El 18 de febrero de 1968 un grupo de cantautores, guitarra en mano, se reunieron en la Sala Che Guevara de Casa de las Américas para entonar algunas canciones políticas, quizás sin sospechar que el recital ofrecido aquella tarde sería el preludio del Movimiento de la Nueva Trova en Cuba.
Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Noel Nicola fueron los artistas invitados al encuentro. Entonces ninguno de los tres atesoraba el número de canciones que hoy conforman sus fecundas obras. El repertorio preparado resultó insuficiente para un concierto que se extendió durante horas y ante la petición de nuevos temas por parte del público presente, Silvio decidió invitar al escenario a tres jóvenes trovadores hasta ese momento desconocidos: Martín Rojas, Eduardo Ramos y Vicente Feliú. Con este último conversamos para acercarnos a sus memorias de aquellos tiempos.
“No recuerdo exactamente cómo llegué a Casa de las Américas ese día. Supuestamente se trataba de un concierto de canciones políticas porque meses antes se había realizado en ese mismo lugar el Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta, en donde participaron cantadores de todas partes del mundo y el único cubano invitado había sido Carlos Puebla. En el concierto del día 18 llegó un punto en que se acabaron las canciones, pero el público pedía más. Silvio planteó la posibilidad a los invitados de, o bien cantar nuevamente las mismas, o invitar a tres amigos del público y cantar juntos. Esos amigos éramos Martín, Eduardo y yo. Ese sería el primer concierto de lo que después se convirtió en el núcleo de la nueva trova, si bien no fue hasta cuatro años después que el movimiento se asentó como organización”.
En octubre del propio año se creó el Centro de la Canción Protesta, una iniciativa que sirvió como promotora de la nueva canción. Aunque solo funcionó durante dos años organizó muchas actividades en centros estudiantiles, laborales, unidades militares, campamentos agrícolas y otras zonas del país. Tras su desaparición, surge la alternativa de congregar a un conjunto de músicos para que contribuyeran con su obra a la producción fílmica en el llamado Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAIC.
Y justo en diciembre de 1972, a raíz del Primer Encuentro de Jóvenes Trovadores celebrado en Manzanillo, nació la organización de la Nueva Trova, a la que se denominó Movimiento. En ese encuentro, organizado por la Unión de Jóvenes Comunistas, se tomó como acuerdo fundar una organización que agrupara a todos los trovadores del país, desde los más viejos hasta los más jóvenes, a partir de estatutos y criterios ideológicos recogidos en el documento final del evento a modo de estatutos.
—¿Por qué nueva trova? ¿Y por qué movimiento?
En primer lugar Trova porque era uno de los elementos esenciales de la canción cubana, con su arraigo a lo nacional y el apego a las tradiciones. Nueva, porque precisamente durante esos años se vivía en el país una nueva realidad social, política y económica con el Triunfo revolucionario. Y Movimiento porque a medida que íbamos actuando en diferentes lugares nos percatamos que existían trovadores en todos los rincones del país.
—¿Qué concepto de canción trovadoresca manejaban en aquellos primeros años?
Como ya he dicho, la trova ha sido una canción esencial para la nación cubana, una canción reflejo del amor a la naturaleza, a la patria, a la mujer, a la pareja, a los hermanos, a la vida. Básicamente eso, una canción de amor que debía acompañar el proceso revolucionario. Los que fundamos ese movimiento tuvimos una adolescencia transcurrida en los primeros años del triunfo, fuimos también de los que alfabetizamos, algunos estuvieron en Playa Girón o en Angola, recolectaron café, participaron en la lucha contra bandidos o integraron brigadas médicas. Es decir, tuvimos también la revolución en nuestros hombros, fuimos parte de los creadores de este país y eso era un privilegio extraordinario, por lo que no podía existir una canción mediocre de ninguna manera, todo lo contrario. Nuestra pauta era crear una canción cada vez más culta, más bella, apegada a la literatura y la poética. Así ha sido y sigue siendo el movimiento de la trova y, por tanto, ha sido este siempre el concepto de la canción trovadoresca.
Precisamente el propio proceso cultural de la revolución acercó la trova a otras manifestaciones del arte como la danza, la música sinfónica, la plástica o la literatura. El nuevo movimiento heredó el maridaje que desde el siglo XIX enlazó a poetas y cantadores. De hecho, la misma generación de trovadores devino luego en algunos de los poetas que fundaron el Caimán Barbudo, entre ellos Víctor Casaus o Wichy Noguera.
—Se dice que la nueva trova, como organización, desapareció…
Sí. Desde que la conformamos Noel decía que tendría la finalidad de desparecer como organización. Fue importante para encontrarnos, para definir ideas y hacer una canción mejor que sirviera como punta de lanza contra mucha baratería musical que había en la radio y la televisión. De alguna manera colaboramos con que se hiciera incluso una música popular más culta. Y una de las cosas fundamentales que nos planteamos fue la de rescatar toda la obra de los viejos trovadores y tratar de grabarlos. Debo decir asimismo que muchas veces fuimos incomprendidos, había cierto paternalismo por lo que los “choques” fueron constantes. Ya hacia los años 80 sentimos aún más el peso de la burocracia por lo que decidimos detonar todo lo que nos trababa. Y así, desapareció espontáneamente, pero aún hay exponentes que la mantienen viva. En todo este proceso propusimos crear la Asociación de Trovadores de Cuba para agrupar a las viejas y nuevas generaciones de autores, así como el Comité Internacional de la Nueva Canción para aglutinar a cantores internacionales. Ninguna de las dos ideas fructificó.
—¿Qué cree deja el quehacer de Vicente Feliú en las nuevas generaciones?
“Eso no lo sé, lo dirán otros, pero sí puedo apuntar que la experiencia que tuve como organizador del movimiento, y como maestro que he sido toda mi vida -porque fui maestro de educación obrero campesina-, me ayudó a concebir junto a otros amigos el proyecto de la canción iberoamericana “Canto de Todos”; canto de todos que es mi propio canto, que es el canto de ustedes, y que tiene como línea de pensamiento fundamental un verso de una canción de Víctor Jara: canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva”.
Dicho proyecto aglutina a creadores de la nueva canción en Latinoamérica y España y propicia el intercambio en escenario de esos países y en la Casa del Alba Cultural en La Habana. No obstante, Vicente Feliú asegura que Canto de Todos no tiene un espacio físico invariable, sino que viaja en nuestros corazones, hermanado en la solidaridad y el internacionalismo a través del arte. “Es lo mejor que puedo dar”, dice, además de, por supuesto, sus canciones.
A propósito de la campaña por los 60 años de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, indagamos en el papel que ha desempeñado la UNEAC en su devenir artístico y de manera general en la política cultural cubana.
“La Uneac siempre ha estado presente. Cierta vez le dije a Roberto Fernández Retamar y a Haydée Santamaría que yo era y sería siempre un soldado de Casa de las Américas. No sé si lo sea también de la Uneac, pero en mi opinión es una institución muy importante, sobre todo porque es gremial, de artistas, como puede ser Canto de Todos, como pudo ser el movimiento de la nueva trova, como lo es sin dudas la Asociación Hermanos Saíz. Pienso que uno de sus pilares es que ha sido una institución donde prima el debate fuerte y el diálogo constante. La UNEAC es el lugar donde los propios artistas pueden intercambiar, crear y mejorar sobre la base de sus propios intereses pero con una proyección hacia el perfeccionamiento de la política cultural cubana y su impacto en la sociedad”.