Ya sabéis que las ranas viven en los
estanques, cerca del agua. Una ves había muchas ranas, vivían felices.
Nadie les mandaba. No tenían alcalde, ni gobernador, ni rey. Y un día se
reunieron todas para decir que querían un rey, como las hormigas y las
abejas …
- ¿Pero a quién se lo pedimos? – decía una.
- ¿Y quién va a ser el rey? – decía otra.
- No, no amigas, se lo pediremos a Júpiter, que es el dios que más puede – dijo la rana más sabia.
Y todas se pusieron a croar fuerte, fuerte …
Pero Júpiter no les hacía caso. Tanto
gritaron que al fin el dios supremo comprendió que querían un rey y
desde el Olimpo les arrojó al estanque un tronco muy gordo. Al caer de
tanta altura, hizo un ruido espantoso. Las ranas se asustaron, se
zambulleron dentro y el estanque quedó en silencio.
Pasó un poco de tiempo. Una rana asomó la cabeza. Vio aquel pedazo de madera, llamó a las ranas y dijo:
- ¡Hermanas, ese rey, que nos ha enviado Júpiter, es un zoquete!
Y se pusieron en corro, se subieron al leño y de reían de él.
Volvieron a pedir a Júpiter un nuevo rey.
Júpiter, enfadado, les mandó un dragón. El dragón las perseguía, las
mordía, y, al menor descuido, se la comía vivas.
Las ranas tuvieron miedo y dijeron otra
vez a Júpiter que el nuevo rey era un tirano, que se tragaba a las ranas
y que no le querían. Y Júpiter les contestó:
- ¡Sois tontas!: soportad lo que os dí, porque no sabéis los que pedís.