“Mariana, un corazón caído del cielo.”
“Un día, estando Dios trabajando en el cielo, dejó caer en la tierra un corazón. Para no golpearse tan fuerte permitió que los frondosos árboles de un bosque sostuvieran su caída. Unos niños que jugaban por aquel lugar lo encontraron encima de las hojas caídas de los árboles. Decidieron llevarlo a la casa de uno de los niños para curarle los rasguños que se hizo al caer; y mientras lo arrullaban con canciones se fue rompiendo el corazón para convertirse en una bella obra de arte. Quiso acompañar a los niños en sus juegos y de su lado inferior surgieron las piernas. El corazón siguió reventándose y se formaron sus pulmones, sus órganos y su tronco. Quiso también tener manos como la de los niños para poderles abrazar y una boca para preguntarles quienes eran y darse también a conocer a ellos. Lentamente, por el lado superior del corazón fue apareciendo su cabeza, sus cabellos claros, sus ojos azules, su nariz perfilada, su boca muy pequeña y su tez muy blanca. Los niños, maravillados por lo que estaban viendo, le preguntaron quien era, a lo que el corazón les respondió diciendo: “No sé. Yo no tengo nombre.” Los niños se ocuparon rápidamente de esa tarea y salieron muchos nombres como estos: “corazón caído del cielo”, “ “pedacito de Dios”, “corazón de Dios”, “pedacito de cielo”, entre otros. Como no lograban ponerse de acuerdo, al final, terminaron por ponerle el nombre de la niñita que encontró el corazón en el bosque, llamada Mariana. El corazón, que había tomado cuerpo de mujer, notó que todavía era muy diferente a los niños que le rodeaban, ya que quería sentir y amar como ellos. Los niños la abrazaron y en ese momento sus pequeños cuerpos se encogieron, se transformaron y formaron un nuevo corazón; el que Mariana quería tener para amar y querer. Lo tomó en sus manos y al elevarlo recordó como había caído ella del cielo cuando era un corazón. Después de una breve plegaria, desde lo alto del firmamento unas gotas de sangre cayeron sobre el corazón. Mariana quiso abrazar con su pecho el corazón y éste se abrió para recibirlo hasta que quedó incrustado dentro de su cuerpo. Desde aquel día algo extraño le pasaba a Mariana; no dejaba en ningún momento de pensar en sus niños. Posiblemente era porque los llevaba a todos en su corazón y en su sangre. En un rato de silencio pensó en Dios y le preguntó qué significaba todo eso que le había pasado; le preguntó qué era lo que El quería de ella. Dios le pidió que se hiciera misionera de todos los niños del mundo, que los llevara a todos en su corazón. Le hizo Dios la promesa a Mariana de que después que pasaran los años, cuando hubiera cumplido la misión que le había confiado, El bajaría a recoger de la tierra, entre los árboles de la existencia, el corazón que El había dejado caer del cielo. Lo último que le dijo a Mariana fue que ella no subiría sola al cielo, pues en su corazón iba a llevar siempre a todos los niños del bosque.” P. Héctor Pernía, sdb.
Gladys
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