Es común escuchar a las personas lamentarse sobre la depresión que sufren los días domingos; y hasta existen estadísticas que corroboran esta afirmación, registrando un aumento en la cantidad de suicidios.
Aunque Dios haya creado el mundo en seis días y el séptimo descansó, pocos seres humanos pueden descansar los días domingos.
Parecería que cada vez más gente prefiere seguir trabajando como lo hace habitualmente, sin parar, o bien planificar un día de descanso, con un esquema de actividades agotador.
Existen razones para que a muchos, un día sin hacer nada los pueda llegar a deprimir.
Durante la semana, la mayoría desarrolla una febril actividad que apenas le deja tiempo para sentarse a comer tranquilo.
Los niños no son una excepción porque también tienen sus días ocupados con una gran variedad de actividades, además de ir a la escuela.
Y los ancianos que todavía pueden caminar y salir, tampoco tienen en sus agendas espacio para el descanso.
Así es como toda la sociedad comparte el mismo ritmo de acción que es lo que se necesita para crear un condicionamiento.
De manera que la actividad febril se convierte en un hábito para algunos y hasta en una adicción para otros.
Y si hay alguien que se queda sin hacer nada se pueden llegar a sentir culpable por perder el tiempo, ya que el ocio, que es lo contrario del negocio, está devaluado y subestimado.
Sin embargo, nuestro cuerpo y mente necesitan relajarse alguna vez, para distraerse de la actividad cotidiana.
La depresión del domingo se suele relacionar con la soledad que se puede llegar a sentir en las grandes ciudades, y sentirse solo puede significar un motivo para caer en una depresión.
Pero existe un modo de estar en soledad que es diferente, que no nos hace añorar la compañía, que nos permite la libertad de no hacer nada o simplemente disfrutar de aquello que nos gusta.
Para no necesitar en forma imperiosa a otro, es importante estar bien con uno mismo, porque cuando hay un conflicto interno se hace más acuciante la soledad, cuando la conciencia intenta buscar el equilibrio y nos exige enfrentar las cuestiones pendientes.
El problema del domingo es que nos obliga a reflexionar sobre nuestras constantes contradicciones. Pensar una cosa, decir otra y hacer otra totalmente diferente.
Aunque pensar en los problemas no es lo más recomendable, es lo que hacemos por lo general, en lugar de aprender a vivir con los problemas y a resolver las cosas cuando suceden.
Tener conciencia del momento presente no es cosa fácil para una personalidad depresiva, porque su tendencia es añorar el pasado y preocuparse por el futuro, dejando de lado el aquí y ahora que es eterno.
El domingo puede llegar a ser el día perfecto para empezar algo nuevo y deberíamos atrevernos a vivirlo sin miedo a la soledad.
Solamente solos con nosotros mismos podemos tomar conciencia de que nuestro bienestar sólo depende de nuestros pensamientos; y que podemos aprender a disfrutar plenamente, la tranquilidad que nos brinda la seguridad de saber que nunca estamos solos.
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