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Temas de Sanaciòn: 11.- Sanaciòn Interior del Miedo (Primera parte)
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: PazenlaTormenta  (Mensaje original) Enviado: 12/08/2009 02:17

 

Nota de la Administraciòn:

Su fecunda labor pastoral abarcò muchas àreas: impulsò vocaciones sacerdotales y religiosas, fundò seminarios, asociaciones sacerdotales, grupos de misioneros y obras de ayuda social, creo la Universidad Catòlica de Oriente para la formaciòn de profesionales cristianos. Ha sido, ademas, uno de los eminentes miembros del Movimiento de Renovacion Carismatica Catolica.
Fuè autor de numerosos libros y otros escritos sobre temas bìblicos, eclesiàsticos y espirituales, de estos ùltimos destacan aquellos referidos al ministerio de sanaciòn. Falleciò en 1993.


SANACION INTERIOR DEL MIEDO.

Con la colaboracion de Siervos de Cristo Vivo.

Parte 1 de 3

Mons. Uribe Jaramillo.

 

"Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, Yo también os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos".

Señor Jesús, quiero proclamar tu Señorío, quiero glorificarte porque eres nuestra paz, quiero bendecirte porque Tú eres el único que regalas la paz verdadera. Gracias por la paz que diste a tus discípulos el día de tu Resurrección, gracias Señor porque en tu bondad quisiste quitar el miedo que había en ellos. "No temáis, les dijiste, la paz sea con vosotros". Apiádate, Señor, de nosotros también ahora. Tenemos miedo, Tú lo sabes, mucho miedo, Señor. Destruye con tu paz, con tu amor, con tu serenidad, el miedo que nos domina, el miedo que nos tiene enfermos, Señor. Tú eres nuestro Salvador, Jesús, sálvanos del miedo, inúndanos de paz, concédenos la plenitud de tu Espíritu para que experimentemos el gozo verdadero. Gracias, Señor.

Estamos viviendo la hora maravillosa de la Renovación espiritual carismática, estamos frente a la gran novedad para nosotros, como obra del Espíritu, que es el amor paternal de Dios, "Padre de misericordias y Dios de todo consuelo", que nos llena de alegría en medio de nuestras tribulaciones. Estamos descubriendo por obra del Espíritu la gran novedad que es Cristo, " el mismo ayer, hoy y por los siglos", como nos dice la epístola a los Hebreos. Y estamos descubriendo la gran novedad que es el Espíritu Santo, cuyo amor y cuya acción estamos experimentando en nuestras vidas. Gracias al Señor por este beneficio.

Si algo es seguro como doctrina es la referente a la Renovación espiritual carismática. La Renovación nos permite creer que lo que hizo el Señor por su Espíritu el día de Pentecostés lo hace también ahora en la Iglesia, ella está viviendo actualmente su nuevo Pentecostés. Lo que necesitamos hacer ahora es preparar nuestras vidas para esa invasión del amor y de la bondad del Espíritu del Señor. No se trata de adquirir doctrina únicamente, se trata de algo más importante, experimentar en nosotros la acción amorosa del Señor, la curación que Él quiere hacer de nuestros cuerpos y especialmente de nuestros corazones que están enfermos.

Cuando la gente que ha presenciado el prodigio de Pentecostés, dice con el corazón compungido a Pedro ya los demás apóstoles: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" Pedro les contestó: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. La promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro".

El Señor es el Emmanuel ("Dios con nosotros"), Él nos busca siempre, pero quiero que nosotros salgamos también a su encuentro. Esto es lo que Él nos dice por su apóstol: "Convertíos, volveos hacia Mí, dejad vuestros malos caminos, abrazad el bien". La palabra "metanoia" que significa "conversión" quiere decir "caminar hacia adelante, buscar a Jesús", por eso la conversión es necesaria para nosotros constantemente. Con frecuencia las criaturas nos alejan del Señor y necesitamos volvernos hacia Él, convertirnos, Es decir, necesitamos conocer con la luz del Espíritu nuestra realidad de pecadores, sentirnos manchados como en verdad lo estamos, para acercarnos con fe a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y decirle: "Lávame más, Señor, límpiame de todo pecado, lávame con tu Sangre sacerdotal. Borra, destruye todas mis culpas",

Una de las gracias que debemos pedir con frecuencia es la de sentir nuestra realidad de pecadores, la de sentirnos manchados para acercarnos con confianza a nuestro Padre y decirle: "He pecado contra el cielo y contra Ti", para acercarnos con confianza a Jesús nuestro Salvador, para pedir que su Sangre limpie todas nuestras miserias.

Pero la Renovación nos está mostrando una cosa muy importante: no basta recibir el perdón de los pecados para disfrutar de la experiencia amorosa de Dios, necesitamos algo más: la curación interior, la sanación del corazón enfermo, para que éste pueda experimentar la efusión del amor del Señor. Además del perdón de los pecados necesitamos la sanación interior, una curación interior que solamente puede realizar en nosotros el amor de Dios, que sólo puede efectuar en nosotros la paz de Cristo.

Encontramos a personas que después de grandes esfuerzos por disfrutar del amor del Señor, continúan en una sequedad tremenda. Ellos a veces se preocupan y piensan: Todo esto se debe a falta de generosidad, a falta de arrepentimiento del pecado, por no haberle dado al Señor lo que me pide. Muchas veces la causa es muy distinta. Se trata de personas que están bloqueadas por el miedo y por el odio. Los canales, podríamos decir, que llevan el amor del Señor están bloqueados por el pavor, por los recuerdos dolorosos, por la falta de perdón interior.

