes.
La Armada tampoco ha conseguido determinar si los siete intentos de comunicación por satélite detectados el sábado provinieron del submarino desaparecido. Clarín precisa que la búsqueda del ARA San Juan se realiza desde cinco barcos y que también estará disponible una fragata de la Marina de Brasil.
Bolivia celebrará sus comicios presidenciales el 18 de octubre, luego de las conflictivas elecciones de 2019, en las que el presidente en ejercicio Evo Morales fue declarado triunfador, aunque después fue desalojado del poder y enviado al exilio. Casi un año después, se pone término al interinato que nació durante ese evento, alentado por policías y militares.
Luego, el 25 de octubre, le toca a Chile realizar el plebiscito para decidir si se deroga la actual Constitución, diseñada por el pinochetismo, y también los medios para hacer la nueva: si será por una Constituyente general o en conjunción con el Parlamento.
Después será el turno de EE.UU. El 3 de noviembre habrá una pelea presidencial que algunos vaticinan que podría prolongarse varios días antes de tener el resultado definitivo, en medio del auge de manifestaciones antirracistas y supremacistas. Finalmente, Venezuela realizará el 6 de diciembre sus parlamentarias, en medio de un llamado a la abstención de los sectores radicales que han boicoteado los últimos procesos electorales.
Final de año convulso
Todos estas naciones sufrirán procesos electorales marcados de manera tajante por choques ideo-políticos, cuajados por corrientes históricas.
Fuertes tensiones acompañan todos estos momentos que se vislumbran como verdaderas crisis societales, que han llegado a los altos niveles de violencia social o política desde el estallido chileno y el golpe y exilio de Evo Morales en el último trimestre de 2019.
Este 2020 ya se produjo en EE.UU. un levantamiento antirracista de larga duración, que ha tenido varios meses en vilo a la nación norteamericana y aún la mantiene así.
Este 3 de noviembre, en un escenario que se espera muy cerrado, con probabilidades de alargarse y con cantos de fraude a flor de boca, un Donald Trump pendenciero buscará aplanar a Joe Biden si no es por la vía del voto popular, por medio de los colegios electorales. Y si no, por el atajo de la Corte Suprema, en caso que los comicios se alarguen y se dificulte el nombramiento de un ganador definitivo. Todo esto en medio de disturbios raciales y supremacistas blancos armados y movilizados. Un verdadero polvorín.
Este 3 de noviembre, en un escenario que se espera muy cerrado, con probabilidades de alargarse y con cantos de fraude a flor de boca, un Donald Trump pendenciero buscará aplanar a Joe Biden si no es por la vía del voto popular, por medio de los colegios electorales. Y si no, por el atajo de la Corte Suprema.
Bolivia no está muy lejos de una situación similar. Ya se vivió a finales de 2019 que sectores de derecha, que hoy están en la competencia electoral, desconocieron los resultados con apoyo de la Organización de Estados Americanos (OEA) y se lanzaron a la calle despojando del poder, con cierta facilidad, a quien había sido vencedor según el Tribunal Electoral.
Si bien las actuales encuestas tienen de primero a Luis Arce (un miembro del partido de Evo Morales), el candidato presidencial necesitaría ganar en la primera vuelta para asegurar el triunfo y eso es algo que aún esta en duda debido a los resultados cerrados que se esperan. Además, los requerimientos legales para triunfar sin ir a balotaje complican la jugada.
En Bolivia, el vencedor en primera vuelta debe obtener más del 50 % de los votos o sacar 10 puntos de ventaja al segundo, ambos requisitos que, en el caso de Evo Morales, no logró de manera contundente. La segunda vuelta puede unificar muchos sectores en contra de la corriente progresista. El desconocimiento del resultado podría incendiar las calles, especialmente si gana el Movimiento al Socialismo (MAS), aunque también si hay una descarada intervención de los sectores de derecha en el resultado.
En Chile se vive el punto culminante de un radical proceso político, llamado el 'estallido chileno'. Por medio de un plebiscito, los ciudadanos podrán poner fin a la Constitución que diseñó Pinochet, una Carta Magna con la que sucesivos gobiernos han tenido que convivir y aceptar, de manera sumisa, a pesar de su naturaleza antidemocrática. No obstante, también habrá que esperar el resultado que obtengan los poderosos sectores de derecha -que acumulan varios triunfos electorales en su haber-, y que han convocado a votar por el 'No apruebo' y así impedir el cambio constitucional.
