Buenas tardes en el Corazon de Maria
Con alegria te mando el ultimo relato que escribi, aunque hay mas aun en el corazon esperando el tiempo para volcarse en papel
En verdad te aseguro que extraño el tiempo en que escribia mas seguido a cada uno de mis hermanos del alma( que asi los siento en mi corazon, mas hermanos que amigos)
Mientras espero que lleguen los dias en que pueda escribirte mas seguido, te saludo en el Corazon de Maria, agradeciendo a Dios lo que tengo, porque de esta parte mia de la vida, tambien salen relatos... relatos que son vivencias de muchas personas que, igual que yo, andan con el tiempo justo... relatos que cuentan de regalos al alma que nos da Jesus, por las manos de Maria, para alimentarnos la fe, la esperanza y la caridad...
Hasta cada minuto en el Sagrario
te saluda la mas pequeña de tus hermanas
BAJO EL MANTO DE MARIA
la su de Maria
(puedes enviar el relato a quien creas le hara bien al alma)
Con María, en mi última Misa…
Hoy llego casi tarde a Misa, Madrecita mía... agitada, cansada, he pedaleado varias cuadras desde el trabajo. El silencio y la sencilla majestuosidad del Templo son como una caricia para el alma.
- Gracias, Madre, por hacerme llegar, gracias… Ayúdame a escuchar esta Misa con todo mi corazón, con la menor cantidad de distracciones posibles. Madre, como dice mi amigo Rafael, pon Tu lo que a mí me falta.
Y cuando el alma se va serenando y el perfume de la Santa Presencia la alimenta, tu voz llega y le acaricia…
- Hija, seria hermoso si la escuchases y, sobre todo, la vivieses, como si fuese la última Misa a la que te es dado asistir.
Mi última Misa… Asombrosa verdad que siempre ha estado allí, silenciosa y paciente, asombrosa verdad a la que mi indiferencia no inmuta. Me quedo pensando en ella. Habrá una Misa que será la última para mí. Y lo más probable es que lo sepa después de haberla escuchado, no antes. Saberlo antes, sería una gracia que no merezco.
- Para ti-continuas con voz suave para que el silencio no te note-, para este sacerdote, para todos los que te rodean, para cada hijo mío, hay una última Misa. Dime ¿Cómo la escucharías, como la vivirías, con que disposición del corazón recibirías a Jesús, si supieses que es tu última vez, tu último abrazo?
Me quedo sin palabras. El lugar de las palabras lo ha ocupado el asombro. Un asombro intenso y profundo que se postra ante tu propuesta. Mi última Misa. Y quiero detener el tiempo, pero el tiempo siempre corre dos pasos delante de mí y nunca puedo alcanzarlo. El tiempo no se detiene, pero sí se detiene mi carrera tras él. Hago un alto en el camino y el alma intenta recobrar el aliento. Mi última Misa. Miro mis ropas, las ropas de mi alma y, con pena, veo que son andrajos. El pecado es un vestido que parece bonito en el paquete, pero cuando el alma lo viste, se torna en andrajo. Y así anda el alma, sin mirarse en el espejo, vanidosa de sus andrajos… Pobre alma mía, que corres tras el viento, presumiendo andrajos, tantas veces…
Hasta el tiempo se ha detenido para escucharte, Madrecita, en esta noche estrellada. Mi corazón dirige hacia el altar una mirada nueva. Una mirada distinta. Una mirada que mira con la intensidad de la última vez. Y mirando así… ¡Cuán distinto se ve, Maria!!!!!.
El tiempo retoma entonces su marcha conocida. Mi corazón escucha cada palabra con avidez. Es tan intenso el saludo inicial…. tan profundo, que el tiempo vuelve a detenerse, respetuoso, unos segundos, para dejarme meditarlo. Mi alma, refugiada en Tu Corazón, Maria, se postra diciendo “Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros hermanos que he pecado MUCHO, de PENSAMIENTO, PALABRA, OBRA y OMISION….”
- Espera, detente- le dices, Madrecita, al tiempo- déjala sumergirse en la profundidad de cada palabra…
El tiempo, inclinándose a tu dulce pedido, se detiene nuevamente. Vuelven a mi corazón las palabras conocidas, tantas veces repetidas y tan pocas meditadas…
¿Cuántas veces salieron de mi boca y no de mi corazón? Demasiadas, Madre, demasiadas, pero tu infinita Misericordia no me abandona. Y las palabras caminan lentas delante de mí, tan lentas que puedo preguntar a cada una cual es el tesoro que esconde…. Al verlo, al apreciar, aun desde lejos, el inmenso caudal que cada una esconde, comprendo que es imposible para mí valorar adecuadamente tan cuantiosa fortuna.
