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General: Discurso de Fidel hace 60 años ...
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 26/03/2021 16:10

Fidel hace 60 años: ¡Tanto más podremos sentirnos orgullosos los cubanos del privilegio de hacer esta Revolución!


Es una buena oportunidad esta, en que venimos a homenajear a un órgano de la prensa revolucionaria por el honor que ha recibido para nuestra prensa y para nuestro país, de reunirnos aquí un núcleo importante de compañeros y de compañeras representativos de la Revolución.

En este salón hemos tenido varias reuniones. Ustedes recordarán, en los primeros días de la Revolución: unas veces, algún organismo de carácter internacional, como fue aquella reunión de delegados de turismo; otras veces, representativos de las clases vivas; otras veces, representativos de los industriales. ¡Yo he pasado por todas las pruebas!, y he visto muchas caras, en esas ocasiones, para hablarles también a ellos; bueno, ¡no iba a quedar por parte nuestra!

¿Les hablé con sinceridad? Sí, les hablé con sinceridad. Algunos de los pronunciamientos más enérgicos que hemos hecho, los hemos hecho precisamente en el seno de esas clases. Un poco en broma, solía yo referirles a algunos compañeros lo siguiente: "Cuando me reúno con los trabajadores, trato de no agitarlos mucho; y cuando me reúno con los industriales, trato de agitarlos".

Eran aquellos meses en que la Revolución empezaba a dar sus primeros pasos, en que todos teníamos muchas cosas que aprender. Muchos sindicatos todavía estaban en manos de elementos que nunca representaron a la clase obrera como clase, que estaban allí persiguiendo intereses de tipo personal, ciertas corrientes seudorrevolucionarias y viejas reminiscencias de toda aquella lucha que bajo el antiguo régimen tuvieron que librar los obreros.

En aquellos días, las consignas de tipo económico se agitaban por todas partes. Incluso, la primera zafra después de la guerra corrió peligro de no poder llevarse adelante. Existía todavía mucha confusión en el seno de los trabajadores; y, no obstante, nosotros estábamos seguros de que llegaría a ser el sector que más decididamente apoyaría a la Revolución. Pero, hasta entonces, el obrero solo había luchado, fundamentalmente, por demandas de tipo económico, y hacia esa posición, engañosa en una Revolución, y muchas veces engañosa también, incluso, cuando no se viva en medio de una Revolución; como ocurría que cada aumento de salarios iba acompañado siempre por un aumento en los precios de los artículos; un sector obrero libraba una gran lucha y obtenía ciertas mejoras, los patronos aumentaban los precios, esos precios afectaban el salario de los demás sectores obreros, y a las pocas semanas otro sector tenía que lanzarse a la lucha, y así sucesivamente, los aumentos de precios iban anulando cada uno de los aumentos de salarios.

Era muy peligroso para un país que entraba en una revolución seria y profunda caer en la demagogia, o caer en la ilusión de que podría mejorarse de inmediato, de manera considerable, el estándar de vida del pueblo, olvidándose de algo que es tan esencial que nadie debe ignorar: que, en definitiva, el salario es el reparto que corresponde a cada cual de la producción nacional, que si no hay aumento en esa producción no puede haber aumento en el reparto.

La Revolución trajo a los obreros, de beneficio, todo lo que podía traer, sin comprometer, desde luego, el futuro mismo de la Revolución, cual sería el reparto total de la producción y no poder contar, en un momento tan difícil como es una revolución, no poder contar con los recursos para el desarrollo.

Pero no era sola esa la razón por la cual nosotros no tratábamos de agitar. Los trabajadores siempre tuvieron una gran capacidad para comprender los fines de la Revolución, y no hubo una sola ocasión en que el gobierno se dirigiera a los trabajadores sin haber encontrado el más pleno respaldo, como en aquella misma ocasión en que ellos hicieron dejación de todas sus demandas, para comenzar inmediatamente la primera zafra bajo el Gobierno Revolucionario.

La Revolución estaba comenzando; era un proceso que debía andar, largo, debía andar, paso a paso. Era débil en sus comienzos, era sobre todo débil en el campo ideológico. Los dirigentes de la Revolución tenían gran apoyo del pueblo, la Revolución en sí misma tenía una extraordinaria simpatía, por lo que había quitado, no por lo que había hecho; pero, ideológicamente, la Revolución era débil. Un mar de prejuicios y de mentiras nos rodeaba a todos, las ideas eran trajinadas por aquellos que tenían en sus manos el monopolio virtual de los medios de divulgación, por aquellos que dominaban en las universidades, en los centros de enseñanza, en la prensa radial, escrita y televisada.

Por lo tanto, la Revolución verdadera tenía delante una tarea muy grande que realizar, tenía por delante la tarea de despertar conciencias, de abrir ojos, de descubrir la verdad y hacer que el pueblo, por sí mismo, la descubriera también. Eran días en que todas las armas de la información estaban en manos de los peores reaccionarios; no se podía lograr desde el primer día lo que se ha logrado en dos años. Era necesario andar con cuidado, y por eso nosotros siempre apelábamos a la confianza del pueblo, a la confianza de los trabajadores, a la confianza de los campesinos.

