Será porque lo merecemos o porque quien nos hiere
no tiene en el alma flores, sino espinas,
y nadie puede dar lo que no posee.
Nosotros mismos,
los que lloramos el rasguño recibido,
¿cuántas veces hemos herido sin piedad
y hasta sin saber que causábamos tan hondo daño?
Cuando nos duela la actitud y el desplante ajeno pensemos en las actitudes y desplantes nuestros
y no causemos desazones y tristezas
que la vida ya tiene demasiadas cosas penosas
e inevitables para que le agreguemos inútiles
y pequeños dolores más.
Para no herir porque sí, es menester corazón, elemento con el cual se hace, se aclara,
se forma y se orienta la vida.
Muchas veces el que nos ofende
no lo hace por menospreciarnos,
tal vez ignora lo que son piedades,
o sentimientos de dulzura,
puede también que le falte salud
y no sea dueño de sus actos,
que pese sobre él el ambiente en que vive
o que haya interpretado mal y sin querer
aquello que hicimos o dijimos.
Aunque nos resientan, guardemos nuestra palabra, hagamos como si no lo vimos o no lo oímos.
Demostremos al que tiene la pequeñez de herirnos,
la grandiosidad de perdonar, de disculpar y olvidar
Quien ama, perdona...
Quien no ama, olvida...
Quien quiere ser feliz:
Ama, perdona y olvida.
San Mateo 18: 21
Señor ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano,
si me hace algo malo? ...¿hasta siete veces?
Jesús le contestó:
No digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete