Moscú deslumbraba, como sus bellas mujeres. Seguramente los Juegos Olímpicos de Verano son el espacio más abarcador que existe de idiomas, tradiciones y culturas, pero aquellos resultaron bastante singulares por el boicot encabezado por Estados Unidos en plena Guerra Fría.
El notable colega chileno Sergio Pineda, ya desaparecido, ofrecía pinceladas de humor dentro del grupo de enviados especiales de Prensa Latina. Como era corresponsal en México, en sus notas de color siempre había alguna alusión al país de los mayas y los aztecas:
“A los mexicanos, las iniciales CCCP no quieren decir currucucucú paloma, sino Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”, escribió Pineda.
Como joven reportero dentro de un equipo de profesionales de Prensa Latina, me tocaba hurgar en todo lo posible. Y así fue cuando conocí a Nadia Comaneci, la gimnasta rumana que asombraría al universo en la cita de Montreal 1976 con su calificación perfecta de 10 en barras asimétricas, la primera en la historia de este deporte, apenas con 14 años de edad.
“Cabello corto, rostro de niña asustada (…)”, escribí en Moscú en aquel entonces para describir mis impresiones acerca de Comaneci. “Creo que me retiraré antes de los 20 años”, me dijo con cierto aire de nostalgia. Y cumplió con su palabra después de ganar cinco medallas de oro y tres de plata en Montreal y Moscú, para acogerse a una vida como comentarista de televisión a partir de 1981.
La volví a ver en la Opera de París en 2011, de pura casualidad. Ella amablemente respondió a mi saludo efusivo con ese tipo de sonrisa reservada para los admiradores.
El Metro impecable y las instalaciones cinco estrellas sobresalieron en Moscú 1980, con proezas de los cubanos María Caridad Colón (jabalina), primera latinoamericana titular olímpica, y Teófilo Stevenson (boxeo, tercer fajín dorado en este nivel); los soviéticos Alexander Didiatin (ocho preseas en gimnasia) y Vladimir Salnikov (primer humano en bajar los 15 minutos en 1500 metros libres de natación).
ATLANTA 1996, UN CENTENARIO SALPICADO
Controversiales desde la propia designación de su sede, los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 tuvieron un aspecto deleznable: una bomba en el Centennial Olympic Park en medio de un concierto, con dos muertos y 111 heridos.
Pero el hecho, tuvo más aristas de lo imaginado. La cita en la capital del estado de Georgia, sur de Estados Unidos, no era bien vista por gran parte de la comunidad deportiva internacional, que apostó por Atenas, Grecia, como escenario por derecho propio de los Juegos del Centenario.
Sin embargo, primaron intereses mercantiles y el COI se decantó por Atlanta. Era 27 de julio cuando coincidimos en el bus Clemente Nicado y yo, para vernos en el MPC con Víctor Carriba, jefe del grupo de Prensa Latina, Sergio Gómez y el ingeniero Eddy Añé. El ambiente era sugerente y dudamos si hacer una escala en el Centennial Park donde se desarrollaba un recital de la banda Jack Mack and the Heart Attack.
El atentado terrorista, calificado así entonces, ocurrió a la 01:20 de la madrugada, y a esa hora ya íbamos de regreso al hotel. La conclusión a priori apuntaba a un guardia de seguridad malhumorado quien supuestamente decidió colocar una bomba casera para llamar la atención.
Richard Jewell era su nombre. Fue considerado héroe durante algunas horas, pero luego el FBI lo calificó de “persona de interés” y vivió un infierno acto seguido.
Jewell defendió su inocencia hasta la saciedad pero debió esperar demasiado tiempo para que finalmente se reivindicara. Su increíble historia fue contada en 2019 con la película de Clint Eastwood, si bien en 2003 se supo del verdadero autor del atentado, Eric Robert Rudolph.
