Milagro Eucarístico de Avignon
El Sorgue es un río que pasa por la ciudad de Avignon. El río se desbordaba cada ciertos años. Cuando ésto ocurría, el agua inundaba las casas y fincas de los alrededores. A fines de noviembre de 1433, después de fuertes lluvias, vino una gran inundación. El agua penetró más que en años anteriores. Fué una de las peores inundaciones conocidas.
En las noches del 29 y el 30 de noviembre, el nivel del agua subió a gran altura. Los Penitentes Grises de la Orden Franciscana estaban seguros de que la pequeña iglesia de la Santa Cruz se había inundado y decidieron ir allí para salvar la Eucaristía y traerla a tierra seca. Dos de los superiores de los Penitentes Grises se subieron a un bote y remaron hasta la iglesia.
Cuando llegaron, descubrieron que el agua había subido hasta la midad de la puerta de la entrada de la iglesia. Sin embargo, cuando abrieron la puerta, para su sorpresa, encontraron que el pasillo, desde la puerta hasta el altar, estaba completamente seco.
El agua se había acumulado formando paredes de agua a derecha e izquierda del pasillo, como a cuatro pies de altura. Nuestro Señor Jesús, en la Hostia Consagrada en la custodia, permanecía regiamente sobre el altar, completamente seco.
El milagro recuerda lo que cuenta la Biblia sobre el Mar Rojo que se parte ante el ingreso de los israelitas y la división del río Jordán ante la entrada en él, del Arca de la Alianza. Realmente, también les pareció de ésa forma a los Penitentes Grises.
Los cuatro frailes oraron juntos y llevaron la custodia que contenia el Santísimo Sacramento a una iglesia Franciscana en tierra seca. Los franciscanos escribieron el testimonio de los cuatro Frailes en los registros de su comunidad, donde se conservan hasta hoy día.
El 30 de noviembre, de cada año, en la capilla de la iglesia de Avignon, los Penitentes Grises se ponen una soga alrededor del cuello, y arrastrándose piadosamente en sus manos y rodillas, vuelven a crear el incidente, trayendo a la memoria los pasos que siguieron sus antepasados, por el mismo camino que siguieron la noche del milagro.
Los frailes le dan gracias a Nuestro Señor Jesús en el Santísimo Sacramento por haberles dado una señal tan poderosa de su Presencia Real. Los Peregrinos, especialmente esos con hambre de la Eucaristía, todavía visitan la pequeña iglesia a al orilla del río, para venerar y darle las gracias al Señor por habernos dado este regalo especial en un momento en que se necesitaba su Fortaleza.
STEFY