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De: PazenlaTormenta  (message original) Envoyé: 21/05/2010 14:01
Catequesis


Por qué estás aquí? Estás aquí porque el Seńor te ha llamado. Él, que te ama más que nadie, te ha traído aquí hoy, para mostrarte su amor, para regalarte su luz, para darte su paz.

El Seńor te invita a descansar en Él. No importa ahora los problemas que tengas, las preocupaciones que te agobien, las dudas que te asalten… Sólo importa el amor que Dios te tiene. Sólo importa la historia de amor que Dios quiere vivir contigo. Por eso, ˇno te preocupes! ˇDescansa en el amor de Dios! ˇÉl lleva tu vida! Él sabe lo que necesitas en cada momento. Y Él te dará lo que realmente necesitas.

La Iglesia nos ha convocado a preparar el Gran Jubileo del ańo 2000: éste es un tiempo de gracia del Seńor. El Seńor nos llama a vivir este tiempo de gracia como un don, como un regalo. No importa el tiempo que estás "perdiendo" para escuchar el Seńor. Con el Seńor nunca perdemos el tiempo. Porque Él es generoso, Él siempre nos da el ciento por uno.

Este ańo de 1999 está dedicado a Dios, Padre misericordioso. En la primera catequesis, celebrada en Torrebaja, contemplamos cómo conocemos a Dios Padre como Él se nos ha revelado y cómo Dios nos ha creado por Amor y cuida cada día de nosotros. En la segunda, celebrada en Casas Bajas, entramos en el corazón de Dios, vamos a contemplar cómo es ese Dios Padre de misericordia. En la tercera, celebrada en Los Santos, tratamos de descubrir la gran riqueza de las virtudes teologales: la fe, la esperanza, y la caridad. En la cuarta, celebrada en Ademuz, vimos cómo creer en Él en un mundo de increencia.

Hoy, el Seńor nos invita vivir como hijos suyos y a comunicarnos con Él por medio de la oración. Es un hecho que rezamos poco o rezamos cuando estamos apurados. En muchos cristianos se echa en falta la vida de oración. Para muchos cristianos la oración es el verdadero punto débil de su fe. Para muchos lo problemático no es que haya que orar, sino cómo orar. Por ello es bueno que revisemos en profundidad nuestra vida de oración.

En el Evangelio vemos como Jesús, durante su vida terrena, vivió su relación con Dios al modo humano, por medio de la oración. Su oración era una oración filial, que se dirigía a Dios con toda confianza como Abbá (Padre); por ser filial era una oración obediente, siempre dispuesta a hacer la voluntad del Padre.

Hijos adoptivos de Dios por la fe y el Bautismo, los cristianos podemos participar ya en esta vida, por medio de la oración del Seńor, de la misma comunión que, en su vida terrena, Jesús de Nazaret vivió con el Padre.

El Padre nuestro es la oración de los hijos de Dios que conforma nuestra mente y nuestro corazón a semejanza de Cristo. Es también modelo de toda oración cristiana. Como Jesús, con él y en él, estamos llamados a vivir nuestra filiación divina desde el centro de nuestro ser, en la soledad con Dios.

Cuando oramos con la oración del Seńor, tenemos la certeza de que vamos a ser escuchados. Lo que pedimos en el Padre nuestro ha sido realizado ya por el Padre en la persona de su Hijo y, antes que se lo pidamos, quiere realizarlo ahora en quienes hemos sido adoptados como hijos, y se consumará en la plenitud de los tiempos.

Por ello, la oración del Seńor reclama en nosotros los mismos sentimientos de Cristo: la confianza y la obediencia.

La oración del cristiano se dirige a Aquel que ha tomado la iniciativa, que nos ha amado primero. Podemos pedir, buscar y llamar a Dios como Padre porque Él está permanentemente pidiéndonos, buscándonos y llamándonos.

Invocamos a Dios como Padre nuestro: nuestra oración está unida a la de todos los discípulos de Jesús y, con ellos, a la del Maestro.

Podemos invocar al Padre porque está en los cielos porque no ha dejado de ser Dios aunque se haya humillado por nosotros; porque es el Seńor. Porque no se ha quedado encerrado en Sí mismo, sino que en la historia de salvación se ha humillado para salvar a los hombres.

Por eso, en la oración, los hijos de Dios, sin dejar de estar "en el mundo" entran en la presencia del Padre del cielo a través del camino abierto por Cristo. Esta manera de ser y de estar de Dios constituye también nuestro futuro. Por eso, el Padre nuestro es la oración de quienes peregrinan al encuentro definitivo con Dios.

En las tres primeras peticiones del Padre nuestro, Jesús nos enseńa a suplicar a Dios que intervenga en la historia humana para que, de una manera definitiva su nombre sea santificado, venga su Reino y se haga su voluntad.

Jesús pone de manifiesto la preeminencia del mandato del amor a Dios, para inmediatamente, poner al mismo nivel el mandato del amor al prójimo. En Jesús la causa de Dios y la causa del hombre se identifican. Para Jesús, la causa de Dios es la causa de los hombres: su salvación, su elevación a la dignidad de hijos de Dios.

