Mateo 5, 20-26
«Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.
Reflexión
Jesús habla de la realidad dándole un nuevo sentido, iluminándola con el espíritu de la Ley. Para ejemplificar el amor al prójimo, habla de la historia del buen samaritano y concluye, ahora “ve y haz tú lo mismo”. Y cuando baja a los detalles de la vida cotidiana sabe que la mayoría de sus oyentes podrían ser protagonistas en sus ejemplos...
Si es verdad que el amor es el primer mandamiento ¿cómo se pone en práctica? Jesús nos ilustra con tres casos.
Constituyen el primer grado, lo que hay que evitar. El insulto, la enemistad y la querella contra el prójimo no serán propias de un cristiano. Pero más allá del precepto negativo “no matarás”... se nos abre el horizonte ilimitado del amor al prójimo.
El primer paso es evitar esas tres actitudes, pero Jesús no se detendrá en ellas mas que como un mero paso intermedio, él va más allá. Por tanto es un buen momento para hacer nosotros también nuestro propio examen de conciencia. Para preguntarnos, a la luz de la fe, ¿qué hay de todo esto en mi corazón? Saber perdonar, no guardar rencores e imitar con ello a Jesucristo es exigente, pero al mismo tiempo liberador.
La gracia de Dios nos impulsa a ello, es una obra propia del Espíritu Santo, si le dejamos actuar en nuestra alma.
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