Este miedo y este odio impiden que llegue a ellos el río del Espíritu, que llegue a ellos el raudal de la paz. El plan del Señor es darnos su paz en plenitud: "Haré descender sobre ella como ríos la paz", son sus palabras a través de Isaías. Él nos habla también de su Espíritu en forma de "ríos de agua viva" que deben inundarnos, que deben llenarnos de frescura, que deben llenarnos de pureza y de fecundidad. Él quiere darlo todo a torrentes. Hablando de su Espíritu ha dicho: "Lo derramaré sobre toda carne", pero Él también añade: "Abre tu boca y Yo la llenaré".

Depende mucho también de nuestra capacidad de recibir, depende también mucho de nuestra situación personal. El Señor quiere darnos en plenitud, pero también tiene en cuenta nuestras limitaciones. Y son el odio y son el miedo los que limitan en gran parte la comunicación del amor, de la paz, de la suavidad del Señor. Por eso, la experiencia del Señor en nosotros es, a veces, muy tenue; a veces, podríamos decir "imperceptible".

El relato del Evangelio de San Juan que oímos hace poco nos demuestra cómo el Señor, antes de dar su Espíritu, destruye el miedo que se ha apoderado de los apóstoles. "No temáis, les dice, no temáis", les dice dos veces. Y solamente cuando ha efectuado esta curación interior del miedo, les dice: "Recibid el Espíritu Santo". Es que únicamente en ese instante están preparados, después de recibir la curación interior, para recibir el don del Espíritu.

Es preciso antes que todo, que nos convenzamos de la necesidad que tenemos de curación interior. Este es el primer paso. Para esto se requiere conocer un poco la realidad de nuestro mundo interior enfermo. Hoy afortunadamente contamos con el rico aporte de la psicología. Los psicólogos nos hablan ahora lo que ellos llaman "los cuatro principales demonios que nos atormentan". Son ellos: el miedo, el odio, el complejo de inferioridad y el complejo de culpa. Claro, que nuestros problemas no se limitan a estos cuatro, pero estos son los principales.

La experiencia me demuestra que tal vez el peor de todos esos "demonios", empleando el término psicológico, es el del MIEDO. Cuando el niño nace, teme solamente dos cosas: una caída y los ruidos fuertes. En ese momento no conoce todavía los peligros y por eso sus temores son muy limitados, pero pronto empiezan a acumularse en él los miedos por todo lo que va sufriendo y por los peligros que va descubriendo. Si efectuásemos un test entre las distintas personas que nos acompañan, encontraríamos cómo en cada una de ellas se ha acumulado una serie verdaderamente grande de miedos. Hallaríamos miedos tan infantiles, llamémoslos así, como el que tienen por ejemplo muchas mujeres a los ratones, y en los hombres encontraríamos otros por el estilo. Lo que sucede es que, porque se trata precisamente de miedos que delatan nuestro infantilismo, generalmente los ocultamos o, por lo menos, procuramos ocultarlos. El hecho indiscutible es que todos hemos acumulado miedo y que todos estamos enfermos de miedo.

Pero, tal vez, no hemos caído en la cuenta de que quizá muchos de nosotros hemos acumulado miedo al Señor. ¿Por qué tanta dificultad para entregarnos totalmente a Cristo? ¿Por qué, eso que podríamos llamar "pavor", para hacerle nuestra entrega total? Seguramente porque, en el fondo, tememos que Él nos va a pedir mucho, que nos va a exigir esto o aquello, que nos va a pedir "algo" a lo cual nos sentimos íntimamente apegados, porque en realidad va a exigir de nosotros la inmolación de los que, en realidad, son nuestros ídolos. Y esto es demasiado costoso. Toda entrega amorosa es exigente, toda entrega amorosa entraña un riesgo. En lo humano, hay que inmolar muchas cosas cuando se realiza la unión matrimonial, hay que renunciar a muchos gustos personales para disfrutar del beneficio de esta unión santificada por el Señor. En lo espiritual sucede lo mismo, la entrega amorosa al Señor exige la inmolación de los ídolos, pero debemos tener seguridad de que Aquel a quien nos entregamos es el Señor, es el fiel, es el infinitamente bueno, el que nunca ni cansa ni se cansa, el que no va a traicionarnos. Solamente cuando hablamos de Cristo podemos exclamar: "Sé a quien he creído, sé en quien he confiado", esto no podemos decirlo de ninguna de las criaturas, solamente podemos afirmarlo del Señor Jesús. Pero Cristo es el Señor y, por lo mismo, puede disponer de nosotros y de lo nuestro como lo desee, como quiera.

Esto es lo que nos causa pavor, lo que nos produce miedo, el reconocimiento del Señorío del Señor, nos pone frente a nuestra realidad, a nuestra realidad de siervos, a nuestras limitaciones, a la obligación que tenemos de "amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas", al deber que tenemos de demostrar prácticamente el Señorío del Señor con la destrucción de los ídolos que se oponen a su gloria. La entrega amorosa que hacemos al Señor nos pone en posesión de Cristo, en posesión de su Espíritu, en posesión de sus riquezas. Por eso merece bien la pena sacrificar todo lo que Él nos pida para lograr esta bendición.

Tengamos muy presente que entrar en la Renovación Carismática no es entrar en un camino fácil, como tal vez algunos lo imaginan. Entrar en la Renovación Carismática es entrar en el camino del renunciamiento, del don total, de la generosidad constante para, a su vez, disfrutar de la manifestación también continua del amor del Señor .

Continua Parte 2

 



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