Juan 15, 9-11
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
Reflexión
El buen ejemplo de una persona siempre nos deja algo grabado en nuestro corazón. Nos dan ganas de querer imitar sus acciones, incluso superarlas. Qué mejor aún cuando estas acciones van profundamente ligadas a las virtudes que sobrepasa todo aquello que es común y corriente, lo de todos los días.
No podemos negar que al ver el trazo de la huella de esas almas que pasan por esta vida no sólo haciendo el bien sino que se sacrifican por dar todo de sí, nos hacen querer estar con ellas siempre, experimentamos un cierto magnetismo de tal grado que queremos pisar su rastro.
Unos simples pescadores vieron en la arena las huellas de un hombre. Le siguieron y le conocieron; al encontrarlo, les habló mucho más que de una pesca, les hizo conocer los misterios más profundos que los océanos, vieron sus obras, escucharon sus palabras y llegado el momento recibieron el consejo de preparar su alma para imitar su amor.
Quien es amado, sabe corresponder amando sin límites, como un padre que no duda en entregar su vida por el hijo. Es en este caso que el Hijo, amando al Padre, da la vida por muchos otros, para que su relación filial como hijos, sea recuperada y vuelva de nuevo la alegría.
Por ello, nuestra correspondencia debe ser de donación semejante. La entrega de lo que somos, a aquellos que amamos y conocemos, a los que nos son cercanos, pero también a los que no tenemos ni cercanos en nuestro corazón ni nos son conocidos. Allí radica nuestra alegría: “amor es donación”.
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