Mateo 13, 44-46
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
Reflexión
Siempre me ha parecido lo más normal, que un hombre haga todo lo que está a su alcance para conseguir la perla o el tesoro más valioso del mundo. Eso fue lo que hizo Kalif. No tenía trabajo y los problemas económicos empezaban a ser cada vez más serios para su familia. Una noche, soñó que bajo el puente que unía la ciudad con el resto del valle, había un tesoro.
De madrugada se levantó, fue al puente y comenzó a cavar. La policía le vio excavando y dudó de sus intenciones. El pobre Kalif, después de unos intentos por evitar la respuesta, se sinceró: “hoy soñé que debajo del puente había un tesoro y por ello vine aquí”.
Uno de los policías con ironía le respondió: “¿cómo es posible que usted crea eso? Fíjese, hoy también soñé yo que debajo de la casa de un tal Kalif había un tesoro escondido. ¿Usted cree que me lo voy a creer?”. Kalif calló, regresó a su casa, excavó y encontró el tesoro.
El problema no es buscar el tesoro, sino saber dónde se encuentran los tesoros que Dios ha preparado para nuestra vida. ¿Cuáles son tus tesoros? ¿Consideras tu vida matrimonial y tus hijos, verdaderos tesoros o no te das cuenta del regalo que Dios te ha concedido, porque sólo sientes el cansancio y el sudor que produce el remover la tierra para disfrutar de ellos?
¿Alguna vez has experimentado el valor de la Santa Misa y de la confesión, o la pereza de levantarte unos minutos antes el domingo te lo han ocultado?
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