Levanto la vista y el sacerdote está recibiendo las ofrendas del pan y del vino. Me pregunto también cual será, para él, la última Misa. No hay respuesta.
- No necesitas esa respuesta hija. No es en verdad necesaria ¿Qué cambiaria si la tuvieras? ¿No crees que sería perjudicial para la salud de tu alma?
- Explícame, maestra del alma, por caridad.
- Querida mía, si supieses que tu última Misa es en tal o cual fecha. Si por alguna razón tuvieses la certeza de que en unos meses o unos años o unos días, no importa, escucharías tu última Misa…¿no crees que caerías en la tentación de no asistir a todas las Misas que pudieras con la excusa de que “total, se que una segura tengo”?.
Bajo mis ojos asintiendo a tu pregunta. Es verdad. ¡Cuánto me conoces, Madre! Y lo que es mayor aun ¡Cuánto me amas!... Si, se que la certeza de asistir a mi última Misa me daría excusas que mi alma pagaría muy caro. El alto precio para mi alma serian las tantísimas gracias que perdería por no asistir al Santo Sacrificio….
- Perdóname Madre…
- Niña mía… no te entristezcas. En lugar de buscar fechas busca disposiciones en tu alma. En lugar de pretender certezas, ansía devoción. En lugar de la seguridad pasajera, suplica fe. Si tu alma se esmera en ir teniendo santas disposiciones para asistir a Misa. Si esperas su comienzo con la misma alegría que esperas los acontecimientos más caros para tu alma… Entonces descubrirás, con alegría, que ninguna Misa es igual a la anterior. Que no hay Misas “repetidas” como no hay abrazos repetidos entre un padre y su hijo…. Como el beso de su niño es siempre nuevo para su madre. Como el “te quiero” del novio suena siempre diferente y perfumado para la novia… El amor florece continuamente y perfuma el alma que habita. Por ello, al ser la Misa uno de los actos de amor más grandes que Jesús tiene para con sus discípulos, jamás puede ser repetida. Encontrara tu alma, en cada Misa vivida con intensidad, tesoros escondidos entre las palabras santas. Hallaras dulces consuelos para tu alma, ansiadas respuestas, perfumes suaves que serán remanso sereno y fresco.
- ¡Ay, Madrecita. Si al menos pudiese yo alcanzar alguno de esos bellos regalos! ¿Sabes? Muchas veces intento hacer eso que dices, pero me cuesta demasiado. Las distracciones van y vienen a su antojo en el alma y cuando logro apartarlas, he perdido ya muchas palabras, muchas respuestas….
- Si te escuchases con atención, notarias tu error en tus mismas palabras…. Dices “si pudiese yo”. Hija, si sabes que soy Mediadora de todas las gracias. Si ansias la gracia preciosa de vivir intensamente cada Santa Eucaristía ¿Por qué no me la pides? ¿Por qué intentas buscar entre tus cansadas fuerzas, lo que la Gracia de Mi Hijo te ofrece generosa desde mi Corazón?
Tiendes hacia mí tus dulces brazos…y me ofreces un abrazo largo, silencioso, sereno…. Y allí te quedas, envolviéndome en tu perfume, cuidándome en silencio, mientras las lágrimas de mis ojos nacen de la alegría de mi alma…
La más grande de las Reinas, la más generosa de las Madres. Mi Madre. La Madre de todos los que amo. La Madre de todos.
Ya no importa cuál sea la fecha en que asistiré a mi última Misa. Tengo la certeza de que estarás ese día cuidándome, abrazándome, enseñándome… alcanzándome todas las gracias que necesite….Esta asombrosa verdad no me ha dejado pena en el alma, sino paz, la serena paz de saberme tan amada…
Hermano mío, hermana mía que desde el banco de tu parroquia compartes conmigo este momento con Maria, disfruta serenamente el regalo de cada Misa, pídele a tu Madre, la gracia exquisita de valorar tan profundo acto de amor…. Sabe que, si te refugias en Su Corazón, ya no hay soledad posible…
María Susana Ratero
susanaratero@yahoo.com.ar
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella.”