Una historia...
Esta historia se sitúa en el Nueva York de los años treinta, en uno de los días más fríos del año. Por aquel entonces, el mundo sufría las consecuencias de la Gran Depresión y en la ciudad los pobres se morían de hambre.
Aquel día el juez escuchaba desde el estrado una demanda interpuesta contra una señora acusada de robar un pedazo de pan. Ella se defendía afirmando que su hija estaba enferma y que sus nietos se estaban muriendo en necesidad, porque su padre les había abandonado. A pesar de las desesperadas súplicas de la acusada, el vendedor se resitía a retirar la demanda, insistiendo en que al juzgar a la anciana se está disuadiendo a futuras ladronas.
El juez lanzó un profundo suspiro. A decir verdad, no quería condenar a la pobre mujer, pero se encontró con que no tenía otra alternativa.
-Lo siento -le dijo-. No puedo hacer ninguna excepción. La ley es la ley. La condeno a pagar una multa de diez dólares, en caso de no poder abonar dicha cantidad, deberá cumplir una pena de diez días de prisión.
La sentencia cayó como un jarro de agua fría sobre la señora, que rompió a llorar desconsoladamente. Mientras el juez terminaba de leer la sentencia, se llevó la mano al bolsillo y sacó un billete de diez dólares. A continuación, se quitó el birrete y depositó en su interior el billete, para después dirigirse a los allí reunidos:
- Tambien voy a poner una multa de cincuenta céntimos a todas y cada una de las personas aquí presente por vivir en un lugar donde una mujer se ve obligada a robar un trozo de pan para salvar la vida de sus nietos. Alguicil, si es tan amable, pase el birrete por la sala y recoja el dinero, después entrégueselo a la acusada.
Ese día la anciana volvió a casa con cuarenta y siete dólares y cincuenta céntimos. Medio dólar lo había donado el avergonzado tendero.
Cuando el juez abandonó la sala, los delincuentes reunidos en los pasillo esperando a ser juzgados y los agentes de policía encargados de vigilarlos le dedicaron una sonora y larga ovación.
(hecho real contado por James N. Mc Cuttchoen, sucedido en un tribunal de Nueva York, en los años 30, siendo alcalde de Diorello Laguardia)
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