Fiesta de la Divina Misericordia
Juan Pablo II ya no está con nosotros. Está en el seno del Padre y al mismo tiempo que nos entristece su partida, nos alegra sobremanera su triunfo con Cristo después de cumplir encantadoramente la misión que el Señor le confió de conducir a la Iglesia toda a la casa del Buen Padre Dios. Como un homenaje a su memoria, transmitimos para ustedes el mensaje que él tenía preparado para las gentes en el Domingo de la Misericordia:
Queridos hermanos y hermanas:
Resuena también hoy el gozoso Aleluya de Pascua. La página del Evangelio de hoy de Juan subraya que el Resucitado, la noche de ese día, se apareció a los apóstoles y “les mostró las manos y el costado”, es decir, los signos de la dolorosa pasión impresos de manera indeleble en su cuerpo también después de la resurrección. Aquellas llagas gloriosas, que ocho días después hizo tocar al incrédulo Tomas, revelan la misericordia de Dios que “tanto amo Dios al mundo que le dio a su Hijo único”.
Este misterio de amor está en el corazón de la liturgia de hoy, domingo “in Albis”, dedicado al culto de la Divina Misericordia.
A la humanidad, que en ocasiones parece como perdida y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don de su amor que perdona, reconcilia y vuelve a abrir el espíritu a la esperanza. El amor convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina Misericordia.
Señor, que con la muerte y resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
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