Francisco Villegas aseguró que, en la época en la que le tocó hacer el servicio militar, era “muy ágil”. Supuso que su estado se debía a que jugaba “mucho al fútbol”; la cuestión era que corría mucho y resistía mucho también, una capacidad que lo salvó cuando, por ser testigo involuntario de un vuelo de la muerte, sintió que la muerte lo perseguía de cerca. “Yo soy un desertor”, se autodefinió durante su testimonio en el marco del juicio que se sigue por muertes que, bajo esa metodología, protagonistas de la última dictadura cívico militar efectuaron desde Campo de Mayo.
Una noche fría, después de ver cómo un grupo de personas eran obligadas a golpes a entrar a un avión, Francisco Villegas se escapó corriendo de la guarnición militar y nunca más volvió. “Me asusté mucho, si me descubrían me mataban”, confió.
A Villegas, 45 años después, le cuesta remontar aquellos recuerdos. Los tiene frescos, quizá le fallan algunas fechas, algunos nombres se le escapan. Pero la esencia de aquello que vivió de soldado adolescente en Campo de Mayo configura una nueva pieza en el rompecabezas que desde cuatro meses los recuerdos de otros ex soldados conscriptos van armando sobre los vuelos de la muerte que partieron desde esa guarnición durante el terrorismo de Estado.
El hombre declaró como testigo ante el Tribunal Oral Federal número 2 de San Martín en la audiencia del lunes en el debate oral por las muertes de Rosa Novillo Corvalán, Roberto Arancibia, Adrián Rosace y Adrián Accrescimbeni, cuatro víctimas que pasaron por centros clandestinos de Campo de Mayo y cuyos cuerpos aparecieron en las aguas del Río de la Plata y la Costa Atlántica.
También lo hicieron Luis Bommer, Alberto Espila, Juan Carlos Lameiro y Carlos Dornellis, otros ex conscriptos que aportaron sus recuerdos. Muchos lo hicieron desde la sala de audiencias en la que suelen llevarse a cabo los juicios orales de lesa humanidad en San Martín, aunque los jueces y las partes los oyeron por teleconferencia. Casi todos fueron testigos directos de los vuelos. La audiencia fue transmitida por el medio autogestivo La Retaguardia.
Volar
Villegas ingresó al Servicio Militar en el Regimiento de Palermo y, de allí, lo trasladaron al Batallón de Aviación 601 de Campo de Mayo. Allí solía llevarse bien con Alberto Conditi, contó; Que a Conditi, uno de los acusados en el juicio, le gustaba hacer actividad física y que él solía “acompañarlo a correr, le contaba el tiempo” de los ejercicios, recordó el testigo ayer. Que, además, a Condito le gustaba “volar”, y que una vez le invitó a dar una vuelta en helicóptero. “En lo único que había andado en mi vida era una bici, cuando me invitó yo quería conocer”, explicó. Conoció lo que era andar en helicóptero y también lo que era andar en avión. “Para antes de las fiestas, nos dijeron (a él y a un grupo de soldados) si queríamos volar. Nos dijeron que íbamos a llevar pan dulce para la isla Martín García. Íbamos en la parte de atrás de un avión grandote, un avión Hércules, del batallón. Era de noche. Después, con el tiempo, me pareció raro que el avión nunca aterrizó en ninguna isla, volvió a Campo de Mayo”, detalló.
Los hilos los empezó a atar después de escapar de la guarnición, pero para eso faltaba un trecho. Primero, le tocó perder los buenos tratos de sus superiores, que hasta que Villegas cometió la “falta” de regresar dos días después de un franco, colaboraba en la cocina del Casino de Oficiales. Tras la demora, fue golpeado brutalmente, encarcelado, estaqueado al sol. Y encargado de hacer “guardias casi todos los días”. Muchas de esas guardias fueron de noche, pero una fue particular.
--¿Puede vincular ese vuelo en avión con lo se investiga en este juicio?-- le preguntó a Villegas el fiscal Marcelo García Berro.
--Uy sí. Porque más adelante yo ví personalmente.
Una noche fría
Una noche a Villegas lo mandaron a vigilar el helicóptero de quien entonces era titular de la Junta Militar, Jorge Videla. Villegas recordó que hacía “mucho frío”, que “lloviznaba”, por lo que se puso “una frazada que se usaba de poncho y la campera” encima. Pero seguía sintiendo frío y se tentó: “Abrí la puerta del helicóptero, toqué una alfombra roja, me metí adentro y me quedé dormido”.
No había nadie en los hangares ya que “a las 2 de la mañana solía pasar una camioneta militar a levantar gente de los puestos”. Él supone que lo fueron a buscar también, pero no lo encontraron. De repente, a Villegas lo despertaron “unos gritos”. “No me pegués hijo de puta”, escuchó. Ruidos de motores se mezclaban con los gritos, aseguró. “Asomo la cabeza y veo las luces de los bomberos. Había camiones de esos con las cajas como usan los carniceros, de chapa de aluminio, y de ahí bajaba gente”, alcanzó a describir antes de quebrarse. Un grupo de unas 20 personas vestidas de civil que bajaba de esas camionetas estacionadas cerca de un avión Fíat G222. Logró sobreponerse y seguir.
“Les pegaban. Y las metían al avión por una puerta de atrás. V todo eso, no sabía qué hacer”.
Se asustó mucho. Tanto que “no quería seguir mirando”, así que se “agachaba y escuchaba gritos, golpes”. Hasta que se fue el avión, se fueron los camiones, se apagaron las luces de los bomberos. Seguía siendo la madrugada.
“Dejé la capa, el casco, el FAL en el helicóptero y empecé a correr para el campo. Yo sabía que si me descubrían me mataban”.
Llegó a unas vías de tren, tomó uno. Llegó a su casa, en Derqui, pero de ahí huyó otra vez porque lo fueron a buscar. Entonces se refugió en el campo, cerca de Moreno, durante un año al menos.
Aviones que partían cargados de gente y volvían manchados de sangre
Los ex soldados conscriptos Juan Carlos Lameiro y Carlos Espila también aportaron fichas importantísimas al rompecabezas. Lameiro fue claro al describir lo que vio en, por lo menos, una decena de oportunidades desde su puesto de guardia hacia el aeródromo de Campo de Mayo: “Gente que subía al avión a última hora, ver que los subían, la forma en que los subían, encapuchados, en hilera, a la parte de atrás del avión”.
También describió que subían a grupos de “entre 10 y 20 personas por episodio” que “estaban atadas con las manos atrás, encapuchadas”. Los rumores que circulaban allí indicaban que esas personas “venían del centro clandestino que funcionaba detrás del aeródromo, cerca de la escuela canina”.
Lameiro llevó a la audiencia de este martes, incluso, el nombre de uno de los “pilotos que recurrentemente manejaba los aviones”, los Fiat G222, el Capitán Artuso. Confirmó, no obstante, que los capitanes “manejaban todos” las naves. Confirmó especialmente la capacidad de los acusados Delsis Malacalza y Luis Del Valle Arce.
Carlos Espila, el primer testigo de la audiencia, mencionó al TOF número 2 y a las partes haber visto durante su servicio, el ingreso de camionetas con detenidos y su desvío hacia la pista donde había aviones. Sucedía de noche, contó, cuando a las personas que estaban con alguna función las “levantaban de los puestos”. Los aviones despegaban y regresaban “llenos de sangre y excrementos”.