Ya en el último mes del año, Venezuela vivirá unas legislativas que permitirán renovar la Asamblea Nacional, dominada actualmente por los partidos opositores, cuyos líderes más radicales han hecho un llamado a la abstención. La petición de no participar en las urnas los dejará fuera de la contienda por el Parlamento, aunque desde esos mismos sectores han convocado a sabotear el proceso comicial o incluso a intentar una 'Consulta' paralela.
En Venezuela también han sucedido eventos electorales conflictivos los últimos años, como la elección constituyente de 2017, en la que sectores opositores bloquearon centros electorales para impedir la celebración de las elecciones. En este país también se han vivido momentos de violencia política en épocas recientes, como el golpe del 30 de abril de 2019 y las 'guarimbas' de 2017.
Pandemia y otros problemas
Todos los eventos electorales se llevarán a cabo en medio de la pandemia y con estrictas medidas de bioseguridad, y es probable que esto incremente la abstención en todos los países. Tanto en Chile como en Bolivia, los comicios se han pospuesto con anterioridad debido al coronavirus y ahora deberán afrontar una fecha definitiva.
Todos los eventos electorales se llevarán a cabo en medio de la pandemia y con estrictas medidas de bioseguridad, y es probable que esto incremente la abstención en todos los países. Tanto en Chile como en Bolivia, los comicios se han pospuesto con anterioridad debido al coronavirus y ahora deberán afrontar una fecha definitiva.
Dondela pandemia parece marcar con mayor ahínco los riesgos políticos es en EE.UU. Trump ha mostrado desconfianza por el actual sistema electoral porque permite el voto por correo, una modalidad de sufragio que pareciera que va a aumentar debido al temor por el coronavirus en ese país, epicentro del mundo en tasa de contagios y muertes por covid-19.
El problema es que el voto a distancia siempre supone ralentizar el proceso de conteo, lo que significa que se necesitarán varios días o incluso semanas para conocer el cómputo final y el ganador definitivo, lo que aumenta la presión y la ansiedad política. Trump exige que haya un vencedor el 3 de noviembre y denuncia posible fraude con las papeletas por correo. Para los demócratas, es vital este sistema a distancia. Allí podría producirse un cortocircuito que lleve al país a un nivel superior en la escalada de violencia, que ya está latente.
El tema étnico también cruza varios de estos procesos. En Bolivia, el golpe contra Evo Morales reveló las intenciones racistas y antiindigenistas de las fórmulas políticas de las derechas. En EE.UU., el tema racial ha sido central en los debates y el candidato presidente ha sido presionado públicamente para que rechace los llamados supremacistas de colectivos armados.
Mientras tanto, las calles de EE.UU. se levantaron durante todo el año contra el racismo de la Policía, que ha cometido varios asesinatos contra afroamericanos. En Chile, la cuestión mapuche ha venido ganando centralidad este 2020 con huelgas y movilizaciones, que colocan lo indígena como elemento simbólico de primer orden.
El tema étnico también cruza varios de estos procesos. En Bolivia, el golpe contra Evo Morales reveló las intenciones racistas y antiindigenistas de las fórmulas políticas de las derechas. En EE.UU., el tema racial ha sido central en los debates.
Quizá las principales dudas de los eventos se concentren en los árbitros electorales. En el caso de Bolivia, porque el Tribunal Electoral se ha reestructurado completamente desde la salida de Morales, y no se sabe cómo va a reaccionar si el Movimiento al Socialismo (MAS) gana las elecciones.
De la misma forma, en EE.UU. el árbitro final puede terminar siendo la Corte Suprema, que actualmente está controlada por los republicanos, y es posible que Trump promueva otra magistrada antes de las elecciones para tener mayoría aplastante.
En el caso venezolano, las dudas giran en torno a los niveles de participación electoral. En caso de que la convocatoria a las urnas no sea masiva, el riesgo es que se intente desacreditar la legitimidad del proceso, tal como lo intenta inducir la oposición radical con su llamado a la abstención.
Sin embargo, en Venezuela no hay ninguna ley que considere improcedente un resultado electoral de alta abstención, así que, al menos que se convoquen actos violentos de sabotaje, las elecciones podrían transcurrir de manera tranquila. Especialmente debido a la ventaja oficial, si los opositores continúan desalentando la participación.
El Chile, algunos sectores radicalizados contra la institucionalidad podrían llamar a actos de desconocimiento del proceso. Aunque suena lógico que las mayorías decidan cambiar la Constitución y que las minorías radicales respeten el proceso de cambio institucional.
No obstante, todos estos países viven momentos sorpresivos. Así que debemos estar atentos a que situaciones inéditas cambien los escenarios probables por otros más sorprendentes. Estaremos atentos.