AMAR LA VIDA
Un día llegó a un convento un campesino con un enorme racimo de uvas y se lo regaló al portero. Este pensaba comérselo sólo, pero se acordó del enfermo de la casa y prefirió regalárselo. Mas el enfermo pensó a su vez en el enfermero, éste en el cocinero y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería donde el hermano portero, extrañado y perplejo por el suceso decidió que no diera más vueltas el racimo de uvas, y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto que le pareció las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.
“Toda la vida pertenece a Dios. El aborto mata la paz del mundo… Es el peor enemigo de la paz; porque si una madre es capaz de destruir a su propio hijo, ¿qué le impide matarme? ¿Qué te impide matarme? Ya no queda ningún impedimento”
(Teresa de Calcuta).
Hay personas que luchan a favor de la vida, y defienden, a veces a costa de su propia vida, la de los más pobres entre los pobres: los no nacidos, los ancianos abandonados.
En la Encíclica Evangelium Vitae de Juan Pablo II, por ejemplo, aparece en el último capítulo un espontáneo mensaje lleno de misericordia dirigido a las mujeres que han recurrido al aborto. Es una muestra clara del modo peculiar de tratar en cristiano con severidad al pecado, pero con acogida, con amor y con perdón al pecador: “La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza”. Esto es misericordia y amor, y no esa mirada complaciente del médico con la que, sin abrir la boca, le comunicó en su día a esas mujeres, las mismas a las que el Papa se dirige, que su hijo estaba en la basura.
Cada vez que nace un niño a este mundo es una prueba de que Dios confía en el ser humano, que el cree en nosotros, aunque nosotros no siempre creamos en él. Cada vez que una madre da a luz a un hijo, es un signo de fe en Dios, de que él no nos abandona a nuestra suerte, sino que nos protege, nos cuida, nos acompaña, nos cura nuestras heridas, y nos salva.
La madre tiene la vocación de servicio. Hay muchas personas que, además de la madre, han optado por servir en una vida de entrega. Gabriela Mistral sirvió como maestra de escuela. Y ella afirma que toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el aire, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú; donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.
Sé el que apartó la molesta piedra del camino; sé el que apartó el odio de entre los corazones y las dificultades del problema.
Existe la alegría de ser sano y la de ser justo; pero hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que acometer!
Que no te llamen solamente los trabajos fáciles, ¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito con los grandes trabajos ; hay pequeños servicios que son buenos servicios: adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquel es el que critica, éste el que destruye, sé tú el que sirve.
El servir no es faena de inferiores. Dios, que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así, el que sirve. Tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos pregunta cada día: ¿serviste hoy? ¿a quién? ¿al árbol, a tu amigo?