La historia del transporte fue otra de las pesadillas de la capital del estado de Georgia. Los conductores escogidos hicieron huelga por demandas salariales. Los organizadores los despidieron a todos y trajeron gente dispuesta a aceptar sus condiciones, pero poco conocedora de la ciudad de Atlanta. Aquello fue el caos en la primera semana.
No faltó la cordialidad de los voluntarios y de mucha gente capaz. La urbe estadounidense brilló con algunos momentos históricos, como el regreso a la gran palestra pública de una de las leyendas del deporte mundial, Mohammad Alí.
En la ceremonia inaugural al filo de la medianoche con la antorcha en sus manos temblorosas por el Parkinson, encendió el pebetero de los Juegos del Centenario.
El norteamericano Michael “el pato Johnson” dejaba atónitos a los amantes de la velocidad en el atletismo al lograr un extraordinario récord del orbe en los 200 metros lisos (19,32 segundos) y el Hijo del Viento, Carl Lewis, a sus 36 años se dio una despedida olímpica de lujo al alcanzar su cuarto metal áureo consecutivo en el salto largo, de sus nueve en total.
Asimismo, el canadiense Donovan Bailey hizo triza la plusmarca mundial de los 100 metros planos con 9,84 segundos y destacaron los títulos de la nadadora costarricense Silvia Poll (200 metros libres) y el marchista ecuatoriano Jefferson Pérez (20 kilómetros). Por América Latina, Cuba mantuvo su liderazgo.
MARCO POLO PENSANDO EN SÍDNEY 2000
Un viaje a lo Marco Polo, pasando por Acapulco y Tahití, me condujo a Sídney 2000. En el umbral de los Juegos Olímpicos del Milenio, se me dio fácil la oportunidad de volver a degustar carne de canguro (marsupial con población excedida en Australia).
Los australianos auspiciaron al detalle las justas probablemente mejor organizadas de la historia. Todo funcionó con precisión milimétrica, las instalaciones sensacionales, la seguridad con esmero, transporte con buses eléctricos y amplias zonas verdes.
En el majestuoso Estado Olímpico de Sídney fuimos consentidos por Olivia Newton Jones, Kylie Minogue, y John Paul Young, conocimos un poco más de los aborígenes australianos, de la espectacular naturaleza de la Isla-Continente, ya en la órbita de la película Cocodrilo Dundee.
Antes, en una ceremonia inaugural pletórica en detalles y el encendido del pebetero en una cascada de agua y fuego prendido por la antorcha portada por la corredora Cathy Freeman. Y luego, por única y excepcional ocasión, los deportistas de regreso a la Villa Olímpica caminando –ante la cercanía del centro de alojamiento- bajo una hermosa noche estrellada.
Del plano deportivo, el Aquatic Center fue probablemente la joya de la corona de Sydney. Veinticinco récords mundiales y 11 olímpicos en las 36 competencias de natación, con el estrellato del “aussie” Ian Thorpe, la pugna con los estadounidenses, el fenómeno ruso Alexander Popov y el encumbramiento del neerlandés Pieter van den Hoogenband.
Fueron los Juegos de la confirmación de la hazaña de Las Morenas del Caribe de Cuba en el vóley femenino con su tercera dorada al hilo tras remontar dos sets abajo la final frente a Rusia.
RAMA DE OLIVO EN ATENAS 2004
Grecia, ¡por fin! La espléndida Atenas 2004 que ofreció la hospitalidad y alegría de los helénicos, su historia y aportes a la cultura universal. Justicia tardía pero bien llevada a puerto, incluido El Pireo.
Con Athena y Phevos, en honor de los dioses Atenea y Apolo, otrora protectores de la ciudad, los Juegos tuvieron componentes singulares como podría esperar de la cuna de la civilización occidental.
Desde la visita a la Acrópolis y el necesario paseo por los alrededores del Partenón y los vestigios de las Cariátides, no he dejado de pensar en aquellas obras colosales, los aportes de los griegos a la humanidad y la ironía de verse sumidos a una crisis injusta para su pueblo.
