Los periodistas somos humanos. Y esto significa que a
menudo, más de lo que quisiéramos, cometemos herrores. Perdón, erorres.
Errorres. Erores. Un segundo.
ERRORES.
Ahora sí. Sigamos.
Se entiende perfectamente
Los gazapos son una categoría especial de equivocación, son algo más
que meras erratas ortográficas o tipográficas, pero tampoco se pueden
considerar en su mayoría equivocaciones graves. Ni mentiras. Son
despistes simpáticos que ofrecen una segunda lectura absurda y
disparatada, por lo general, sin impedir que el lector entienda lo que
el periodista estaba intentando explicar.
Como por ejemplo, en el caso de este titular de El País,
publicado en 2003: "Casi la mitad de los jóvenes son temporales". En
efecto, como decía George Bernard Shaw, "la juventud es una enfermedad
que se cura con los años". De hecho, todos somos temporales y nuestro
paso por este planeta no es más que un pestañeo en la historia del
universo.
Llevar a los decapitados en ambulancias es un gesto muy considerado:
si hicieran la romería a pie, acabarían dándose contra los árboles.
Siguiendo con humor negro, hemos de recordar cómo el viernes 28 de
junio de 2013 la prensa se hizo eco del fallecimiento, por segundo día
consecutivo, de una mujer de 103 años. Esperemos que la dejaran
descansar el fin de semana, que la pobre señora ya no tenía edad para ir
muriéndose tantas veces.
Este coche estaría aparcado en doble fila o en la puerta de un parking. Molestando mucho. Muchísimo. (De nuevo, vía el Instituto Cervantes).
Y yo no usaría el metro de Bilbao, a tenor de lo que ocurre cada fin de semana según este recorte de la Gazapopedia del diario Deia:
"En fiestas las unidades del metro se convierten en verdaderos
coches-cama. Para despertar a algunos viajeros, habría que hacer
descarrilar el tren. Cosa que ocurre casi cada fin de semana".
La informática es tu amiga
Los ordenadores e internet no están convirtiendo los gazapos en una
especie en extinción, ni mucho menos, pero sí que es cierto que las
ediciones online permiten corregir errores al momento y además antes de
que lleguen a la edición impresa. Pero eso no quita que los haya y que
puedan quedar reflejados con una rápida captura de pantalla, como en esta que hizo Malaprensa y que se corrigió rápidamente. Aquí no ha pasado nada, circulen.
Pero hay una alternativa peor: la informática puede provocar gazapos. Quizás uno de los más famosos es este de La Vanguardia,
de 1998, en el que un corrector convirtió al primer ministro japonés
Keizo Obuchi en Suizo Ubicuo, al presidente ruso Boris Yeltsin en Barios
Latiesen, y al primer ministro ruso Yevgeni Primakov en (pausa
dramática) Vagina Permisivo. Ni en las películas de Austin Powers tenían tanta imaginación con los nombres.
En ocasiones los errores no han venido del corrector, sino de la
traducción: está muy bien editar los diarios en dos idiomas, es una idea
fantástica para el diario y para sus lectores, pero esto ha llevado a algunos momentos algo embarazosos.
Un despiste tonto
Los gazapos no son más que descuidos. Ponemos una simple coma donde no es y coronamos a "Pablo Alborán, reina en la música española".
A veces es porque no revisamos el texto lo suficiente y a veces porque
lo hemos revisado tantas veces que ya ni nos damos cuenta de lo que
pone. Y, en todo caso, el pueblo soriano es recio, fuerte y valeroso.
Julio Verne era un tipo muy inteligente y lo veo capaz de adquirir una cultura enciclopédica en una tarde, pero dice el Instituto Cervantes que esto es un gazapo, así que tendremos que hacer caso.
También hay que tener cuidado con los sesgos. A veces, sin que nos
demos cuenta, podemos dejar que nuestras opiniones personales influyan
en cómo presentamos la noticia. Por ejemplo, si uno lee detenidamente
este subtítulo, puede adivinar que el redactor tiene ciertos prejuicios
en contra de los serbios.
Y hay que tener cuidado con los campos del editor que se rellenan de forma provisional. (De la colección privada de gazapos de Álex Grijelmo).