En Jesús Dios ha respondido ya a las tres peticiones del Padre nuestro. Con la encarnación de su Hijo, con su vida y con su muerte, Dios ha santificado ya su nombre. Lo que Dios ha revelado y realizado en Cristo ha sido su paternidad.

Con esta confianza, los discípulos de Jesús se suman a la oración del Maestro y piden al Padre que llegue el día en que su Paternidad sea una realidad para toda la humanidad. Mientras tanto, los hijos, unidos al Hijo, se ofrecen al Padre en la oración.

Tras haber pedido al Padre aquello que es prioritario, los hijos le plantean sus necesidades más absolutas: el pan de la subsistencia (material y espiritual), la reconciliación y la comunión, y la libertad frente al Maligno.

Los hombres, separados de Dios, se han creado necesidades que no son reales, y las han convertido en ídolos a los que sacrificar sus vidas y las de los demás. Así, el pan ha llegado a convertirse en símbolo de la envidia, del robo, de la guerra. Lo verdaderamente necesario para el hombre es la justicia y el derecho, las relaciones humanas justas, la comunión entre los hombres.

En Jesús, Dios contesta la oración y da a los hombres el alimento que precisan: el pan nuestro, el pan comunitario, signo de la comunión entre los hombres. Nos da además el otro pan: el pan de la Palabra de Dios.

Con esta confianza, pedimos en la oración por la ración de pan que nos toca hoy. Lo pedimos para nosotros, para los discípulos y también para los que no lo son. Pedimos que llegue pronto ese día en que nos reunamos todos juntos en la mesa del Padre.

Mientras llega ese día, escuchamos las palabras de Jesús que nos exhortan a compartir el pan nuestro con todos los hermanos. Nos pide que trabajemos mientras tanto por erradicar de la tierra el hambre y la miseria en nombre de Dios, y hacer así realidad su Paternidad providente de modo que, por medio de nosotros, alcance a todos sus hijos.

Para la verdadera vida, tan esencial como el pan es la reconciliación. Sin ella no hay comunión, no hay verdadera vida humana. Y la reconciliación pasa necesariamente por el perdón de las ofensas. Dios "nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el misterio de la reconciliación" (2 Cor 5, 18).

Ofendemos la Paternidad de Dios al no reconocerlo como Padre, pero también constantemente, cada vez que ofendemos al hermano, no actuando con él fraternalmente, no reconociéndolo como hermano, exigiéndole lo mínimo cuando Dios nos ha perdonado lo máximo.

La oración del Seńor concluye pidiendo a Dios que nos preserve de la tentación y del mal. Pedimos al Padre que nos ayude en el momento en que nuestra fidelidad como hijos esté en peligro, y nos libere del mayor de los males: no llegar a la vida eterna que nos tiene reservada.

En la oración no pedimos que nos libere de todos los males que hay en este mundo, sino que en medio de ellos, el dolor, o el miedo al dolor, no nos hagan desfallecer, perder el sentido, nuestra identidad de hijos de Dios.

Dios nos pide que, en su Nombre, contribuyamos a erradicar del mundo el dolor y el sufrimiento, de modo que liberemos a nuestros hermanos los hombres de la tentación de desconfiar de la bondad de Dios y vean, en cambio, en nosotros, el rostro misericordioso del Padre del cielo.

 

La oración del Seńor no excluye otras maneras de orar. Esto ha dado lugar a las diversas formas de oración:

 

  • La adoración. Es el impulso del hombre que se reconoce como criatura ante su Creador.

  • La petición o súplica. En ella el hombre presenta a Dios sus necesidades materiales o espirituales. Es la forma más habitual de oración. Mediante la petición expresamos nuestra condición de criaturas necesitadas y dependientes de Dios. Por eso, la primera petición ha de ser la del perdón de los pecados.

  • La intercesión. Mediante ella, pedimos a Dios por los demás. De este modo participamos en la comunión de los santos.

  • La acción de gracias. Es la oración por excelencia de la Iglesia, que en la Eucaristía da gracias a Dios solemnemente por la salvación realizada por Cristo en la cruz. Todo acontecimiento y toda necesidad puede convertirse en acción de gracias.

  • La oración de bendición. En ella se unen el don de Dios y la respuesta del hombre. Tiene dos formas: cuando bendecimos a Dios por sus dones, o bien cuando imploramos la bendición de Dios.

  • La oración de alabanza. En ella cantamos a Dios por lo que es, porque es Dios.

La oración, en todas sus formas, es la característica del cristiano, como fue la característica de Jesús. La oración es para el cristiano una necesidad vital.

Preguntas para el Diálogo

16. żRezas habitualmente? żCuál es el estado de tu vida de oración?

17. żTú fe en Dios se alimenta de la oración y ésta profundiza y enraíza la fe?

18. żCuáles han de ser nuestras actitudes ante la oración?

19. żQué nos enseńa Jesucristo como prototipo y modelo de oración?

20. żCómo podríamos mejorar nuestra oración, a nivel personal y a nivel comunitario?



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