Con el Estado Islámico en auge en Irak y Siria, en los últimos días de Trump su inteligencia ha facilitado a Israel información para el bombardeo más letal del Estado judío contra la república árabe. Y así, enero de 2020 ha empezado con más de 50 soldados sirios y prosirios que combaten a los islamistas en Deir Ezzor asesinados por la aviación sionista con apoyo logístico estadounidense. Y es que el objetivo ya no es derrocar a Bashar al-Assad, porque saben que esa es una batalla perdida; el objetivo es hacer de Siria un país tan ingobernable como la Libia post-Gadafi o el Irak post-Saddam. A una década del inicio de una de las guerras más infames que ha visto este siglo, el objetivo ya no es derrocar al Gobierno sirio, sino la destrucción del mismo Estado.
Alberto Rodríguez García, periodista especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo
El imperialismo, porque no hay otro calificativo con el que referirse a la rapiña de EE.UU., Israel y la UE en Siria, ha fracasado en todos sus planes para derrocar al Gobierno sirio, y ahora solo busca castigar a la población por haberse mantenido leal, pero también a la oposición por no haber cumplido con su papel de ser el verdugo de Bashar al-Assad.
A ya tan comunes bombardeos israelíes –que se cuentan por cientos– contra las fuerzas que combaten el terrorismo en Siria, se le suma que las Fuerzas Democráticas Sirias (los títeres del Pentágono) se han dedicado a liberar cientos y miles de miembros del Estado Islámico que permanecían hacinados en el campamento de refugiados de al-Hol. Se le suma que fuerzas ocupantes expolian a diario el petróleo sirio; un petróleo necesario para el transporte de tropas y los tanques, pero también para el tractor del granjero que recolecta trigo. Un trigo para alimentar a un ejército debilitado tras una década de guerra, pero también para alimentar a un pueblo traumatizado por el conflicto, hambriento por la crisis y sin expectativas por las sanciones.
El imperialismo, porque no hay otro calificativo –además de improperios– con el que referirse a la rapiña de EE.UU., Israel y la Unión Europea en Siria, ha fracasado en todos sus planes para derrocar al gobierno, y ahora solo busca –como el más abyecto de los terroristas– castigar a la población por haberse mantenido leal, pero también a la oposición por no haber cumplido con su papel encomendado de ser el verdugo de Bashar al-Assad.
Las bombas israelíes son la expresión más explícita de la auténtica guerra contra Siria. Una guerra que en nombre de los Derechos Humanos viola los Derechos Humanos, el Derecho Internacional y todo lo que se interponga. Porque si bien las explosiones resuenan en medios (cada día menos, todo hay que decirlo), es mucho más dolorosa la paulatina destrucción del Estado sirio que se está intentando llevar a cabo.
Alberto Rodríguez García, periodista especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo
El miedo a las sanciones consigue coartar a las empresas, organizaciones e instituciones. Pero el cómo y el por qué es algo que no importa al ciudadano sirio cuando la consecuencia es hambre, falta de bienes básicos y desabastecimiento de medicamentos.
Las sanciones impuestas por EE.UU. y la UE contra Siria, que van mucho más allá de la tristemente conocida Ley César, pisotean cualquier resquicio de humanidad y principio de proporcionalidad. Son sanciones tan salvajes que afectan hasta a la pasta de dientes. Son sanciones que aunque explícitamente no impiden el acceso de ayuda humanitaria, en la práctica complican mucho la llegada de ésta; generando trámites interminables, caros y complejos, pero sobre todo colocando una espada de Damocles sobre cualquier organización e institución que quiera ayudar al Estado sirio, porque las sanciones son tan abstractas que nadie sabe cuándo alguien puede convertirse en la víctima de las mismas. Al final, el miedo consigue coartar a las empresas, organizaciones e instituciones más que la propia ley. Pero el cómo y el por qué es algo que no importa al ciudadano sirio cuando la consecuencia es hambre, falta de bienes básicos y desabastecimiento de medicamentos.
La Ley César explícitamente habla de impedir la reconstrucción de Siria. Lo que muchos no se paran a pensar es que ello se traduce en impedir la reconstrucción de hogares para civiles, la reconstrucción de colegios, la reconstrucción de hospitales, la reconstrucción de plantas energéticas… Las sanciones quieren impedir la reconstrucción de Siria, y con ello su desarrollo. El país que una vez exportó grano ahora debe importarlo a cambio de los pocos recursos que le quedan, porque dinero ya no hay. El país que una vez llevaba electricidad al Líbano, ahora sufre pobreza energética y no conoce lo que son 24 horas continuas de luz. El país que producía la mayoría de medicinas que necesitaba, ahora tiene problemas para conseguir paracetamol o ibuprofeno. Y esto, seamos sinceros, no es por la corrupción y el clientelismo –que ciertamente son problemas endémicos en Siria–, sino por las sanciones y el expolio sistemático del país por parte de EE.UU., Turquía y las fuerzas cipayas del norte del país levantino. Y esto, seamos sinceros, también afecta a la oposición que los verdugos dicen defender, porque aunque Siria esté dividida por la guerra, su población siempre ha permanecido interconectada.
El Gobierno sirio no está aislado, por lo que ni las bombas van a destruir su capacidad militar, ni las sanciones aniquilar su economía. Las agresiones militares solo refuerzan la posición ruso-iraní en el país. Las sanciones solo refuerzan la posición ruso-iraní-china en el país. Y como por ese apoyo a estas alturas es imposible que el Gobierno sirio caiga sin que se desmorone todo, los mismos que llevan una década maltratando a Siria han optado por una pseudo-catarsis que destruya el Estado sirio en su totalidad. La creación de un imperio de la anarquía tan ingobernable que si bien no colocara un gobierno títere, imposibilitaría la presencia estable de Irán en el sur de Siria (frente al Golán ocupado por Israel) y la conexión de la media luna chiíta. Y si bien un escenario así puede ser atractivo para Israel o EE.UU. con su política del Tel Aviv first, para Europa solo puede traducirse en nuevas olas migratorias y un bastión para grupos terroristas en el Mediterráneo; a las puertas de casa.
Todo esto en un país con el que podríamos haber mantenido buenas relaciones comerciales y diplomáticas; un país con el que cultural y socialmente tenemos más afinidad que con el eje anglosajón que determina la política exterior española.