En las andaduras por Atenas, los infaltables souvslaki con pan pita en el barrio antiguo de Plaka, a base de carne de cerdo, con tomates, cebollas, orégano, aceite y zumo de limón. Para completar la tradición de romper platos en celebraciones, la sui-géneris belleza de la mujer griega y la corona de laurel a la usanza antigua en las premiaciones.
Fue en Atenas donde el estadounidense Michael Phelps (seis de oro y dos bronces) dio el primer paso hacia la cúspide en la natación, a punto de igualar a su compatriota Mark Spitz (siete preseas doradas).
Resultó también el centro de acogida de una atractiva reina del salto con garrocha, la rusa Yelena Isinbayeba, dueña del único récord mundial de atletismo en Atenas (4.91 metros); del notable marroquí Hicham El Guerrouj, que igualó la marca de Paavo Nurmi al vencer en los 1500 y 5000 metros.
Argentina, con el liderazgo indiscutible de Emmanuel Manu Ginnobili y otros grandes jugadores (Scolla, Noccioni), que dejó en el camino al Dream Team de Estado Unidos y terminó con el oro al aplastar a Italia en la final del basquetbol masculino.
LET IT BE, LONDRES 2012
Queda poco tiempo para darme una vuelta por un british Pub y tomarme una pinta de cerveza negra (stout) con picadas de Roast Beef and Yorkshire Pudding. El Roast Beef lo conozco desde niño. La cerveza negra y concretamente la famosa Guinnes también, pero no es lo mismo hacerlo en Londres y en medio de los XXX Juegos Olímpicos.
Me han pedido un repaso lacónico de memorias y si me detengo en la capital británica no podría pasar por alto mi deseo –casi enfermizo- de vivir una aventura londinense en un “Cabbie” o mejor, un “black cab”. Sin buscarlo ocurrió. Terminó la ceremonia inaugural de los Juegos en el estadio olímpico de Stratford y el Metro colapsó.
En medio del tumulto, decidimos el amigo Ricardo López Hevia, fotorreportero cubano, y yo tomar un taxi, única posibilidad de regresar al hotel antes del amanecer. Fue una travesía entretenida, sólo con el detalle de otro colega, Marcelino, nulo con el inglés, quien iba camino a Escocia cuando me rogó, teléfono mediante, le explicara a su taxista dónde estaba nuestro hotel.
Todo se podía sobrellevar en las horas subsiguientes al acto de apertura de Londres. Habíamos escuchado en vivo a Paul Maccartney interpretando Let it be y aunque desafinó, aquel estadio se antojaba un monumento a The Beatles.
Londres 2012 tuvo momentos sublimes, entre ellos el protagonismo del bólido jamaiquino Usain Bolt, por segunda vez consecutiva triple medallista de oro, en 100 y 200 metros planos y el relevo de 4x100. Dejó en un plano menor, aunque sin menoscabo, a Michael Phepls.
Cuba con el segundo oro consecutivo del luchador grecorromano Mijaín López; el ascenso de la judoca Idalys Ortíz; el tirador Leurys Pupo y los boxeadores Roniel Iglesias y Robeisy Ramírez, volvió a descollar por Latinoamérica.
ORGASMO DEPORTIVO
Gimnasios, prácticas de yoga y ejercicios físicos en general demuestran, según sus defensores, la oportunidad de alcanzar una suerte de “orgasmo deportivo” de forma más tangible.
Al margen de los detalles, no recuerdo a lo largo de mi vida haber conseguido los niveles de adrenalina y emotividad tan elevados como en unos Juegos Olímpicos.Uno puede intentar sustraerse del acontecer que se dibuja en nuestro entorno.
Empero, cuando un estadio con más de 80 mil personas contiene la respiración hasta escuchar el pavoroso disparo de arrancada de los 100 metros planos; se siente el chasquido del agua en las piscinas o alguien levanta pesos descomunales, las lágrimas están ahí, entre el gozo y el privilegio.
Créanme, nada como los Juegos Olímpicos.
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