La cuaresma es en sí un tiempo de reflexión y de arrepentimiento, según la liturgia, pero para mí es, sobre todo, tiempo de Amor, manifestado en el perdón, en el compromiso, en la gratitud y correspondencia a Dios.
Todos los días son buenos para pararse a pensar en el sentido de la vida, en cómo se vive y cómo se gasta. Pero hay momentos puntuales, como la cuaresma, en los que podemos percatarnos mejor del gran Amor de Dios por nosotros y por todas sus criaturas.
Cuando me paro a pensar detenidamente en lo que Jesús vivió, sufrió y experimentó por mí el Jueves, Viernes y Sábado Santo, un azote recorre mi cuerpo y mi alma. Nadie en esta vida lo ha dado todo, y tanto, por mí como lo hizo Jesús. Es el Amor supremo que se me pueden ofrecer. Es la entrega total del Hombre-Dios, en la cruz, por mí. Jesús no escatima ningún esfuerzo, y lucha titánicamente. Bebe hasta el fondo la copa del sufrimiento y del abandono por mí, y con ello logra que cada día pueda yo llamar a Dios: PADRE. Sí, Padre mío, y Padre nuestro. Es el Amor con toda su grandeza y pureza. Es el Amor de la donación total, sin esperar nada. Jesús sólo quiso ganar para los hombres un sitio al lado del Dios Mayor, de Dios Padre.
Muchas veces los hombres buscamos el amor en la tierra, y no siempre escontramos quien nos corresponda. Hay fallos y debilidades en el amor humano y, sin embargo, nos afanamos y luchamos por él. Y, pudiendo disfrutar gratis del AMOR, con mayúsculas, ¿cómo no lo valoramos y apreciamos debidamente?...
El Amor de Dios no falla nunca y nos espera siempre; nos disculpa, nos comprende y nos ama en todo momento. Es el AMOR ABSOLUTO. Por eso, a la hora de su despedida, el Jueves Santo, nos deja en la Eucaristía su Cuerpo y su Sangre, como máxima expresión de su deseo de estar junto a nosotros. Además nos infunde su propio Espíritu para poder sentir, pensar y obrar como Él.
Pero ese Jesús-Amor, al final, se quedará solo y abandonado, incomprendido y burlado por los hombres. Por mucho que yo haga, por mucho que los hombres le correspondan, nunca nos acercaremos lo sufieciente al Amor que Jesús nos profesa. Muchas veces fallamos; muchas veces pecamos contra Él y contra sus hijos, nuestros hermanos. Mis caídas y mis egoísmos me arrastran. Y me siento mal, porque soy egoísta e injusta, no correspondiendo al Amor con que Dios me ama y ama a mis hermanos, a mis prójimos. Muchos días recorro el camino de la vida pensando sólo en poseer, en mandar, en sobresalir, en disfrutar más y más, y no me acuerdo de los marginados, ni de los pobres, ni de los débiles, ni de los oprimidos y de los que no tienen a nadie que les prodigue un poco de compañía o una sencilla ayuda. En suma, me olvido del Amor de Dios, de su mensaje y del mandamiento que nos dejó como distintivo de sus seguidores: "Amaos unos a otros, como yo os he amado".
Desde el prisma del AMOR se entiende mejor que la cuaresma ha de ser un tiempo especial de reconciliación y de perdón. De reconciliación con Dios, movidos por el amor, y no por el miedo; y de reconciliación con los hombres porque, gracias al amor, entendemos mejor que todos nos ofendemos unos a otros continuamente, y que todos tenemos nuestros fallos y debilidades, por los que necesitamos de comprensión y de perdón unos a otros.
Mas el perdón que Dios me otorga, acto supremo de Amor, ha de ser correspondido. Si, cuando un amigo nos hace un gran favor, no sabemos cómo corresponderle, y todo nos parece poco, ¿cuánta mayor correspondencia hemos de expresarle a Jesús, nuestro Amigo número uno?... La vida, si no es vivida y gastada por Amor y para el Amor, que Dios nos tiene y que debemos a nuestros hermanos, no tiene sentido. La vida sin donación y sin compromiso es vacía y no nos produce felicidad. La felicidad y la paz sólo llegan a nuestro cuando hacemos el bien a los demás, cuando amamos, cuando nos comprometemos, cuando nos damos a Dios y a los demás. Sólo así seremos capaces de reconocer a Dios en la tierra a través de nuestros prójimos, a través de lo que hagamos por ellos. Tenemos que luchar por la justicia, por la igualdad entre todos. Hemos de trabajar por instaurar en este mundo una humanidad fraterna. Y para ello hemos de morir todos un poco cada día a nuestros egoísmos y amor propio.
Por eso la cuaresma es un tiempo singular en el que Dios manifiesta su Amor supremo por mí, y en el que yo debo reorientar toda mi vida por el Amor y para el Amor. La austeridad, la penitencia y demás ejercicios cuaresmales no tienen otro sentido: ayudarme a vivir mejor el AMOR.