La ley agraria no se hizo el primer día, la ley agraria se estableció después de varios meses, y luego de haberse realizado una intensa campaña, para que el pueblo la comprendiera. Durante aquellos días, algunos campesinos impacientes quisieron invadir algunos latifundios. Fue necesario apelar a esa confianza y a esa fe del pueblo, y en particular de los campesinos, para que supiesen esperar, para realizar una reforma agraria con orden, que garantizara a nuestro país los éxitos que ya se han logrado, el establecimiento de nuevos modos de producción, incomparablemente avanzados, que han permitido a nuestro país resistir hasta hoy los zarpazos feroces del imperialismo.

Por eso, nosotros hablábamos con aquellos representantes de las clases vivas para tratar de despertarles el patriotismo; hablábamos con los industriales para tratar de despertarles también el patriotismo. Nunca les ofrecimos nada que no estuviera dispuesta a ofrecer la Revolución, ni concedimos nada que no pudiera conceder la Revolución. Desde el principio, siempre les hablábamos a aquellos sectores con entera franqueza. ¿Les mentíamos? No. ¿Hemos hecho algo distinto de lo que prometíamos? No.

La Revolución ha ido rápido, pero la Revolución, por sí misma, no es dueña de marcar el ritmo de sus pasos; el ritmo de los pasos de una Revolución muchas veces puede ser afectado por las acciones de los que se opongan a la Revolución.

Aquellos que se quejan tienen una buena parte de la culpa en el aceleramiento de ese ritmo. La Revolución ha tenido que dar pasos firmes y rápidos, en parte obligada por las propias acciones de los que querían destruirla.

Esos mismos señores llamados de las clases vivas, aunque, naturalmente, en esas clases vivas había sectores del pueblo que no eran sectores reaccionarios, aquellos mismos señores que en ocasiones pidieron reunirse con el Gobierno Revolucionario, en una parte considerable contribuyeron al aceleramiento de ese ritmo.

Hay todavía en nuestro país muchos industriales que tienen aquí sus negocios, muchos comerciantes que tienen también sus negocios. Esos sectores tal vez si no estuvieran tan influidos por la propaganda imperialista si hubiesen tenido el tino de analizar serenamente las circunstancias de la Revolución, habrían hecho un esfuerzo mayor por ayudar, se habrían sumado al esfuerzo nacional. Y una parte de ellos se habría ahorrado la incertidumbre y el miedo en que han vivido y los errores que han cometido.

Nosotros dijimos desde el primer momento qué intereses íbamos a afectar; y no lo dijimos después del día 1º de enero, lo dijimos desde mucho antes. La Revolución tiene en su haber el haber cumplido las promesas que le hizo al pueblo. No hay, virtualmente, ninguna legislación, ninguna ley revolucionaria que no sea expresión de lo que al pueblo le prometimos desde los inicios mismos de la lucha contra la tiranía batistiana. Es decir que todo lo que se ha hecho hasta hoy ha sido expresión de lo que se ofreció al pueblo.

Es natural que algunos sectores económicos del país se dejaran arrastrar por la creencia de que aquellas promesas no eran más que palabras, creyeran que ya se habían proclamado muchos programas y que nunca esos programas se habían cumplido. Y, por lo tanto, se dejaron llevar de la ilusión de que no habría tal reforma agraria, de que las promesas que se hicieron cuando el ataque al cuartel Moncada no se cumplirían; que no habría tampoco tal reforma urbana, que no habría recuperación de bienes mal habidos, que no se cumpliría todo aquel programa que al pueblo se le ofreciera.

Eso no quería decir tampoco, desde luego, que la Revolución se habría de limitar a un número de promesas; eso no significaba que la Revolución se habría de detener. Un proceso revolucionario no se detiene a priori; a un proceso revolucionario no se le pueden marcar límites; un proceso revolucionario es un esfuerzo grande por avanzar, es un salto en la historia de los pueblos.

Cuando una revolución estalla, ese salto hay que darlo tan alto como sea posible. Un proceso revolucionario trata de alcanzar para un país el mayor avance, trata de alcanzar para un país toda la justicia posible. Detener el proceso revolucionario sería traicionar la Revolución; marcar límites en medio de un proceso revolucionario, es traicionar la Revolución; poner un límite al salto de un pueblo en la historia es traicionar a ese pueblo, es como frenar a un pueblo que marcha veloz hacia el futuro.

Y ojalá no hubiese tenido que esperar tanto tiempo nuestro país para hacer una Revolución; ojalá no hubiesen tenido que esperar más de siglo y medio, o tanto como siglo y medio, los demás pueblos de América Latina; siendo este país el país privilegiado que ha podido hacer la primera gran revolución social en este continente; cuanto más profunda y cuanto más extraordinaria sea esa revolución, y cuanto más lejos llegue y cuanto más pueda constituir un ejemplo para los demás pueblos hermanos de este continente, ¡tanto más podremos sentirnos orgullosos los cubanos del privilegio de hacer esa Revolución!

Sigue ....




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