El telescopio es uno de los instrumentos más sorprendentes de la ciencia. A pesar de su relativa sencillez, permite desvelar gran cantidad de objetos y fenómenos celestes invisibles al ojo desnudo, que permanecían escondidos en la oscuridad entre las estrellas. Nos abre una ventana hacia otras galaxias, planetas rodeados de anillos, restos de supernovas, cúmulos de estrellas o montañas de la Luna… estos son algunos de los destinos favoritos de una noche de observación con telescopio, fáciles de alcanzar con un poco de práctica. Sin embargo, para los novatos, acercarse a un telescopio suele plantear un mar de dudas:
¿EL TELESCOPIO DE NEWTON O EL DE GALILEO?
Galileo Galilei fue el primer astrónomo que usó un telescopio para observar el cielo. En el siglo XVII empezaron a hacerse populares artefactos que, gracias a lentes de cristal, permitían ver objetos lejanos. Galileo perfeccionó el diseño hasta conseguir un telescopio de 33 aumentos que le descubrió a un nuevo universo —aunque los prismáticos más sencillos que se puedan conseguir en la actualidad permiten ver más allá. Este tipo de telescopio se conoce como refractor. En él la luz atraviesa un juego de lentes que la desvía, o refracta, concentrando la imagen. Algo parecido a lo que hace una lupa.
Pocos años después Isaac Newton diseñó un nuevo tipo de telescopio, el reflector, aplicando las leyes de la óptica que él mismo enunció. En vez de usar lentes, el telescopio disponía de un espejo parabólico, donde se reflejaba la luz, que luego se concentraba en otro espejo secundario que la desviaba hacia el ojo del observador. Es la misma tecnología que usan las antenas parabólicas para aumentar la señal.
Telescopio robotizado. Crédito: MEADE
Por otro lado, los manitas pueden encontrar un nuevo reto en la construcción de su propio telescopio. Es habitual encontrar astrónomos que compran espejos sueltos de tipo Newton y construyen una sencilla montura Dobson. Es sin duda la opción más barata para conseguir un gran telescopio. Hay incluso quien pule en su taller los espejos del telescopio; requiere habilidad, pero es posible para alguien mañoso.
¿TELESCOPIO O CIELO A SIMPLE VISTA? ANTE LA DUDA: PRISMÁTICOS.
Para los que disfrutan de salir a contemplar noches estrelladas, el telescopio es el siguiente paso para seguir avanzando en su exploración por el universo. Pero no es imprescindible. Se puede hacer mucha astronomía sin telescopio: desde reconocer decenas de constelaciones, estrellas, planetas e incluso los objetos llamados de cielo profundo más brillantes, como la galaxia de Andrómeda o la Nebulosa de Orión; o aprender a interpretar los movimientos de los astros en el cielo —incluso es recomendable recorrer todo este camino a simple vista, paso a paso, antes de comprar un telescopio.
Para los indecisos, hay un punto intermedio: desempolvar o conseguir unos prismáticos. No hace falta que sean específicos para astronomía; los binoculares más básicos, junto con una guia estelar, nos ponen al alcance decenas de objetos, como la Luna, los satélites de Júpiter, las galaxias y nebulosas más cercanas, e incluso algún cometa “de temporada”.